Inicio › Foros › Historias y gestas › Aventuras finales de una paladina VOL I
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Hoy es 20 de Angthe del 132 Era 4ª, son las 23:35.
Euménide se pasea inquieta de noche por sus aposentos, los sucesos recientes no le permiten dormir. En su vigilia recuerda con desesperación los sucesos acontecidos en los que aliados se rebelan contra el orden establecido y cometen todo tipo de atrocidades.
- ¿Dónde vamos a parar? Peleas entre aliados en el seno de la ciudad, enemigos a las puertas sitiando el Bastión de Plata y por si fuera poco un dichoso enano sembrando el caos por doquier. Por si fuera poco, han tardado días en limpiar el estropicio que hizo del altar… ¡Días! Con tanto conflicto y papeleo no consigo pegar ojo ni despejarme. Tengo que hacer algo para levantar el ánimo, pero ¿qué?
Lentamente ojea la habitación. Apoyadas a los pies de la cama descansan las armas y el escudo que utiliza para defender el reino, cada vez más melladas por el uso pero aún de utilidad. Sobre la mesa repleta de papeles descansan los últimos documentos y los borradores de las nuevas leyes que han de implementarse. En las estanterías hay varios libros desgastados por el uso. Entre ellos su preciado Canon de la Fe Eralie y diferentes compendios de idiomas que hace años dejó de utilizar y solo acumulan polvo. Algún pergamino clerical reposa amontonado en una de las repisas, esperando a que se acuerden de ellos en alguna ocasión. Le llama la atención una pequeña libreta de cuero negro ribeteada en plata con el escudo de la familia Irwine en la portada.
- Vaya, ¿dónde te habías metido tú, viejo diario?
Se dispone a inspeccionar las hojas del diario con el ánimo notablemente mejorado. Contiene antiguos proyectos, planes de futuro, confesiones inconfesables y alguna que otra estrofa de poesía.
- ¡Madre mía, ¿yo escribí esta bazofia? Qué vergüenza, por Eralie. – Tras unos minutos pasando páginas por fin encuentra algo interesante:
13 de Slinde del 25 de la 4ª Era
He tenido una conversación de lo más interesante hoy con un enano beodo en la taberna. Relataba a voces entre blasfemias y escupitajos sus inverosímiles andanzas en el reino del que provenía. Contaba todo tipo de sandeces y exageraciones pero una de sus historias me intrigó y decidí acercarme.
Tras invitarle a un par de rondas de aguardiente casero se mostró inclinado a contestar mis preguntas. Me habló de una zona oculta en la arboleda de Ucho y de unas cavernas que en ella se encuentran. Aseguró que allí se escondía un dragón con un tesoro inconmensurable. El personalmente no lo vió, pero oyó los sonidos guturales de una bestia gigantesca y el olor a azufre era inaguantable según contaba. Lo deje hablando sólo considerablemente intoxicado cuando empezó a imitar los rugidos del dragón a viva voz en la posada. ¡Menuda escenita! Sólo espero que no me haya visto ningún superior, esto podría costarme un ascenso. Si bien la historia del enano suena a patraña, creo que hay algo de verdad en ella y me gustaría explorar esas cuevas y comprobar por mi misma lo que en ellas habita. ¿Te imaginas? ¡Un dragón! En cuanto acabe con mis estudios de lagarto, los clericales y las guardias en la muralla iré sin falta en busca de esta aventura… Justo ahora es mala época.
- Mala época…- Euménide mira sus arrugadas manos llenas de cicatrices y durezas- Han pasado ciento siete años desde entonces, era una jovenzuela de apenas veintinueve, llena de energía y sueños, no de preocupaciones y desvelos. Toda una vida en servicio de Eralie, Elder, Priis, Takome y la Cruzada en general, aplazando mis proyectos ¿hasta cuándo? No creo que le queden muchos años de vida a estos viejos huesos, si quiero llegar a ver algunos de mis sueños de juventud realizados debo ponerme a ello sin demora.
Euménide cierra decidida su viejo diario.- Dicho y hecho, mañana mismo partiré a Ucho para explorar las dichosas cuevas, y si un dragón las habita, por Eralie que será eliminado. Esta vez no postergaré mis ambiciones personales por el bien de los demás. Además, necesito encarecidamente algo para despejarme, y ¿qué mejor que una aventura final?
Tras depositar el diario de vuelta en las estanterías se introduce torpemente en la cama y se dispone a disfrutar de un apacible sueño, el primero desde hace semanas. Después de todo, mañana será un día importante.
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