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    • rheisten
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      Comenzaba la noche y la vida en el pantano hacia su relevo. Las criaturas diurnas daban paso a las ranas e insectos nocturnos. Los reptiles se guarecían en ausencia del sol. Y aunque los hombres-lagartos se veían ligeramente aletargados a estas horas, Tysahtla estaba totalmente despierta puesto que, una vez más, le resultaba imposible conciliar el sueño.

      Las preguntas que la atormentaban eran las mismas, y la falta de respuestas también era igual.

      Al menos ahora podía sentir una especie de consuelo al encontrarse en su querido pantano.

      Pero ¿era esto todo lo que hay? ¿un bello pantano y preguntas sin respuesta?

      Le dolía ya la cabeza de tanto pensar y darse vueltas en su mente. Casi quería llorar.

       

      En esas disquisiciones se encontraba cuando se topó de frente, y sorpresivamente, con una mujer-lagarto muy anciana. Demasiado anciana quizá. El pellejo le colgaba de todas partes de su cuerpo y se despegaba de sus huesos que claramente apenas podían sostener el peso del aún enorme cuerpo de la anciana. Los ojos hundidos en una cabeza de color blanquecino tenían aún un fulgor ambarino que contrastaba con el resto de su existencia. Se apoyaba en un fino pero firme báculo hecho de las raíces de un Mangle del pantano.

       

      • ¿Hola? ¿quién eres tú? -preguntó Tysahtla algo confundida y a la defensiva- ¿qué haces en un lugar como este a estas horas?
      • ¿Un lugar como este? -contesto firme pero burlonamente la anciana- ¿Te refieres al grandioso pantano que nos da la tierra que pisamos y sobre la que construimos nuestra ciudad? ¿aquel pantano que nos entrega lo necesario para vivir? Supongo que no me estas diciendo que no puedo andar por nuestro pantano sin tu permiso

       

      Tysahtla estaba ahora perpleja ante la respuesta clara y concisa de la anciana. Era cierto. ¿Quién era ella para juzgar lo que otra lagarta hacía? Sobre todo, cuando ella misma estaba a esas horas en el mismo lugar.

       

      • Tienes razón, supongo que fue la sorpresa la que me llevó a cuestionarte. Lo lamento pues yo, al igual que tú, no puedo encontrar descanso de mis ideas y pensamientos
      • ¿Quién dice que yo no encuentro descanso o que siquiera tengo pensamientos que me resulten molestos? Yo estoy aquí por otro motivo -dijo la anciana.
      • ¿Y cuál sería ese motivo? Si no es mucho el atrevimiento que pregunte.
      • Pues es mucho el atrevimiento, aunque también es lo correcto pues las ancianas no suelen caminar por el pantano tan tarde en busca de quién necesita ayuda -respondió la anciana- Yo estoy aquí por ti.

       

      Ahora sí Tysahtla no entendía que sucedía. ¿Una anciana misteriosa surge de la nada en plena noche para enfrentarla y decirle, tras muchas preguntas y vagas respuestas, que está en busca de ella? ¿Era esto una broma? Parecía sacado de un cuento. La anciana no dejaba de mirarla y Tysahtla pudo ver en su mirada que hablaba con la verdad. Tendría que ver de que se trataba esto puesto que, si no lo hacía, tendría un pensamiento más en su cabeza ya saturada de preguntas sin respuesta.

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    • rheisten
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      Continuación

      • ¿Cómo has dicho? -preguntó Tysahtla algo incrédula
      • Lo que oíste, dije que debes encontrarte con Ozomatli en persona … Bueno, quizá exageré un poco -respondió burlonamente la anciana- Meditaba yo hace un par de días en las profundidades del pantano -continuó- cuando una fuerte energía me inmovilizó. Paralizada como estaba me rendí a la muerte puesto que estaba segura de que de eso se trataba. Mayor fue mi sorpresa cuando en mi mente resonó una voz sutil pero clara como el agua, poderosa pero casi etérea. La voz no tenía forma, no se expresaba en palabras y, sin embargo, la claridad del mensaje fue absoluta.
      • Bueno … y ¿qué decía el mensaje?
      • Tranquila Tysahtla, no te adelantes, que poner la carreta delante de los bueyes nunca ha servido para avanzar. Continuó la anciana su relato. El mensaje fue entregado en cuerpo, mente y alma de forma tal que no pudiese yo equivocarme u olvidarlo. Simplemente supe que debía estar hoy aquí en este momento para encontrarme con Tysahtla y decirle lo siguiente: “Ozomatli desea verte y no puedes negarte. Deberás descubrir la manera de hacerlo antes del alba o perderás para siempre la oportunidad de conocerme y aún más, tu vida no será tal, sino que sólo la carcasa vacía de lo que alguna vez pudo ser”. Y eso, mi amiga, es todo lo que puedo decirte.
      • Oh sabia entre los lagartos, que a falta de un nombre he de referirme a ti en estos términos tan acertados, por favor ayúdame a entender cuáles deben ser mis próximos pasos.
      • Oh mi joven lagarta, no sólo no puedo caminar contigo el camino que te toca andar, sino que ni siquiera puedo mostrarte el comienzo del camino puesto que no lo conozco. Deberás hacer como Ozomatli ordena y encontrar tú misma la manera de lograrlo, pero de prisa, la noche rápido avanza y el alba le sigue a paso firme. Ve, mujer y recuerda, si de algo te sirve, que el temor es el verdadero enemigo.

       

      Totalmente descolocada Tysahtla se puso a andar sin rumbo fijo, sin siquiera una idea de lo que debía hacer, de a donde dirigirse o con quien hablar. La anciana la había despedido con premura y vagos mensajes y recomendaciones. Poco a poco, el mensaje recibido de Ozomatli iba haciendo eco en su mente y, con ello, se iba haciendo cada vez más real.

      Tenía que encontrar la manera de cumplir con la orden recibida, y debía hacerlo pronto so pena de arrepentirse para siempre por su ineptitud.

      ¿Pero qué era lo que podía desear, o incluso necesitar, el dios de alguien tan común y corriente como ella? ¿Necesitaría quizá utilizar su vida para algo? ¿O quizá su ayuda en alguna misión? Pero si era así, ¿por qué Ozomatli habría elegido presentarse ante la anciana y no ante ella misma?

      Eran muchas las preguntas, cada vez más de hecho, y pocas las respuestas.

      De todas formas, el motivo era ahora lo de menos. Lo importante era descubrir la manera de encontrarse con su dios antes de que fuese tarde.

       

      En primer lugar, Tysahtla sabía que el encuentro no podía ser en el plano celestial puesto que sólo las divinidades tenían permitido estar ahí. Además, ¿Cómo podría llegar en sólo unas horas allí? En segundo lugar, le parecía poco probable que el encuentro se diera en Grimoszk o el pantano pues ella ya estaba allí y recién se había encontrado ahí mismo con la anciana que le dio el mensaje. ¿Para qué enviarla en una búsqueda si ya se encontraba en su destino? No, esto también carecía de sentido.

       

      Las horas pasaban más rápidamente de lo habitual y Tysahtla desesperaba cada vez más. Corrió a las cámaras de evolución, a las cavernas subterráneas de Grimoszk, a la ciudad y todos sus recovecos. Habló con los generales y sumos chamanes, solicitó una audiencia con el Patriarca, pero, debido a desconocidos motivos, este no podría recibirle. A cada minuto que pasaba la desesperación la embargaba más y más, y su claridad mental se desvanecía más y más. Corrió a meditar al pantano a ver si lograba aclarar su mente, pero resultó inútil. El miedo comenzaba a apoderarse de ella. Se convenció que el Patriarca tenía la respuesta y se decidió a enfrentarlo aun cuando este no quisiera. Era una mala decisión que podría costarle la vida, pero a estas alturas ya no veía alternativa alguna.

      Pidió la bendición y protección de Ozomatli y, decidida, partió al encuentro del Patriarca. Tysahtla nunca lo aceptaría frente a nadie, pero en su fuero interno estaba dispuesta a luchar contra chamanes e incursores, incluso contra los propios generales con tal de lograr su objetivo. A tales extremos la llevaba el miedo al fracaso.

      Afortunadamente, debía pasar frente Sshryssta, la anciana chamán guardiana y responsable de los jóvenes lagartos y su educación. La decisión con que Tysahtla avanzaba le comunicó a la anciana que no se traía nada bueno entre manos asique se interpuso firmemente en su camino. Tysahtla se detuvo en seco algo impresionada por el porte que demostraba Sshryssta. En lo que Tysahtla tardaba en decidir que debía hacer, la anciana la golpeó en su cabeza con la punta gruesa del báculo en que se sostenía.

      Inmediatamente, Tysahtla aclaró sus pensamientos y se dio cuenta de la estupidez que estaba por cometer. Se dio cuenta que, como le habían dicho, el miedo era el peor enemigo. Miró a la anciana que parecía saber lo que pensaba y, sin poder contenerse, lloró amargamente. Lágrimas gruesas que quemaban su piel y que parecían provenir desde su mismísimo corazón. No podía detener esas lágrimas y a cada segundo que pasaba mayor era la catarsis.

      En momentos como éste es que se nota la experiencia de los individuos, y casi no había nadie más anciana y experimentada que Sshryssta. Tysahtla le explicó lo que pasaba en pocas palabras. La anciana dudó inicialmente de la historia, pero al ver la pureza de los sentimientos de Tysahtla y su desesperación, no pudo sino creer en lo que le decía. Luego de pensar por unos momentos la anciana habló:

       

      • ¿Sabes, Tysahtla? Entiendo lo que dices y entiendo tu frustración al no poder dar con la respuesta. Pero me parece que has entendido del todo mal el asunto. Estás buscando con tus ojos y tu cuerpo, y nada has logrado. ¿Qué me dices de tu mente y tu espíritu? ¿Has intentado ver “realmente”?
      • Discúlpeme, pero no entiendo lo que dice
      • ¿Y te haces llamar a ti misma una chamana? ¿Es que acaso te vales de tu cuerpo, de tu fuerza física para vivir y luchar? O, por el contrario, ¿es con tu espíritu con que te desenvuelves normalmente? Si eres un ser espiritual ¿por qué buscar la respuesta en otra parte que no sea en el mundo espiritual?

       

      La respuesta a su frenética búsqueda que le acababa de ser revelada era tan … simple. Por supuesto, había estado todo este tiempo buscando la respuesta en el lugar equivocado. Estaba decidida, debía partir a otros planos en búsqueda de la respuesta, quizá del mismo Ozomatli.

       

      Tysahtla agradeció sinceramente a Sshryssta y le besó profusamente las manos. Luego de esto, partió presurosa al lugar que sabía era el más adecuado para realizar su viaje astral. El lugar más cargado energéticamente no era otro que el altar a Ozomatli ubicado en el templo.

      Se desnudó de todo su equipo y sus ropas y comenzó a concentrarse en el proceso de separar su espíritu de su cuerpo. Una vez lo logró, comenzó a descender por los planos y fue ahí cuando notó que iba sin rumbo fijo. Se apresuró tanto que no tenía ahora idea de hacia dónde ir. Decidió ir al abismo pues era un plano que conocía bien. Ya luego podría pensar con más calma los pasos a seguir. Iba en camino hacia el abismo cuando sintió un pequeño tirón en su hilo de plata. No le dio mayor importancia y siguió su descenso.

      Ahora el tirón fue un poco más fuerte y Tysahtla sintió un poco de nervios. ¿Qué estaba pasando en el Plano Material? ¿Había algún problema? Nuevamente, otro tirón. Como las cosas siguieran así tendría que volver a riesgo de que se cortase su hilo y muriera horriblemente atrapada en planos desconocidos. THUM! El tirón fue demasiado fuerte esta vez, el delgado hilo de plata se tensó enormemente, pero logró resistir. Ahora Tysahtla temió realmente y comenzó a subir apresuradamente. THUM! THUM! THUM! Ahora Tysahtla comprendía, alguien en alguna parte estaba jalando de su hilo de plata y a ella sólo le quedaba seguir hacia donde la tiraban para evitar que su hilo se cortara. La velocidad era ahora vertiginosa y, mientras ascendía, podía ver toda clase de realidades y criaturas que pasaban frente a sus ojos como pinturas.

      De súbito, Tysahtla llegó a un espacio extenso de un color azulado. No había nada alrededor y no lograba vislumbrar un horizonte en ninguna dirección. No podía ver un techo ni un suelo y comenzó a sentir un fuerte vértigo. Perdida y desorientada como estaba trató de seguir su cordón espiritual para ver al menos qué o quién la había traído hasta aquel lugar.

      Siguió por bastante rato su cordón, pero este no parecía llevar a ningún lugar. Confundida dejó de moverse y trató nuevamente de encontrar algún punto de referencia. Pasados unos momentos distinguió lo que parecía ser una silueta. La misma avanzaba lentamente hacia Tysahtla haciéndose cada vez más definida. Unos momentos después, Tysahtla logró reconocer una figura familiar. Ahí, parada frente a ella, se encontraba la anciana que había conocido en el pantano y que le había dado el mensaje de Ozomtali. La anciana sólo sonreía.

      Tysahtla no comprendía lo que estaba sucediendo ¿Por qué estaba la anciana en un lugar como este? De hecho, ¿qué lugar era este?

      De pronto, y casi al mismo tiempo que Tysahtla comenzaba a comprender, la figura de la anciana comenzó a transformarse violentamente en una figura totalmente distinta. Su piel, antes flácida y sin color, se volvía ahora turgente y de un vivo color verde azulado, sus músculos crecían y daban forma a un cuerpo totalmente tonificado; un cuerpo que debía ser de unos 5 metros de alto. Sus fauces se alargaron y crecieron sus dientes hasta completar la figura de un hombre-lagarto descomunalmente grande cuyas solas garras eran del tamaño del tronco de Tysahtla.

      De inmediato, Tysahtla se arrodilló y bajó su cabeza en un gesto casi instintivo. Comprendía ahora que estaba frente al mismísimo Ozomatli o, mejor dicho, ante una expresión de este.

      Ozomatli la había guiado hasta el mundo espiritual y luego la había llevado hasta este plano especialmente creado para que el dios pudiese comunicarse directamente con los lagartos que él estimaba debían hablar con él.

      Tysahtla, por su parte, estaba experimentando una transformación radical, una transformación de espíritu, invisible para el ojo terrenal. ¿Cuánto tiempo había estado desesperada, desamparada? ¿cuántas lunas había pasado preguntándose por el significado de su existencia, por el motivo por el cual estaba en la tierra? ¿Cuánto tiempo llevaba con sus sentidos y sentimientos adormecidos, como muertos? Todas esas preguntas cruzaron como un rayo por su mente e, inmediatamente, se vieron respondidas por un único sentimiento. Un sentimiento de completitud provocado por la omnipotente presencia de su dios. ¿Qué eran todas esas preguntas ahora sino un mal recuerdo? Ozomatli estaba ahí frente a ella y eso era todo lo que importaba. Es más, su Dios no tuvo que decir nada. Su sola presencia era toda la respuesta que necesitaba a aquellas preguntas. Y no sólo eso, el simple hecho de estar ahí infundió en Tysahtla un nuevo y fuerte significado en su vida, el más fuerte que podría alguna vez sentir mortal alguno.

      Tysahtla supo instintivamente que tenía un nuevo motivo para guiar sus pasos desde ahora y hasta que la muerte la alcanzara y la llevara de vuelta donde su señor. Las lágrimas brotaron como una cascada desde los ojos de la chamana. Un calor inmenso la recorrió completamente concentrándose en su pecho henchido como si fuese a explotar. Llevada por la avasalladora sensación de plenitud que la embargaba, Tysahtla se postró todavía más, tocando el suelo con su frente.

      ¿Qué era ahora de las dudas que sentía hasta sólo unos momentos atrás? No eran más que un borroso recuerdo sin materialidad alguna. Era casi como si nunca hubiesen existido. Ella era una mujer-lagarto, una chamana, una servidora de Ozomatli, y eso era todo lo que necesitaba saber. Su motivo y significado era su Dios y no otra cosa. No había motivos terrenales de existencia, su esencia era espiritual y su significado como ser vivo era uno: adorar a Ozomatli y vivir según sus designios.

      Luego de esta realización, y de forma inmediata, su hilo espiritual la lanzó por los aires y ella se dejó llevar. De súbito, Tysahtla estaba una vez más en Eirea, en el templo donde su cuerpo la esperaba. Se vistió lentamente y salió del templo a enfrentar una nueva vida de sumisión a su Dios y de portadora de su palabra.

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