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AnónimoInactivo25 febrero, 2021 a las 16:45Número de entradas: 175
Aesiria camina lento por las murallas de Galador, palpando cada bloque de granito de la muralla con la palma de su mano. A los pocos metros vislumbra a un miliciano, así que decide hacer uso de su máscara de las mentiras y adoptar la imagen de un patrullero común. Pasa y saluda con la cabeza a su compañero, sin dejar de palpar la muralla. Sigue caminando y al rato se detiene. Observa la pared, la palpa y escudriña entre las rendijas naturales producto del envejecimiento de los bloques. Observa lo alto de la muralla y se dice a sí misma: Aquí es.
Saca su arpeo y lo lanza con habilidad innata. Luego empieza a trepar hasta llegar a lo alto de la muralla. Allí, salta sobre el tejado de unas viviendas viejas, de poca altura, tapadas por otras más nuevas y de altura mayor. Alejadas de toda vista. Un punto muerto en la ciudad, fuera de la vista de guardias, vigías o cualquier otro ciudadano.
Saltando de tejado en tejado, desciende hasta tocar suelo firme. Sigilando entre las sombras, rodea la ciudad por la parte más externa a esta, hacia el noroeste y luego hacia el sudoeste. Luego se adentra en un callejón poco transitado y sin cambiar de apariencia, se dirige hacia la Taberna Los dos clavos.
Al final del callejón, agarra una botella llena de licor con un fragmento de tela en su interior, la prende con fuego oscuro y la arroja en una vivienda abandonada a través de una ventana rota.
Entra y el tabernero le saluda como a un viejo conocido. Sin mediar palabra, señala una jarra de cerveza y se sienta en la barra. El tabernero se la sirve y le da conversación, pero Aesiria toma un sorbo y sonríe, observando disimuladamente a su alrededor, esperando el momento exacto para llevar su cometido sin ser vista.
El momento llegó raudo. Comentarios y gente apelotonándose en la entrada de la taberna observan la columna de humo del incendio de la vivienda. Patrulleros y milicianos se dirigen rápidamente al lugar. La gente de la posada se dirige a la entrada de esta, y en último lugar, el tabernero, el cual camina lentamente limpiando un vaso con un pañuelo.
Aesiria se sitúa tras él y le propina una puñalada en los riñones, dejándolo completamente paralizado. Luego le raja el cuello fugaz, como un relámpago. Deposita lentamente el cadáver en el suelo, deja una nota en el lugar y escapa a través de una ventana que da al exterior. Allí, vuelve a cambiar de rostro y como si no fuera con ella la historia, se dirige hacia el lugar inicial, donde un arpeo aún colgando le espera para su huida.
Una sonrisa se le dibuja en el rostro mientras oye los gritos perderse atrás en la ciudadela. Ha llevado su misión con eficacia, de forma limpia, sin sospechas.
Escapa por el mismo punto de entrada, desciende el muro, agita y recoge su arpeo. Se quita la máscara y se limpia el sudor del rostro. Entonces, un miliciano la reconoce y le da el alto.
Ella suspira, desenvaina su espina y su puñal cristal y acaba con la vida del pobre infeliz con un par de cortes rápidos ejecutados sobre un giro perfecto de su cuerpo. El cadáver cae tras ella.
Ahora sabe que alguien dará la voz de alarma, aunque no haya testigos. Así que se apura en salir corriendo de allí, por caminos aún desconocidos.
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