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El bullicio de la taberna era mayor de lo habitual, hacía tiempo que no estaba tan concurrida la taberna. El levantamiento de las restricciones impuestas por Darin había alegrado a los habitantes de la montaña, habían pasado demasiados días alejados de las tabernas y todo por esa extraña enfermedad que llegó de Anduar, o eso dicen…
-¿Vienen esas jarras o qué?
Thaleim volvió de su ensimismamiento, contemplando como la cerveza se derramaba sobre todo el suelo.
Rápidamente, tratando de que Tholdam no fuera consciente de cómo desperdiciaba la cerveza, trató de arreglar el desastre con un paño.
-Ya van, disculpe Tholdam.
Tholdam asintió con un gesto de resignación, últimamente notaba al joven muchacho más ausente de lo normal. No sabía si se trataba porque tenía otras cosas en la cabeza o peor aún, sospechaba que había empezado a fumar algunas extrañas hierbas.
Thaleim se acercó a una de las mesas y colocó sobre ella el par de jarras de cerveza y un pequeño plato con estofada, cortesía de la casa.
La pareja de enanos que estaba sentada en la mesa agarró con ansias cada jarra y la vaciaron prácticamente de un sorbo.
-Trae otro par, pero no te demores tanto, mozo.
Thaleim asintió, mientras disimuladamente echaba un vistazo al martillo que reposaba sobre el suelo.
No tenía duda alguna, se trataba de un Trymther, el martillo que el propio rey Darin otorgaba a sus guardias de élite. Era, sin duda, el arma más preciada por cualquier enano.
-Muchacho, dáte brío con esas jarras.
Thaleim miró a los enanos y asintió de nuevo, miró a su alrededor, observando cómo engullían jarra tras jarra los parroquianos de la taberna.
Se apresuró y llevó un par de jarras más a los guardias enanos, que no tardaron en vaciar, de nuevo.
Miró bajo la mesa de estos, el martillo ya no estaba.
Juraría que no habría pasado ni un par de minutos desde que vio el martillo por última vez.
Miró a su alrededor, no podría estar muy lejos.
Fue entonces cuando vio cómo una figura encapuchada abandonaba la taberna a grandes zancadas.
Sin pensarlo dos veces, lanzó la bandeja detrás de la barra y salió corriendo persiguiendo al presunto ladrón.
Saliendo de la taberna, contempló cómo el encapuchado se internaba por la Calle de las Gemas, sería el punto para interceptarlo, ya que se trataba de un callejón sin salida.
Aminoró la marcha y comenzó a moverse sigilosamente, escuchando con atención y pendiente de cualquier movimiento.
Pasó con cuidado cerca de algunos enanos ebrios, tratando de no ser descubierto.
Observó a la figura entrando en la oficina de contratos y cerrando la puerta.
Thaleim se acercó a la oficina y permaneció agazapado bajo la ventana de la misma, escuchando a un par de voces.
-Me ha costado lo mío, pero aquí tienes este martillo. Ahora cumple lo prometido.
-Jamás pensé que lo lograrías, este martillito va a dar mucho juego, ahora solo necesitamos colocarlo en el lugar apropiado.
-Ya te dije que no quería saber nada del plan con Veleiron, cuanto menos sepa mejor.
-Sí, sí, disculpa. Es que esta guerra va a ser muy fructífera en cuanto pillen a ese maldito veleironita con este martillo… Vamos a ganar muuuuucho dinero…
Thaleim prestó más atención, tratando de reconocer esa voz que le resultaba familiar.
-Te he dicho que no quiero saber nada de esto.- repitió.
-Está bien, bueno, aquí tienes lo prometido y esta bolsa de gemas de regalo.
Thaleim escuchó cómo unos pasos se dirigían hacia la puerta de la oficina y, de un salto, se agazapó entre unos barriles.
La puerta se abrió y vio cómo el encapuchado salía de la oficina, camino de la avenida Khazad Dum.
Thaleim permaneció en su escondite hasta que dejó de escuchar los pasos alejándose.
Se acercó con cautela a la oficina y trató de inspeccionar el interior a través de la puerta, que se encontraba medio abierta.
No había nadie.
Aún asimilando lo que acababa de presenciar, dirigió sus pasos hacia la sala del trono, Darin tenía que saber qué estaba ocurriendo.
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