Inicio Foros Historias y gestas Crónicas del Cisne Negro – Volumen 6º – Las sombras de los callejones.

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    • JacobuS
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      Capitulo 1º – El ángel negro.

      Parte I

      15 de Soel del 158 Era 3ª.

      El ligero eco resonó a lo largo de todo el callejón de tal forma que, el sonido de las rápidas pisadas solo obtuvo como réplica el chillido de alguna rata que corrió a esconderse entre las sombras.

      A varias decenas de metros, la luz que arrojaba una enfermiza y prácticamente apagada antorcha iluminaba débilmente la sección de la calle a la que conducía el oscuro callejón.

      Una ráfaga de viento hizo tiritar la frágil llama que prendía en el extremo de la antorcha, mermando durante unos instantes la luz que arrojaba sobre la calle. Apenas unos instantes que fueron suficientes para que la sombra cruzara al otro lado de la calle, intercambiando un lóbrego y oscuro callejón por otro.

      La sombra aun esperó varios segundos más antes de reanudar su marcha.  Debía de asegurarse de que nada la seguía. De que nada emergía de la oscuridad del callejón que acababa de abandonar para abalanzarse sobre ella. Su vida dependía de ello.

      Pronto, el sonido de las botas pisando con fuerza contra el empedrado de aquellas calles volvió a acompañar el frenético recorrido de la sombra. Un sonido amortiguado ligeramente por la considerable capa de nieve escarchada que, a aquellas horas de la noche, se había depositado sobre todo el pavimento de las calles. Unas calles que pertenecían a uno de los peores barrios de Keel.

      No era prudente recorrer aquellas calles durante el día, ni siquiera con una pareja de guardaespaldas bien entrenados y pertrechados. Hacerlo de noche, y sin compañía alguna, únicamente podía conducirte a una muerte segura.

      Solo alguien tremendamente estúpido, o sumamente desesperado, se atrevería a cruzar por aquellas calles a tales horas de la noche.

      Según cuenta las malas lenguas, esas que a nadie nos gusta escuchar, pero que ninguno dejamos de prestar atención en cuanto las oímos, de aquellos enrevesados y oscuros callejones nacían y se criaban los asesinos más sanguinarios y despiadados de toda Eirea.

      Forajidos, ladrones, traficantes, asesinos, locos, matones, dementes, piratas y corsarios… Aquellos eran los habitantes de Keel, la ciudad sin ley. Una ciudad en la que cualquiera puede rebanarte la garganta por el simple hecho de mirarle a los ojos… o dirigirle una mirada indebida.

      Pero todo aquello no parecía importarle lo más mínimo al joven Lonell, el encapuchado que corría frenéticamente a través de los callejones más oscuros de la ciudad.

      A cada nuevo callejón en el que irrumpía, sus acelerados ojos ambarinos se esforzaban por diferenciar las nuevas líneas y sombras que se formaban frente a él, buscando de una manera histérica y nerviosa a cualquiera que pudiera suponer una amenaza en su huida, o tan siquiera ralentizarle. Una vez comprobada la aparente ausencia de peligros en el nuevo callejón escogido, Lonell volvía la cabeza, conteniendo la respiración durante varios segundos. Segundos que servían para aliviar el intenso dolor que sus cansadas piernas sufrían a la vez que se aseguraba que nadie le seguía.

      A cada nuevo callejón que recorría, a cada nueva calle que cruzaba y a cada esquina que doblaba, los nervios y ansiedad de Lonell aumentaban. El rotundo sonido de su corazón rivalizaba contra el inseguro sonido de sus pasos mientras una irremediable sensación de angustia colapsaba completamente su garganta impidiéndole muchas veces mantener el frenético ritmo de avance a través de las calles de la ciudad.

      Lo único que Lonell deseaba en aquel momento era atravesar la ciudad y huir de aquellas calles. Su destino… la Puerta de los demonios, situada en la muralla oeste de Keel. En aquella situación, el joven humano prefería enfrentarse a los innumerables peligros que se escondían en el interior de Naggrung que quedarse un minuto más en aquella ciudad. En la ciudad de la muerte.

      El eco de sus pisadas resonó en el nuevo callejón, ascendiendo rítmicamente a través de las empinadas paredes de los edificios. En ellos, tras ventanas, huecos, pasarelas colgantes y decenas de puestos de observación y otros escondrijos, los pasos de Lonell eran seguidos bajo la atenta mirada de rostros en la sombra. Algunos de ellos, detonaban simple curiosidad, otros, un interés mucho más siniestro.

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    • JacobuS
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      Parte II

      Una vez más, como muchas otras en ese último minuto, el joven humano volvió a girar la cabeza hacia atrás sin distinguir con la mirada aquello que temía encontrar. Su mente se había saturado por completo a causa de los nervios, la angustia, la histeria y probablemente paranoia.

      El espeluznante sonido de una grotesca y gutural carcajada sonó detrás de él. Sin duda aquel sonido provenía del fondo del callejón que se encontraba recorriendo en ese momento. El sonido aterrorizó a Lonell llenando en un instante su alma de miedo y pánico, y el joven, debido a su acuciado estado de estrés mental, acabo tropezando contra varias cajas y montones de desperdicios que había esparcidos por el suelo.

      Su rostro golpeo secamente contra la nieve escarchada, y varios cristales de nieve de minúsculo tamaño quedaron clavados en su cobriza piel al momento de levantarse.

      Sin llegar a incorporarse del todo y aturdido aun por el impacto, Lonell avanzo como pudo, los últimos metros del oscuro callejón, gateando torpemente, movido por el miedo y el pánico que en ese momento lo inundaban.

      Tirado en medio de la calle, la mirada de Lonell aún permanecía fija en la oscuridad del callejón del que había emergido segundos atrás. Aun tuvieron que pasar varios instantes antes de que reaccionara y pudiera darse cuenta en donde se encontraba.

      Esta nueva calle de la ciudad de Keel en la que se encontraba, parecía estar bastante más iluminada que los oscuros y lúgubres callejones que había recorrido en los últimos minutos. Las gruesas antorchas, clavadas mediante soportes de metal forjados a las paredes de los edificios que delimitaban el trazado de la calle, parecían hacer bailar las sombras sobre las superficies de las paredes permitiendo ver la mayoría de los detalles que las decoraban.

      Los edificios, como grandes estructuras con decenas de metros de altura en las edificaciones más altas, se encontraban multi-conectados por infinidad de pasarelas y puentes colgantes en los pisos superiores. Según decían muchas de las historias que corrían por los bajos fondos de la ciudad, era posible, para un hombre habilidoso recorrer Keel de una punta a otra de la ciudad, sin tocar ni una sola vez el suelo.

      No paso demasiado tiempo antes de que Lonell reconociera la grotesca decoración que invadía muchos de los balcones y repisas de la Avenida de los Altares de Keel. Si no había errado en sus cálculos, debía de encontrarse cerca de su objetivo. El recorrido por los callejones de la ciudad lo había conducido hasta aquí, y ahora que estaba tan cerca de conseguirlo, no podía permitirse el lujo de parar a descansar.

      Algo en su interior le gritó a pleno pulmón, de una forma visceral y desgarradora. Como si la adrenalina y el propio instinto de supervivencia se hubiera apoderado de su raciocinio y movieran sus músculos.

      Instantes después, Lonell volvía a encontrarse de pie, corriendo a través de la Avenida de los altares y sus pisadas volvían a comprimir la nieve escarchada bajo el peso de su cuerpo, generando de nuevo ese característico sonido.

      A no más de una centena de metros se hallaba una de las puertas de la ciudad. La puerta de los Demonios coronaba la muralla oeste de Keel. Tras aquellas puertas se hallaba la inmensidad de Naggrung, una multitud de peligros para Lonell y su única oportunidad de salvar la vida.

      Al menos media decena de Corsarios montaban guardia bajo el arco que conformaba la gran puerta oeste de Keel. La misión de aquellos mercenarios, contratados a sueldo por la ciudad, era la de defender la urbe frente a las invasiones de demonios, monstruos y demás bestias aberrantes provenientes del interior de la isla. Sin embargo, nadie les pagaba por proteger a la gente en el interior de la ciudad de ellos mismos, de sus trifulcas, de sus peleas y de sus asuntos turbios.

      La mayoría de aquellos mercenarios eran piratas, asesinos o forajidos, que se habían alistado en la guardia de la ciudad. Sin duda, los Corsarios de Keel era una fantástica oportunidad para ganar un poco de dinero o para ocultarse durante algún tiempo por algún atroz delito cometido en el continente. Sin embargo y por lo general, los peligros y amenazas a los que se veían sometidos estos mercenarios no eran cubiertos con la cuantía de su jornal asignado. Esto hacia que los Corsarios no tuvieran interés ninguno en involucrarse en los problemas de los habitantes de Keel.

      Lonell relajó el paso ante la proximidad de las puertas. Desde esa distancia, apenas a una decena de metros de distancia, el joven humano podía sentir la mirada de los guardias que custodiaban la entrada a la ciudad.

      Pero a pesar de lo que Lonell creía, aquellos mercenarios no se habían fijado en él. Ver a un hombre correr por entre las calles y callejones de la ciudad para intentar salvar la vida, era algo bastante común en Keel, incluso a altas horas de la noche como en aquella ocasión.

      Sin embargo, los guardias se habían percatado de algo más. De algo de lo que Lonell, ante su proximidad a las puertas de la ciudad, ante una falsa sensación de seguridad, había dejado de prestar atención. Los guardias habían clavado su mirada en una oscura sombra que se movía a gran velocidad por entre las pasarelas de los pisos superiores.

      La sombra, como un borrón en la oscuridad, avanzaba con determinación, veloz y ágilmente, saltando entre cuerdas y puentes colgantes de cuerdas y tablones.

      Los mercenarios que custodiaban la puerta ya sabían lo que iba a ocurrir. Algunos se dieron la vuelta para no presenciar la escena. Otros mantenían fija su mirada en el joven humano, movidos por el morbo o la intriga de la situación.

      El tiempo de Lonell se había agotado…

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    • JacobuS
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      Parte III

      Como si del descenso en picado de un águila cazadora se tratase, la sombra saltó desde el extremo de una de las pasarelas del nivel superior, cayendo justo a la espalda del incauto humano. A pesar de que la nieve lo redujo considerablemente, el impacto de la oscura figura contra el suelo sonó rotundo y cargado de contundencia, como si un pesado fardo hubiera sido arrojado desde un segundo piso.

      A Lonell ni siquiera le dio tiempo a girar su cabeza para identificar el origen del ruido.

      Un fuerte y musculoso brazo le empujó con fuerza desde la parte posterior de cabeza, y tras una ligera sensación de vértigo y velocidad similar a la que se experimenta en las caídas, su rostro se estampó bruscamente contra una de las columnas del arco de entrada a la ciudad.

      Un par de fragmentos de piedra se desconcharon de la superficie de la columna cuando el cráneo del humano la golpeó. Un instante antes de que el efecto de la contusión empezara a abotargar la mente de Lonell, el reconocible sonido de varios huesos rotos juntos con un fuerte y penetrante dolor, le hicieron comprender que su nariz se acababa de romper. Aun le costó varios segundos más reconocer el metálico sabor que lentamente empezaba a inundar su paladar. El sabor de la sangre. Una abundante sangre que ahora emanaba de sus fosas nasales.

      Un siniestro brazo sujetaba firmemente la cabeza de Lonell. Su oscura piel estaba macabramente decorada con multitud de tatuajes, cicatrices y relieves de colores ocres y carmesíes, dando la sensación de que, de su negruzca superficie, se desprendía una sobrenatural esencia de oscuridad.

      Mas allá de oscuro brazo, el resto del cuerpo al que pertenecía, se mantenía oculto resguardado en el interior de una capa que distorsionaba su figura tras una profunda oscuridad.

      Los primeros intentos de Lonell por expresarse no fueron mas que temblorosos espasmos faciales que dieron como resultado que una amalgama de sangre, flemas y saliva emergiera de sus labios y cayera sobre la blanquecina nieve, manchándola con su oscura y rojiza tonalidad.

      En respuesta a los balbuceos del humano, el brazo cerró su mano sobre el cabello en la parte posterior de la cabeza y tirando ligeramente hacia abajo forzó el movimiento en el que Lonell levantó su barbilla acompañado de un sonoro grito de dolor.

      Ahora, aunque aún temblorosas y entrecortadas, las palabras emergieron algo más comprensibles del interior de su garganta, cargadas con una fuerte entonación de súplica y ruego. «Peer… Peerdooname. Poor Piedaad. Ese malnacido mató a mi padre…”

      Las siguientes palabras de Lonell fueron prácticamente ininteligibles, la posición de su cabeza y la herida abierta de su nariz, provocaban que su garganta se empezara a colapsar de sangre, viéndose obligado a escupir una fuerte bocanada entre balbuceos y sollozos.

      “Tenia… Tenía que intentar vengarle…  ¡Él lo mató! ¡LO MATÓ! Perdonameee…»

      A través de sus ojos ambarinos, Lonell apenas podía contemplar las débiles líneas que dejaban entre ver el oscuro mar de nubes negras que cubría por completo aquella noche cerrada en el cielo sobre Naggrung. Las lagrimas empezaban a brotar de sus rasgados ojos al considerar las terribles ideas del funesto futuro al que se enfrentaba.

      Igual de temblorosas que sus palabras, las pupilas del humano se giraron hasta el límite de sus orbitas, intentando mirar y enfocar de alguna forma a su captor. Con una posición tan forzada, y sus ojos casi anegados por las lágrimas, Lonell apenas pudo distinguir la difusa sombra que lo mantenía retenido,

      “¡Mee maarcharé! ¡No voolveré a pisar Keel een vi vidaa! Lo prometo…”

      Pasaron varios segundos de incertidumbre y Lonell exhaló con fuerza. Su aliento salpico de sangre la pared de piedra contra la que su captor lo mantenía prisionero, mientras el aire de sus pulmones se convirtió en una estela blanquecina de vaho que ascendió rápidamente en el gélido aire.

      Inspirando de nuevo, el humano empezó a pensar que aquel ser podría llegar a apiadarse de su vida, y como un último intento desesperado por conseguir salvarse, pronunció su ruego de la forma más clara y entendible que pudo “¡Piedad! ¡Piedad por favor! «

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