Inicio › Foros › Historias y gestas › Concurso Un día en la vida de tu personaje: Orínica y Muerte.
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«Un Orco nace entre envidia y odio; éste es rápidamente repudiado por los Dioses.
Los Humanos aun carentes de ánima y nombre, sufren la desmesurada cólera de Astaroth. Amarth cae bajo la impertérrita Lanza Ulmechia mientras la sangre y la risa de Astaroth lo inunda todo. Súbitamente, la risa se ahoga en un agua irradiada por la luz de Argan.
La Luz deja paso al Elfo.
El odio de Astaroth entra en escena como una ventisca y consume al mundo en su no-vida. Su ánimo de conquista toma forma y hace brotar goblins, gnolls, trolls, entre otros engendros que no sabría nombrar. Todo se oscurece.
Creo ver la ciudad de Eradia arder, morir y alzarse distinta.
Entonces veo como la Magia ve la luz en Dalaensear.
Veo escenas de grandes batallas, bandos de diversas razas, dragones de heterogéneos colores, aniquilándose entre sí, dioses que se alzan y otros que caen en desgracia.»
-Y ahí me despierto siempre… ¿qué crees que significa?- pregunto intrigado por la respuesta.
-Que hablas demasiado y bebes poco- Dijo el camarero con tono claramente despectivo.
Bah, típico, demasiado temprano para que un camarero tabernario soporte las conversaciones divagativas de un viejo orgo como yo. Pero ese sueño me tiene perturbado y nervioso. Pago la cuenta, recojo mis bártulos y me dispongo a salir del local cuando oigo unas palabras entre los campesinos que aquí se encuentran:
-…ayer fue una suerte que estuvieran aquellos guerreros en Ryniver, ¡esos malditos muertos estaban por todas partes!
Por un momento se me antoja estar aun soñando. ¡Muertos! las historias de terror se quedarían cortas ante los últimos acontecimientos que asolaban Eirea. Noticias inquietantes de portales a otra dimensión que traen la muerte consigo, podían oírse de un extremo a otro de los reinos.
Sin demorarme más, salgo del establecimiento para reanudar mi viaje.
Inhalo una buena cantidad de aire nada más pisar la calle, siempre me gustó lo diferente que huele la Ciudad de Galador, con ese sutil pero brutal, toque a carne quemada en sus hogueras. Me despierta el apetito matinal.
El sonido de carromatos y las voces del gentío inundan el mercado. Estos se van acallando a medida que mis pasos me aproximan a la Ciudadela, dejando paso a los cánticos enfermizos de los fanáticos devotos de Seldar y a los gritos desconsolados de los encarcelados, todo esto aderezado con el estruendo de los latigazos. Siempre los latigazos.
Antes de partir de una vez hacia mi ciudad natal Ar’kaindia, recorro los pasillos repletos de soldados del Imperio Dendrita hasta llegar a la imponente puerta de la Catedral de Seldar. Ante ella, como siempre, los guardias de ésta, y como siempre, discutiendo. Sin prestar atención a las nimiedades de su discusión me adentro en la Catedral. Disfruto con la tinta para pergaminos de esta tienda, su calidad es excelente, no se puede decir lo mismo de este Capellán, tiene el aliento tan… áspero, debería traerle algo de menta cuando regrese.
La última parada de mi visita está dedicada a la pequeña tienda de pociones, aunque esté situada en un barrio «modesto», su dueña tiene buena mano para la manufacturación de brebajes y ungüentos. Me despido con una sonrisa como siempre, a la que la anciana responde complacida, ya que raros son los gestos de amabilidad en esta ciudad.
Reanudo mi marcha por las calles hacia el extremo sur de la ciudad. Este barrio huele a orines y excrementos de animales, los cuales sirven de presa a los pobres hambrientos de la ciudad. Entre ese maldito olor y peticiones de limosna consigo llegar a la puerta sur de Galador. El ambiente esta mas agitado que de costumbre por aquí. Pequeñas cuadrillas de reconocimiento, escuadrones de combate armados, y lo que más destacaba… ¡Necromantes! Era raro verlos fuera de sus siniestros estudios, diseccionando a cualquier pobre diablo que cayera en sus manos. Estaban aquí, urdiendo algo. Grimorios, cientos de muertos momificados para sus invocaciones, tarros con pócimas, armas, muchas armas, se apilaban junto a las murallas… algo se avecinaba y ellos lo sabían.
Los gritos de un mensajero silenciaron el tumulto.
¡Danarpe! ¡Danarpe a caído!- gritaba entrecortando la voz entre esputos de asfixia- ¡La ciudad murió y se alzó de nuevo! Pero ellos… ¡¡estaban muertos!! ¡¡Todos ellos!!
Todo el mundo pudo sentir el silencio, se hizo patente como una brisa helada. Se sabía que cada vez esos malditos condenados volvían con más virulencia, y ahora la primera ciudad había caído… Los Necromantes sonríen, con una sonrisa apagada, tenue… pero casi puedo oírla.
Vuelvo la cabeza hacia uno de los Lugartenientes y le aconsejo «amablemente» que informe a sus superiores en el acto. Me dirijo raudo y veloz hacia Yssalona, a la Torre de Cristal, conservando una vana esperanza de encontrar algún documento que pueda explicar algo de la naturaleza del Y502 o sobre la maldición de Astaroth. Ese sueño…
Las gentes de estas tierras están atacadas por el pánico, hogares apuntalados, luces apagadas. De camino a Brenoic solo encuentro desolación y silencio en las calles. El miedo puede verse como un manto negruzco y tedioso en la población.
Y como siempre, ante las desgracias y las «distracciones» de la guardia, aparecen las comadrejas. Antes de que me dé cuenta, a la altura del cruce hacia El Castillo de D’hara y las tierras de Golthur, unos bandidos saqueadores me cierran el paso.
-Bonita Lanza viejo… debe valer al menos 100 platinos- me espeta uno de ellos con tono burlón, marcado de una clara agresividad.
-No sabes apreciar maravillas de Eras pasadas, pobre ignorante. Esta Lanza Diamante bien valdría una fortaleza. Ahora retrocede, y dile a tus amigos que hagan lo mismo. Nunca me ha gustado limpiar las calles de alimañas, y tampoco es mi trabajo.
Sonrío antes de que la daga que silba hacia mí, rebote súbitamente al contacto con mi recubrimiento pétreo. Acto seguido se abalanzan sobre mi entre gritos y maldiciones. Pobres infelices.
El poder Rúnico crepita por un instante entre mis dedos cuando los chasqueo.
Es fugaz, casi como un susurro, pero sin duda… doloroso. Sus cuerpos se desvanecen al unísono cuando las esferas de energía los envuelven. Hay cierta belleza en como la vida desaparece ante un mero capricho de la magia.
No le doy importancia y prosigo mi camino hacia la Torre Cristalina. Cuando me encuentro a sus puertas, con su apariencia tan débil, no puedo evitar sentir nostalgia de lo que antaño fue, de lo que representaba. Pero aun hoy sigue conteniendo grandes secretos.
Horas pasaron entre pergaminos, entre libros desechos y roídos, capas y capas de polvo enterrando los restos de una de las mejores bibliotecas que el mundo había visto, convertida ahora en un cementerio de libros. Hasta que logro entenderlo…
-¡Nada! ¡Aquí no encontraré nada! -las palabras me queman la garganta- Nada que pueda explicar la naturaleza de la maldición de Astaroth ni nada que pueda prever lo que sucederá en los tiempos venideros.
Si al menos esos fanáticos demonistas de D’hara, no estuvieran tan obsesionados con sus demonios, tendrían el maldito tiempo de haber investigado más profundamente la no-vida. Y los Necromantes de Dendra… sé que no obtendré nada de esos recolectores de huesos y carne, y además parecen disfrutar con todo esto. Sus archivos solo serían accesibles para un extranjero como yo mediante el uso de la fuerza, y eso no estaría para nada justificado…
¡Maldita sea la diplomacia en estos casos!
El frio y el color blanco de la nieve inundan el interior de la Torre. Cae a través del tejado inexistente. Estoy acostumbrado aun perteneciendo al clima árido del desierto, muchas horas de estudio arcano entre estos muros. Siempre he pensado mejor con la cabeza fría. Me quedo un rato mirando aquella majestuosa mortaja de nieve, envuelto en mis pensamientos. Los portales dimensionales son un autentico quebradero de cabeza, el fluir del Éter, sus vientos huracanados. Malditos muertos…
-¡Agnur!- Ese tenebroso castillo aparece súbitamente en mi cabeza.
Allí podría encontrar la información que necesito sobre estudios necromantes, los Condenados, y sobre la maldición de Astaroth…
Aunque claro, no suelo ser bien recibido allí, en mi última visita percibí que la muerte ganaba fuerza entre sus murallas y la hostilidad se hizo patente. Tendré que ir a comprobar si lo que creo es cierto. Iré mañana al ocaso.
Que Velian me salve y me guíe.
<p style=»text-align: right;»>Fragmento extraído de «Diario de Ciencia y Magia, por Rijja Al’jhtar«.</p>
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