Inicio Foros Historias y gestas A Eralie rogando y con el mazo legislando

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    • Alambique
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      Yrlin llamó suavemente a la puerta de la Comisaria Eumenide con sus delicados nudillos.

      Nadie respondió.

      Apoyó su oído contra la puerta de madera intentando escuchar algo, pero solo percibió silencio.

      Empujó la puerta con suavidad, no quería ni pensar que pasaría si pillaba a la Comisaria desvistiéndose.

      En ese momento una sonrisa se dibujó en sus labios, había recordado una broma que decían en la taberna.

      ‘¿Qué dice la Comisaria cuando se quita el sostén antes de acostarse?’
      ‘¡Ay, que fresquito está el suelo!’

      Yrlin se puso seria, le supo mal reírse de es broma de mal gusto.

      Siguió empujando hasta que abrió la puerta por completo.

      La habitación era modesta, pues la Santa Cruzada así lo consideraba y no gastaba un sesiom de más en artículos de lujo.

      Una pequeña cama, hecha concienzudamente sin dejar una sol arruga, presidía la habitación, con una pequeña mesita de noche, con un par de libros y un vaso de agua con algo extraño en su interior.

      Próxima a la chimenea y justo debajo de una pequeña ventana había una mesa, llena de papeles, que la Comisaría sería la única de entender el orden dentro de ese desorden.

      Yrlin se aproximó a la mesa, estaba aburrida, y se puso a husmear en los apuntes de la Comisaria.

      Fue en ese momento cuando se dio cuenta que había una nota en la puerta, se aproximó a leerla.

      ‘He salido, la Reina me ha encomendado una misión, espero que no se alargue mi ausencia’

      Justo en ese momento apareció Eumenide, con signos de fatiga pero con una sonrisa de satisfacción.

      Eumenide respira aliviada al llegar a casa.

      Yrlin hace una reverencia respetuosa.

      Eumenide hace una reverencia respetuosa.

      ‘Bienvenida Eumenide’, dijo Yrlin

      ‘Buenas tardes, mi Suprema’, contestó Eumenide al ver a Yrlin.

      Eumenide descargó sus pertrechos a los pies de la cama.

      ‘Acabo de leer vuestra nota, igual he pecado de curiosa’, dijo Yrlin

      ‘Para nada, Yrlin’, le contestó Eumenide.

      ‘Estaba puesta con esa intención’, continuó Eumenide.

      ‘¿Cómo os ha ido con el encargo de nuestra Reina?’, preguntó Yrlin, haciendo referencia a la nota que había leído en la puerta.

      Eumenide contestó ‘Ha sido todo un éxito, encontré al asesino y le dí muerte.’

      Eumenide continuó diciendo ‘No fue sin dificultad, pero Eralie me acompañaba a cada paso del camino.’

      ‘¿Enserio?’, preguntó Yrlin.

      ‘Era una de las cosas que quería hacer antes de que llegara mi hora, investigar la muerte de Elder’, continuó Yrlin

      Yrlin contestó ‘Eso me temía, pero he estado leyendo, y he descubierto que hay ciertos atuendos fabricados con piel de yeti, que nos aliviarán’

      ‘Tal vez podamos ir juntas’, sugirió Yrlin.

      ‘Me encantaría, sería todo un honor’, contestó entusiasmada con la idea Eumenide.

      ‘Pero sospecho que su visita viene motivada…’, dijo Eumenide cambiando de tema.

      ‘Por otras razones, ¿correcto?’, continuó diciendo Eumenide.

      ‘Así es’, confirmó Yrlin.

      ‘Creo que ha llegado el día’, dijo Yrlin

      ‘Tendremos que revisar la legislación de Takome’ continuó diciendo Yrlin

      ‘De acuerdo, y a colación de lo cual…’, contestó Eumenide.

      ‘Me gustaría que estuviera nuestra General presente, pero no sé dónde se habrá metido’, añadió Yrlin.

      ‘…he redactado unos borradores para las leyes de Haldem y Omons que me gustaría mostrarle’, sugirió Eumenide.

      ‘Iba a enseñarselos a nuestra Reina cuando me encomendó la última misión’, continuó Eumenide.

      ‘Oh, estupendo, yo tenía idea de revisar ley por ley e ir moldeándolas o incluso abolirlas’, contestó Yrlin entusiasmada por la iniciativa de la Comisario.

      ‘Quizás es mas propicio si usted los examina primero’, sugirió Eumenide a Yrlin.

      ‘Echemos un vistazo a ese borrador’, dijo Yrlin.

      Eumenide coge los pergaminos legislativos de su mochila

      ‘Pero…’, interrumpió Yrlin.

      ‘¿Sólo dos leyes? Y el resto…’, preguntó Yrlin.

      ‘¡Habrá que revisarlas todas, a fondo!’, exclamó Yrlin.

      Eumenide con cara desencajada hace una bola con los pergaminos y los arroja a un cubo en la esquina.

      ‘Me sabe mal decírtelo, pero vamos a tener que empezar desde cero’, sugirió Yrlin.

      ‘Que Eralie nos asista, será una labor titánica’, dijo Eumenide.

      ‘Pero si usted considera que ha de hacerse, así se hara’, continuó diciendo Eumenide.

      ‘Bueno, si algo tenemos en esta vida es tiempo’, dijo Yrlin consolando a Eumenide.

      ‘Cada vez menos, pero valdrá la pena emplearlo en dejar un legado digno para las futuras generaciones’, contestó Eumenide.

      ‘¿Cómo prefieres que lo hagamos?’, preguntó Yrlin.

      ‘Supongo que de una en una y de manera ordenada’, dijo Eumenide.

      ‘¿Las revisamos una por una?’, sugirió Yrlin.

      ‘Sí, me parece lo correcto’, confirmó Eumenide.

      ‘Está bien. sigamos ese orden’, dijo Yrlin.

      Eumenide comenzó a revisar las leyes una por una.

      ‘Ley ‘Baul_de_ciudadanos’, comenzó diciendo Yrlin.

      ‘Que debemos hacer a este respecto?’, preguntó Eumenide.

      Eumenide preparó la mesita despejándola de papeles para sentarse.

      ‘Podríamos añadir que los objetos cogidos deberán ser justificados’, sugirió Yrlin.

      ‘Porque no sienta bien depositar riquezas o cosas que nos sobran para que los jóvenes puedan ir mejor vestidos y que alguien los coja para su uso personal’, continuó diciendo Yrlin.

      ‘A fin de cuentas no queremos saqueadores’, dijo Eumenide.

      ‘Eso es lo que pretendemos’, afirmó Yrlin.

      ‘Y de qué manera regularemos esto?’, preguntó Eumenide.

      ‘Pues podríamos indicarles que escribieran una nota en el tablón’, sugirió Yrlin.

      ‘O para su reventa…’, dijo Eumenide

      ‘Eso es mucho peor’, dijo Yrlin con cierto malestar.

      ‘En la nota deberían indicar qué han cogido y con qué fin’, añadió Yrlin.

      ‘Sea, una enmienda a la ley Baúl_de_Ciudadanos’, dijo Eumenide con entusiasmo.

      Ambas mujeres tenían el mismo punto de vista en las modificaciones de las leyes, no era complicado que llegaran a un acuerdo.

      Eumenide apuntaba en su libreta las reformas a realizar.

      ‘Debería aplicarse a los baúles de la ciudad, tanto el de la Cruzada como al de ciudadanos’, sugirió Yrlin sobre esta ley.

      ‘Apuntado, ¿siguiente ley?’, preguntó Eumenide, ávida de reformar las leyes.

      ‘Dame un segundo, que tomo apuntes antes de que se me olvide’, dijo Yrlin.

      ‘Faltaría más’, contestó Eumenide.

      Eumenide se sentó a la espera.

      Yrlin mojó la pluma en el tintero y escribió en su característica letra, imposible de descifrar por el más sabio de los eruditos.

      ‘Ya está’, dijo Yrlin, una vez hubo terminado de escribir el borrador.

      Eumenide asintió con la cabeza.

      ‘Igual deberíamos revisar antes el tema de vagabundos’, sugirió Yrlin.

      ‘Ay, no sé’, se desdijo Yrlin.

      ‘Son tantas leyes…’, se lamentó Yrlin.

      ‘¿Tú que opinas?’, preguntó Yrlin, tratando de aclarar sus pensamientos.

      ‘¿Restringimos el paso de mercenarios a la Cruzada?’, continuó preguntando Yrlin.

      Eumenide respondió, con seguridad ‘Opino que la Cruzada Sagrada de Eralie debería estar vetada a todo mercenario sin importar su estatus, sin embargo, y exceptuando la Catedral de Eralie, deberíamos permitir el acceso a ciudad a toda criatura que demuestre sus buenas intenciones.’

      ‘Coincidimos en ello’, dijo Yrlin, feliz de coincidir en las ideas de la Comisario.

      ‘Incluso vetaría el acceso a la Catedral de cualquier ateo’, añadió tajante Yrlin.

      ‘Después de todo, La Catedral no es un lugar turístico, sino un templo de oración y recogimiento. Únicamente los fieles de Eralie deberían tener el acceso concedido’, continuó diciendo Eumenide, dando más argumentos.

      ‘Eso es lo que más me altera, ver ateos en la Catedral que no hacen nada más que molestar a los que se encuentran orando’, contestó Yrlin subiendo el tono de su voz.

      ‘Que le parece si…’, comenzó a sugerir Eumenide.

      ‘Abolimos todas las leyes actuales que regulen el acceso a la ciudad y sus distintas partes…’, continuó diciendo Eumenide.

      ‘No estaría mal’, contestó Yrlin.

      ‘E instauramos una nueva y generalizada que recoja todo esto’, propuso Eumenide.

      ‘Y dejar un poco más claro todo ese batiburrillo de leyes’, contestó Yrlin.

      ‘En ocasiones, menos es más, con una única ley ganaríamos en comprensión y claridad’, continuó diciendo Eumenide.

      ‘Sí, sabias palabras Comisaria’, contestó Yrlin.

      ‘A lo mejor redactándolo de otra forma’, sugirió Yrlin.

      Yrlin examinó unos bocetos legislativos y murmuró palabras hasta que tuvieron sentido en su mente.

      ‘Los vagabundos que sean reconocidos como nobles en la ciudad tendrán acceso a ella, a excepción de la Santa Cruzada de Eralie y de la Catedral de Eralie, donde no podrán entrar bajo ningún concepto. En el caso de ser encontrados en estos últimos lugares, se les pedirá que lo abandonen’, terminó diciendo Yrlin, después de la pausa.

      Eumenide apuntó en su libreta los cambios pertinentes.

      Eumenide se paró a pensar un momento.

      ‘No sé si deberíamos indicar algún tipo de sanción por incumplir’, añadió Eumenide.

      ‘¿Esto solo es para vagabundos?’, preguntó Eumenide.

      ‘Bueno, los mercenarios también’, contestó Yrlin.

      ‘¿Qué hay de los ateos entre nuestras propias filas?’, preguntó Eumenide.

      ‘Eso es otro tema, algo más complicado’, contestó Yrlin.

      ‘Una lacra si me preguntáis a mi, y una epidemia al parecer’, añadió Eumenide con síntomas de indignación.

      Eumenide se santiguó.

      ‘Es más’, dijo Yrlin.

      ‘Podríamos exigirles a los ateos que abracen de nuevo la Fe de Eralie’, propuso Yrlin.

      ‘Dándoles una oportunidad para redimirse’, continuó diciendo Yrlin.

      ‘So pena de…’, interrumpió cortésmente Eumenide.

      ‘En el caso de que se nieguen, recibirán el mismo trato que los vagabundos con estatus noble en la ciudad’, sentenció Yrlin.

      ‘Libre paso, pero nada de entrar ni en la Catedral ni en la Cruzada’, añadió Yrlin a su propuesta.

      ‘Me parece correcto, no hay cabida en la Santa Cruzada para los ateos confesos’, dijo Eumenide, mostrándose una vez más de acuerdo con la Cruzada Suprema.

      ‘Debemos pensar en las sanciones también’, sugirió Yrlin.

      ‘Porque, ¿de qué sirve una ley si no existe castigo por incumplirla?’, añadió Yrlin.

      ‘Las arcas están en horas bajas, podríamos matar dos pájaros de un tiro, ¿qué le parece?’, sugirió Eumenide.

      ‘En eso pensaba, tenemos que recaudar como sea’, contestó Yrlin.

      ‘Que nuestros guardias tienen muy buen salario’, añadió Yrlin.

      ‘Se ganan cada sesiom del mismo, me consta’, dijo Eumenide, justificando el salario de la guardia.

      ‘Apliquemos pues una sanción monetaria a los infractores, pero temo que no será suficiente con tocarles la bolsa’, dijo Eumenide.

      ‘¿Os parece que en el primer caso, se dé un aviso, a partir de ser avisados, si vuelven a ser vistos en estos lugares se les multará con 250 platinos, y la reincidencia conlleva una multa que será el doble que la anterior?’, propuso Yrlin.

      Yrlin hizo una pausa y finalmente dijo ‘La tercera reincidencia conlleva el exilio de la ciudad’.

      ‘Duro, pero contra el desafío de la reincidencia debemos ser contundentes’, contestó Eumenide a la propuesta.

      Eumenide anotó los cambios pertinentes a esta nueva ley en su libreta.

      ‘Con esto tendríamos el tema de los baúles, los vagabundos’, dijo Yrlin.

      ‘Y el problema con los ateos’, le recordó Eumenide.

      ‘Eso’, dijo Yrlin.

      ‘Los accesos a la ciudad’, añadió Eumenide.

      ‘Cierto, lo había olvidado’, dijo Yrlin.

      Menos mal que iban apuntándolo todo, pues ambas con esas edad no podían presumir de buena memoria.

      ‘Hay una ley también que no le veo mucho sentido’, continuó diciendo Yrlin.

      Eumenide escuchaba atentamente a la Cruzada Suprema.

      ‘Ley Comisión_de_Ak’Anon’, dijo Yrlin.

      ‘Establece un cargo vacío de funciones, aparentemente’, dijo Eumenide tras examinar dicha ley con detenimiento.

      ‘Sí, eso entiendo yo’, dijo Yrlin.

      ‘¿Quién ostenta el cargo actualmente?’, preguntó Eumenide.

      ‘Actualmente ocupa ese cargo Shyndriah TornillosSinFin’, contestó Yrlin.

      ‘No tengo el placer, ¿qué hace exactamente con su cargo?’, preguntó Eumenide.

      Yrlin se puso a pensar.

      ‘Pues según he podido leer…’, dijo Yrlin.

      ‘Nada’, dijo finalmente.

      ‘Me pregunto en que estaría pensando Greys..’, dijo Eumenide.

      ‘No sabría decirte, igual entabló una profunda amistad con la ciudad de Ak’Anon y trató de recompensarles por algo’, dijo Yrlin, tratando de justificar la existencia de esa ley.

      ‘Me preocupa que el pueblo de Ak’anon tomen como una ofensa abolir esta ley…’, dijo Eumenide, tratando de mantener la estabilidad política entre las ciudades.

      ‘¿Y qué hacemos?’, preguntó Yrlin.

      ‘¿Hablamos con ellos?’, preguntó de nuevo Yrlin.

      ‘En esta época de tensión diplomática el diálogo es primordial, sí’, contestó Eumenide.

      ‘En lugar de eliminar el cargo’, continuó diciendo Eumenide.

      ‘Bueno, hablaremos con ellos’, contestó Yrlin, siempre abierta al diálogo.

      ‘Dotémosle de alguna función’, sugirió Eumenide.

      ‘Algo tangible que pueda ser beneficioso para ambos’, continuó proponiendo Eumenide.

      ‘Que nos justifiquen la esencialidad de ese cargo, si debemos mantenerlo o no’, dijo Yrlin, algo molesta por el extraño cargo.

      ‘De acuerdo, me pondré en contacto con el Gran inventor’, sugirió Eumenide, siempre tan dispuesta en dialogar.

      ‘Cambiando de tercio…’, interrumpió Eumenide con cierto semblante serio.

      ‘Dime, Comisaria’.

      ‘Las leyes contra el robo podrían quedarse como estan, ¿me equivoco?’, preguntó Eumenide.

      ‘Sí, no veo motivos para cambiarlas’, contestó Yrlin.

      ‘Con las reformas en el acceso a la ciudad, no habria conflicto con la ‘ley_vagabundos_I’, continuó diciendo Eumenide.

      ‘Luego, podría sobrevivir la criba’, dijo Eumenide.

      ‘Sí, así es’, dijo Yrlin tras repasar unos garabatos que tenía apuntados.

      ‘La Ley ‘de_Eralie’ resulta redundante, ¿o permanecerá?’, preguntó Eumenide.

      ‘Déjame revisarla’, pidió Yrlin, mientras rebuscaba en sus papeles y trataba de descifrar su caligrafía.

      ‘En aspectos redunda con la ley Anarquía de Omons’, continuó diciendo Eumenide.

      Yrlin encontró por fin el papel que buscaba y, tras releerlo un par de veces dijo ‘Bueno, la ley de Eralie, es la ley que aplicamos en el caso de incumplir los mandamientos de Canon de Eralie, debería tratarse como una afrenta a Eralie, independientemente de la ciudad donde se produzca’.

      ‘No involucra a la ciudad de Takome’, continuó diciendo Yrlin.

      ‘Huelga decir que esa ley es indiferente, no aplica a la ciudad de Takome’, añadió Yrlin.

      ‘Podríamos anexionar las leyes de Omons y Greys en una sola’, sugirió Eumenide.

      ‘¿Cómo sería eso?’, preguntó Yrlin, con cierta incredulidad.

      ‘Y las leyes de Nirnesil Ley ‘Contra la violencia’ y Ley ‘Defensa de la Integridad’ también parecen redundar’, dijo Eumenide.

      El conocimiento de las leyes por parte de Eumenide estaba patente, se podía percibir que las había repasado a conciencia.

      Eumenide revisó sus documentos legislativos y continuó diciendo ‘Cumplir las leyes es obligación de todo Cruzado. La ignorancia de la ley no servirá de excusa para su incumplimiento, por lo que tendrán que tener las leyes siempre a consideración. Quien no actúe en conformidad a esta norma podrá llegar a ser severamente sancionado. Hacer cumplir las leyes es obligación exclusiva de la Cruzada y sus mandatarios y nadie, absolutamente nadie, podrá tomar la justicia por su mano dentro del reino de Takome. Se hará enemigo de Takome a todo aquel que no respete esta ley’.

      ‘Ah, esa…’, dijo Yrlin, dando la sensación de recordar esa ley.

      ‘Eso seria anexionar no anarquía y cruzados’, dijo Eumenide.

      ‘Quizás fundir es la palabra adecuada’, dijo Eumenide corrigiéndose a sí misma.

      ‘Sí’, dijo Yrlin.

      ‘Entonces resumiríamos dos leyes en una’, dijo Yrlin entusiasmada.

      ‘Respecto a las leyes del Cruzado Nirnesil, podría hacerse algo similar’, sugirió Eumenide.

      ¡Pues sí, a ver cómo lo hacemos’, dijo Yrlin.

      Yrlin rebuscó de nuevo entre sus papeles, leyéndolos una y otra vez, entrelazando las leyes para que cobraran sentido.

      ‘Estará totalmente prohibido realizar cualquier tipo de hechizo o encantamiento hacia nuestros ciudadanos, cruzados y guardias, independientemente de su procedencia. Los que posean un carácter benigno o de aumento de moral hacia nuestros aliados estarán exentos de esta ley. Se prohíbe también cualquier tipo de agresión sea o no permitida en cualquier zona de la ciudad exceptuando el Cónclave de Guerra, donde Lady Adara supervisará que los entrenamientos se están llevando de forma correcta’, dijo finalmente Yrlin.

      ‘No lo podría haber resumido mejor’, dijo Eumenide con entusiasmo, otra vez estaban de acuerdo.

      ‘Sólo tenemos que buscarle un nombre bonito y concretar las sanciones’, dijo Yrlin.

      ‘Ley de la Salvaguarda’, propuso Eumenide.

      ‘Me gusta como suena’, dijo Yrlin.

      ‘Respecto a los castigos…’, añadió Eumenide.

      ‘¿Monetario otra vez?’, preguntó Eumenide.

      ‘Yo creo que es donde más les duele a los infractores’, dijo Yrlin.

      ‘En la bolsa…’, añadió Yrlin.

      ‘Sea, en el peor de los casos, la necedad de algunos reportará beneficios para muchos’, dijo Eumenide.

      ‘Eso me temo’, dijo Yrlin.

      ‘Creo que quedaría por revisar la Ley Enemistad racial’, dijo Eumenide.

      ‘Bueno, esa con la nueva ley de vagabundos, deberíamos abolirla’, sugirió Yrlin.

      ‘¿No crees?’, preguntó Yrlin, siempre dispuesta en tener en cuenta la opinión de Eumenide.

      ‘De permanecer vigente entraría en conflicto con las nuevas normas de acceso, sí’, contestó Eumenide.

      ‘Hechicería corona y Base de granito tienen su razón de ser’, continuó diciendo Eumenide.

      ‘Sí, aunque la base de granito, el otro día estuve leyéndola, y ha quedado un poco obsoleta’, contestó Yrlin.

      ‘¿Tenemos recursos para actualizarla?’, preguntó Eumenide.

      ‘Me temo que no’, contestó Yrlin.

      ‘Necesitaremos la ayuda de un buen cincelador’, sugirió Yrlin.

      ‘Podríamos revisarla algún día y buscar algún diestro cincelador que haga su trabajo’, continuó diciendo Yrlin.

      ‘Con esto último creo que hemos revisado todas las leyes, mi cruzada. Simplemente queda preguntar: Hay alguna que queramos añadir?’, preguntó Eumenide.

      ‘¿Algo que se nos haya escapado?’, continuó preguntando Eumenide.

      ‘Pues la verdad es que no, las leyes estaban bien, en su mayoría, aunque habían ciertas incoherencias’, contestó Yrlin con claros síntomas de satisfacción por haber hecho bien sus funciones.

      ‘Tomemos pues un descanso, para ponernos en contacto con Ak’anon, pasar al limpio las nuevas leyes y presentarle el proyecto a Priis’, sugirió Eumenide.

      Ninguna de las dos era consciente del tiempo que habían pasado tratando de poner orden en este caos legislativo, pero ya comenzaba a despuntar el nuevo día.

      ‘Conforme’, dijo Yrlin, pensando en zambullirse en su mullida cama.

      ‘Que esto de revisar y revisar me deja agotada’, añadió Yrlin.

      ‘Que manían tienen de redactas las leyes con esta letra tan pequeñita…’, se quejó Yrlin.

      ¡Pues si me disculpa, yo también estoy agotada, más aún a cuenta del largo viaje del que recién he llegado’, dijo Eumenide.

      ‘Sí, perdona, ni lo recordaba’, dijo Yrlin, sintiéndose mal por haber alargado la reunión.

      Eumenide sonrió.

      ‘Te dejo descansar, Eumenide. Muchísimas gracias por el apoyo en esta cuestión’, dijo Yrlin, dando por zanjada la reunión.

      Eumenide no esperó ni un segundo para ir quitándose las piezas más pesadas de su armadura y las fue dejando a los pies de su cama.

      ‘No hay de qué, Cruzada Suprema, es mi labor’, contestó Eumenide mientras se lavaba la cara en un barreño de porcelana.

      Yrlin abandonó la estancia de la Comisaria, asegurándose de que quedara la puerta bien cerrada y se encaminó a sus aposentos, mañana será un gran día, u hoy, pero … ¿qué hora era?

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