Inicio Foros Historias y gestas Agaraes, los orígenes. (O De cómo se pierde la inocencia).

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      Agaraes nació en un barrio adinerado y bien asentado de la ciudad de Galador. Como buena niña adoctrinada por la burguesía, no mostraba interés en trabajar, en estudiar ni tampoco en las tareas del hogar, para algo existían los sirvientes. A la edad de 8 años, fue enviada a la catedral de Seldar bajo la custodia del padre Anselmo para ser instruida en las artes y conocimientos eclesiásticos de Seldar, puesto que, en aquel entonces, era donde se solían enviar a los hijos de gente noble para aprender a leer, escribir, etc.

      Padre Anselmo era un hombre mayor, de unos 60 años. De cabellera grisácea, ojos pequeños e inquietos tras unas lentes circulares y manos delgadas llenas de venas, padre Anselmo era el encargado de la misa de los domingos. Cierto día, estando Agaraes de monaguilla sosteniendo una vela, Padre Anselmo le preguntó con una voz carrasposa…

      Padre: Agaraes, qué mayor te ves, ¿Qué edad tienes ya?

      Agaraes: Nueve años.

      Padre: ¡Nueve años!, ¡pero si aparentas seis… digo, doce!, qué mayor. ¿Ya te sabes todos los preceptos de Seldar?

      Agaraes negó con respuesta firme: No, aún no.

      Padre: Eso tiene fácil solución, yo te ayudaré, así tus papas no te castigarán por ello. Ven luego de la misa a mi despacho para repasarlos, no te costará nada. Llama antes de entrar.

      Con la inocencia de una niña bañada por las comodidades de la riqueza y el desinterés natural de ello, al terminar la misa, Agaraes depositó con cuidado los útiles en el armario tras el altar y se digirió, movida por la curiosidad, hacia el despacho privado del padre Anselmo. Una vez allí, oyó un extraño ruido… era un ruido rítmico, repetitivo. Como el de un niño chapoteando con botas nuevas en charcos de fango bajo un día lluvioso. Agaraes estuvo tentada de golpear la puerta, pero… quiso observar por el agujero de la cerradura. Allí observó bajo la tenue luz de una vela, al Padre Anselmo sentado de espaldas, con su túnica recogida por encima de las rodillas. Parecía inquieto, pues parecía temblar de frío.

      Agaraes abrió la puerta con sumo cuidado y al cerrarla, el chirriar de unas visagras advirtió su presencia. Padre Anselmo giró levemente el rostro, todo empapado en sudor y la observó con esos ojos inquietos.

      Agaraes preguntó titubeando: ¿Padre… qué hace? ¿Se encuentra bien?

      Padre Anselmo respondió con voz entrecortada: Expulso un demonio del mal… ¿Quieres verlo?, acércate, vamos… no es peligroso…

      Nuestra pequeña caminó lentamente por las firmes tablas de madera hasta alcanzar a su anfitrión. Allí, algo horrible ocurrió que marcaría el resto de su porvenir. Padre Anselmo se giró y sosteniendo su enorme, venoso y arrugado pene con ambas manos, apuntó hacia Agaraes y gritó: ¡Ahí va el poder de Seldar!… Agares fue completamente impregnada de leche. Un turbio líquido blanquecino salió de forma irregular manchándole pelo, rostro, vestimentas… El grito resonó con tal fuerza que hasta Seldar lo oyó.

      Padre Anselmo: ¡¡Shh! ¡Shhh! ¡No grites! ¡Pero porqué gritas, hija de Putifer!

      Ni decir que, a los 3 días, Padre Anselmo fue torturado y obligado a confesar por la santa inquisición de Seldar de ese abuso y otros muchos más que seguramente no cometió, pero que fueron necesarios para que acabara condenado a la hoguera ritual. Agaraes miró con cara de odio como aquel cuerpo en llanto, tembloroso y enfermo, se consumía por las vivas llamas lentamente hasta quedar inconsciente. Los gritos de dolor de aquel ser humano no fueron suficientes para atenuar el odio que Agaraes sentía por aquel hombre y por cualquier otro.

      Con los años, nuestra protagonista fue enviada a la fortaleza de D’hara bajo la supervisión del maestro Vali para que el recuerdo del turbio incidente se fuera disipando de la catedral de Seldar como la niebla se disipa ante un día soleado. En aquel lugar aprendió conceptos sobre demonología, invocación y esoterismo. Demostrando devoción y carácter, cuando cumplió la mayoría de edad, regresó a Galador por orden de Lord Vali donde fue nombrada Inquisidora junto a otros compañeros. No era la misma niña de 8 años tímida, endeble y indecisa que no sabe en qué lado de la cama orinarse. Ahora era una mujer dura, fría como el acero e implacable. Lord Vali, encargado de tutelar aquellos moldes para vaciarlos y darles forma nueva, hizo un buen trabajo, al parecer.

      Con el tiempo, Agaraes se convirtió en una mujer feminista radical, fanática del movimiento purificador de Seldar y implacable con la tortura. Odiaba a todo hombre, odiaba a todo pobre y odiaba a todo ser que se pavonease de su situación y no siguiera al pie de la letra las doctrinas de Seldar. Le encantaba arrancar de la carne los secretos más turbios y confesiones con el látigo desollador. En verdad, disfrutaba haciéndolo.

      Hoy en día, obtiene placer y excitación del oír de los lamentos de los torturados. Le encantan los vestidos apretados, el chasquido del cuero al doblegarse e infringirse daño a si misma si considera que el placer obtenido es demasiado impropio de una Alta Inquisidora. Cuando tortura a un desdichado, es frecuente que sitúe su rostro a escasos centímetros de su víctima para capturar sus últimos alientos como una planta atrapamoscas obtiene los últimos jugos de un insecto ya casi digerido.

      Considera que todos los fieles de Eralie son unos pecadores que se pavonean de su alto nivel de vida de fantasía y comodidades. No estarán preparados para cuando llegue el día del juicio final. Alguien debe prepararlos para el dolor y el sufrimiento que les espera en el Averno por impuros y por viciosos. Por eso, se encarga de expandir la peste de Seldar por territorios del este en sus horas libres, ya sea mediante la palabra o la calavera. El dolor es el único camino al arrepentimiento y a la conciencia del ser, dice ella.

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      -= Amores que matan =-

      Salas de tortura de la Inquisición de Dendra. Anochecer de 5 de Jule del 162, Era 4ª.

      En Galador se hizo popular la orden “limpieza de basuras” por parte del ministerio de asuntos internos. Dicha orden exigía la eliminación de ratas, perros y pobres de las calles exteriores de la ciudadela. Con el tiempo la orden se acabó suprimiendo, pues se acabó aceptando la presencia de perros y ratas.

      Un pobre desdichado, de cabellera desaliñada, barba de hace meses y más escuálido que la sombra de un alambre está maniatado por enormes grilletes a una pared. Completamente desnudo, va a ser interrogado acusado de pertenecer a una organización criminal de ladrones llamada Guante Blanco. En verdad, es bastante probable que aquél pobre paria no haya oído hablar nunca de tal organización y que hubiera sido fortuita su presencia en la taberna Dos Clavos el día de la redada. Fuera como fuera, no se podía dejar lugar a la duda. Si había alguna verdad… era el momento de saberlo.

      Agaraes se presenta en aquel sótano formado por grandes bloques de piedra húmeda y moho. Oscuro, tenuemente iluminado por el baile de sombras de unas velas. Agarra su látigo desollador y lo hace crujir entre sus manos al apretar el cuero con sus manos. Se acerca al pobre indigente y golpeando lentamente el pomo del látigo en su mano, dice con voz pausada…

      • Te presento a mi amante, el señor Desollador. Primero os conoceréis un poco, aunque él no confiará mucho en ti. Luego, cuando os volváis amigos, le contarás alguna que otra verdad. Por último, cuando intiméis… se lo contarás todo.

      Agaraes hace bailar su látigo desollador por encima de su cabeza, dando un par de vueltas para finalmente, golpear la espalda de pobre. El chasquido seco es acompañado de un grito de desesperación y trozos de carne y sangre que salpican las paredes y suelo de aquel siniestro lugar.

      • ¡Confiesa! ¡Perteneces a Guante Blanco!

      Cada negativa del pobre reo es acompañada de un nuevo azote. Pequeños ríos de sangre surcan la espalda de aquel desafortunado y las lágrimas se juntan con marcas de sangre seca en su rostro.

      Después de un pequeño rato repitiendo el proceso, Agaraes enrolla su látigo. Se acerca, apoya su hombro sobre la espalda del prisionero y con una sonrisa en el rostro le dice…

      • Eh…, ¿Qué tal si confiesas y nos vamos de aquí, a tomar unas cervezas a la posada?, vamos… dilo, salgamos de este apestoso lugar…

      El reo, semi inconsciente, levanta su rostro y con una mueca en lugar de una sonrisa, asiente.

      Agaraes se retira, coge un pequeño tubo de ensayo de cristal lleno de alcohol puro. Lo abre, y lo vierte sobre la espalda del prisionero, el cual apenas tiene fuerzas ya para gritar.

      • ¿! Cómo, ¡¿pero… hace un momento querías ingerir alcohol y ahora te lo ofrezco y no lo quieres?!, ¡ERES UN DESAGRADECIDO!

      Agaraes hace bailar su látigo desollador por encima de su cabeza, dando un par de vueltas para finalmente, golpear la espalda de pobre de nuevo.

      El paria humano no logra sostenerse en pie y ya cuelga como un pelele de las cadenas que aprietan fuertemente sus muñecas. Por su parte, Agaraes, se acerca y sitúa su rostro a escasos centímetros de la oreja del prisionero, para susurrarle lentamente mientras sostiene su látigo por el mango y se lo pone en la entrepierna.

      • Ya sé, quieres joderme, ¿verdad?… ¿Quieres meterme unos centímetros…?, Te gustaría empotarme en esa mesa y romperme el trasero, ¿no?, quieres calentarme como una perra para que Seldar me castigue.

      Agaraes suelta un siseo similar al de una serpiente. El prisionero levanta la cabeza y niega tal afirmación, apenas sin fuerzas.

      • ¿¡NO SOY LO BASTANTE BUENA PARA TI?! ¡CONFIESA MALDITO PERRO!

      Agaraes hace bailar su látigo desollador por encima de su cabeza, dando un par de vueltas para finalmente, golpear la espalda de pobre.

      • ¿Crees que me gusta hacer esto…?, te equivocas… ¡EN VERDAD LO DISFRUTO!

      Agaraes hace bailar su látigo desollador por encima de su cabeza, dando un par de vueltas para finalmente, golpear la espalda de pobre. Este, finalmente, se desmaya. Ahora cuelga como un saco de patatas inerte. Balanceándose lentamente por la fuerza de los golpeos de la clériga.

      La Alta Inquisidora se dirige a la puerta y la golpea con los nudillos. Dos hombres rudos aparecen y desatan al prisionero. Preguntan a la inquisidora qué hacer y ella responde: Es inocente. Los hombres se miran entre sí y reiteran su pregunta. Agares responde: Hacedlo desaparecer y traed al siguiente.

      Al breve, mientras nuestra protagonista limpia con un paño de lino negro restos de sangre de sus guantes, aparece una mujer de mediana edad, con ropajes rotos y cabellera desaliñada. Le ponen los grilletes y dejan a la clériga a solas con ella. Ésta última coge una pequeña nota y lee: adulterio.

      Agares se dirige a la mujer, la cual muestra pánico en su rostro, y le dice…

      • Te presento a mi amante, el señor Desollador.
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      -= Fortalecer el Alma =-

      Agaraes apagó la vela que iluminaba el escritorio. Cerró el libro que tenía ante sí, colgó su rosario en una pequeña estatua decorativa y abandonó aquella estancia. Poco después descendió hasta el sótano, un lugar lúgubre coma y donde el único que se percibía era el tintineo de pequeñas gotas de humedad que desde el techo. Se quitó su camisa, agarró un pequeño látigo de cuero negro con pequeños hilos reforzados con espinas metálicas y se arrodilló ante una estatua con el rostro de Seldar. El ritual era sencillo, consistía en repetir una serie de frases y acompañarlas de un latigazo en la espalda. Era el ritual de purificación del alma.

      » oh Dios Creador, apiádate de mi orgullo y mi soberbia.

      *Latigazo.

      » oh Dios Creador, apiádate de los malos pensamientos.»

      *Latigazo.
      » oh Dios Creador, apiádate de mí por la suerte que corro y el poco favor de los desdichados.»

      *Latigazo
      » oh Dios Creador, apiádate de mí porque soy una pecadora».

      *Latigazo

      Cada oración iba acompañada de un chasquido sordo y seco. Pequeñas gotas sangre caían por su espalda y la rojez de la piel se iba convirtiendo abiertas heridas de carne viva. Era inhumano, solamente una mente enferma y devota podía soportar aquel castigo de su propia mano. Pero no hubo ni una palabra de lamento o dolor. Todo cuanto se oía en aquella instancia eran los chasquidos del látigo desollador y el tintineo de las gotas de humedad. La carne podía perder su color, su fuerza o su vivez, cosas que ocurren bajo el inexorable paso del tiempo, pero el alma se fortalecía como un murro blindado.

      Acabado el ritual, Agaraes se puso una camisa negra y guardó los utensilios de compasión. La camisa no tardó en absorber los restos de sangre de la espalda. Se incorporó, y abandonó a aquella estancia lugar por el cual entró, con el mismo rostro hecho piedra. Ascendió por unas escaleras y pasó por delante de la cámara de tortura de la Santa Inquisición. Observó el destino fatídico de aquellos desdichados y pensó para sí misma: No es muy distinto el dolor que ellos sienten al que siento yo. La gran diferencia es que mi dolor tendrá una utilidad y el de ellos es en vano. Todo es en vano pensaba. Los muros caen, los ejércitos son derrotados, los castillos se derrumban y los bosques son deforestados con el tiempo por la acción del hombre. Lo único que perdura es la fe y el alma, y es lo único que descuidamos.

      Pero yo no voy a permitir eso. Mientras me quede una sola gota de vitalidad en este cuerpo, haré todo lo posible para recordárselo. Voy a recordarles a todos estos infieles el valor ínfimo de la carne y el del espíritu. La única manera de valorar uno es perder el aprecio por el otro, decía mientras las heridas aún sangraban levemente.

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