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Chispazos de luz volaban de aquí a allá producto de los proyectiles mágicos al impactar contra los escudos, mientras que los combatientes lanzaban contra conjuros o esquivaban hechizos varios, que poco a poco iban reduciendo aquella cueva a escombros.
—¡Cúbranme! —exclamó Keizo hacia sus compañeros, quienes se apresuraron a adelantarle para hostigar a sus enemigos a base de hechizos.
Estos eran un semi—drow y un semi—elfo, quienes atacaban de formas dispares. Ethrir, el semi—elfo, realizaba gestos y manipulaba componentes para conjuros con una mano, al mismo tiempo que con la otra atacaba empuñando una daga de etérea hoja. Mientras, Dhazem, el semi—drow, entonando plegarias a su deidad, con un puñal en cada mano arremetía contra sus agresores, curando el daño que recibía en el proceso.
Con sus compañeros manteniendo ocupados a los atacantes Keizo alzó un muro de fuerza para protegerse, puesto que se disponía a iniciar un largo conjuro.
Al compás del cántico del mago, semi—elfo y semi—drow seguían enfrentando y eliminando enemigos, esperando que su compañero terminase rápido su hechizo.
Si bien les superaban en número, a su favor tenían mayor experiencia, habilidad y conocimiento. Sin embargo, los enemigos parecían no acabarse y su poder mágico bruto era tan grande como limitado su repertorio de hechizos.
Sujetando a un atacante por la muñeca, Dhazem le obligó a tocar a uno de sus compañeros haciendo que la presa sacudidora se descargase sobre este, a la vez que con su mano libre le atravesaba un pulmón con la daga. De reojo observó a Ethrir, que se deshacía de dos agresores, uno con su daga y el otro con una andanada de proyectiles mágicos lanzados a quemarropa.
—¡Círculo! ¡Dhazem, círculo! —gritó Ethrir. Asintiendo, Dhazem alzó una plegaria a su dios preparándose para convocar el círculo de náusea, mientras que Ethrir les alejaba de sus enemigos con un hechizo invertido de repulsión.
Con el resonar de la batalla como fondo, Keizo continuó recitando su hechizo, desgranando palabra tras palabra a la vez que extraía componentes de sus bolsillos, los cuales desaparecían entre destellos tras ser gastados. Formulaba un hechizo de su propia cosecha, el cual él consideraba una demostración del poder de su especialidad, o falta de ella.
Si bien era incapaz de formular los más poderosos hechizos de cualquier escuela, sus energías se consumían en menor cantidad al emplear la magia, además de que había desarrollado una gran habilidad para combinar hechizos de distintas escuelas, o para modificar y emplear versiones alteradas, pero más débiles de alguna escuela en particular.
Sabiendo que llegaba al clímax de su hechizo, soltó un grito de advertencia para sus amigos mientras desataba su magia.
Al cerrar el círculo, los atacantes comenzaron a sufrir convulsiones, siendo todos sus hechizos cortados por aquella terrible magia. Empeorando su situación aún más por una bola de fuego arrojada por Ethrir.
—Ethrir… cuanto le falta a Keizo, me estoy agotando… —dijo entre jadeos Dazhem, mirando a su compañero.
—No mucho, espero… estoy igual que tú, se me están terminando los hechizos estudiados —contestó el aludido.
—Jodidos aguas negras… prepárate, ya vuelv… —La frase fue interrumpida por el grito de advertencia, señal que ambos esperaban.
Al unísono y en una acción bien practicada, extrajeron unas pequeñas perlas de sus bolsillos, arrojándolas contra el suelo y rompiéndolas con las botas, para a continuación echarse cuerpo a tierra.
La magia desencadenada por Keizo era un hábil uso de la escuela de abjuración.
Compuesta por 3 ráfagas arcanas emitidas casi al mismo tiempo en todas direcciones, cada una poseía un efecto diferente.
La primera, similar al hechizo disipar magia, tenía como objetivo localizar y destruir todo hechizo de devolución de conjuro dentro de su alcance, y tras cumplir su propósito, activar las siguiente.
La segunda, consistía en una gran ráfaga de éter descontrolada, destinada a desestabilizar los conjuros de los usuarios de magia afectados, y en un débil hechizo de repulsión, cuyo objetivo era hacerles perder el equilibrio.
Mientras que la tercera, era una variante mucho más débil y de mayor área de alcance de un conjuro de negación de la esencia, que destruía todo rastro de magia que aún pudiese quedar.
Las perlas previamente rotas por Dhazem y Ethrir activaban la única protección que Keizo había conseguido diseñar para tan complejo hechizo, solo durando esta por unos pocos segundos, mientras que el echarse al suelo les habitaba pasar por el trago de la repulsión.
Pillados por sorpresa, los enemigos no supieron que hacer al ver repentinamente todos sus hechizos disipados, tardando en reaccionar y reorganizarse, tiempo suficiente para ser muertos por el grupo.
Cargando en la estela de una bola encadenada de fuego, Ethrir y Dhazem remataron a todos aquellos que por algún milagro aún continuasen con vida.
—Bien, bien. ¿Que protegían con tanto empeño estos tipos? —dijo Keizo mientras recogía las insignias aguas negras de los cadáveres.
—No lo sé, pero espero que sea algo valioso —le respondió Ethrir mientras se acercaba a uno de los cuerpos en mejor estado, sacando una varita de entre sus ropas.
Tras concentrarse un minuto, consiguió activar la magia de la varita, animando al cadáver que con esta señaló. Con una orden mental, lo mandó por delante del grupo, de tal modo que activase cualquier trampa que pudiese dañarles.
Apartando restos, los cuatro caminaron hacia el fondo de la cueva.
Entre destellos y pequeñas explosiones, el zombi activaba una tras otra las trampas, viéndose acribillado por dardos envenenados, atravesado por dagas encantadas y destrozado por hechizos, abriendo camino al resto del grupo.
Finalmente, llegaron al fondo de la cueva, justo al mismo tiempo que el zombi caía rematado por lo que aparentemente era la última trampa, acabando sus huesos a los pies de una pared de piedra.
Perfectamente lisa y sin marca o señal alguna, esta parecía simplemente un muro de roca cualquiera, sin propiedad o importancia alguna.
—Vaya, otra vez el mismo truco, una ilusión… —Dijo Ethrir sonriendo.
Cuando este se disponía a lanzar un conjuro, Keizo le detuvo con un gesto de la mano.
—Espera, estos perros aprenden trucos nuevos. Posiblemente si usas un conjuro de detección de magia desencadenes algún hechizo que nos mate —le dijo el mago mientras metía una mano en su mochila.
—Malditos aguas negras… me costarán 700 platinos —continuó hablando a la vez que extraía un pergamino y lo desplegaba—. Este, es un pergamino hecho por encargo por un adivino. Le falta poco para ser un conjuro de ver realmente, y habitará cualquier trampa que pudiesen haber colocado. Esperen un minuto, trataré de ver que esconde esta ilusión.
—Tras sus palabras, comenzó a recitar una tras otra las líneas del pergamino, desechándolo al llegar al final de este. Repentinamente sus ojos se iluminaron, comenzando a brillar con mayor intensidad cuando dirigió su mirada hacia la pared.
—Bien, bien. Aquí debe haber algo más aparte que cristal… estos hechizos son demasiado complejos y caros para ser usados en la protección de un depósito, por más grande que este sea.
Una de las ilusiones más complejas que les he visto hacer… Ya, entiendo, un segundo más y os explicaré.
Al parecer hay dos ilusiones. La primera tiene dos propósitos. Uno es devolver lecturas falsas a cualquier hechizo de detectar magia lo bastante débil como para no levantar sospechas en su conjurador, y el otro es esconder los demás hechizos y estructuras rúnicas detrás de este ante los hechizos más fuertes. Mientras, la segunda mostrará falsos hechizos ocultos en caso de que se descubra la primera ilusión.
Y los conjuros que oculta… necesito que examinen el techo—.
—De acuerdo —respondió Ethrir al mismo tiempo que convocaba un disco flotante de Ikim.
Aun gesto de este, Dhazem se subió, alzando la mirada hacia el techo a medida que el disco se elevaba más y más.
—¿Ya no puedo subirlo más, que ves? —gritó el semi—elfo desde abajo.
—Veo… veo runas inscritas en la piedra. Lo poco que entiendo de esto… algo de reforzar y… ¿explosiones? creo que hay runas de deflagración… —le respondió un dubitativo Dhazem.
—Ya. —dijo Keizo—. El primer hechizo que ocultan estas ilusiones es alguna clase de disparador, que reacciona ante poderosos hechizos de detección, y que seguramente activa las runas del techo. Los otros son un muro de piedra, un muro de fuerza y una tormenta ácida.
—Bien, ¿por cuál empezamos? —dijo Ethrir.
—Espera, espera. Disipar cualquiera de estos hechizos por separado provocaría la activación del disparador, e intentar siquiera tocarlo nos dejaría enterrados bajo toneladas de roca -dijo Keizo conteniendo a su compañero con una mano.
—¿Entonces qué? —le respondió el semi-elfo, mirándole inquisitivamente.
—Normalmente plantearía una solución ridículamente complicada que requeriría el esfuerzo de los tres, pero he venido preparado—.
Pronunciando unas pocas palabras creó una ventana al plano etéreo, en la que metió una mano extrayendo un largo pergamino.
Tras cerrarse la ventana desplegó el pergamino, mirándolo pesaroso.
—Seldar los lleve… ahora me costarán otros 900 platinos más —murmuró con los dientes apretados mientras se preparaba para leer.
—¿No soy un experto en magia arcana ni mucho menos, pero eso es un pergamino de negación de la esencia? —preguntó Dazhem, mirando con algo de asombro a Keizo.
Con un asentimiento de cabeza, El mago comenzó a recitar el pergamino, sonriendo cuando su magia se activó y en un momento eliminó la trama de hechizos que protegían el muro, exceptuando el muro mismo.
—Dazhem, ya sabes que hacer —le dijo mirando al semi-drow, el cual con un asentimiento de cabeza envainó uno de sus puñales y comenzó a entonar una plegaria.
Tras terminar, no parecía haber producido efecto alguno, sin embargo, el semi-drow se acercó a la pared.
Hundiendo su daga en la piedra como si de mantequilla se tratase, fue cortando un rectángulo en la piedra abriéndose camino en el muro.
Tras terminar, hizo un gesto en dirección hacia Keizo, el cual lanzó un cono de hielo sobre los bordes del rectángulo, para tras enfriarlos, empujar el trozo cortado con magia.
Alertas, uno por uno se fueron introduciendo en la siguiente cámara, esperando que alguna trampa saltase.
La cámara en la que se introdujeron no era muy grande, sin embargo, tenía estanterías talladas en las paredes, y estaba repleta de cajas y cofres.
Estos, ordenados de cualquier manera en el centro de la estancia, no resultaban tan llamativos como las estanterías, que relucían por el brillo de los lingotes de oro, las gemas y demás objetos de valor que en estas descansaban.
Con un apreciativo silbido Dazhem repasó con la mirada las riquezas allí guardadas mientras decía: —Aquí debe haber una fortuna en miles de platinos… ¿Fuera de lo que ganaríamos con la venta de estas cosas, debería resultar en un gran golpe para los aguas negras el apoderarnos de esto no? —
—Si… pero primero quiero ver que hay allí —dijo Ethrir mientras señalaba las cajas.
Acercándose hacia el montón, Keizo y Ethrir extendieron las manos, levantando y abriendo una con magia.
Reposando unos encimas de otros, columna tras columna de pequeños cristales se hallaban, pulsando de forma aleatoria, emitiendo chispazos cada tanto.
—Cristal. Hemos de quedarnos con las riquezas, y destruir el cristal —dijo categóricamente Keizo a sus compañeros—. Conjuren discos o cualquier método de transporte que tengan a su disposición… yo me encargaré del jodido cristal—.
Obedeciendo la orden, Ethrir convocó un disco flotante y un sirviente invisible, a la vez que Dazhem se arrodillaba y abría su mochila, mientras que Keizo imitaba al primero.
Ordenándoles a los sirvientes que trasladasen todo el material de las estanterías a los discos, Ethrir y Keizo se dirigieron hacia las cajas del centro. Mientras, Dazhem se dedicaba a llenar su mochila con cuanto podía cargar en sus brazos, lamentando no poder llamar su propio sirviente.
Ya ante las cajas, ambos sacaron de sus mochilas unos pequeños ovoides de piedra, que con magia fijaron en cada esquina del montón. Tras esto, alzando las manos entonaron un breve conjuro, observando como las piedras brillaban y comenzaban a parpadear.
Extrayendo otro ovoide de su mochila, esta vez de cristal, Keizo lo acercó a las cajas durante un momento, pronunciando otra serie de palabras que hicieron iluminar runas marcadas en la superficie vidriosa.
Tras finalizar el trabajo, con los discos y las mochilas repletas, se dispusieron a irse, contentos por la labor realizada.
Ya en el exterior de la cueva, Keizo alzó un escudo de energía y un muro de fuerza, para luego girarse hacia Dazhem con el cristal en la mano.
—¿Nos haces los honores? —le dijo al semi-drow ofreciéndole el objeto.
Con un asentimiento de cabeza, Dazhem tomó el cristal en sus manos, para a continuación arrojarlo contra el suelo y romperlo de un pisotón, liberando un breve estallido de magia.
Un momento después una seguidilla de explosiones sacudieron la cueva, derrumbándola y sepultando su interior bajo toneladas de roca, arrojando fragmentos de piedra y polvo en todas direcciones, empujados por la terrible onda cinética producida por la explosión.
A salvo detrás de sus defensas, los 3 contemplaron los restos de la cueva, sonriendo cuando el polvo se posó.
—¿Ahora, cual es el siguiente objetivo? —preguntaron Dazhem y Ethrir, mirando a Keizo mientras de su mochila sacaba un diario de tapas gastadas.
En su interior, un batiburrillo de notas y fragmentos de cartas se encontraban pegadas a las hojas originales, componiendo un extraño mosaico de ubicaciones, rutas de distribución y demás información.
—Aquí. —Señaló una de las notas—. El siguiente punto se encuentra a unos pocos quilómetros de donde estamos, y es un importante laboratorio de fabricación de droga—.
Asintiendo con la cabeza, sus compañeros se pusieron de pie, esperando a Keizo mientras guardaba el diario.
Cuando el mago terminó de poner a buen recaudo una de sus más preciadas posesiones, los 3 echaron a correr, dejando atrás la cueva.
Y quizás uno se pregunte, ¿Cómo llegaron a toda esta situación? Bueno, esa es una historia que se contará más tarde.
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