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    • athaelae
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      CAZA SANGRIENTA

      El sol hallábase hundiéndose en el horizonte. Un grupo de negras nubes se acercaba por el norte, anunciando una lluvia eminente. Los ojos de Thaarz brillaban como nunca, pues había llegado la hora; su momento; el día en lo cual había esperado a tiempos.
      Su pelaje negra reflejaba las últimas luces tenues de un ponente sol.
      El suelo por donde pisaba lentamente era sucio y lleno de insectos muertos y otros vivos. Las paredes, húmedas y heladas, la luz ya se había despedido con grácios movimientos de los últimos rayos solares. Cuando sus atentas orejas lo escucharon…
      Thaarz no hesitó. Clamó por la bendición de Izgraull, su dios, y montó la carrera. Atravesó todo el camino de la senda oscura sin mirar hacia los lados, sin miedos, sin dudas… la víctima no iría ofrecerle otra oportunidad así en su vida. Sin poder pararlo ya, se vio saltando encima del patrullero, haciéndole girar y caer malherido en el suelo de rocas. Sangre jorraba a borbotones, Thaarz le arrancaba los dedos, uno a uno, a dentelladas lentas y dolorosas, increíblemente despiadadas mientras los gritos del goblin moribundo llamaban la atención de los demás patrulleros y guardias de la torre. La sangre le salpicaba la cara y el pecho, mientras sus manos se hundían en el miserable goblin, ahora brutalmente asesinado y descuartizado.
      Cuando acabó con el espectáculo de horrores, levantó la cabeza con los dientes ensangrentados y llenos de carne y piel arrancada y gritó: “¡Miserables, sucios traidores! ¿Qué mal hice yo a la Horda Negra para que me hubierais echado de la ciudad y de la maldita organización? ¿No sabéis qué significa un aprendiz de la guerra?
      Ya que no tolerais ni un pequeño fallo, ahora yo que os echo de mi respeto.
      Tendréis el cuerpo desollado a mis propios dientes de ese miserable patrullero como una muestra de que soy y seré capaz para convertir esta torre desgraciada en malditos destrozos y cenizas.
      En lo que hablaba, una flecha surcó el cielo en su dirección, pero Thaarz logró agacharse a tiempo, y dejar las cercanías de la torre en seguridad, volviendo a su hogar, la ciudad de Anduar.
      Entró por el arco norte, bajo una violenta lluvia que azotaba su rostro, lavándolo y derramando los resquicios de sangre que llevaba. Ya era la hora de descansar.

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