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  • Jashraia
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    Las hojas y raíces que rodeaban al orbe comenzaron a secarse rápidamente hasta transformarse en polvo como si el tiempo hubiese acelerado. La esfera comenzó a tomar tonalidades blanquecinas hasta volverse una sólida bola de platino. El brazo de Faethyra, que aún estaba en contacto con el orbe, se había vuelto completamente de metal.  

    La imagen de una muy joven Faethyra se vio reflejada en el orbe. Esta vez se encontraba junto a sus hermanos (entre otras decenas de niños) practicando el arte de la espada en los barracones de Veleiron. Sus padres, quienes habían contratado al mejor tutor de combate cuerpo a cuerpo que la ciudad podría proporcionar, observaban con atención el desarrollo y aprendizaje de sus hijos en el arte de la guerra.

    -¡Lo más importante es controlar el centro de gravedad cuando preparan el ataque! -exclamó el tutor a los estudiantes mientras giraba sobre sí mismo sin perder el control de su cuerpo con movimientos finos y elegantes. 

    El danzante rúnico Dyth, uno de los guerreros más habilidosos de la ciudad guiaba los entrenamientos que los niños llevaban a cabo con sus espadas de madera. Faethyra parecía tener un talento natural por sobre los demás por lo cual el instructor solía ponerla al frente de la fila para que el resto de estudiantes aprendiese de ella. 

    -¡Así pueden estar preparados para contraatacar o esquivar si es que es necesario! -dijo Dyth quien luego de asestar un rápido golpe con la espada procedió a hacer un salto mortal hacia atrás quedando a las espaldas de Faethyra a quien estaba utilizando como ejemplo.

    Los estudiantes continuaron con la práctica tratando de ejecutar los movimientos enseñados por el tutor. Faethyra resaltaba entre los demás por su agilidad y control de la espada poniendo en vergüenza a los demás niños quienes la miraban con admiración y un poco de recelo.

    -El talento de la niña es admirable. ¿Han pensado sobre mi proposición? -preguntó Dyth a los padres de Faethyra.

    Dyth había estado tratando de convencerlos hace un tiempo para que la niña se uniese como iniciada al gremio de danzantes rúnicos. Usualmente reclutaban semi-elfos de mayor edad pero la joven Faethyra había demostrado su valía múltiples veces en los campos de entrenamiento.

    La imagen comenzó a difuminarse lentamente mientras la esfera de platino se volvió un cristal semi-transparente. La visión de sus padres y hermanos en Veleiron provocaron que una lágrima rodara por la mejilla de la semi-elfa que cayó sobre el orbe el cual empezó a latir con fuerza emanando una benevolente magia desde su interior que desconcertó a la hechicera. 

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    Jashraia
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    Las flamas que habían atravesado el orbe se extinguieron rápidamente junto con la imagen de la prisión. La tonalidad de la piedra cambió a un verde oscuro. Las quemaduras que Faethyra tenía en su brazo desaparecieron mágicamente haciendo entender a la semi-elfa que aquel fuego había sido una ilusión.

    Hojas y raíces de diferentes plantas comenzaron a salir desde el interior del orbe formando una especie de enredadera que llegó hasta el suelo para luego expandirse por las paredes. Faethyra, quien estaba con su mano aún solidificada dentro de la esfera vio con sorpresa como varias flores de diferentes colores comenzaron a brotar de su brazo.

    Nuevamente una imagen comenzó a formarse dentro del orbe. Esta vez Faethyra se vio a sí misma montada sobre una inmensa bestia que galopaba a toda velocidad. El animal de pelaje marrón y colmillos amarillentos era un huargo, montura típica de orcos y otros seres anárquicos provenientes de lejanas tierras del norte.

    -¡Por aquí! -exclamó la hechicera en el idioma de los orcos mientras rodeaba una ladera.

    Un grupo de orcos montados galopaba junto a Faethyra cuidando su retaguardia. Esta parecía estar al comando del batallón el cual seguía sus órdenes más por terror que por respeto. Las represalias de la malhumorada semi-elfa eran conocidas en Golthur-orod y su relación de amistad con el comandante Glorbaugh le habían otorgado un rango militar dentro de la ciudad.

    Tan solo esa mañana un jefe de avanzada goblin se atrevió a dudar de la posición de Faethyra dentro de la horda negra siendo desintegrado por la hechicera con un hechizo. La semi-elfa transformó el cuerpo del desafortunado en cenizas con un chasquear de sus dedos provocando que el resto de goblins se arrodillara ante ella suplicando piedad.

    La reacción de los huargos al olor de su presa junto con las observaciones mágicas que había hecho la semi-elfa habían puesto al grupo en el camino correcto. La misión consistía en dar caza a un grupo de humanos que llevaba consigo un grimorio arcano que había sido desenterrado desde una cripta de eras pasadas. 

    Una vez con el grimorio en su poder, Faethyria observaría con placer la cruda escena que quedó a su alrededor luego de darle caza a los humanos. Aunque sin extremidades, solo uno de ellos seguía con vida mientras era crudamente devorado por uno de los huargos. 

    -Así que los rumores de la semi-elfa amiga de los orcos eran verdad… -alcanzó a pronunciar el desdichado hombre antes de ser partido en dos por las salvajes bestias que hicieron festín de las víctimas abatidas aquella noche. La imagen comenzó a nublarse para luego desaparecer.

    Jashraia
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    Faethyra no pudo remover su mano de la incandescente piedra pues el orbe se había solidificado alrededor de su brazo. El dolor causado por el fuego vino acompañado con una nueva visión que comenzaría a formarse entre chispas y estallidos. La obstinada semi-elfa aguantó las quemaduras y continuó mirando dentro del orbe.

    Esta vez se vio encadenada en una habitación sucia y oscura. Su aspecto era desolador y el olor putrefacto que emanaba debido a la orina y las heces en las que estaba rodeada parecía atravesar el cristal del orbe. Faethyra lucía como que no había comido durante semanas. Sin duda llevaba un buen tiempo encerrada en esta prisión.

    Un grupo de enanos irrumpió en la habitación. Uno de ellos se acercó a una sedienta Faethyra con un jarrón de agua vaciando su contenido en el suelo. El resto se rió de la escena mientras lanzaban todo tipo de improperios contra la semi-elfa capturada.

    -¿Nos vas a decir el significado de la inscripción? ¡No nos tomes por tontos! ¡Sabemos que has estado ahí antes! -pronunció quien parecía ser el líder de los enanos quien vestía una brillante armadura de mithril con un medallón de Eralie colgado alrededor de su cuello.

    La Faethyra del presente recordó todo sin un ápice de nostalgia. Atrás había quedado la feliz e inocente vida de una joven noble veleironita con importante apellido para dar lugar a la temida y oscura maga que es el día de hoy. El fin justificaba los medios y sería capaz de cualquier cosa en pos del conocimiento rúnico.

    Su curiosidad innata por las runas, inescrupulosas formas de investigación y sospechosos “accidentes” la habían transformado en una hechicera errante desterrada con una infinita sed de poder. Era considerada enemiga en muchos pueblos y ciudades de Eirea incluyendo Veleiron, la ciudad la que la vio nacer.

    Cuando el líder de los enanos le dio una bofetada a la Faethyra prisionera de la vision, esta utilizaría la mano que había conseguido soltar de la cadena (un par de días atrás) para tocar una marca que había preparado a escondidas en la pared a la cual estaba captiva. La runa procedería a iluminarse produciendo un ensordecedor ruido que puso a los enanos de rodillas en el suelo. 

    -FUE. -pronunció Faethyra causando que la runa explotase en una ardiente bola de fuego que quemó a los presentes con poderosas llamas mágicas. La semi-elfa, quien había preparado un hechizo de protección contra el fuego sobre sí misma, reía como desquiciada ante la vista de los chamuscados enanos que yacían muertos en el suelo. Cuando la hechicera se percató que una forma humana encapuchada la miraba desde una esquina de la habitación la imagen comenzó a parpadear para luego desaparecer. Parecía ser el mismo hombre de las visiones anteriores. 

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    La imagen del derrumbe de la mina comenzó a difuminarse lentamente del cristal. Aquel día, Faethyra perdería a su padre y sus hermanos siendo ella la única que consiguió salir con vida del accidente. Nuevas formas comenzaron a aparecer al interior del orbe mientras que la semi-elfa sufría los estragos de aquel poderoso artefacto. La joven apenas conseguía mantenerse en pie mientras un sudor frío estremecía su cuerpo. 

    -Nunca había sentido una magia tan poderosa…-pensó Faethyra. 

    La temperatura del orbe descendió rápidamente al punto de comenzar a congelarse. La mano de la semi-elfa se vio envuelta en hielo mientras una delgada esquirla atravesaba la palma de su mano. El color del cristal cambió a una tonalidad semi-transparente mientras que con la sangre de la joven comenzaban a formarse nuevas imágenes dentro de él.

    Varios años habían pasado desde el derrumbe de la mina. Faethyra se encontraba sola en la mansión Varior’asa, la cual se encontraba sucia, desordenada y en estado de abandono.

    Atrás habían quedado los años de apogeo de la familia Varior’asa la cual nunca se sobrepuso a la tragedia sucedida aquel día del derrumbe.

    Los escritos en élfico antiguo que Faethyra había visto en aquella pared justo antes del accidente habían quedado grabados en su memoria y la tenían al borde de la locura. Su rostro lucía demacrado y sus atuendos completamente descuidados. Las paredes de la mansión estaban cubiertas de marcas y runas que la semi-elfa había escrito incluso hasta con su propia sangre. Varios cuerpos de desconocidos yacían alrededor de la habitación. 

    -¡Deja todo lo que estás haciendo ahora ya y entrégate Faethyra! -exclamó alguien desde fuera de la mansión.

    Un grupo de guardias liderados por un hechicero entraron por la fuerza a la estancia encontrándose con la macabra escena. Estos se llevaron a la semi-elfa a los calabozos de Veleiron mientras esta intentaba resistirse lanzando golpes y balbuceando improperios en idiomas desconocido.

    -Tan solo recordarme de Veleiron y su gente me da asco…-pensó la semi-elfa cabizbaja mirando el centro del cristal.

    La imagen comenzó a desaparecer en un remolino de formas y colores. La temperatura del orbe comenzó a subir derritiendo el hielo que tenía a su alrededor cambiando a una tonalidad roja brillante. El calor se volvería insoportable por momentos causando leves quemaduras en la mano de Faethyra. Las runas de la cueva se iluminaron del mismo color.

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    Faethyra llevaba apenas unos segundos inmersa en la magia del poderoso cristal y ya se encontraba exhausta. La batalla mental que estaba llevando a cabo para no perder el control de aquel artefacto comenzó a agotarla rápidamente. Aun así la semi-elfa estaba segura de poder resistir un poco más y continuó en su portentosa búsqueda.

    Luego de que la entrada se cerrase tras Faethyra, el brillo diamantino del orbe era la única fuente lumínica de la estancia. Las runas que adornaban las paredes por momentos adoptaban las mismas tonalidades provenientes del interior del cristal y pequeños temblores provocaron la caída de cuantioso polvo desde las grietas de la parte superior de la montaña. 

    -Mior escudis. -pronunció la semi-elfa reforzando con poderosos encantamientos el blindaje mágico que había escogido para protegerse de las intromisiones psíquicas del orbe. Una tenue luz amarilla bañó su cuerpo de pies a cabeza brindándole con el coraje necesario para continuar.

    Una nueva imagen comenzó a formarse al interior del orbe. Esta vez la semi-elfa se vió a sí misma con unos veinte años de edad dentro de una oscura mina junto a su padre y sus hermanos. La familia Vaior’asa contó por siglos con los mejores mineros semi-elfos que se vieron en Veleiron.

    Con una habilidad comparable a la de un enano promedio, los Vaior’asa eran conocidos por su afinidad mágica natural para detectar y encontrar todo tipo de vetas de piedras preciosas en el corazón de la montaña. La familia solía comerciar las gemas con el gremio de danzantes rúnicos de Veleiron quienes las utilizaban como catalizadores para potenciar sus encantamientos y marcar sus armas. Faethyra estaba acostumbrada desde niña a buscar y extraer gemas y piedras preciosas. Era uno de sus pasatiempos favoritos puesto que su brillo solía recordarle al titilar de las estrellas del firmamento.

    -¿Qué crees que signifique esto padre? -preguntó Faethyra luego de encontrar una serie de marcas extrañas en una de las paredes en las cuales se encontraba trabajando. 

    -Son antiguos grabados…escritos probablemente en élfico antiguo…Runas que posiblemente alberguen un gran poder… Dijo Kain mirando con extrañeza a su hija. -Nunca las había visto antes, siendo que llevo años trabajando en esta mina. ¿Cómo las has encontrado? -Preguntó.

    -No lo se padre, solo comenzaron a brillar cuando toque la roca con mi mano. ¿Quieres verlo nuevamente? -preguntó Faethyra posando su mano sobre una de las marcas.

    Las runas comenzaron a brillar con más fuerza que antes mientras un leve temblor comenzó a sacudir la mina. Grietas comenzaron a abrirse en el techo mientras grandes trozos de roca se desprendían de las paredes causando derrumbes a lo largo de la mina. Algo grave estaba a punto de suceder.

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    El interior de la piedra comenzó a tomar vida vibrando y alternando sus tonalidades entre azul, negro y púrpura. Su densidad también parecía pasar de ser un duro cristal a una masa elástica y gelatinosa que provocó que los dedos de la semi-elfa penetraran dentro del orbe.

    Cientos de imágenes se formaron en el interior del cristal en las cuales Faethyra comenzó a reconocer lugares y personas. Aunque las visiones aparecían y desaparecían sin darle tiempo para comprender lo que estaba viendo, ella sabía lo que debía hacer puesto que no era la primera vez que se enfrentaba a uno de estos mágicos artefactos. 

    -Tal cual como decían las inscripciones…-pensó Faethyra dejándose llevar de forma hipnótica por las formas y colores que comenzaron a tomar forma dentro del cristal.

    La primera imagen que apareció en el orbe fue la de una una recién nacida Faethyra en los brazos de un hombre encapuchado desconocido. Este le entregaría la pequeña semi-elfa a una mujer la cual Faethyra reconoció como una joven versión de su madre, Lady Yumiana Vaior’asa. 

    La joven distinguió los lujosos tapices y cuadros que adornaban la estancia como el hogar donde se crió, entendiendo que lo que estaba viendo en ese preciso momento era su pasado. 

    -Aquí está la niña tal cual como habíamos acordado mi lady -alcanzó a decir el encapuchado antes de que la visión se difuminara por completo en un espectáculo de luces y colores. 

    Una nueva imagen comenzó a formarse en su interior. Esta vez una Faethyra de aproximadamente unos seis años de edad se encontraba mirando a las estrellas desde el jardín de la mansión Vaior’asa. El mismo hombre que vio en la aparición anterior señalaba con su mano hacia el firmamento. Este parecía estar enseñándole a la niña una constelación en particular.

    -¿Ves esas cuatro estrellas que brillan más de lo normal Faethyra?- preguntó el encapuchado mientras que la imagen del orbe nuevamente comenzaba a desvanecerse en un remolino de formas y tonalidades.

    A la semi-elfa le pareció curioso no acordarse de aquel hombre pero inmediatamente reconoció las estrellas de las cuales este habló en la visión. Las mismas estrellas que la llevaron a encontrar los manuscritos que hacían mención del poderoso orbe que en este preciso momento se encontraba en sus manos.

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    en respuesta a: Ojosmuertos #346782

    CAPÍTULO II: EL RITUAL

    El día del ritual se aproximaba y los preparativos tenían que llevarse a cabo tal cual como había pedido el anciano chamán.

    La noche anterior a la ceremonia, Kruf entregó a Zoxbo y los demás una pasta hecha de hojas de abedul para inducirles el vómito debido a que Hurfkit necesitaba que estos llegasen con sus estómagos vacíos. Una vez que llegaron a las estancias del chamán los niños consumirían hongos alucinógenos para ayudarles a entrar en el trance requerido para el ritual.

    Zoxbo estaba tranquilo con la mirada perdida en el infinito, Sugha se encontraba en trance hablando con alguien imaginario y Caryus estaba en posición fetal repitiendo frases inteligibles mientras la saliva caía de su hocico. 

    -Zoxbo, te has ganado tu libertad y ahora serás considerado parte de mi familia. ¿Estás listo para comenzar la ceremonia? Preguntó Kruf.

    -Sí padre. Afirmó Zoxbo mientras se arrodillaba en el altar donde se encontraba Hurfkit preparando la hoja de llamas.

    -Sugha, desde que te encontré aquel día te consideré como mi hija y te traje a mi lado. Te pido por Gurthang que des un paso adelante y accedas al sacrificio. ¿Estás lista?

    -Sí padre. Afirmó Sugha mientras se acercaba a Hurfkit valiente y decidida.

    -Caryus, estás listo para…

    -¡SÍ PADRE! Gritó Caryus sin dejar terminar a Kruf sus palabras. El anciano, quien estaba acostumbrado al extraño comportamiento del niño, asintió en dirección a Hurfkit para que este comenzara con el ritual.

    En el día de la ‘ceremonia de los ojos’ los tres niños (ya versados en sus conocimientos chamánicos) se pusieron a disposición de Hurfkit quien utilizó una hoja de llamas para arrancar los globos oculares de los elegidos. Estos no expresaron mueca alguna de dolor mientras eran atravesados por la candente hoja la cual cauterizaba instantáneamente la zona afectada.

    -¡Gurthang omnipresente! ¡Que las voces de los enfurecidos hagan eco en tus alterados oídos sagrados! Exclamó Hurfkit dando comienzo a la ceremonia. 

    Aquella demostración de confianza y lealtad significó el nacimiento de una nueva hermandad entre Kruf y los niños debido al alto precio que estos estuvieron dispuestos a pagar para llevar a cabo aquella ceremonia. No tan solo el veterano cazador consiguió el preciado sable de las profundidades, sino que los niños pudieron conocer círculos de poder que hasta ahora les eran desconocidos. Zoxbo, Sugha y Caryus se iniciaron así en el chamanismo al servicio de Gurthang, el todopoderoso señor de la guerra. 

    Fue así que el grupo fue conocido en Ancarak como los Ojosmuertos. La conexión con los planos del abismo que consiguieron en conjunto y la habilidad para hacer viajes astrales hicieron de esta hermandad una potencia chamánica de respeto dentro de la temida horda negra contando siempre con el sabio consejo del veterano cazador Kruf quien, con un fuertes dolores en sus articulaciones, comenzaba a considerar el retiro de la vida del aventurero.

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    en respuesta a: Perra malnacida #346051

    Capítulo IV: El esclavo

    Los inviernos en los apartados bosques del norte de Golthur-orod solían ser fríos y desolados, pero este en particular había traído cantidades de nieve que no se habían visto en décadas. El manto de hielo que caía del cielo teñía de blanco los suelos y árboles del bosque baldío brindando una falsa sensación de paz y tranquilidad a tierras plagadas de muerte y maldad.

    La zona estaba poblada de animales salvajes, ogros gigantes y muertos vivientes que acechaban a los incautos que osaban deambular por el territorio, sin embargo, el frío clima y las feroces bestias no significaban problema alguno para un talentoso y veterano cazador del nivel de Kruf.

    El viejo kobold sabía ocultar sus rastros, crear refugios y conseguir comida hasta en la más inhóspita de las situaciones. Gracias a Kruf la pequeña cría kobold, que ya llevaba tres años con el cazador, sobreviviría bien alimentada y guarnecida a las inclemencias del bosque baldío.

    -Sugha será tu nombre cachorra. Dijo Kruf a la kobold mientras alimentaba la fogata con los pesados troncos de madera seca que Zoxbo, su joven esclavo personal, había logrado reunir desde los alrededores del campamento.

    El esclavo Zoxbo era un enorme niño kobold de aproximadamente quince años de edad que superaba en tamaño y fuerza al promedio de los de su raza. Su dueño, un conocido y adinerado maestro de esclavos de Ancarak, recomendó personalmente al joven cuando Kruf acudió al mercado en busca de un ayudante para simples tareas mundanas como cortar leña y hacer guardia.

    -¡Woof, woof Esclavo! Cuando acabes con el fuego necesito que revises los cepos y las trampas de flechas que colocamos en el perímetro del campamento. Dijo Kruf a Zoxbo.

    -También necesito que cuides de Sugha mientras me ocupo de un asunto. Añadió el cazador desapareciendo en la espesura del bosque con ágiles y ligeras zancadas que apenas dejaban huellas en la nieve.

    El obediente Zoxbo, debido a su fuerza y tamaño, había sido especialmente entrenado por su maestro de esclavos para ayudar a los aventureros que pagaban considerables sumas de dinero para contar con los servicios que, a su corta edad, ya eran frecuentemente requeridos.

    -CLANK! Sonó uno de los cepos que estaba colocado a un costado del campamento. Un doloroso aullido, parecido al de un lobo, interrumpiría el silencio de la noche mientras que Zoxbo cogía ágilmente su lanza de madera. Este ocultaría a la pequeña Sugha a un lado de un tronco con unas pocas ramas que encontró a su alrededor.

    Una manada de lobos que había rodeado el campamento desde dirección contraria al cepo observaría, desde la espesura del bosque, como el joven esclavo abandonaba el campamento dejando a la pequeña cría sola a un lado de la fogata. El macho alfa de la manada, aprovechando el momento de descuido, alzó a la kobold entre sus dientes para rápidamente desaparecer con ella en la oscuridad de la noche.

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    en respuesta a: Perra malnacida #346014

    Capítulo 3: El cazador

    Kruf era un kobold de avanzada edad y pequeña estatura cuya característica mas resaltante era un negro pelaje que lo hacia parecerse mas a un huargo que a uno de su raza. Sus ojos eran de un color amarillento y de un tamaño fuera de lo normal al igual que sus orejas, las cuales puntiagudas y roídas captaban hasta el más mínimo sonido a su alrededor.

    En su juventud fue reconocido como uno de los cazadores más hábiles de Ancarak, lo que lo llevó a escalar alto en los puestos de la infame horda negra, siendo consejero directo de los diferentes caudillos que lideraron la agrupación durante la cuarta edad. Sus exquisitas técnicas de rastreo y olfateo solo se comparaban a la maestría con la cual manejaba su arma favorita, la espada bastarda.

    A pesar de que sus articulaciones sufrían con las bajas temperaturas y su postura cada vez lucía más encorvada, las cientos de cabezas que rodaron a sus pies tras sus letales ataques forjaron la leyenda que el anciano era hoy en día. De personalidad huraña y mezquina, de vez en cuando recibía la visita de jóvenes kobolds los cuales alucinaban con las grandes historias que Kruf les contaba sobre sus grandes aventuras de antaño.

    Pocos sabían en realidad la verdadera edad del anciano cazador. Incluso viejos kobold de Ancarak como Funzh el herrero y Shizay el tabernero recuerdan a un adulto Kruf cuando ellos eran tan solo unos niños. Algunas historias incluso sitúan al cazador jugando un rol fundamental en la destrucción del cubo negro junto al entonces señor de la caverna Zirskit U’zuhl, casi perdiendo su vida protegiendo la ánfora de los hierofantes.

    El secreto mejor guardado de Kruf era su conocimiento de que aún existían miembros de los Urja con vida. Como la prácticamente extinta tribu ya no era una amenaza para la colonia kobold, el cazador guardaría el secreto bajo siete llaves, llegando incluso a desarrollar una especie de amistad con Hurfkit, el último chamán de los Urja, a quien visitaba periódicamente para conversar sobre olvidadas glorias del pasado.

    En una de estos encuentros, el anciano chamán Urja le comentaría a Kruf sobre la existencia del sable de los profanadores, una poderosa arma de tiempos pasados que llevaba más de una era en el olvido. Hurfkit, quien solía hacer viajes astrales para comunicarse con sus ancestros, le aseguró al cazador haber visto el sable en manos de Razzle el corta cabezas, uno de los muchos avatares que rondaba en el plano del abismo.

    Hurfkit propondría al cazador una alianza para recuperar aquel poderoso sable, pero para llevar a cabo un viaje astral de tal magnitud se necesitaría la sangre y los ojos de tres niños kobold provenientes de tres tribus de diferente linaje quienes serían entregados en sacrificio al señor del abismo.

    Aquella conversación pasaría al olvido por los siguientes veinte años hasta el día en el que Kruf, luego de rastrear por más de diez horas a un grupo de humanos que montaba un campamento en el bosque baldío, escuchó el débil aullido de una pequeña cría kobold proveniente desde el interior de uno de los fosos de cuerpos que usaba la horda negra para desechar los cadáveres de sus enemigos.

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    en respuesta a: Perra malnacida #345963

    Capítulo II: Instinto

    Un pequeño demonio se gestaba dentro de aquel cuerpo sin vida. A pesar de que la camada constaba de aproximadamente una media docena de crías kobold, solo una vería la luz fuera del útero de su madre.

    La pequeña kobold emergería completamente ensangrentada ya que luego de la muerte de su progenitora habría asesinado y devorado a sus hermanos dentro del vientre de su madre para alimentarse en un acto de puro instinto salvaje.

    En el gigantesco foso en el cual el cuerpo de la madre kobold había sido arrojado había una incontable cantidad de cuerpos en distintos estados de descomposición. Este se encontraba a uno de los costados del bosque baldío para evitar que los animales salvajes se acercaran a la fortaleza.

    La pequeña se abriría paso entre los putrefactos restos de los desafortunados, que serían consumidos por los gusanos con el paso del tiempo, siguiendo los pequeños trazos de luz que se filtraban entre los cuerpos.

    Dos días y tres noches pasó la pequeña aprendiendo a dar sus primeros pasos entre los cientos de cadáveres que la rodeaban, alimentándose puramente de la carroña descompuesta que encontraba bajo sus pies con los ya afilados colmillos que poseía a su corta edad.

    Cuando el sol se escondía, el ruido que producían las bestias del bosque hicieron sentir a la pequeña cría mucho más serena, la cual instintivamente emitió sus primeros aullidos en dirección a la luna que se asomaba por la abertura superior del foso interrumpiendo el oscuridad de la noche.

    Uno de estos aullidos alertaría a Kruf, un anciano cazador kobold que se encontraba durmiendo bajo un tronco en uno de los senderos colindantes a los fosos de cuerpos que utilizaban los miembros de la horda negra.

    Sorprendentemente, con sus más de ciento cincuenta años, este descendería al foso con un ágil salto cogiendo a la pequeña entre sus brazos mientras trataba de ignorar el repugnante olor a su alrededor.

    -Wof, vaya vaya, lo que tenemos aquí. Pensó un sorprendido Kruf observando a la pequeña criatura.

    El veterano cazador lamió los ojos de la kobold limpiando las secreciones que ayudaron a la pequeña a abrir sus ojos por primera vez. Su mirada brillaba con una inocente curiosidad mientras admiraba las estrellas que titilaban radiantes en el cielo. A pesar de la cruel forma en la cual habían transcurrido sus primeros días, la pequeña lograría sobrevivir aferrándose únicamente a su animal instinto de supervivencia.

     

    Jashraia
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    en respuesta a: Robar #345580

    Problema: Items no robables.

    Ayer tenia a un personaje Audaz en mi room (Skhar) con una Rubrica de Nyelphax cargando. Al intentar el robar me sale el siguiente mensaje:

    «Rúbrica de Nyel’phax no puede ser robado.»

    Alguien tiene alguna explicacion o noticia sobre esto?

    Gracias

    Jashraia
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    en respuesta a: Balaeriel #344592

    El ruido se volvió insoportable, penetrando duramente en sus oídos y se hizo tan insoportable que atrofió su mente dejándola inconsciente. Al cabo de unos minutos despertó, pero estaba convertida en un bebé, una hermosa criatura que lloraba en los brazos de su madre. Esta vez la voz que había oído le pareció profundamente familiar.

    -Ayanai, soy tu madre.

    Eso era lo que temía, la naturalidad de su voz no podía ser de alguien más que de su progenitora, de la cual nunca supo y se le ocultó la verdad, ya que la semi-elfa fue criada por sus tíos. Desde el principio supo que esa armonía podía ser proyectada en ella solo por una persona.

    A Ayanai le dieron de preguntarle a su madre que había pasado con ella todo este tiempo, de abrazarla y de besarla pero no podría, puesto que ella era tan solo un indefenso bebe llorando en el regazo de su progenitora.

    -Hija mía, discúlpame, no puedo estar ahora contigo por razones que aún no puedo contarte. Fui discriminada cuando te tenia en mi vientre y no encontré otra solución que abandonar mi pueblo, mis raíces y a ti.

    Pero algo no estaba bien, aparte de la voz de su madre, se escuchaban llantos y gritos por doquier. Intentando mirar a su alrededor, Ayanai se percató de que estaba dentro de una pequeña estancia que estaba ardiendo en llamas. Mientras su madre le hablaba, la habitación se comenzó a llenar de humo, las columnas que sostenían el techo empezaban a caer, la gente por fuera corría desesperadamente, pero extrañamente Ayanai en el cuerpo de la pequeña criatura  no sentía temor alguno, pues algo le decía que estando con su madre, nada le pasaría.

    -Mi tesoro, solo te puedo decir que eres descendiente de una noble estirpe de hechiceros que solo buscaban la bondad en Eirea, pero lamentablemente algo les salió mal. Tu eres una Balaeriel, igual que yo, y para que no se olvide te lo dibujare en forma de luna en tu mejilla. Siéntete orgullosa hija mía, tal como me siento yo.

    El fuego se hacía cada vez más grande cuando una parte del muro se desprendió sobre Ayanai y su madre aplastándolos. La pequeña criatura instintivamente apretó un dedo de su madre mientras la progenitora cerraba sus ojos y le daba un beso en la frente.

    -Adiós, mi amor. -diría la madre, protegiendo con su cuerpo a su hija mientras los escombros no paraban de caer sobre ellos.

    Ayanai gritó fuertemente mirando a su alrededor percatándose de que estaba acostada junto al río, intacta, mientras que el tabaco apagado ya desprendía los últimos jirones de humo.

    Desconcertada se dio cuenta que todo había sido un sueño, un increíble e indescriptible sueño que pareció ser extremadamente real. La semi-elfa se levantó para humedecer su rostro en el río dándose cuenta en el reflejo del agua de una brillante luna color plateado que tenía tatuada en su mejilla izquierda.

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    Jashraia
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    (RESUBIDO POR PETICION DE YLVRITH)

    El día 13 de Mesamin del 128 de la cuarta era los tambores retumbaron más fuerte de lo habitual. El comandante Glorbaugh, acompañado de los altos mandos de la Horda Negra, visitó la sala de las concubinas que acababan de parir con el objetivo de conocer al bebe que había sido vaticinado por el oráculo.

    -Al fin llegó la hora de conocerlo… -Pensó Glorbaugh mientras con paso firme se acercaba a la habitación.

    El desesperado llanto de una malograda madre orco fue rápidamente silenciado por uno de los acompañantes de Glorbaugh con una precisa perforación que atravesó su cuello mientras el recién nacido era arrancado de sus inertes brazos. El niño fue llevado con inmediatez ante la presencia del comandante, el cual sonriente, llevó al pequeño, aún bañado en sangre y líquido amniótico, al templo de Gurthang donde se iniciaría el ritual que había sido preparado con antelación.

    -¿Será posible que por tu interior corra la misma sangre de aquel grandioso guerrero? -Penso Glorbaugh mientras le entregaba el bebe a uno de sus chamanes de confianza.

    -Dhurkorg! Exclamó Glorbaugh. -Tú estaráz a cargo de la zeremonia. Te dejo a ti el trabajo de ezcoger los chamanez que zacrificaremoz…Ejem… utilizaremoz para la zeremonia.

    -Naghig, Naghig, Naghig, Naghig, Naghig, Naghig, Naghig – Era el nombre que había sido escogido por el oráculo y era el nombre que pronunciaban al unísono los nueve chamanes que habían sido convocados para la ceremonia aquella noche. El grupo de orcos, liderados por Glorbaugh subieron temerosos los fríos escalones de la torre de obsidiana para entregar al recién nacido como ofrenda al magnánimo Mergandevinasander, quien reclamaba con ofrendas de sangre su dominio sobre la oscura fortaleza de Golthur-Orod.

    -¡Recordad que el máz mínimo error noz podría costar la vida! -Repitió Glorbaugh mientras tembloroso se acercaba a la guarida del dragón.

    -Habéis escuchado al comandante- Replicó Dhurkrog a sus chamanes mientras les ordenaba mantener la cabeza baja y por ninguna razón mirar al gran Mergandevinasander directo a los ojos.

    El gigantesco dragón observó al grupo de orcos que se aproximaban a sus aposentos con indiferencia  y les ordenó dejar el bebe frente a él. Glorbaugh, temeroso pero convencido, se acercó al wyrm abismal depositando al pequeño sobre un improvisado bloque de granito para luego retroceder paso a paso sin apartar su mirada del poderoso animal.

    -Aquí eztá el pequeño rezién nacido que te prometí Mergandevinasander.

    -¡Fuera de mi vista! Exclamó el dragón mientras observaba al pequeño que se encontraba en su lecho.

    Mergandevinasander, solo con la pequeña criatura, se preparó para llevar a cabo el sacrificio mirando al orco directo a sus ojos estudiando su alma. Fue en ese momento que el dragón observó algo que no se lo esperaba. Por la sangre del pequeño Naghig corría la sangre de quien fue uno de sus peores pesadillas de otra época, un legendario general orco que había sembrado el terror a lo largo y ancho de los reinos. El antepasado de Naghig era el culpable de la única cicatriz que le atravesaba el pecho y casi había acabado con su vida, el antiguo mandamás y Caudillo de la Horda Negra llamado Wrunk.

    -Así que la profecía era cierta… Quién se lo podría haber imaginado… -Pensó Mergandevinasander. 

    Aquella batalla era recordada con anhelo por el dragón y como nunca consiguió su venganza tras la desaparición de Wrunk, decidió perdonar la vida de Naghig para así darle la oportunidad de crecer y volverse fuerte para en un futuro próximo revivir la pelea de la cual había jurado vengarse.

    -GLORBAUGH!- Exclamó Mergandevinasander. -Te ordeno que cuides a este niño como si fuera de tu descendencia. Críalo como un soldado y ponlo bajo la tutela de los mejores guerreros de la fortaleza! No te daré más detalles pero su linaje es de sumo interés para mi. Vuestra vida es perdonada…por ahora. -Dijo el dragón mientras cerraba sus ojos retomando el sueño en el que se encontraba.

    Desde ese día en adelante Glorbaugh adoptó al pequeño orco como uno más de los suyos. Naghig contó desde temprana edad con los mejores maestros de combate que el sucio dinero orco podía conseguir transformándolo en un prodigio de la batalla. La inversión parecía dar frutos puesto que Naghig aprendía rápidamente todas las técnicas que eran presentadas ante él tanto como el uso de pesadas cadenas para aplastar a sus enemigos como la preparación de todo tipo de cepos y trampas para capturar a sus víctimas.

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    en respuesta a: Cueva Gutjjakar #344531

    Interior de la Cueva: Almacen de Rocas

    Esta parece ser la habitación más amplia de la caverna. Sus paredes, como toda la cueva, están hechas de tierra apelmazada y parecen
    haber sido excavadas de forma natural. A pesar de la escasa luz presente logras ver cientos de diferentes piedras, cristales,
    metales, y gemas amontonados en una de sus esquinas acumulando el polvo tras el paso del tiempo. En el techo se abren unas pequeñas
    grietas por donde se filtra tenuemente la luz del exterior aunque no es lo suficiente como para observar a tu alrededor.

    Interior de la Cueva: Cubil del Tesoro

    La oscura caverna se abre paso hasta esta caótica estancia. Algunas raíces que se lograron abrir camino tras las paredes de la cueva
    ahora sirven para colgar distintos tipos de objetos que parecen ser de incalculable valor. Montones de cuerpos descompuestos se
    apilan en una de sus esquinas, algunos aun vistiendo las armaduras que en algún momento vistieron en vida. Al parecer, los habitantes
    de la cueva acumulan aquí todo tipo de riquezas obtenidas de sus malogradas víctimas los cuales se encuentran dispuestos por el suelo
    y apoyados en las paredes acumulando polvo y telarañas.

    Interior de la Cueva: Altar de Sacrificios

    La caverna se estrecha hasta llegar a esta misteriosa estancia donde un enorme bloque de piedra en bruto brota desde el suelo. Este
    tiene marcas de sangre y carne descompuesta a su alrededor los cuales producen un fuerte olor animal. Huesos de diferentes tamaños
    están colocados en una especie de altar alrededor de la roca desde la cual emana una poderosa sensación de salvajismo y fuerza bruta.
    Toscos e indescifrables grabados se pueden observar en las paredes de la caverna aunque es poco lo que logras ver debido a la
    oscuridad del lugar.

    Interior de la Cueva: Harén del Líder de la Manada

    Te encuentras en lo que pareciese ser el final de la caverna. El olor de esta estancia es fétido y repugnable ya que se encuentra
    repleto de huesos triturados y cadáveres en descomposición. La bestia que habita en este agujero pareciera ser inmensa ya que los
    restos esparcidos a su alrededor conservan su silueta animal. El ambiente está cargado de muerte y desolación. Lo único que consigues
    escuchar es el lejano goteo de un arroyo proveniente de los túneles contiguos a la caverna. Definitivamente no te gustaria averiguar
    quien mora en esta madriguera.

    Jashraia
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    -Aquí eztá el pequeño rezién nacido que te prometí Mergandevinasander.

    -¡Fuera de mi vista! Exclamó el dragón mientras observaba al pequeño que se encontraba en su lecho.

    Mergandevinasander, solo con la pequeña criatura, se preparó para llevar a cabo el sacrificio mirando al orco directo a sus ojos estudiando su alma. Fue en ese momento que el dragón observó algo que no se lo esperaba. Por la sangre del pequeño Naghig corría la sangre de quien fue uno de sus peores pesadillas de otra época, un legendario general orco que había sembrado el terror a lo largo y ancho de los reinos. El antepasado de Naghig era el culpable de la única cicatriz que le atravesaba el pecho y casi había acabado con su vida, el antiguo mandamás y Caudillo de la Horda Negra llamado Wrunk.

    -Así que la profecía era cierta… Quién se lo podría haber imaginado… -Pensó Mergandevinasander. 

    Aquella batalla era recordada con anhelo por el dragón y como nunca consiguió su venganza tras la desaparición de Wrunk, decidió perdonar la vida de Naghig para así darle la oportunidad de crecer y volverse fuerte para en un futuro próximo revivir la pelea de la cual había jurado vengarse.

    -GLORBAUGH!- Exclamó Mergandevinasander. -Te ordeno que cuides a este niño como si fuera de tu descendencia. Críalo como un soldado y ponlo bajo la tutela de los mejores guerreros de la fortaleza! No te daré más detalles pero su linaje es de sumo interés para mi. Vuestra vida es perdonada…por ahora. -Dijo el dragón mientras cerraba sus ojos retomando el sueño en el que se encontraba.

    Desde ese día en adelante Glorbaugh adoptó al pequeño orco como uno más de los suyos. Naghig contó desde temprana edad con los mejores maestros de combate que el sucio dinero orco podía conseguir transformándolo en un prodigio de la batalla. La inversión parecía dar frutos puesto que Naghig aprendía rápidamente todas las técnicas que eran presentadas ante él tanto como el uso de pesadas cadenas para aplastar a sus enemigos como la preparación de todo tipo de cepos y trampas para capturar a sus víctimas.

    -¡Despierta! Exclamó Glorbaugh mientras daba una bofetada en el joven orco interrumpiendo las visiones que este tenia producto del trance pues los guardias de las puertas de Golthur-Orod habían hecho sonar el cuerno que indicaba el ataque de enemigos a la ciudad. Naghig desconcertado y aún tratando de asimilar lo aprendido enroscó la pesada cadena en su brazo derecho y se preparó para defender su ciudad una vez mas…

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