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CAPITULO I. NACIMIENTO.
Bastión de Dhara: Laboratorio Secreto. 13 de Yeslie del 251 de la Era 3ª.
Dakharhu recorría, con notable ansiedad, de un lado a otro el sotano que el maestro de investigación de Dhara había puesto a su disposición para realizar sus experimentos. Una extraña máquina, con multitud de luces, palancas, aros que giran y huecos para introducir elementos, estaba situada en medio de la sala. De la máquina salían una serie de gruesos tubos de cobre, los cuales colgaban del techoy se conectaban a cuatro grandes esferas de cristal, dentro de las cuales había unos camastros metálicos con multitud de correas.
«Donde se ha metido ese estupido goblin, estoy rodeado de ineptos» pensó el mago con notable ansiedad.
«Ya debería estar aqui con mis elfitas» pensó y esbozó una lasciva sonrisa recordando la de veces que había violado a cada una de ellas y habñia vaciado su semilla dentro nueve meses atras. La boca se le llenó de saliva y un bulto de emoción surgió en la parte baja de su túnica al recordar esos momentos.
La puerta del sótano se abrió, sacando a Dakharhu de sus eróticos pensamientos y trayendole de vuelta a la realidad. Por la misma entro un pequeño y horrible goblin, de cuerpo deforme y retorcido, sujetando unas cadenas con varios gritelles atados a las muñecas de cuatro elfas, sucias, demacradas y desnutridas, en un avanzado estado de gestación.
«Ma mamamam maestro ya etoy qui con lalalalaala las eclavas» tartamudeó el goblin.
«Ya era hora estúpido hijo de hiena, llevo una hora esperando. Date prisa y ponlas en su lugar, nos estamos quedando sin tiempo» le gritó el amo a su esclavo.
El goblin, con calma y parsimonia cogió a la primera esclava y la metió en su esfera. Ató las correas y comprobó, una a una, que estuvieran bien atadas, una vez acabado de comprobar una primera, lo hizo una segunda y una tercera, para asegurarse que no fallaba a su amo. Hizo lo mismo con la segunda y la tercera prisionera. Ninguna se resistió, las bayas de Cyr cumplían su función a la perfección.
Mientras tanto la cuarta elfa, que parecía tener algo de mejor aspecto que sus compañeras, observó al goblin con detenimiento en cada uno de sus pasos. Eliandra, que así se llamaba, pertenecía a una de las familias nobles de Veleiron y había sido capturada hace tres años. Era una talentosa hechicera, pero no tanto como Dakharhu quién la derroto, capturó, cortó la lengua y violó hasta que consiguió que quedara embarazada. Deseos de venganza recorrían sus pensamientos, pero sin poder formular sus hechizos no era nada y eso mermaba sus fuerzas, pero no sus ansias de escapar de tan cruel enemigo.
Esa noche ella y sus compañeras tenian contracciones, sabía que el nacimiento de sus hijos se produciría en breve, pero no podia deducir con que fin estaban allí, con esa máquina infernal en medio de la sala,pero seguro que no era para algo bueno. Esa noche había tenido nauseas y había vomitado toda la cena, por lo que, aunque dñebil, no se encontraba bajo los efecto de la droga que su captor había puesto en su cena y su mente estaba lúcida: fuera como fuera no podía dejar que lo que tramaba su enemigo se llevara a cabo.
«Tutututututtu tu turno zorra» tartamudeó el goblin mientras tiraba de Eliandra, la cual se hizo la drogada y no se resistió.
El goblin la puso en su cama y se dispuso a atar los grilletes con su natural lentitud.
«Date prisa condenado enjendro!!!!» exclamó dakharhu al tiempo que pronunciaba extrañas palabras y tocaba al goblin.
El goblin sintió una tremenda sacudida eléctrica, lo que le hizo apresurarse y atar las ahora ennegrecidas correas con sus humeantes manos. Esta vez no perdió el tiempo en comprobar si la prisionera estaba bien atada, no quería enfadar más a su amo.
Todo estaba listo. Dakharhu, con los ojos abiertos por la emoción, pulsó varios botones de la máquina, moviendo palancas como si no hubiera un mañana. Sacó varios frascos y los introdujo en diabólico artilugio. Los aros del mismo empezaron a girar a gran velocidad, parecía funcionar. El mago se emocionó, miles de platinos invertidos y por fin parecía que lograría sus fines. Los tubos empezaron a vibrar y un humo negro empezó a salir de los mismos cubriendo por completo las esferas.
«Tres…, dos…, uno…, ahora gañán acciona la palanca verde» instó el hechicero a su esclavo el cual hizo caso al instante.
La máquina vibró por un instante, el humo de tres de las esferas adquirieron un rojo intenso y el de la cuarta se disipó, dejando a la vista a una jadeante Eliandra que había roto aguas. Los tubos se pusieron de nuevo en funcionamiento y empezaron a absorber el humo rojo. Un líquido espeso, negro y rojo empezó a salir por uno de los tubos y Dakharhu lo recogió en un matraz. En las tres esferas que antes había humo, ahora solo quedaban unos cascarones vacios y marchitos de lo antes eran tres elfas.
Al transmutador le temblaban las manos al recoger el matraz. Añadió su sangre a la mazcla y unas gotas de líquido de la fuente de ponzoña de seldar. Sacó con cuidado una piedra negra cubierta de vetas rojas, que parecían latir con vida propia, y la introdujo en la mezcla, la cual empezo a girar sola formando un remolino que disolvió el mineral al instante. Una sonrisa maligna se dibujó en el rostro del mago el cual puso el matraz en la máquina y pulsó un enorme boton rojo. La mñaquina absorbió el líquido y sus aros comenzaron a girar a una velocidad vertiginosa al tiempo que los mecanismos empezaron a funcionar a su máxima potencia, echando un humo negruzco.
«Sólo un poco más….» pensó emocionado el hechicero.
La esfera de Eliandra se cubrió de un humo rojo sangre, dentro del cual se podían ver almas con rostros atormentados girando en un torbellino y lanzando gritos desgarradores que se unían a los gritos de parto de la elfa. Eliandra terminó de parir, dejando a la vista un bebe que colgaba de un cordon humbilical que lo unía a su madre.
Dakharhu bajo la ultima palanca y la máquina se revolucionó aún más, echó un humo negro y acto seguido estalló, lanzando al hechicero varios metros atras y dejandolo aturdido.
El humo rojo se tornó negro y se concentró convirtiendose en una etérea lanza de oscuridad que se precipitó sobre el bebe hundiendose en su pecho y desapareciendo al instante. En el pecho del pequeño, apareció una especie de marca oleosa que se movía y unas ramificaciones empezaron a aparecer de la misma extendiendose, con gran lentitud, por el recien nacido.
El goblin cortó el cordon y sacó al bebé.
«mamamamamama MAESTRO ES UNA NIÑA yyyyyy ppooooopopo PORTA LA MARCA» dijo el goblin con notable alegría, pero Dakharhu estaba en el suelo sin poder moverse.
Eliandra, agotada, escuchó lo que dijo el goblin que sujetaba a su pequeña. Sus correas estaban mal atadas y el cuero de las mismas estaba quemado y no le fue muy difícil soltarse. Se movió despacio hacia el esclavo que sujetaba a su hija, recogió un tubo de la destrozada máquina y, con las pocas fuerzas que le quedaban, asestó un fuerte golpe en la nuca del goblin que cayó a plomo dando un giro, cayendo de espaldas con la niña encima. Eliandra cogió a su pequeña y la miró. Era preciosa, clavadita a ella, por fortuna la sangre élfica había prevalecido sobre la humana.
Dakharhu parecía recuperar el conocimiento y Eliandra, que antepuso intentar salvar a su pequeña a su ansia de venganza contra su enemigo, se marchó corriendo de la sala. Fuera había mucho alboroto y confusión debido a la explosion de la máquina, cosa que la elfa aprovechó para escabullirse fuera de la ciudad. No conocía bien la zona, así que robó un caballo de la caballeriza y partió rumbo al norte con su pequeña, sin saber muy bien hacia donde iba.
Cabalgó durante toda la noche llegando a las cercanías de la fortaleza orca de Golthur y la rodeó continuando hacia el norte internandose en un bosque donde su caballo empezó a renquear. Paró y y se bajó, al tiempo que el caballo convulsionaba y caía fulminado de puro agotamiento. Eliandra lo miro con pena, pronto ella correría la misma suerte.
Caminó y camino mientras amanecía, y escuchó el sonido del agua. Con la vista nublada por la pérdida de sangre y la debilidad tras el parto, se dirigió hacia el sonido del rio y escuchó unas voces en adurn, un idioma que conocia. Gritó pidiendo ayuda y colocó a su hija suavemente sobre unos juncos cercanos antes de desplomarse. Miraba al cielo y veía el resplandor del sol, sol que sabía contemplaba por última vez. Sus ojos se volvieron vidriosos, le costaba respirar y ya no podía luchar mas. Ni siquiera sintió como Yrlin Sangreal, comisaria de la Santa Cruzada, acompañada de un Cruzado ataviado con una armadura blanca se acercaban apresuradamente a ella.
«Perdoname pequeña Elentari, siento no haber podido salvarte, perdoname mi niña que Eralie te acoja en su gloria.» dijo Eliandra con su ultimo aliento, agotado ya para siempre.
Yrlin se agachó, escuchando las ultimas palabras de la elfa, y contempló su desangrado cuerpo con la placenta y parte del cordón aun colgando y comprendió que no había vuelta atras.
«Descansa en paz valiente hija de Eralie y no te preocupes, tu hija no morirá hoy, te lo juro por lo mas sagrado.» prometió la vieja clérigo sobre el cadaver de la elfa.
Recogió a la pequeña semielfa de los juncos, era preciosa, y la miraba mientras sonreia. Los ojos de Yrlin miraron con ternura a la pequeña, incluso su duro y envejecido rostro esbozó una sonrisa, es más, sintió algo que hacía mucho que no sentía y había desechado de su mente muchos años atrás: instinto materno.
De repente, la pequeña convulsionó durante unos segundos y abrió los ojos. El verde se torno de un negro profundo que se extendió cubriendo todo el globo ocular e Yrlin se fijó, entonces, en la mancha con ramificaciones que vibraba a la altura del corazón de la pequeña y que había pasado inadvertida. La raices crecieron apenas un par de milimetros extendiendose por el pecho de la niña y la vieja peregrina sintió como una ponzoña oscura intentaba doblegar la voluntad de la semielfa, pero esta se resistía a pesar de ser solo un bebé. Seldar estaba detrás de esto y no podáa permitir que su maldad corrompiese el alma de Elentari, no despues del sacrificio de su madre y menos aún después de su promesa.
«Gran Cruzado Blanco, prepara mi caballo, mi peregrinaje a terminado, parto inmediatamente de vuelta a Takome. Después entierra a esta elfa como Eralie manda» ordenó la comisario.
«Asi se hara señora» dijo el cruzado blanco mientras señalaba a los peregrinos a sus ordenes a que cumpliesen la voluntad de su superior.
Yrlin viajó hacia Takome todo lo rapido que su montura y los cuidados esenciales de la pequeña le permitían. En unos dias llegó por fin al Bastion de Luz. Los episodios se habían repetido a lo largo del viaje y, aunque la pequeña habia luchado con todas sus fuerza, las raices oscuras habian crecido casi un centimetro en todas direcciones. No podía perder mas tiempo, tendría que hacer algo o la pequeña moriría y lo que es peor, seldar se adueñaría de su alma.
«Aguanta pequeña Elentari, lucha con todas tus fuerzas, no te rindas ya casi hemos llegado, mamá acabará con el mal que te asola». susurró Yrlin a la infante semielfa.
«He dicho mamá?…» sepreguntó Yrlin, sorprendida de que esa palabra hubiera salido de su boca.
«Soy demasiado mayor, pero alguien ha de ocuparse de ella….» empezó a autoconvencerse a si misma, pero rápidamente lo aparto de su mente, ya que ahora había otra prioridad, salvar la vida y el alma de la pequeña Elentari. Y eso no iba a ser fácil.
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CAPITULO II: EL MAL DA LA CARA.
Yrlin miraba con ternura a la pequeña Elentari al tiempo que cogía el AparatoDiseñadoEspecificamenteParaAmamantarBebesQuenoeselPechodeunaMadrenitampocolaUbredeunaVacaAunquedaLeche y se dispuso a dar de comer a su bebé. La pequeña semi-elfa cogió el artilugio con ambas manos y absorbió, ansiosamente, vaciandolo en un instante.
«Ya esta bien pequeña tragona, no tan rápido, que te vas a poner malita» susurró Yrlin a su pequeña mientras limpiaba la leche de la comisura de los labios de Elentari.
La vieja comisario trazó el símbolo de Eralie en la frente de la infante y esta quedó dormida al instante. Yrlin sonreía al ver como la pequeña semielfa iba, poco a poco, saliendo adelante y creciendo, cada dia comía más y había estirado hasta el punto de que ya no le valía la ropa que le había comprado el mes anterior. Nunca habría pensado que criar un niño fuese tan duro: cambiar pañales, comidas cada 4 horas, baños, talco, noches sin dormir… pero el esfuerzo valía la pena; la experimentada clérigo se sentía rejuvenecida, llena de vitalidad, al ver como una vida iba creciendo poco a poco bajo su cuidado. Había experimentado muchas buenas sensaciones a lo largo de su extensa vida, pero nada comparado a tener una hija.
Dejó a la pequeña dentro de su cuna, se giró hacia la chimenea de su cuarto y echó un par de leños al fuego para mantener la estancia caliente. Volvió a coger a la niña, la puso encima del escritorio, cogió un pañal limpio, hecho de paño y lana, y retiró el sucio echándolo a un cesto para su posterior limpieza. Tras lavar y secar a su pequeña, colocó el pañal a Elentari. Con sus dedos, recorrió, con ternura, la suave piel del bebé hasta que llegó a la oscura mancha tentacular que la pequeña poseía en el pecho, lo que le recordo que debía ir, como todas la mañanas, a rezar al templo para contener lo que quiera que fuese aquella cosa. Vistió a la pequeña y la metió de nuevo en su cuna. Elentari quedó dormida al instante e Yrlin llamó a una de sus doncellas para que cuidase de su hija hasta su vuelta.
Se dirigió a la catedral de Eralie pensando en aquella extraña marca. Desde que regresó de su peregrinaje con la pequeña, había iniciado una serie de fervientes rezos que habían parado el crecimiento de las ramificaciones de la oscura mancha y permitido a Elentari crecer con normalidad. Parecía que todo funcionaba así que debía continuar con su labor hasta encontrar algo más definitivo. Había leido cientos de libros, pero no había encontrado nada parecido a lo que asolaba a la niña.
LLegó a la catedral, se despojó de su armadura y se vistió con su túnica de alto sacerdote de Eralie, se dirigió al altar, delante del cual se arrodilló, y rezó durante horas fundiendo su espíritu con el del mismísimo Eralie, pidiendo la salvación de su pequeña.
El tiempo pasó sin ninguna novedad, la pequeña Elentari dejó de ser un bebé para convertirse en una preciosa y jovial niña que no paraba quieta. Su vitalidad, inquietud y curiosidad no hacía más que dar trabajo a una Yrlin cada vez más mayor, pero cada vez más llena de vida.
Elentari había demostrado ser muy inteligente y capaz, completando sus estudios primarios con excelentes notas, al tiempo que ayudaba a su madre con las labores del templo: limpieza profunda, colocar flores frescas, cuidado de las reliquias sagradas de los oficios, lavado de las túnicas… todo ello lo realizaba de forma perfecta, mucho mejor que el resto de novicias con las que apenas se relacionaba, y ademas le quedaba tiempo para acompañar a su madre en sus rezos diarios y practicar magia basica, con la que estaba sintonizada y hacia grandes avances. Todo parecía ir bien, para tranquilidad de Yrlin, hasta que un día…
«Madre, no me encuentro bien me duele mucho la cabeza, me siento mareada» dijo Elentari, apoyandose contra la pared.
«Que te ocurre Elentari!!!!.» exclamó Yrlin al tiempo que se levantaba dela cama y se dirigía hacia su hija.
«No se madre, llevo unos dias teniendo unos sueños muy raros. Escucho como varias voces me hablan, pero no las entiendo. Luego las voces callan y entonces las veo, son tres formas retorcidas, no llego a ver sus rostros, pero si sus ojos… negros de pura maldad. Veo como me miran, ansiosas y yo siento como si perdiera las fuerzas y acto seguido, me despierto sudando y confundida…todo parece tan real» explicó la joven.
«Por Eralie, estas ardiendo!!!!, desde cuando te ocurre esto Elentari?» dijo Yrlin tras tocar la frente de la pequeña.
«Tres dias madre, pero nunca tan fuerte como hoy.» respondió la niña.
Yrlin bajó el camisón de su hija, dejando al aire el pecho de la pequeña e inspeccionó la marca. Las ramificaciones no habian crecido un ápice, pero parecía que latía de nuevo, de forma parecida a como lo hacía cuando encontró a la pequeña años atrás.
«No te preocupes Elentari, solo ha sido un mal sueño, vete a tu cuarto e intenta dormir» dijo Yrlin para no preocupar a su pequeña.
Yrlin formulo una plegaria y bendijo a su hija. La fiebre desapareció al instante y Elentari se sintió algo mejor marchandose a su cuarto.
Esa noche Yrlin ya no pegó ojo, dandole vueltas a lo que habia ocurrido. Decidió que no podia mostrarse pasiva, ni llevar el peso de esto sola, tenia que pedir ayuda a alguien, pero a quien, no se le ocurria nadie con quien compartir tan pesada carga. Quizas lo mejor sería esperar a ver que pasaba, quizas solo fuera un sueño… sí, era mejor esperar unos dias, se autoconvenció la clerigo, con miedo a enfrentarse a su insólito problema. Dejó de pensar en ello y se durmió.
Yrlin comenzó a soñar. Dentro de su sueño, se levantaba de la cama al escuchar un ruido, como el maullido de un gato. Estaba en su cuarto y sentía, a pesar de ser un sueño, la calidez del mismo de forma vívida. Se dirigió al pasillo y observó a su hija parada en mitad del mismo.
Elentari estaba pálida como un muerto, su camisón estaba, hecho jirones, en el suelo, a poco metros de ella, dejandole completamente desnuda. Su brazo estaba estirado y sujetaba un gato por el cuello que bufaba sin cesar y arañaba el brazo de la semielfa, intentando soltarse.
Elentari miró a su madre, sus ojos eran pozos negros de oscuridad.
«Mamá alguna vez has arrebatado una vida inocente?, no hay nada mas sencillo y satisfactorio, aunque sea la de un ser menor, como la de este gato.» dijo Elentari con su dulce voz.
Yrlin la miraba desconcertada.
«Primero, se hace sufrir a la victima, si no, no tiene gracia.» dijo Elentari con una voz susurrante, parecida a la de un hombre adulto.
El gato se retorció de dolor al tiempo que su cuerpo se cubria de heridas, de las que brotaban gusanos, y de pústulas supurantes.
«Segundo, te alimentas de su alma, fuente de su poder eterno.» dijo Elentari, esta vez con una estridente voz de mujer.
El gato quedó inmóvil y una luz blanquecina y pura salió de su cuerpo y se introdujo en la boca de Elentari. La marca negra de su pecho hirvió y sus ramificaciones se extendieron varios centimetros en todas direcciones.
«Y por último, consumes su cuerpo.» dijo la niña, con una profunda voz ronca y retumbante, como de un un hombre que grita en una cueva.
El cuerpo del gato se retorció y se redujo a cenizas ante los ojos de una horrorizada Yrlin, que volvió en si misma y se dió cuenta de que eso no era un sueño, estaba realmente allí, en el pasillo, ante aquello que antes era su hija.
Elentari se volvió hacia Yrlin clavando en ella su oscura mirada.
Yrlin sintió como su mano empezada a escocerle y a cubrirsele de pústulas, al tiempo que sintio como algo tiraba de su alma, intentado sacarla de su cuerpo con una fuerza inusitada.
«Ya basta!!!!!» grito Yrlin haciendo acopio de su fe e imponiendo su voluntad a la de su hija, al tiempo que alzaba su medallón del agua. Las pustulas de su mano desaparecieron y la fuerza que tiraba de su alma cesó al instante.
«Pronto vieja, pronto, tu alma será nuestra.» dijo Elentari, aunque su voz sonaba como tres voces hablando al unísono.
Yrlin pronunció «amri xeno haltem» y Elentari quedó rigida como un poste. Sus ojos volvieron a su color verde de siempre.
La comisario, metió a Elentari en su cuarto y cerro los aposentos de su hija con llave. Se vistió rauda y veloz, sin pararse a pensar en lo que habia visto, tenía que recurrir a alguien, y creía saber a quien podía pedirle ayuda.
Yrlin salió a toda prisa de la se de la Santa Cruzada y se dirigió a su destino. No había tiempo que perder…
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