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    • Alembert
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      El burócrata dendrita.

      `Era el final del trabajo, o por lo menos la parte principal, el núcleo y fin último de todo lo que había hecho aquellas dos semanas. Y antes de eso, otra semana de observación previa que habría de verificar en esos últimos días. Los preparativos solían centrarse en examinar el terreno y las circunstancias del objetivo, así como las herramientas adecuadas, pero sobre todo la historia. Esa historia es la que se contará entre susurros, en panfletos, en informes y lo que en general se contará sobre lo que va a pasar. Un autor crea una historia en una realidad distinta, con personajes, lugares, eventos fantásticos. La realidad, o nuestra realidad no tiene autores, al menos reconocidos. Sin historia propia o un origen un evento crea la suya y tiene diferentes consecuencias, toma vida propia en otras palabras. Crear una historia, una explicación alternativa, para ciertos sucesos era algo difícil que la inmensa mayoría del gremio ignoraba. Era ésto lo que lo distinguía y por lo que era buscado, envidiado y a veces temido. En otros oficios alguien como él hubiera sido llamado artista, pero en su linea de trabajo tal calificativo no existía, excepto tal vez alguien con un inmenso amor propio.
      “Tanto ruido para tan pocas nueces…”
      El pensamiento hizo que se asomase una mueca un poco solitaria en su rostro tenso por la concentración. No es que se lamentase, únicamente hacía una observación, porque sabía que en realidad no había de que lamentarse ni otra alternativa que buscar. Por lo menos en lo que a él concernía, éste era el único camino, un orden y modo de hacer, un método, un protocolo.
      Se recostó contra suelo sobre el manto doblado y buscó una posición cómoda para actuar en la última escena de la obra, en la cual esperaba ser tan sólo un extra. Miró hacia abajo, hacia sus pies y buscó las piedras, la rama y las casas que hacían de referencia al fondo. Había reconocido aquella colina cercana nada más verla como la idónea para apostarse.
      “Una estampa preciosa para un escenario trágico… En fin, pongámonos a ello”
      Se incorporó sin mover las piernas, dejándolas asentadas en la tierra apelmazada y colocó su arco largo bajo los pies como si lo pisara y empezó a tensar la cuerda usando un lazo de cuero mientras se echaba hacia atrás. Apoyó la espalda sobre el manto acomodándose y con el brazo libre cogió un virote con un penacho negro y lo colocó sobre un útil de fabricación propia, hecho explícitamente para la ocasión: el objeto estaba atado firmemente al arco y era casi una extensión del mismo, una cánula perpendicular a él de forma que un proyectil corto podría ser propulsado por la cuerda en lugar de una flecha.
      Estaba bien entrado el crepúsculo y la noche ya estaba encima. Su estudio de los alrededores y las pautas de los habitantes del poblado le decían que era el momento adecuado y soltó un extremo del pedazo de cuero, liberando la cuerda.
      !FLUM…!
      La cuerda se destensó de golpe volviendo a su posición habitual, llevándose consigo el pivote, que se deslizó a lo largo de la guía y quedó libre en un corto vuelo.
      !PLOM!
      La contraventana abierta recibió el proyectil que la golpeó con un crujido y se cerró lentamente, como un animal herido huyendo renqueante hacia la seguridad del interior de la vivienda.
      Se reincorporó como antes, tomó la cuerda envolviéndola con el trozo de cuero y se reclinó. Cogió un nuevo pivote, esta vez uno de unos pocos que descansaba al lado de su cabeza y lo hizo descansar en la cánula, delante de la cuerda. Verificó su posición con las piedras, la rama y la casa y movió la mano de cuerda muy ligeramente mientras al fondo la conmoción esperada se desarrollaba según lo previsto.

      Alguien apareció en la ventana, empezó a abrir la contraventana para dejarla en su posición original.
      !FLUM!
      La contraventana estaba totalmente abierta con el pivote claramente asomando ahora a la luz de las antorchas. Una duda, una pausa en la apertura de la ventana y un giro de cuello buscando respuestas.
      !CRACK!
      Reconoció al blanco, incluso a aquella distancia. Tal y como esperaba. Su rostro sorprendido cuando recibió el proyectil en el ceño, empujado hacia dentro de la casa, desapareció en la semioscuridad, a imitación de lo que con toda probabilidad acontecería en su frente.

      Con calma y con diligencia se giró recogiendo el resto de proyectiles y los guardó en dos carcajes, ademas del cuero, la guía desmontada y el manto redoblado. Con una rama barrió con mimo el lugar y emprendió la marcha alejándose del pueblo sin prestar atención al cuerpo del orco que yacía cerca, pero sí a todos los demás sonidos, especialmente a los provenientes del pueblo. Caminaba apoyándose en el arco, a grandes zancadas, calzado con botas orcas que le venían grandes. Rodeó la colina y llegó a un grupo de matorrales cerca del camino, donde cambió de calzado y suspiró al quitarse las vendas y telas de relleno que tuvo usar. Con cuidado fue recogiendo bolsitas con hierbas aromáticas que rodeaban los matorrales y los cuerpos de más orcos, arqueros y un chaman, mientras la luz se iba haciendo tan escasa que hasta a un mestizo como a él tendría pronto que recurrir a antorchas o magia. Contó los saquitos, hizo repaso mental de los siguientes pasos a seguir y caminó sigilosamente sobre las rocas a distancia del camino, guiándose por las antorchas de las patrullas y de los puestos de guardia.
      No fue hasta mucho más tarde, mientras tomaba el desayuno en un pueblo vecino que las noticias llegaron, algo acerca de un ataque orco proveniente del norte. Luego los rumores y las habladurías de saetas orcas en las casas de los pueblos, de incursiones de orcos entre cuyas víctimas se encontraban un burócrata local y de otras desgracias ahora atribuidas a las hordas negras. Los rumores no eran amables con el difunto; al parecer no se le echaría de menos. No tardarían en aparecer soldados, caballeros provenientes de la fortaleza cercana y un sinfín de interrogatorios. A eso se le añadirían los informes de la última semana acerca de inquietud en la frontera, ataques a y entre orcos y agitación entre las tropas del Ejército Negro.
      El manojo de pivotes restantes desapareció uno de cada vez entre las arenas, la tierra de la sabana, los matorrales y el río junto con las botas. Las pistas dispersas y los signos que se contradecían harían difícil un rastreo para alguien con habilidad y experiencia, y normalmente no eran asalariados del Ejército ni asignados a tales labores.
      Antes de que empezase cualquier investigación, por corta que fuese, ya se habría escurrido, una figura anónima, llana e inconsecuente que nada tenía que ver con disparos (por fortuna sin víctimas) sobre edificios, ni hostigamiento a las tropas orcas, ni requisa de pertrechos orcos. Sólo un viajante más, alguien que apenas se mantenía con la caza o un marchante de poco pudiente, que cruzaba Ryniver en su ruta habitual a y desde Anduar. No había prisa, incluso eran contraproducentes, así que cuando algo llamó su atención, algo diferente al ojo entrenado decidió dedicarse a entretenerse estudiando esta novedad por unos días.`

    • Alembert
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      Flecha mal hecha, corazón maltrecho y viceversa. 1ª Parte

      Tras todo lo que aconteció en el norte, decidió volver sobre sus pasos de vuelta al sur. Al atardecer una carta urgente lo frenó en Ryniver y le exhortaba a presentarse en cierta casa del casco histórico a asistir en la seguridad de cierto miembro de la jerarquía local. La mano que sujetaba el mensaje lo estrujó a medias en un acto reflejo apenas contenido y masculló mientras lo recomponía a regañadientes. Odiaba la falta de planificación, el caos y las prisas. Sabía perfectamente que su contacto estaba al tanto y en ocasiones le pinchaba con mensajes en el mismo tono. Pero no era normal algo tan súbito pues muy pocas veces la provocación iba más allá del mensaje y no implicaba al trabajo en sí. Se armó de paciencia y recuperó la compostura mientras asimilaba los detalles del escrito.
      Siguiendo el procedimiento quemó el mensaje sin dejar rastro y empezó a indagar en la taberna acerca del personaje asignado, por lo menos para hacerse con una idea más concreta antes de meterse hasta el cuello en una situación desconocida. Luego de media hora de pesquisa, demasiado breve para él, abandonaba la habitación y se encaminaba hacia su próximo lugar de trabajo. No era tan extraño para él hacer de guardaespaldas o de asesor de seguridad. Incluso una vez había ayudado en una investigación en las afueras de Anduar, lo que le supuso una buena reputación entre población y guardia, además de un par de cicatrices y fracturas que necesitaron ayuda clerical.

      Ryniver fue durante un breve tiempo una de las joyas del Imperio Dendrita. Cuando la propia Dendra o Galador empezaban a reconstruirse, la pequeña villa de Ryniver había prosperado por el comercio y la pesca con el resto del continente que empezaba a sacudirse la ruina del Cataclismo. La cantera de Anduar proveyó las piedras con las que se expandió más allá del río y hacia el paso de Ostigurth y el casco histórico fue de las primeras zonas y con la mejor planificación. Eso fue hasta que el Imperio tomó control absoluto de la vibrante ciudad y ahora los edificios de tres plantas y magnífica mampostería estaban sellados ( aparentemente ) excepto aquellos ocupados por la oficialía del ejército o la jerarquía imperial.

      Una pareja de guardias lo cacheó en la entrada a la zona, pese a dar el santo y seña indicado en el mensaje. Al parecer ello tan solo evitaba que le requisasen las armas, no el registro. Iba a ser una noche larga y su exasperación era comparable al aburrimiento de los soldados, que lo dejaron pasar finalmente tras advertirle que dejase a la vista las armas que portase, para facilitar trabajo a las patrullas. La respuesta fue asentir con un suspiro: no quería tener problemas y tampoco lo habían zarandeado como solían hacer en la capital.
      Con paso alegre caminó hasta un edificio usado por un noble local, poco más que un cacique local, que recaudaba impuestos y manoseaba criadas, según rumores de taberna. Hacía tiempo que él no juzgaba en general, salvo casos de extrema perversión, se limitaba a poner el arco primero y la mano después sin muchos miramientos.
      Hizo sonar la campanilla y levantó la vista examinando el edificio y los adyacentes, cosa que normalmente debería haber hecho sobre la marcha, pero el cansancio del viaje y los contratiempos lo habían desconcentrado y descolocado. La puerta se abrió y una mujer humana de mediana edad luciendo vestido sencillo y delantal y visiblemente molesta lo miró desde el umbral. Parte del malhumor se fue cuando se identificó como “asesor de seguridad” pero no hubo oportunidad de seguir la conversación pues un grito resonó desde el interior del edificio. La autora del escándalo descendió por las escaleras hasta el primer piso, resultando ser una joven, humana también y con lo que parecía un uniforme de sirviente, y agarrándose a la barandilla explicó visiblemente asustada:

      -!El señor está muerto!

      Mascullando una maldición se giró hacia la mujer en el recibidor – !Llame a la guardia!- y subió la escalera a grandes zancadas con destino a la amedrentada núbil.

      -!¿Dónde?!

      Confusión se unió al susto en el joven rostro.

      -!¿El señor, dónde, piso, habitación?!

      -Erm… tercer piso… primera habitación a la derecha…- respondió la interpelada temblando y con las manos en ademán de tapar la boca.

      Otra escalada a grandes zancadas con una mano asiendo la barandilla y la otra el arco le condujo al tercer piso y entró, con la respiración agitada y extrayendo una flecha del carcaj, en la estancia.
      El cuerpo de un hombre, suponía el objetivo del contrato, estaba sentado en un escritorio e inclinado sobre el mismo, con la cabeza de lado descansando y un dardo incrustado en la sien.
      “Un tanto exagerado, pero efectivo…”

      • Esta respuesta fue modificada hace 4 years, 2 months por Alembert.
    • Alembert
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      Flecha mal hecha, corazón maltrecho y viceversa. 2ª Parte

      La ventana abierta, frente a la puerta y con el escritorio entre ambas daba una clara pista de donde le había venido de visita la muerte. Circunstancias así no las hubiera permitido, de haber llegado a tiempo para hacer los cambios debidos, claro está. Apartó la resignación y las lamentaciones para posteriores deliberaciones y decidió comprobar la ventana con precaución. Se asomaba a la estrecha calleja entre edificios y al nivel del tejado, permitiendo el acceso al mismo.
      “Otro fallo de seguridad inoportuno…”
      Una mirada rápida le informaba de que ésta estructura era común a todos los edificios del barrio y para su incredulidad, un tablón apoyado en las tejas comunicaba los tejados colindantes. En la penumbra distinguió una sombra agachada en el extremo opuesto en el tablón que le devolvió la mirada y hacía un gesto mientras alzaba el arco y tensaba la cuerda. Apenas alcanzó tensión cuando soltó por puro acto reflejo y se echaba a un lado al ver que la sombra le lanzaba un objeto pequeño, que se adentró veloz en la habitación, mientras su propia flecha hacía lo propio con mucho menos impulso en la calle.
      Cuando su vista regresó de registrar el vuelo del objeto al exterior la figura sombría descendía por el otro lado el tejado exhortándole a elegir una persecución o a dejarlo ir y esperar a la guardia. Tomó la primera opción: tenía que resarcirse de la calamitosa sucesión de malas decisiones de aquella tarde.
      Sacó un pie por la ventana y comprobó la firmeza del tejado antes de seguir el itinerario que le conduciría en pos de la sombra asesina. Había menos ruido ahora, excepto la llamada lejana a la guardia de una voz que reconoció como la mujer que lo había recibido y varias pisadas sordas y metálicas, soldados esperaba.
      Con pasos cortos pero en rápida sucesión se acercó al tablón, lo palpó brevemente y lo cruzó como si le quemasen los pies. Aun estaba algo descreído de la audacia del asesino y de la incompetencia de los guardias, aunque debía de asignarse parte de ésta pues el tablón era visible por muy poco desde la calle principal, por la que él mismo había venido.
      Tenía la esperanza de que quien quiera que fuese la sombra tuviera tantos traspiés y tropiezos como él o se escabulliría entre las crecientes sombras de la villa. Llegó a la cima del tejado con el arco a punto y asomando momentáneamente para evitar mayores sorpresas, pasó al otro lado descendiendo hacia otro tablón que hacía de pasarela. Era consciente de que dado que la teja no le daba la suficiente firmeza para evadir o saltar, cualquier ataque podría ser certero y definitivo. Al llegar al otro lado le llamó la atención el eco de unos pasos en el callejón y bajó la vista. Un soldado un tanto menudo empuñaba una espada corta y parecía dubitativo. Le hizo unas señas: puño cerrado, un dedo alzado, la mano abierta con los dedos juntos en dirección al perseguido. Otro titubeo, quizás no le veía bien en la creciente oscuridad y se acercó al borde, buscando el contraste con el horizonte de un sol ya desaparecido y repitió el mensaje con señas muy vehementemente.

      “!Vamos, espabila! Alerta. Un enemigo. De frente en persecución.”

      No iba a perder más tiempo y remontó el tejado con el arco listo a tiempo para escuchar un estrépito, el sonido de un objeto grande de madera golpeando el suelo y el movimiento de una sombra, su presa, remontando hábilmente la pendiente hacia la chimenea, buscando refugio. Soltó la cuerda y la flecha buscó el bulto escurridizo antes de la eludiera.

    • Alembert
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      Flecha mal hecha, corazón maltrecho y viceversa Parte 3ª

      La sombra desapareció tras la chimenea y con ello el poder distinguir si la flecha había encontrado su blanco o no. Tomó otra y con cuidado fue descendiendo mientras apuntaba por si se daba el caso de que el asesino le esperase agazapado en lugar de escapar. Al llegar al borde confirmó que era uno de los tablones lo que había causado la conmoción y yacía partido en el suelo ante la mirada del soldado recién llegado. Otra vez le hizo señas señalando al frente y estudió la situación, consciente de que no disponía más que unos momentos.
      El tejado no estaba muy lejos, pero sin un pie firme las posibilidades de saltar al otro lado con algún margen para apoyarse, equilibrarse o asirse a algo eran escasas. Entendía el problema pero la logística de la solución de los tablones se le antojaba aparatosa y demasiado conveniente, una sensación familiar y sospechosa. Nuevamente relegó las deducciones para luego y tanteó una resolución al dilema tirando sobre la ventana del otro lado. La flecha iba con buena tensión pero sin exagerar, y la madera recibió el impacto cediendo al mismo: la falta de mantenimiento, carcoma o la humedad son otro tipo de asesino, sigilosos pero constantes. Necesitaba aún así más potencia que la que le proporcionaba el arco así que aflojó un tanto la bandolera para manejar con soltura la ballesta que colgaba de la misma y la orientó con una mano. La saeta perforó la cerradura que sellaba la ventana y otra la sustituyó, encajada y atada con un cuero al carril. Tanteó el borde buscando un apoyo firme, remontó unos pasos, apartó un fajín de cuero para descubrir una luminosa faja, tapó el carcaj y se lanzó cuesta abajo saltando desde el linde más fuerte que hubo encontrado, encomendándose a la suerte.

      Aterrizó en el borde frente a la ventana y con la inercia se precipitó hacia ella, irrumpiendo en el interior. Suspiró dando gracias a su buena suerte, maldiciendo por milésima vez las improvisaciones y las prisas, se levantó sacudiéndose el polvo que con la caída había impregnado la ropa y destapó la aljaba. Era evidente que llevaba unos años abandonada, con muebles tapados por sábanas dibujando siniestras y fantasmagóricas formas a la leve luz de la faja. Otro estruendo proveniente de afuera le indicó que alguien seguía cubriendo sus huellas y que tal vez seguía indemne. Se colocó una venda a modo de mascarilla y corrió por la escalera, ignorando luces y voces de proscritos, vagabundos y otros ocupantes al margen de la ley. Al llegar al recibidor se encontró una simple pata de mesa bloqueando la puerta, que voló de una patada en la oscuridad, y volvió a la calle con una leve y sincera sonrisa ante tan sofisticada medida de seguridad, la primera en un día muy largo.
      Buscó a su alrededor orientándose, preguntándose donde estarían el extraño soldado, el perseguido y la guardia, sobre todo ésta última. Apenas los había visto antes, salvo los gritos lejanos y el puesto de guardia en la entrada de la zona, que ahora tenía a la vista y contra toda lógica estaba desierto. Pasó por el último callejón cuya paz fue alterada por otra pasarela improvisada y encontró parte de la respuesta a sus interrogantes al hallar al otro lado del mismo a su improvisado compañero de periplo y a los guardias, a los que le señaló la garita con indignación.
      Con la vista alzada rodeó finalmente el último edificio del bloque y del casco viejo para encontrarse el espacio abierto entre los bloques de edificios poblado por carros y barriles a los que no había prestado atención al entrar. Uno de estos carros aparcado y repleto estaba convenientemente al lado del último edificio, habilitando una forma de bajar con algo de seguridad del tejado con un par de saltos.

      “¡Venga ya! ¿es broma, verdad? ¡una maldita broma!”

      Ya no estaba seguro de si era suerte, una preparación minuciosa a lo largo de meses para que pasase desapercibida, pura incompetencia de la guarnición del ejército, una conspiración para dejar morir a su protegido o alguna combinación increíble de todo ello. Simplemente no daba crédito. Y lo peor era que algunas de éstas cosas podría haberlas evitado si hubiera seguido su protocolo habitual.

      ¿Pero dónde estaba ahora su presa? Con el tiempo perdido haciendo de agente inmobiliario y contando la retirada de la pasarela ya debería haber bajado, pero no había nadie a la vista en el largo sendero que conducía al resto de la ciudad. Recordó entonces una de las lecciones más evidentes de todo cazador: “Cuando el rastro se interrumpe, la presa está al alcance, y si no está a la vista, al acecho”.
      De un salto se cubrió con el carromato más cercano mientras las pisadas de la guardia finalmente convergían al puesto de guardia.

    • Alembert
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      Flecha mal hecha, corazón maltrecho y viceversa Parte 4ª

      Estaba en una mala posición, dado que aun viendo una parte lejana del sendero, el puesto de guardia y el claro entre edificios no tenía linea de tiro clara a todos ellos. Quien podría tenerla eran su presa, que acechaba en algún lugar y la guardia, que se aproximaba a su recuperar posición original. Lo más probable era que estuviese recorriendo las carretas en el otro lado de la calle en dirección a la garita para continuar su huida o que tendiese una emboscada a los infelices soldados.

      “Desde aquí poco puedo hacer sin arriesgarme… avisarles, tirar o cortar la huida. Pocas opciones y ninguna me parece buena”.

      Mejor dicho ninguna lo satisfacía. Aunque algo incompetentes aquellos guardias no merecían una muerte evitable pero tendría que exponerse él mismo o esperar que estuvieran a la vista y llamar su atención. Se aflojó aun más la bandolera y colocó la ballesta encima de un barril, desligando el carril mientras rumiaba qué hacer cuando un movimiento fugaz y un grito ahogado rompieron con el ritmo regular de las pisadas. Localizó a la sombra que abandonó por un momento la carreta y echaba a correr por el sendero. Atinó a disparar la ballesta casi sin apuntar por la sorpresa antes de desaparecer otra vez en la oscuridad del sendero mal iluminado. Echó a correr en pos de la sombra y se detuvo sin alcanzar la garita a echar una mirada. Los soldados avanzaban agazapados tras escudos y uno, el menudo, estaba tumbado en el suelo con el tronco girado a un lado.

      Hizo señas a los soldados: un dedo extendido al frente y luego un puño. Descolgó un poco el carcaj, lo apoyó contra una pierna y aguardó con una flecha colocada en la cuerda, arco a medio levantar. Las patrullas ahora reunidas, cinco soldados, bajaron el sendero mientras que los guardias que estaban apostados hicieron sonar un cuerno. Como azuzada por la alarma, la sombra reapareció corriendo hacia el final del camino y a la luz de las antorchas de las calles de Ryniver se distinguía mejor.

      Calculó por un momento, alzó, tensó, soltó, tomó otra flecha y repitió sin mover la mano del arco ni su posición en una candencia que la práctica convierte en veloz mientras los proyectiles se apresuraban hendiendo la oscuridad. La primera flecha pareció caer a los pies de su blanco y fue la señal para corregir el arco mientras las demás se perdían golpeando la calzada. Otras patrullas aparecieron alertadas por el cuerno y cortando el camino, terminando con la huida y la carrera de la sombra, que se quedó dudando por un momento. El lanzamiento se detuvo mientras el resto de la salva se arrojaba sobre su blanco mordiéndolo voraz en varios puntos, desequilibrándolo. Los guardias no tuvieron mucho problema para reducir al asesino, quien quiera que fuese, tras lo que mostraron una señal de conformidad que fue respondida con un aspaviento del arco.

      Volvió la vista para ver a los guardias atendiendo a su compañero de armas y se acercó tras ajustarse los pertrechos para ver si podía contribuir. Al aproximarse entendió mejor la fisonomía del soldado menudo: no era un soldado, era una soldado. Yacía ahora boca arriba con un dardo clavado en el hombro y parecía dolorida por los gestos. Los soldados trataban de sujetarla para extraer el dardo pero no se dejaba y dudaban por algún motivo en hacerlo con firmeza.

      -Si estaba envenenado como sospecho, cuanto antes se trate mejor…

      El yelmo completo tapaba el semblante y no podía leer la expresión, aunque se quedó completamente inmóvil mirándole. En ese estado pudieron retirar el dardo con cuidado aunque la punta estaba quebrada.

      -¿Puedo? – preguntó extendiendo el brazo hacia el dardo, que recibió prontamente y acercó a la nariz.
      Había un olor que no reconoció, pero no era madera ni metal de los que estaba manufacturado el dardo. Asintió al soldado que le tendió el dardo y se lo devolvió con gesto grave.
      -Necesita un curandero y rápido, y retirar el fragmento incrustado también.

      Hubo un silencio desafortunado mientras sus palabras inundaban la calle y sonaban como una sentencia.

      -Los venenos suelen tardar horas en actuar y por lo que parece en este caso era un asesino novato y el veneno era para asegurarse – se apresuró a decir.
      – ¿Y cómo estás seguro de eso? Tu pareces saber mucho del tema… – preguntó uno de los soldados.
      – Suelo trabajar en seguridad y he de saber sobre “el tema”. Y decía lo de asegurarse porque un dardo atravesando la sien suele ser suficiente – Se llevó un dedo señalando el lugar del impacto tal y como recordaba.
      – Eso no me tranquiliza – dijo la soldado, que habló por primera vez. Sonaba joven y nerviosa, algo lógico dadas las circunstancias.
      Otro de los guardias le susurró mientras su compañero ayudaba a caminar a la herida:
      -El sanador está en Alell y tardará en llegar… – hizo un gesto con la cabeza – puedes echarnos una mano con el veneno… es la hija del Capitán…
      Suspiró y respondió susurrando:
      – No conozco el veneno, tan solo puedo hacer lo que sabe todo el mundo, extraer la punta, limpiar, cauterizar y rezar…

      El soldado asintió y le hizo una seña para que le acompañase al cuartel local. Allí tendieron a la herida y procedieron a retirar con unas tenazas, previa retirada de la armadura. Afortunadamente la soldado llevaba un vendaje grueso en el pecho para amoldar y cubrir los senos. Limpiaron como pudieron la herida y aplicaron algunas hierbas curativas. No podrían hacer más hasta que llegase un clérigo. La joven estaba pálida y sudando abundantemente. El pelo corto y ensortijado se le pegaba a la cara y junto a los ojos azules suplicantes y los rasgos finos le daban una apariencia casi infantil a pesar de su complexión atlética. Le conmovió que le agarrase la mano cuando le cambiaba el emplasto, una sensación que no había sentido hace tiempo.
      – Ya dije que aunque hubiera veneno tardaría en actuar… aun hay tiempo para un clérigo.

      Las palabras o la fiebre la hicieron relajarse y perder la conciencia. Por fortuna un sacerdote de Seldar llegó vestido con ropajes de la Inquisición y comenzó a administrar sus cuidados. Pudo al fin salir de allí para prestar declaración antes los oficiales de la guardia, incluido un algo desconfiado pero agradecido capitán.
      Con el cuerpo dolorido llegó a la taberna y pudo cerrar los ojos mientras los gallos anunciaban la salida del sol.

    • Alembert
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      Flecha mal hecha, corazón maltrecho y viceversa 5º Parte

      Cuando abrió los ojos durante unos instantes no pudo situarse en lugar o tiempo, hasta que reconoció la habitación y la luz de la tarde entrando por la ventana. Se giró y estiró como pudo para espabilar mientras se daba cuenta de que se había quedado dormido nada más dejarse caer sobre la cama, tal cual vestido de la noche anterior o mejor dicho, aquella madrugada.

      “Menuda noche… y eso que probé gota”

      El pensamiento arrancó una sonrisa y lo animó a encarar el día o lo que quedaba de él con mejor ánimo. Y en verdad lo necesitaba: un contrato fallido, un protegido muerto y ahora una posible investigación centraría sobre él la atención, aun cuando colaborase. Pensó en la soldado, sargento, tal vez teniente, pidiendo, suplicando con aquellos ojos llevados por el miedo. De alguna manera le había sobrecogido el que un soldado perdiese la compostura, o tal vez, su edad, o su aspecto. Lo último centró sus pensamientos mientras bajaba por las escaleras de la taberna.
      Habían retirado la armadura y una faja a modo de sostén cubría sus senos, que se insinuaban bajo la tela doblada. Un cuerpo musculado, trabajado y bien proporcionado de un guerrero con una piel pálida, quizás por estar cubierto usualmente, y luminosa seguramente por su juventud. El rostro tan fibroso como el resto del cuerpo tenía rasgos finos: nariz respingona, labios prominentes pero finos, pómulos altos y unos ojos de un azul claro. Una mujer hermosa y joven, en la plenitud de la juventud y fertilidad. El miedo a morir, algo que no se espera en un oficial, le había impactado, como un dardo irónicamente, en el corazón. La vio entonces más joven, como una adolescente casi, más pálida, indefensa, digna de piedad y protección.
      En este punto se detuvo tras pedir algo para comer. ¿Era ésto lo que le había sobresaltado, un mero instinto? ¿Tal vez algún deseo reprimido y no satisfecho? La idea lo puso nervioso pero no por una simple excitación del cuerpo, si no por la fulminante ráfaga de ideas que tomó su atención por asalto, aislándole del mundo que le rodeaba. Un viaje emocional y vital en unos momentos en los que experimentó un surtido de emociones como hacía tiempo que no se permitía sentir. Deseo, esperanza, negación, duelo, resignación, determinación transitaron por cuerpo y alma, dejándolo inmóvil.

      -¿Amigo, está bien?

      Los ojos desenfocados volvieron a la vida y se clavaron en el posadero, ahora alerta y erguido ante la mirada. Se relajó cuando los hombros del interpelado hicieron lo propio y la mirada se suavizó. Levantó una mano como disculpándose y respondió con voz suave:

      -Estaba distraído pensando en mis propios problemas…

      -No quiero tener problemas como los tuyos, amigo. Ni contigo tampoco…

      Sonrió y levantó de nuevo una mano, reiterando la disculpa e inquirió sobre mensajeros y carruajes. Necesitaba informar a su contacto y viajar de regreso, y en tales condiciones no quería tentar la suerte, si existía algo así, y que le ocurriese algo más para lo que no estuviese preparado.
      Un par de horas después, una pareja de soldados apareció en su cuarto. Al parecer la investigación seguía en curso y el “Capitán de la Guardia” deseaba formular más preguntas. No hizo comentario alguno, tan solo se echó a un hombro bandolera y al otro carcaj, recogió el arco y los acompañó. La subida al casco histórico se hizo un poco más lenta. Su escolta se conformaba con estar unos pasos tras él, como dándole espacio. Aún quedaban algunas flechas aquí y allí, pero poco más indicaba lo que había ocurrido apenas un día antes. Los soldados de patrulla lo saludaban y respondía asintiendo y saludando a su vez con la mano; parecía que se había corrido la voz y había un respeto casi profesional por parte de la tropa.
      El cuartel estaba en alerta, más aun que anoche, y los guardias tenían claramente otra actitud, más formal pero también más nerviosa. El capitán estaba sentado en su mesa, ante unos papeles y la habitación no había cambiado, excepto el biombo que ayer cubría una esquina hoy estaba más desplegado y cubría más espacio. Con un gesto le invitó a sentarse y se incorporó ajustándose el uniforme de faena.

      -Gracias por venir. Quisiera repasar unos detalles de su declaración si no le importa…

      -No hay problema, cuanto antes se resuelva el asunto, antes podré olvidarme de él…

      -¿Tan molesto resulta el caso para usted? – El tono no era el mismo de ayer, parecía más tenso, como toda la tropa. Algo que le molestaba e inquietaba a parte iguales, una sensación que precedía a problemas más graves.

      -He fallado un contrato de protección, mi cliente ha muerto y dudo que cobre. Además de que mi reputación sufrirá un revés.

      -Ah… ya veo. Quisiera que me contara de nuevo los hechos, desde su llegada a la posada. – Echó mano a un grupo de papeles que descansaba en la mesa.
      A continuación fue repitiendo los hechos acaecidos, según su memoria. El capitán lo detuvo y le pregunto por alguna discrepancia entre contado y escrito, pero eran variaciones muy pequeñas. Al final parecía un poco aliviado, pero la tensión seguía ahí. Mientras le refería lo ocurrido encontró en sus rasgos una excusa para acordarse de su hija, lo que le hizo perderse momentáneamente, lo que provocó nuevas preguntas. “El don de la oportunidad”, pensó y se recriminó el que su memoria volviese a la joven tan inoportunamente.
      Al cabo de media hora de preguntas y vueltas a su historia concluyó el interrogatorio preguntando cuando pensaba partir de Ryniver, momento en que una nueva voz surgió:

      -Muchas gracias, Capitán. Lo tomaré desde aquí… – Una voz un tanto aguda y pedante, que se correspondía y coincidía con un clérigo de sotana púrpura y aires de aristócrata que abandonaba su escondite tras el biombo.

      Entonces comprendió en su totalidad la tensión de toda la tropa. Si bien era cierto que los distintos cuerpos de gobernanza del Imperio de Dendra estaban por lo general a la par en cuanto a poder, sometidos todos ellos al Emperador mismo, si el afilado olfato de un inquisidor husmeaba el más leve aroma a herejía, la Iglesia de Seldar se hacía cargo y tomaba mando y plaza. Y si el Emperador no mediaba y generalmente no tenía motivo ni era dado a la piedad, pobre de aquellos sobre los que recaía una investigación inquisitorial. El pobre capitán se sentó con la mirada huidiza en su mesa,con su autoridad ahora disminuida y digno de lástima.

      -Bien, parece que nuestro buen Capitán aquí parece ser diligente en tomar nota de todo lo que le ha contado. Para tapar sin duda su propia incompetencia en impedir un asesinato de un miembro de la Jerarquía Imperial, dentro de las fronteras del propio Imperio. Por ello responderá más adelante pero ahora mismo… sin embargo estoy más interesado en lo que “no” ha contado… en esos detalles que no se ha preocupado en investigar…

    • Alembert
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      Flecha mal hecha, corazón maltrecho y viceversa 6ª Parte

      Un Investigador Inquisitorial o un miembro de la Inquisición en una misión oficial no era alguien a quien se le pudiera mentir o ignorar sin sufrir graves consecuencias. La fama que tales individuos se habían granjeado hacía que su mero paso o presencia en una localidad provocaba que las milicias redoblasen sus esfuerzos en hacer cumplir la ley, cargos políticos con “conciencia culpable” decidieran suicidarse, otros se lanzasen en un afán para expiar o señalar supuestos culpables y otros eventos similares. Navegaba ahora en aguas traicioneras y con tempestad a la vista.

      -Estoy a su disposición para todo aquello que desee preguntar.

      El Inquisidor sonrió y murmuró a media voz – Oh… estoy seguro de que lo está…
      Con una nariz aguileña, ojos hundidos y la tez pálida parecía una alimaña saboreando el inminente festín, caminando por la estancia juntando las manos huesudas por las puntas de los dedos.

      -¿Cuál es el motivo de su estancia en Ryniver?¿de dónde venía?…- arrastraba las palabras como si en verdad hablar fuera un deleite.

      -Venía del norte, de Ysalonna y del bosque de Wareth, para cazar allí. Lo he estado haciendo durante estos meses.

      -Así que…caza… ¿qué animales buscaba?¿dónde están las piezas que se cobró?¿y que hay de las pieles?…

      -No tengo preferencia, caza mayor o menor, según necesidad. Esta vez no encontré piezas que me motivasen y pasé largo tiempo acechando o conversando con otros cazadores en las tabernas.

      -¿Oh? No es afortunado en la caza entonces… ¿cómo sobrevive entonces?

      -Trabajos como el presente, aunque con mejor fortuna…

      El Inquisidor dejó escapar una risita desagradable, en verdad paladeando las desgracias ajenas diríase.

      -Sí… volvamos al asesinato…¿cuándo aceptó y firmó este trabajo?

      Se desabotonó la chaqueta y sacó un papel enrollado y se lo entregó al capitán, que pronto lo desenrrolló y se lo tendió al Inquisidor. Chasqueó la lengua un par de veces mientras examinaba el contrato y se lo dejó caer en las rodillas, y al suelo de no ser por unos buenos reflejos.

      -Fracaso tras fracaso… supongo que no desentona aquí. Nada más llegar he sentido el hedor de la inutilidad y la incompetencia. ¿Tiene alguna excusa para esconder el desastre?

      -La oferta se me hizo inesperadamente y no tuve tiempo para hacer los debidos preparativos, pero sí, tuve fallos en mi proceder.

      El Inquisidor levantó una ceja y sonrió ampliamente, aunque no por magnanimidad.

      -Explíquese… – invitó, aunque era evidente que para disfrutar la descripción de los errores, un sadismo nada oculto.

      -Normalmente se investiga al protegido, sus relaciones y horarios, los lugares que frecuenta y los caminos que toma. Se examinan también el servicio, proveedores y gente que frecuenta el hogar y/o el trabajo. Después, si es necesario, se sugieren cambios en algunos de los hábitos y se procede a amoldarse los hábitos propios a la rutina del cliente, manteniendo vigía salvo en momentos puntuales e imprescindibles.

      -Muy profesional…pero no resultó de esa manera aquí, ¿verdad?… – insistía el Inquisidor, que en cualquier momento parecería dejar escapar saliva por las comisuras de los labios.

      -No en verdad. El tiempo apremiaba y sólo pude hacerme una imagen del protegido a través de conversaciones de taberna y apenas sí pude examinar el entorno. Cuando llegué a su casa a presentarme ya había recibido muerte y no pude hacer más que intentar perseguir al supuesto asesino.

      El Inquisidor ladeó la cabeza como divirtiéndose con el relato. -Continúe… ¿se le pasó el detalle de las pasarelas que convenientemente comunicaban todos los tejados del vecindario como aquí nuestro diligente capitán?…

      Al oficial nombrado se le movió involuntariamente la nuez y ello motivó una risita del interrogador.

      -Una vez pasado el incidente, todas las fallas se hacen evidentes. Pero no era evidente para los soldados ni para mí porque no desentonaban con el escenario.

      -¿Oh?¿Cómo entonces..?

      -Los maderos eran un poco viejos y estaban asentados, llevaban tiempo en esa posición, diría semanas. Tiempo suficiente para que se aceptasen como normales y no destacasen. Indicativo de que éste asunto se venía fraguando desde hacía tiempo.

      Ahora el Inquisidor frunció el ceño y miró al capitán buscando una aclaración.

      El oficial explicó nerviosamente que unos obreros habían pedido permiso para realizar unas obras de remodelación de los tejados, habían presentado documentación que el mismo fallecido había visto y firmado. Las lluvias de la semana pasada habían paralizado los trabajos.

      -Apostaría un jornal a que la misma compañía de obreros había traído varios carros con el material.

      Al capitán se le abrieron más los ojos y volvió la vista hacia el investigador que se le devolvió mirada sonriendo:

      -Oh mi capitán, ¿se le pasó eso también? Tch thc tch…. Por suerte la Santa Inquisición está en ello y han sido detenidos y están siendo interrogados. – La sonrisa de autocomplaciente era obscena.

      -Y la torpeza con que la Guardia resolvió el asunto… !un horror!

      Levantó una mano como pidiendo la palabra, podría haber sido igualmente como protesta ante un linchamiento gratuito. Tanto como defender al pobre hombre, sino también su propia profesionalidad.

      -¿Algo que añadir..?

      -A decir verdad, los soldados son gente disciplinada y basan su modo de vida en estrategias y órdenes. Ante hechos inesperados han de reaccionar y vuelven una y otra vez a lo que se les ha inculcado en los entrenamientos. Para ello son, para que puedan tener un comportamiento al que echar mano cuando no hay tiempo para pensar. Y gracias a ello en cuanto se dio la alarma se reforzaron los puestos de guardia, las patrullas acudieron y cercaron al fugitivo.

      El Inquisidor dejó de sonreír y se centró en él.

      -El entrenamiento permite reaccionar sin pensar según un patrón, un orden. A mí mismo me ayudó a centrarme en la persecución.

      Una chispa se le encendió al clérigo en la mirada. Algo se le había pasado por alto, había dicho algo que no debía o se había excedido al romper una lanza en favor de la guardia.

      -Ciertamente tiene mucho conocimiento militar para ser tan joven… incluso sabe usar los signos visuales de mando…¿dónde ha aprendido tanto, señor mío?

      Recordó con nerviosismo que aunque su aspecto era muy humano, las orejas tenían una ligera agudeza, muy ligera. Su sangre y parte de su musculatura eran los contrario. Y al Imperio de Dendra no se le conocía por su tolerancia hacia razas afines a la Creación y la Luz.

      -Los soldados y los ejércitos son diferentes en cada lugar, pero tienen necesidades parecidas y soluciones parecidas. En asuntos prácticos como maniobras, armas y signos no son tan diferentes como se suele pensar…

      La respuesta no era concluyente ni mucho menos, pero el Inquisidor no insistió. Tuvo la impresión de que estaba jugando con él, de que si quisiera no escaparía. No obstante le sostuvo la mirada serio y de pronto sonrió diciendo:

      -Ya veo veo que es un hombre de recursos… tal vez un día pueda ponerlos al servicio del Imperio y contar con usted en nuestras filas.

      “Oh… estoy seguro de que lo está…” -Repitió para sí las palabras anteriores del investigador.

      -No le entretengo más. Tenemos los medios para identificarlo y hacerle más preguntas si hace falta. Por ahora puede volver a su viaje.

      Asintió tanto al clérigo como al capitán, que parecía haber recuperado el ánimo, y abandonó el despacho. Fue al salir del cuartel cuando pudo respirar el aire de la noche y casi sonreír ante un nuevo encuentro.

    • Alembert
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      Flecha mal hecha, corazón maltrecho y viceversa 7ª Parte

      No se le había escapado la velada amenaza del Inquisidor sobre que tenían los medios para localizarlo, pero fue apartado de golpe todo otro pensamiento por una visión inesperada: la soldado herida ayer en uniforme de faena, con un brazo en cabestrillo, sonrisa en la cara y visiblemente con mucho mejor ánimo. Estaba conversando con el resto de la tropa para deleite de los soldados congregados, lanzando chanzas, bromas y en general haciendo ver que estaba fuera de peligro. Era una confirmación innecesaria para las observaciones que ya había hecho, para la deferencia, el cuidado y atenciones. Era la niña de los ojos de su padre, y también de la guardia local, lo que tendría extrañas consecuencias para ella misma, para la propia guarnición, y para cualquiera que se relacionase o lo intentase con su protegida.
      Suficiente era con que la Inquisición lo vigilase en la distancia como para despertar la iras de un capítulo entero del Ejército de Dendra, asi que se dirigió al oficial de guardia y pidió sus armas depositadas allí durante el interrogatorio. Tras tomarlas y girarse casi tropieza con ella.

      —Disculpe…¡ah! Teniente, ¿cierto? Celebro que se encuentre mejor.
      —Oh, sí, gracias. Precisamente estaba buscándole. — le dijo sonriendo.
      —¿Con qué motivo? Acabo de ser interrogado…
      —¡Oh! ¡Nada de eso!. Solo quería agradecerle su ayuda, ya sabe…
      —Creo que sobrevalora lo que hice, teniente. Tan solo extraje la punta y limpié la herida. Cualquiera de sus compañeros lo haría… — señaló con la cabeza a la audiencia de soldados que estaba incómodamente a cierta distancia sentados en torno a la mesa de recepción pero extrañamente atentos.
      —Sí, pero… parecía tan seguro — la interrumpió alzando una mano.
      —Y esa es la razón, por la que me dejaron ayudar. Porque a usted, teniente, le daría más seguridad.
      —Vaya… ¿soy tan predecible?
      —Oh, no. Parecía lo correcto. Y tenían razón, ¿verdad?
      Ella se giró hacia el coro de soldados que se esforzaban en hacer como que no escuchaban y rió bajando la cabeza y sacudiéndola. Le enterneció singularmente la camaradería, pero reconoció que sobre todo las sensaciones estaban causadas por ella. Su piel sin la palidez del estrés mortal tenía un brillo sano y natural, y los rubios rizos caían gráciles por la frente, en el límite de lo que los reglamentos militares permiten en lo que respecta a longitud capilar. La sonrisa era honesta y abierta, cosa rara en el Imperio de Dendra, pero esperable en un pueblo alejado de la capital.
      —Pero como decía, en lo que a mí concierne, me alegro de verla sonreír. Cuídese, teniente…
      Saludó al resto de la guarnición y salió a la calle, ya entre oscuridad de la noche y luz de antorchas.
      La teniente salió tras él y se puso a su altura.
      —¿Puedo acompañarle al menos? , ¿a dónde se dirige?
      —A la taberna… Supongo que una escolta competente me vendría bien — sonreía un poco, y se sorprendió otra vez ante la idea de disfrutar de la compañía y de que la resolución a la que se había aferrado esa tarde se había ido desmoronando a medida que aquella voz cálida le agasajaba con atenciones. Una parte de su mente conocía el peligro, pero extrañamente el resto parecía amodorrado, dejándose llevar.
      Caminaron despacio hablando del incidente del día anterior, antes de perderse poco a poco en vaguedades, intercambiando alguna broma. Al llegar al puesto de guardia y saludar a los soldados apostados, recordó el vuelo de las flechas.
      —He de acordarme de reponer flechas.
      —Ah, siempre puede conseguirlas en la herrería del pueblo — El cambio de tema hizo que volviese a un trato más formal brevemente.
      —Estoy seguro de que son de buena calidad, pero prefiero hacerlas yo mismo.
      —¿No se fía del buen herrero? — dijo con una sonrisa pícara.
      —No se trata de eso — respondió con otra sonrisa. — Es por la firmeza de la flecha, es más conveniente así.
      —La firmeza… ¿acaso hay algo flácido escondido en el carcaj? — sonrió casi mordiéndose el labio inferior.
      Rió sin pensarlo y apoyó el arco en el suelo, con las dos manos encima como un bastón, mirándola por un momento.

      “Así que ha ido por ahí… Menuda pieza…”

      En el momento en que pensaba como responder lo observaba de vuelta, cabeza inclinada hacia un lado, la mano libre apoyada sobre el cinturón, en la cadera que estaba ladeada ligeramente. Incluso con la ropa de faena, sin yelmo y sin otros adornos, costaría no resultarle encantadora.
      Encontraba la legendaria belleza de las doncellas elfas fría, tanto como perturbadora la de sus parientes oscuras, excepto honrosas menciones, como la que había encontrado hacía poco. Radicaba sobre todo en la longevidad, el saberse hermosas y que no decaería su aspecto en mucho tiempo. No obstante las humanas eran más conscientes en contraste, más apasionadas, pues sabían que era don caduco y perecedero. Y para él, la belleza que le devolvía la mirada era fresca, cálida… y también breve en el tiempo.
      —¿No conoces la paradoja del arco, teniente?
      —No, pero seguro que me la explicarás para que no siga hablando de cosas flácidas ¿verdad?
      Otra risa involuntaria…
      “Verdaderamente encantadora”
      Le ofreció el arco, que recogió dubitativa y destapó el carcaj, extrayendo una flecha.
      —La paradoja consiste en que la flecha no irá a donde señala cuando descansa en el arco… Mantenlo firme en esa posición y confía en mí.
      Se colocó frente a ella, al otro lado del arco, y apoyó una flecha en la cuerda, tensando ligeramente. Ella lo miró de reojo y sonrió. La diferencia de altura era poca pero evidente. Desprendía un aroma suave y fresco a flores… no adivinó a cual, pero le resultó casi tóxico estando tan próximos. Habló con voz suave y posó la mano del arco sobre la de ella, apenas más cálida que la suya.
      —Se apunta, se tensa… y mira lo que hace la flecha — fue destensando la cuerda despacio mientras explicaba — la flecha se deforma un poco bajo la presión de la cuerda contra el arco y se curva hacia el lado donde se apoya… hasta que casi libra el arco…
      Estaban ahora separados apenas por el arco y ella lo miró brevemente.
      —Ojos en la flecha, teniente… — obedeció con una sonrisa.
      Tomó la flecha con la mano del arco mientras explicaba y simulaba un tiro — la flecha al irse acercando al arco y liberarse de la presión se curva pero ahora hacia el lado contrario. Cuando libra totalmente el arco va repitiendo este movimiento mientras vuela hacia su destino — se alejó poco a poco en la dirección del tiro mientras deformaba con la mano la flecha a un lado y a otro.
      —No se dirige hacia donde apuntaba al principio, ni tampoco hacia donde se curvó después en el arco, si no a medias, entre uno y otro. Y eso depende de… — tomó la flecha por la punta y la sujetó ante sus ojos como aleccionando a un alumno, o puede que sermoneando.
      —¿La flacidez?
      —¡La firmeza de la flecha! — corrigió entre risas— creo que estás obsesionada con flacidez. El acero también se deforma, lo sabes ¿no? ¿seguro que sabes usar eso? — señaló la espada corta reglamentaria que descansaba plácida en su vaina.
      Eso le valió que le lanzasen el arco con intenciones claramente hostiles y una persecución tratando de darle patadas entre risas.
      —¡Eh! Se supone que me estás escoltando y tengo que llegar vivo, ¿no?
      —¿Vivo? !Mis órdenes no decían nada de eso!
      —¡Pediré ayuda a tus compañeros!
      —¡No vendrán, me conocen bien!
      —¡Ah! ¡traición! ¡piedad! — se dejó alcanzar y fingió dolor ante los leves puñetazos en los hombros y las patadas. En este momento parecían dos adolescentes traviesos armando escándalo, lo que les granjeó miradas acusadoras y les produjo aun más risa.
      Ya casi habían llegado a su destino: al otro lado de la calle se situaba la posada. Se apoyaron ambos en una pared a recuperar el aliento, perdido no tanto por la carrera si no por la hilaridad. Las miradas cómplices y más sonrisas prometían una velada larga e interesante. No obstante recordó en ese momento al ver el establecimiento la reflexión que realizó allí y lamentaba la pobre convicción con que se había manejado hasta ahora.
      —Bien, parece que hemos llegado. Hora de comportarse de acuerdo a nuestra edad — dijo ajustándose las ropas con marcada ceremonia y expresión exageradamente seria, conteniendo la risa sin querer ocultarlo. — Algunos tenemos una reputación que mantener…
      —Seguro — dijo la joven entre risas — ¡un abuelito!
      Se inclinó y apoyó una mano sobre el arco y puso la otra sobre la zona lumbar.
      —Ay jovencita… ¿qué haría yo sin mi bastón? — dijo imitando a un anciano con voz quejumbrosa.

      Cruzaron entre carcajadas y corriendo la calle, deteniéndose en la entrada de la posada. Allí se detuvo y se apoyó sobre el arco otra vez.
      —Gracias por la escolta y la compañía, teniente.
      —Mmm ¿no va a invitarme a una copa? — contraatacó la soldado.
      —¿Aquí? Oh… este es un antro de perversión.. ¿Que haría una joven como usted aquí, teniente?
      La interpelada fingió ofensa y espetó:
      —Pues aquí suelo pasar mis ratos libres cuando no estoy de servicio, y me atienden muy bien, que lo sepa, señor mío.
      —Ah entonces podrá beber cuanto quiera sin mi permiso. Yo por mi parte me retiraré: la espalda me está matando… uno que es viejo y… ¡el maltrato de la escolta! ¡Inconcebible!¡Totalmente reprobable! ¡un horror!
      La fachada de ofendida se derrumbó con alborozo mientras la observaba encorvado. Cuando se calmó le ofreció una mano con una sonrisa:
      —Buenas noches, teniente.
      Se la estrechó algo más seria y cuando se volvió para encarar la entrada se detuvo al notar un leve tirón de una manga. No se atrevía a girarse del todo, tan solo un poco y a mirar de reojo. Allí estaba, de pie, mirando al suelo y con una mano sujetándolo por la manga de la guerrera. No podía verle la cara así inclinada y con el pelo cubriéndola, ni tampoco intuir lo que estaba pensando. Podía desenvolverse en situaciones sociales previsibles e improvisar hasta cierto punto valiéndose de la astucia, pero en ese instante estaba perdido y aterrado. Nunca se había sentido tan arrebatado por las emociones, a merced de sus impulsos, alejado de la lógica y el control que su fachada aun mantenía firme. Sin saber muy bien que hacer, optó por la mal interpretación intencionada, a riesgo de hacerse odiar: posó la mano libre sobre la que lo apresaba y acarició suavemente sus dedos mientras aflojaba la presa.

      —No me debes nada, teniente. Nos vemos mañana…

      Entró con algo de premura y sin mirar atrás en la posada y dejó recado de que le despertasen por la mañana temprano antes de que saliesen los carruajes. Subió a grandes zancadas la escalera hacia las habitaciones en repetición a lo que hacía tan solo un día había hecho, aunque aquella vez en pos de algo y esta vez prácticamente huyendo.
      Cerró la puerta tras de sí, la atrancó y buscó por unos instantes la habitación preso de la paranoia y del desequilibrio emocional antes de recuperar la compostura. Podía imaginarse amaneciendo junto a la joven teniente, su cuerpo a la naciente luz y su adorable sonrisa saludándolo en el nuevo día, una vida idílica junto a ella antes de las consecuencias llegasen a ellos. Volvió a él la sensación de pérdida, la calidez perdida, la brevedad de los días humanos y las posibles memorias de felicidad truncada.
      ¿Acaso era este su deseo, o el de ella?¿O era el instinto tomando forma y control? Se le antojo ésto último mientras yacía en la cama desvestido aferrando el arco y una flecha en cada mano mientras un torrente de emociones lo arrastraba.

      Un punzada en el corazón aguda y casi física lo atacó mientras traba de desviar su mente desde unos delirios de fantasía hacia un frio análisis cuando algo cedió. Un nuevo dolor se unió a la algarabía de sensaciones, centrando su atención en sus manos hasta encontrar la fuente: la punta de la flecha que estaba sosteniendo se había hincado en su dedo. La fantasía se desvaneció y abrazó esta nueva aflicción para no volver al anterior martirio, producto pensó, de su parte humana, más dada a la complacencia y a las pasiones.
      No era ajeno a la compañía femenina ni a las amistades o asociaciones puntuales, pero no podía fijarse en una relación estable de ningún tipo. Todo aquello que lo lastrara o que se resultase un ancla no podía permitírselo. Y por supuesto jamás había sentido tal ataque de soledad, deseo, nostalgia o cualquiera que fuese lo que estaba padeciendo. Por su mente se asomó la peregrina noción de que tal vez fuese víctima de algún encantamiento y de que una conspiración, al menos una de tantas, acechaba en el poblado tratando de enredarlo en su telaraña. Lo cierto era, pensando fríamente que si se dejase llevar y siguiese el curso natural de los acontecimientos jamás saldría de Ryniver. Buscaría cualquier excusa para no irse, atesorar esta nueva alhaja recién hallada y al Averno y al Olvido todo aquello que no condujese a la senda ansiada en la deseada compañía. Tal era el instinto sin dominar ni templar que le era desconocido hasta ahora y al que tendría que oponer toda su disciplina y poner bajo estrecha vigilancia.

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