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    • Zakamwel
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      Zakamwel había ido a la sede de los eruditos de ANduar a hablar con uno de los maestros sobre un tema lingüístico que le rondaba la cabeza desde hacía días. Tras rato de debate con el maestro Nagore, y de haber obtenido al fin una respuesta satisfactoria sobre por qué la lengua dendrita utiliza tanto el sonido ch seguido de la vocal cerrada u, desde el punto de vista fonológico, se sintió tranquilo y relajado.

      Miró la hora y asintió para sí mismo. La noche era el momento perfecto para lo que pensaba hacer. Revolvió un poco en su mochila para comprobar que lo tenía todo preparado, y encontró un bastón afilado que no recordaba que llevaba. Nada más verlo le vino a la cabeza la imagen del chico al que se lo había robado, uno de tantos pícaros que transitan la senda empedrada que transcurre desde la carretera comercial norte de Anduar hasta la feria pasando por el desvío del hostal Comellas.

      • Pobre chico -pensó, aunque ya era tarde para devolverle la vida.- Y pobre familia…

      Siempre le entraban este tipo de remordimientos tras cometer un robo con fuerza, pero no le quedaba otra opción si quería sobrevivir, ya que no había encontrado un trabajo estable en ningún sitio, y nadie es capaz de vivir del aire. Apartó de su mente estos pensamientos y se centró en lo que tenía entre manos ahora, no podía despistarse si quería llevarlo a cabo con éxito.

      Recogió ordenádamente sus apuntes y salió con decisión de la sede de los eruditos, cerrando tras de sí la puerta. Abandonó el edificio de las sedes acompañando la puerta de la calle al salir para cerrarla y enfiló camino hacia el norte, hacia el mercado, más concrétamente, a la tienda de herramientas de Kalb, para ver si al vendedor le interesaba comprar ese bastón afilado. Hacía frío ese día.

      Después de haber obtenido una cantidad cercana a los cuatro platinos a cambio del bastón, y de habérselo quitado de encima, salió de la tienda y se dirigió hacia la salida del oeste por la calle de la justicia, pasando por la plaza mayor. Por el camino iba pensando en lo que iba a necesitar, y se fue ajustando bien el equipamiento; comprobó que los guantes estuvieran bien encajados en los dedos, se recogió bien toda la melena por dentro de la capucha, se estiró bien la capa, se levantó bien la solapa, y preparó el pañuelo que iba a ocultarle la cara una vez dentro.

      Tras despedirse de los guardias de la puerta oeste con un breve ademán de la mano, y responderles con un dedo pulgar levantado cuando estos le preguntaron si el día le había ido bien, empezó a recorrer sigilósamente el camino comercial del oeste, viendo desde la oscuridad a algunos excompañeros de oficio que conocía de épocas pasadas, y a algunos otros ladrones y bandidos de otras bandas, a los que no conocía, o sí, y con los que competía por ver quién se llevaba los mejores botines.

      Terminado el camino comercial, se adentró en los campos de Lord Celedan, el objetivo de su misión nocturna de esa noche, con dirección a la verja de la villa. Se había informado préviamente y sabía que Lord Celedan no estaría en casa esos días.

      Estuvo conversando un rato con los guardias que impedían la entrada a la vivienda, éstos le estuvieron contando sobre sus nombres, sobre su trabajo y el papel que tenían, entre tanto, Zakamwel cogió una ganzúa que con habilidad había preparado bajo la manga de su mano zurda, su mano hábil, y consiguió desbloquear el mecanismo de la cerradura sin que ninguno de los dos guardias le prestara la mínima atención. Para completar la intrusión, y aprovechando que los guardias le insistían en que su trabajo consistía en pararles los pies a los ladrones que intentaran robar allí, trató de engañarles diciéndoles que había visto a uno de otra banda rival merodeando la zona, y que era posible que su objetivo fuera venir aquí para robarle a Lord Celedan en su propia casa. Los guardias no le creyeron a la primera, pero tras insistir una segunda vez, cambiaron el semblante por uno más serio y se dispusieron a salir a buscar al supuesto ladrón por las cercanías, momento que aprovechó Zakamwel para abrir la verja e internarse en la casa del terrateniente.

      Una vez estuvo dentro, cerró la verja y se aseguró con cautela de que nadie le seguía. Avanzó hacia el porche, donde se encontraba la puerta de entrada, y tras cerciorarse de que no se escuchaba nada en la casa, ni había luz ninguna encendida, silencioso, se ajustó bien el pañuelo sobre la cara, extrajo un arpeo de su mochila y lo lanzó hacia la buhardilla.

      Los nervios hicieron que no acertara la primera vez, y el ruido que produjo el arpeo al golpear contra la pared y volver a caer hasta el suelo, hicieron que sus piernas temblaran durante un momento y que mirara hacia la verja, pero no vió nada que le indicara que le habían oído así que se serenó, respiró hondo y con calma pero con destreza, volvió a lanzar el arpeo, esta vez con total acierto. Sabía que era mejor hacer las cosas con calma para no tener que repetirlas muchas veces.

      Una vez que hubo comprobado que el arpeo estaba bien enganchado, se concentró, dibujó una runa RUA en el aire, se señaló su propio pecho con el dedo índice, la runa se tornó verde y se acercó a su pecho. Empezó a sentirse más ligero gracias al efecto del hechizo caída de pluma que tantas veces había utilizado para evitar lastimarse durante sus «trabajillos». Acto seguido, empezó a trepar por la cuerda que colgaba desde el saliente del piso superior de la vivienda.

      Ya desde la altura que ofrecía la buhardilla, comprobó que todo estaba saliendo a pedir de boca; la ventana estaba abierta, la habitación estaba a oscuras y la casa en absoluto silencio, vacía según lo previsto.

      Mientras se estaba colando por el hueco de la ventana escuchó un fuerte ruido en el exterior y se asustó tanto que volvió a temblarle todo el cuerpo. ¿Qué sería de él si lo descubrían robando en casa de alguien tan poderoso como Lord Celedan? ¿Qué sería de la impecable reputación que había conseguido mantener en Anduar? ¿Qué pensarían su madre de él si se enterara de lo que estaba trabajando? Sacudió enérgicamente la cabeza varias veces y se obligó a pensar en que eso no pasaría, el ruido no podía provenir de la casa, tenía que provenir del exterior. Con los nervios en un puño giró la cabeza para mirar abajo, pero no vió nada diferente a lo que había visto antes, lo que le dió ánimos para seguir adelante y pensar que su estupendo plan iba a salir bien.

      Descolgó el arpeo, lo enrolló y lo guardó de nuevo en la mochila, ya no le haría falta por hoy gracias a la magia que había invocado antes. Se puso de pie y observó la habitación; una gran cama blanca y una mesita de noche. Estuvo un rato rebuscando objetos de valor, pero no encontraba nada, finálmente, abrió el cajón de la mesita. Bingo, allí había una gran bolsa.

      Como tenía tiempo, abrió la bolsa y contó las monedas antes de guardárselas, ese sería su botín de hoy: 28 denarios y 166 cobres.

      • Rata, cabrón, miserable -se le escapó entre dientes. Estaba pensando en la paradoja de que alguien tan rico como Lord Celedan, que poseía millones de platinos, sólo guardara en su mesita de noche unas cuantas monedas de cobre y un puñado de denarios. En fin, tendría que conformarse con esto.

      Volvió a anudar la cuerda de la bolsa y la metió en la mochila con el resto de sus pertenencias, se acercó a la ventana, miró abajo por si hubiera habido algún cambio durante su estancia en el piso de arriba, pero todo seguía con la misma quietud que había habido hasta el momento, así que saltó al jardín.

      Al llegar a la puerta, se aseguró de que seguía sin seguirle nadie, entonces se quitó el pañuelo de la cara y abrió la verja. Nada más salir, los guardias se miraron entre sí y acto seguido le miraron a él como esperando una explicación:

      • En el interior todo despejado, mis señores. Me he asegurado de que no hubiera nadie intentando saltar la valla por ninguno de los lados. -dijo con una fingida calma que pareció convencer a los guardias.- Por cierto, un jardín precioso el de su señor, menudas fiestas las que debe de armar aquí, seguro que trae a los mejores bardos de la zona.
      • ¿A que es maravilloso?- dijo el guardia de la izquierda.- Ya me gustaría a mí tener una casa la tercera parte de grande que esta…

      • Así es, en fin, creo que he hecho bien mi trabajo y ya no me queda nada más que hacer aquí. -añadió Zakamwel, con una sonrisa interior por lo literal de sus palabras.

      Entonces emprendió la vuelta a Anduar por el mismo camino que había venido, siempre cuidadoso de pasar desapercibido.

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