Inicio › Foros › Historias y gestas › Breve contacto fúnebre
-
AutorRespuestas
-
-
No sin descomponer ligeramente el rostro consiguió juntar las fuerzas suficientes para separar la lápida que daba acceso al vanagloriado Panteón de los Reyes, dejando atrás los pequeños mausoleos dedicados a las más prosperas familias de la ciudad, con su aire nobiliario pero desprovistos de la legitimidad que les negaba la ausencia de sangre azul. Aferró la empuñadura de su espada, no tanto con intención de darle uso, como de comprobar su consabida presencia en su vaina.
Presenció la majestuosidad de tan elaborada obra de funerario arte y haciendo acopio de valor, gesticuló una pequeña cruz en el aire, que pronto iluminó la zona, antes de adentrarse en la misteriosa oscuridad. Viejos jirones purpúreos, algún que otro manto carmesí, con ribetes dorados y numerosas telarañas jalonaban cada uno de los pilares, así como pequeñas grietas se veían en las paredes del fondo, alejadas del acceso principal y por tanto tratadas de una manera menos cuidadosa durante la construcción, años atrás, del mausoleo.
Discurrió entre las sombras lo que pareció una eternidad en su cabeza, pero apenas fueron horas para el resto de los mortales, buscando una acomodada salida tras cada requiebro del laberíntico camino en los subsuelos del reino. Finalmente alcanzó una zona tenuemente iluminada con un extraño fulgor azul, palpitante, como si emanara de una fuente intermitente y acompasada. Cuando consiguió franquear el arco de entrada a la sala principal, tras evitar una serie de rocas desprendidas en el corredor secundario proveniente del este, observó con incredulidad una especie de vórtice, algunos atrevidos dirían que portal, de luz, entre dos pequeñas columnas de soporte, que a simple vista podían ser confundidas con los ornamentos de sujeción de un opulento espejo. Se acercó e introdujo, casi instintivamente la mano en la luz, tratando de vislumbrar que depararía tan singular fenómeno, sintiendo rápidamente un gran pesar en su ser.
Se aseguró una vez más de encontrarse en soledad antes de dar el último paso y que la siniestra luz azul lo absorbiera por completo. Tras unos instantes, su silueta apareció flanqueada por pequeñas criaturas de base ósea y al fondo, apoyado en un báculo oscuro como la obsidiana, un viejo conocido, el nigromante por excelencia si hablamos de la historia reciente de los reinos del este, Chamdar.
Sonrió con una socarrona mueca y desempuñó una espada que, en concordancia con su estado de ánimo, transmitía la más absoluta de las calmas, agarró con su siniestra su escudo y presto al combate se deshizo con facilidad de los pequeños esbirros, formando con 2 fugaces ataques una estela de luz en forma de cruz que dio buena cuenta de ellos. Era el turno de su creador y tal vez la muerte esta vez, no fuera una opción a tener en cuenta.
-
-
AutorRespuestas
- Debes estar registrado para responder a este debate.