Inicio Foros Historias y gestas Aventuras finales de una paladina VOL IV

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    • Arenvael
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      Esa misma mañana, Euménide se pertrechó para la aventura. No sabía mucho, pero sí por dónde empezar.

      -Jinny, es la moneda de keel. Si el asesino soborno a alguien de la guardia o el servicio para acceder a Elder, allí encontraré respuestas.

      De un pequeño arcón en sus aposentos recupeó sus prismáticos y el sextante, su aventura la llevaría al mar. Hacía décadas que no navegaba, en su juventud había disfrutado en compañia de aliados de breves escaramuzas por los mares de Eirea, pero sus responsabilidades en Takome requerían su presencia de manera que sus experiencias marítimas habían sido divertidas pero frugales. Antes de abandonar la ciudad, colgó un cartel en la puerta avisando de que su ausencia podría ser prolongada. Con la esperanza de ser aún capaz de capitanear su antiguo cañonero se encaminó a caballo hacia el fuerte de Aldara, al este, desde donde partiría rumbo a la helada isla de Naggrung. Paso por la casa de la familia Irwine para recoger unas botas de piel de yeti, que la mantubieran caliente en ese clima hostil e impidieran que se congelasen sus pies. Conversó con Gairm, el encargado del elevador para acceder al puerto, pero por algún error en la comunicación o al operar el incomprensible aparato acabaron ascendiendo en lugar de descender hasta chocar bruscamente con el tope superior. Desde alli arriba las vistas al mar eran magníficas, pero le llamaron la atención unas cuevas en la montaña sobre las que había escrito en su viejo diario hacía muchos años y que nunca llegó a explorar.

      -Esa aventura será para otro día, si regreso de esta.

      En verdad era una empresa complicada, no ya por la ligística del viaje en sí, sino por la escasez de información. Sólo tenía como pista la moneda y no sabía muy bien por donde empezar. Entró en la primera taberna que encontró camino al faro de Keel para tomar algo con que calentarse los huesos y lo que contempló a su alrededor era un cuadro de lo mas bizarro. La inmundicia se acumulaba sobre y bajo las mesas, hacía tiempo que nadie limpiaba aquella posada y a nadie parecía importarle. Las prostitutas encaramadas en brazos de marineros y pescadores, intentaban buscarse el jornal, mientras que los asiduos de la barra discutían animadamente y a veces de manera violenta en arrebatos etílicos sobre asuntos ininteligibles. Euménide estaba fuera de lugar.

      Fue probando suerte, hablando con unos y con otros, intentando no desvelar sus motivos, y sonsacando información sobre mercenarios o asesinos del lugar. Muchos se mostraban afables, incluso cariñosos cuando se les invitaba a una jarra de ron, pero la sonrisa se le borraba del rostro al oir los temas de conversación de la paladina. Parecía haber instaurada una ley del silencio. Cuando ya estaba a punto de darse por vencida, una prostituta llamada Silvhia se le acercó susurrándole sensualmente al oído.- He oído que te interesan los asesinos, ¿buscas cargarte a alguien sin mancharte las manos? Yo te puedo ayudar, por el precio adecuado.

      El precio adecuado resultó ser el de unas hojas de marihuana en la herboristeria de Sibel. Tras oir lo que tenía que decir, Euménide rezó por el alma de la joven y se despidió con una equis en un mapa y un nombre: Soujorn.

      Por lo visto se rumoreaba por los burdeles que había un único asesino capaz de realizar la cuestionable hazaña del regicidio, y había decidido apartarse de la civilización y vivir en las montañas como un ermitaño. Todo el mundo sabía dónde se refugiaba, pero pocos se atrevían o tenían razones para visitarlo. Pues bien, nuestra paladina tenía una poderosa razón: la venganza.

      Partió, adentrandose trabajosamente en la isla hacia el norte atravesando las ruinas de Bhenin, la milagrosa, por sendas y caminos tenebrosos. La tierra estaba infestada de demonios que pululaban a sus anchas fuera de la civilización. La travesía fue dificil, llena de peligros, no el menor de los cuales era el frío, que llego a su punto más extremo en los paramos del viento helado, nombre que le viene que ni pintado a ese erial de hielo y muerte. Transcurrieron días de viaje a pie, luchando contra bestias y demonios, deambulando por laberintos naturales, perdiendo por completo la noción del tiempo y el lugar, hasta que llegó dando tumbos a un refugio cerca de la cima de la cordillera norte, donde de acuerdo a la puta Silvhia esperaba el asesino.

      Al llegar a la estancia le llamaron la atencion los muebles destrozados y esparcidos por el suelo. Se preguntó cómo era posible que alguien viviese allí. En ello pensaba cuando sintió un par de ojos observandola. En un rincón agazapada se encontraba una figura en la que no había reparado al entrar portaba dos afiladas espadas y se encontraba listo para el combate. Sin mediar palabra se ensarzaron en una brutal pelea.

      Soujorn hacía honor a su fama, era terroríficamente ágil y su dominio sobre las espadas era total. Euménide solo veía destellos plateados aproximándose en todas direcciones, golpeando su armadura, su escudo y las partes desprotegidas por igual. Era un completo aluvión de acero que caía sobre ella sin remedio. No podía responder, no daba tiempo. Para cuando una racha de golpes pasaba, otra empezaba a llegar. El sonido de metal repiqueteaba haciendo ecos  en los picos de Amonlaiven, como si de una tormenta de acero se tratase. Eumenide estaba contra las cuerdas y no sabía que hacer. No estaba preparada para esto. Se resguardó tras su escudo, encogió el cuerpo y cerró los ojos ante el abismo. Del otro lado, Eralie respondió. La luz la inundó como nunca antes, su dios no permitiría que cayese realizando su obra. El anciano cuerpo de la paladina recobró la fortaleza de antaño y entre destellos cegadores se repuso. Era algo inesperado para el asesino, que vaciló por un instante, el instante que Euménide necesitaba para contraatacar. Con terribles mazazos guiados por la luz, fue haciéndolo retroceder. Las heridas que había soportado fueron sanándose milagrosamente. Ahora el aluvión lo soportaba él, pero no tenía el apoyo de un dios guíando su mano ni el ansia redentora de la paladina y fue amilanándose poco a poco frente a la avalancha de golpes, hasta que tras un paso en falso, recibió un brutal impacto en el pecho que lo destrozó por completo. Al caer, cayeron con el las armas resonando contra el suelo y la diadema dorada del Rey Elder I de entre sus ropajes.

      • Por fin Elder ha sido vengado. Que Eralie lo tenga en su gloria. Y en cuanto a ti, matarreyes, que encuentres perdón en la otra vida y Eralie se apiade de tu alma.
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