Inicio Foros Historias y gestas Como Lindiith conoció a Zelyen.

Mostrando 0 respuestas a los debates
  • Autor
    Respuestas
    • Alambique
      Participant
      Número de entradas: 2304

      Lindiith descorrió la cortina del dintel de la puerta y se aventuró dentro de la casa. No había nadie, sus hijos habían acudido a las clases del Maestro del Conocimiento, y su mujer se encontraba junto al resto de mujeres fabricando utensilios de adamantita.

      Lindiith subió al piso superior de la casa, apartó una cómoda y se agachó.

      Con la uña de su dedo meñique hizo un poco de palanca sobre un tablón de la pared y éste cayó al suelo, dejando al descubierto un diminuto escondite.

      Introdujo la mano dentro del agujero y sacó de él una pequeña caja de una madera oscura, no sería más grande que la palma de su mano.

      La colocó con cuidad sobre la cómo y la abrió, dedicándole todo el tiempo del mundo.

      Dentro no había más que una pequeña cajita redonda metálica, del tamaño de una moneda.

      Lindiith abrió esta última caja y extrajo de ella un mechón de pelo castaño, anudado cuidadosamente con un hilo carmesí. Lo sostuvo entre sus dedos índice y pulgar y lo llevó a su nariz inhalando profundamente hasta el último aroma.

      Una sensación de tristeza lo invadió de repente, ¿qué habría sido de ella? Si no fuera por estos malditos sabios estarían juntos. Jamás comprenderá estas estúpidas leyes del subsuelo…

      Lindiith recuperó de la cajita un puñado de arena y la dejó deslizarse entre sus dedos mientras caía de nuevo dentro de la cajita.

      Allí fue donde la conoció, en las marismas de Zulk.

      Recordaba como si fuera ayer mismo, los sabios necesitaban cobre, se ve que el Maestro de la Alquimia había descubierto una forma de reforzar las armas de adamantita con un baño de una aleación de cobre con algo más.

      Organizaron una expedición de reconocimiento, pues el Maestro de la Alquimia había leído en alguno de sus cientos de libros de la existencia de un yacimiento de este mineral en las costas de Zulk. Habían decidido que sería una expedición discreta, ya que se trataba únicamente de comprobar si lo que decían los libros era cierto. Lo mejor era contar con la ayuda del mejor explorador de la suboscuridad, y ese era sin lugar a dudas Lindiith.

      Lindiith no dudó en aceptar la misión, cualquier excusa para salir al exterior era más que válida. Últimamente notaba que se asfixiaba aquí abajo, que el aire se hacía denso y difícil de respirar. Necesitaba salir al exterior, respirar aire fresco, moverse libremente y mirar hacia arriba, sobre todo mirar hacia arriba y ver que no había nada arriba más que un cielo infinito.

      Llegó a casa, allí estaban Zhanryl y sus dos hijos. Zhanryl era la hija mayor de la matrona, eso quería decir que algún día la sucedería y pasaría a ser el esposo de la matrona, uno más, como si fuera un zángano más de la abeja reina.

      Sonrió al verlos y subió al piso de arriba. En el dormitorio abrió su baúl y comenzó a sacar cosas de éste, su ropa de explorador, los tintes que utilizaba para teñir ésta y pasar desapercibido, el cuchillo de adamantita de hoja curva, la piedra de afilar…

      Una vez hubo terminado bajó a la cocina, extendió un trapo de cocina sobre la mesa y dispuso sobre él un par de hogazas de pan, unos pescados salados (recientemente habían descubierto un lago subterráneo en el que habitaban peces semi transparentes), unas bayas secas y un pequeño recipiente de barro cerrado que contenía algún líquido en su interior. Cerró el paño de cocina con todo ésto en su interior y lo guardó en su zurrón.

      • He de partir, han solicitado mi ayuda para una expedición al exterior. – Explicó Lindiith a su mujer y a sus hijos.
      • Ya lo sé, estoy bastante al tanto de todo. Cuando sea Matrona no tendrás que preocuparte de nada, estarás siempre a mi lado, nada de mandarte lejos a expediciones. – Replicó Zharlyn.

      • Justo eso es lo que no quiero, estar a tu lado – Se dijo a sí mismo Lindiith con tristeza.

      No era consciente de cuándo había perdido el amor por Zharlyn. Llevaban tantos años juntos que todo se había formalizado demasiado. Tal vez el ser la hija de la Matrona había abocado esta unión ya al fracaso desde su comienzo. Siempre se preguntó qué habría pasado si sus padres no hubieran acordado esta unión.

      Lindiith asintió a Zharlyn posó su mano sobre el hombro de ella y apretándolo suavemente se marchó de la casa.

      La salida de la suboscuridad era bastante compleja, conocía exploradores que tratando de salir al exterior habían perecido extraviados.

      Los túneles excavados algunos por los drow y otros por criaturas que les precedieron, se entrelazaban entre ellos, haciendo prácticamente imposible discernir de qué túnel salías y por qué tunel entrabas.

      Lindiith los conocía como la palma de su mano, como si fueran las venas que serpentean por su antebrazo, había jugado de niño en ellos, perdiéndose una y otra vez, hasta que consiguió conocerlos.

      En ocasiones, cuando sentía que la presión le agobiaba, buscaba cualquier excusa y se adentraba en los túneles, los recorría una y otra vez, a veces sin iluminación. Se sentaba en una bifurcación y escuchaba, podía identificar el sonido del agua filtrándose entre las grietas, cómo el viento tensaba y destensaba las telarañas, incluso los casi imperceptibles pasos de las musarañas.

      Continuó adentrándose por los túneles, pensando en su mujer. Si por él fuera, si hubiera tenido poder de decisión, jamás sé habría casado con ella.

      Se maldijo así mismo por aguantar tanto, lo único que le ataba a ella eran sus dos hijos. No podría hacerles esto, era su padre y así debería ser. Dio un puntapié a una roca suelta.

      Lindiith llegó por fin al túnel de salida, se trataba de un estrecho túnel por el que sólo se podía ir agachado, casi de rodillas. Al final del túnel obstaculizaba la salida un frondoso arbusto.

      Lindiith se sentó junto al arbusto y se puso a escuchar, no quería aparecer de la nada y que alguien encontrara ese túnel. Estuvo varios minutos escuchando hasta que se aseguró de que no hubiera nadie por los alrededores y desplazó con cuidado las ramas del arbusto hasta conseguir salir de él.

      Una vez hubo salido, estiró sus músculos y levantó la cabeza hacia el cielo y cerró los ojos. Notó como el Sol iba calentando su cuerpo, como a través de sus párpados cerrados vislumbraba una tonalidad rojiza.

      Poco a poco fue abriendo los párpados, tratando de acostumbrar sus ojos a tanta luminosidad, al principio todo estaba borroso, pero poco a poco su entorno fue adquiriendo bordes más nítidos, hasta finalmente conseguir ver las figuras totalmente nítidas.

      Se encontraba en un bosque, por la posición del Sol debería ser primera hora de la mañana, como había podido averiguar antes, no había nadie por los alrededores.

      Se descalzó las botas oscuras, cubiertas de un fango negro. Las apoyó sobre un árbol y descalzo caminó sobre la hierba húmeda. Trató de separar los dedos de los pies, quería notar esa sensación de frescor en cada parte de su piel.

      Lindiith volvió en sí, tenía mucho por hacer aún. Tenía que cambiarse la ropa, ponerse algo más acorde a la superficie. Cambió sus oscuros ropajes por algo más cálido, con tonalidades marrones y verdes. Era sin duda la mejor combinación de colores si iba a necesitar ocultarse en algún momento.

      Cuando ya se hubo cambiado la ropa, hizo un hatillo con su antigua ropa y la escondió dentro del túnel.

      Sabía de sobra cómo llegar a las marismas de Zulk, eso sí, jamás había visto las minas que decía el Maestro de Alquimia, pero las acabaría encontrando. Él era el mejor en eso, sin duda.

      Se encaminó hacia la parte sur del bosque, tratando de no hacer ruido al caminar, no quería ser visto por nadie durante su travesía.

      Abandonó el bosque, el camino se iba ensanchando, de hecho, en algunos tramos habían adoquinado parte de éste para evitar que los carros cargados se atascasen en las zonas con barro.

      No le hacía mucha gracia caminar expuesto, conocía de sobra ese odio racial que sentían los habitantes de la superficie hacia los habitantes de la suboscuridad. Lo había experimentado tantas veces…

      Por fin descubrió el sendero que se adentraba en los pantanos, llegaría en unas pocas horas a su destino.

      En el pantano la humedad era asfixiante, dejando su cuerpo pegajoso. Multitud de mosquitos, algunos de ellos de un tamaño más que considerable, revoloteaban formando pequeños enjambres, que en su vuelos representaban hipnóticas figuras en el aire.

      Tenía que andar con cuidado, al caminar sobre aguas turbias era peligroso, sobre todo si no veía el fondo con claridad, muchos eran los viajeros que habían quedado atrapados en estas aguas y habían terminado siendo pasto de los reptiles o apresados por los hombres-lagarto que habitaban los pantanos.

      Poco a poco, el nivel del agua iba descendiendo, hasta tal punto que pudo ver sus botas de nuevo. Esto era la señal de que estaba abandonando estas inhóspitas tierras.

      El pantano dio paso a las marismas, se respiraba un olor especial, olía a salitre. Allí en algunas charcas se mezclaba el agua dulce con el agua marina, formando una mezcla salobre. Estas charcas, verdes en su totalidad, eran el sustento de una multitud de algas planctónicas que servían de comida a otros organismos como peces y sobre todo aves.

      Aves marinas se adentraban en las marismas en busca de los peces que, atrapados en estas charcas, nada podían hacer frente a la evaporación del agua. En ocasiones multitud de peces se agolpaban en las charcas casi sin agua, lo que les hacía presa fácil para las aves marinas.

      Lindiith notó como la humedad iba desapareciendo, claro síntoma de que estaba abandonando las marismas. Una enorme duna se divisaba en la distancia.

      Subir por la duna se le hacía pesado, muy pesado. No estaba acostumbrado a andar sobre las dunas. No tardó en encaramarse finalmente sobre la cresta de esta gran duna y divisó justo a los pies de ésta lo que andaba buscando, la entrada a las minas.

      Se deslizó por la duna hacia abajo, disfrutando de la velocidad que iba adquiriendo.

      Caía en ese momento la noche, por lo que decidió acampar fuera, a la intemperie, antes de adentrarse en la mina.

      A unos cuantos metros de la entrada de la mina encontró dos árboles, según lo que había leído en algún libro debía tratarse de algo llamado palmera. Aprovechó que estaban bastante próximos y se encaramó unos metros sobre el suelo y ató una cuerda del uno al otro. Lo hizo varias veces creando una especie de cama.

      Se sumió pensativo, arriba entre las palmeras. Recordando cada detalle de su travesía, su paseo por el bosque, caminar descalzo sobre la hierba húmeda, su agotadora experiencia en el pantano, los peces aglutinados en las charcas de las marismas…

      • ¡Socorro! – Un grito lo sacó de sus pensamientos.

      Un grupo de hombres-lagarto caminaba hacia la mina, llevaban con ellos a una mujer maniatada.

      • Venga, que no tenemos toda la noche, como se haga de día y vengan los mineros… – dijo uno de los hombres-lagarto.

      La mujer forcejeaba, pero los hombres la tenían bien sujeta, no tenía opciones.

      • Si es que para cobrar unos míseros maizs por su rescate, prefiero pasar un rato divertido con ella. – Añadió uno de los hombres, al mismo tiempo que una extraña mueca se dibujaba en su cara.
    • Fylshh, quédate en la entrada de la mina, vigila que no venga nadie. – Ordenó el que parecía encabezar el grupo.

    • Siempre yo, siempre yo. Está bien… – Contestó Fylshh con resignación.

    • El grupo, ahora formado por tres hombres-lagarto y la mujer se adentraron en la mina, mientras que Fylshh, apoyando su escamosa espalda sobre la pared, esperaba que llegara su turno…

      Lindiith miró hacia abajo, a pocos metros se encontraba el lagarto que vigilaba la entrada. Tenía que hacer algo, no podía dejar que esto ocurriera.

      Sacó una daga curva del interior de su bota y la sostuvo con fuerza con su mano derecha, tan fuerte que notó un calambre que subía desde su mano hasta su antebrazo.

      Llevo la daga hasta detrás de su cabeza y, como si de un resorte se tratara, movió rápidamente su brazo lanzando la daga contra el hombre-lagarto, clavándola limpiamente en la garganta de éste, impidiéndole pronunciar sonido alguno.

      El hombre-lagarto se llevó las manos a la garganta y se desplomó sobre el suelo.

      Lindiith bajó de un salto al suelo, corriendo a examinar el cuerpo del guardia, extrajo la daga de la garganta de éste y la restregó sobre las ropas para limpiarla.

      No tenía otra opción que adentrarse en la mina.

      Apartó el cuerpo del guardia lejos de la entrada para que no quedara tan visible, no fuera que viniese alguien y lo encontrara.

      Se adentró en la mina en silencio, tratando de escuchar cualquier sonido.

      Le pareció ver como al final de un túnel parpadeaba una luz, al poco tiempo el resto del túnel quedó en la más absoluta oscuridad.

      Por suerte, si una cosa saber hacer muy bien era moverse por la oscuridad, en silencio.

      No tardó en alcanzar a los hombres al final del pasillo, tenía que actuar rápido.

      De un manotazo arrebató la antorcha a uno de ellos y la lanzó contra el suelo arenoso. Acto seguido, con una velocidad inusual sacó el recipiente de barro de su zurrón y lo arrojó contra la antorcha, provocando primero un destello y haciendo que la luz de la antorcha se extinguiera por completo, dejando la mina completamente a oscuras.

      • ¡Mierda, mierda! ¿Qué ha sido eso? – preguntó uno de los hombres.
    • Yo que sé, he notado como si alguien pasara a mi lado, luego la luz y ya… – Contestó otro hombre mientras trataba de alcanzar su tridente.

    • ¡Aaaaaargh, mis pies! – gritó uno de ellos.

    • Lindiith se había deslizado por el suelo y con su daga curva con un rápido movimiento seccionó los tendones de ambos pies de un hombre, haciendo que cayera al suelo.

      • ¡Mis pies, algo me ha mordido los tobillos, buscad una antor blbghhhhhhhhhhh… –

      Lindiith había aprovechado que el hombre se sujetaba los talones para hundir su daga en la garganta del hombre, haciendo que nunca pudiera terminar su frase.

      Lindiith se retiró a una distancia prudencial, había arriesgado demasiado en este último movimiento y el túnel era estrecho.

      Uno de los hombres arrojó a la mujer al suelo, justo detrás de ellos, no era más que un estorbo en esta situación, ya se encargaría de ella más tarde.

      Lindiith tanteó el suelo y encontró lo que andaba buscando, agarró una enorme piedra y una mucho más pequeña.

      Lanzó la pequeña justo detrás del grupo de dos hombres, se trataba de una maniobra de distracción, si con los animales del subsuelo funcionaba, por qué no iba a funcionar con estos seres…

      Los hombres se giraron alertados por el ruido, momento que aprovechó Lindiith para lanzarse sobre uno de ellos y golpearle secamente en la sien con la roca.

      El hombre cayó inerte al suelo mientras por su sien brotaba una extraña masa gelatinosa.

      Sólo quedaba un hombre, parece que tenía todo a su favor.

      El hombre, asustado, tanteó el suelo buscando a la mujer, la recogió del suelo y la colocó justo en frente de ella, mientras apoyaba su espalda contra la pared en lo que parecía una esquina.

      Lindiith lo iba a tener difícil si no quería hacer daño a la mujer. Se paró pensativo, tratando de que se le ocurriera algo, mientras observaba en la oscuridad a la mujer justo delante del hombre-lagarto, como si se tratara de un escudo.

      Observó como las ligaduras de las manos de la mujer se habían aflojada, posiblemente debido al forcejeo o cuando la arrojaron al suelo.

      La mujer, consciente también de que sus ataduras estaban algo más sueltas, trató de sacar una de las manos, con cuidado, no quería que el hombre-lagarto se diera cuenta de esto.

      Por fin consiguió sacar la mano derecha y la fue moviendo con mucho cuidado, hacia su espalda, una vez estuvo donde quería…

      • ¡Mis huevos! ¡Maldita zorra!, ¿qué haces?

      La mujer había clavado con toda sus fuerzas sus uñas en la zona genital del hombre-lagarto, y estaba comenzando a retorcer la mano como si quisiera abrir el pomo de una puerta.

      Lindiith aprovechó ese momento y se abalanzó sobre el hombre, seccionando su garganta con un limpio tajo.

      El último de los hombres cayó al suelo mientras de su garganta manaba la sangre a borbotones.

      Lindiith suspiró, se acercó a la mujer.

      La mujer, notó que algo se le aproximaba en la oscuridad y se echó hacia atrás.

      Lindiith tomó las manos de la mujer y las aproximó a su cara, dejó que sus manos recorrieran todos los rasgos de su cara, notando en ese momento que la respiración de la mujer era más tranquila, más armónica,

      Se levantó y, tomando a la mujer de la mano, se encaminaron juntos a la entrada de la mina.

      A los pocos minutos se encontraban fuera de ésta, bajo el cielo estrellado.

      Ella lo miró por primera vez, nunca había visto un ser que emanara tanta belleza y misterio a la vez.

      Lo abrazó con fuerza a la vez que rompió a llorar.

      Liindith se dejó abrazar, notó el cuerpo de la mujer apretado contra el suyo, notó como a la mujer se le escapa el aliento y recorría su nunca.