Inicio › Foros › Historias y gestas › De viejos pesares compartidos.
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Aunque jamás lo reconocería, puso un pie en el embarcadero con el estómago algo revuelto, el viaje desde las costas de Aldara, en aquel pequeño velero, atravesando el mar de plata, el profundo océano y el siempre peligroso mar de hielo habían sido toda una prueba de valor para su sistema digestivo. Observó con tristeza el hueco que quedaba a la vista donde solía alzarse el faro de la ciudad portuaria de Keel, anudó aún con esa melancolía latente su navío unas pequeñas y oxidadas bitas del embarcadero y se adentró en la ciudad.
Se alejó del ajetreo de las tiendas y buscó el recogimiento que solía encontrar en las antiguas ruinas del noroeste de la ciudad, sin duda el lugar indicado para esperar por su fiel compañera felina. No tardó en acudir a su llamada y tras el casi protocolario y cariñoso saludo, comenzó su travesía por los páramos hacia las más gélidas zonas del interior de la isla, un peaje costoso que debía pagar para llegar a los acantilados del trueno.
Al alba de la tercera jornada comenzó a escudriñar un olor salino, tan familiar para él, indicándole que su destino se encontraba cerca. Deambuló sin rumbo aparente por la zona, para evitar ser rastreado y tras esa particular “danza” puso rumbo a una pequeña empalizada, prácticamente encaramada al acantilado, donde unas saetas, a modo de advertencia, lo recibieron. Thairanur se descubrió, retirando la capucha de su capa y tras las defensas aparecieron dos semi-elfos de elegante armadura, que le acompañaron al interior del poblado, haciendo indicaciones de que la leona debía de esperar junto al observatorio del piso superior.
Una vez dentro, y tras saludar a quien se cruzaba en su camino, con la calidez de un conciudadano más, apuró su paso hacia la tienda del líder, su viejo amigo y valiente compañero en alguna que otra batalla, Yowyn.
- Que alegría volver a verte –quizá no fuera la más original forma de romper el hielo, pero notó a su interlocutor algo más frio de lo que solía recordar-.
- Perdona las formas camarada, pero en los tiempos que corren, cualquier seguridad es poca, este ya …. Este ya no es el hogar que solías visitar, es …
- Tranquilo –interrumpió-, estoy al tanto de las malas nuevas y me gustaría ayudar en lo posible, nuestra orden siempre ha podido contar con tu arco, que menos que acudir cuando los vientos no te son favorables.
- Me reconfortan tus sabias palabras, sin embargo, el pesar con el que cargo no se verá aliviado hasta que tenga noticias de mi amada Shirmale –dijo con un fino hilo de voz, mientras pronunciaba el nombre de su hija-.
- Espera mi regreso, a donde voy, no necesito compañía. Tienes mi palabra que compartiremos tu carga.
A la jornada siguiente, aún no había amanecido, Thairanur se alejó del poblado, tomando la senda este de los ancatilados, en busca del camino a la ladera sur de la montaña. Antes de la hora de comer se encontraba en lo que parecía un escarpado territorio, donde con gran maestría consiguió enganchar su arpeo. Sigilosamente, para alguien de sus características consiguió llegar a las inmediaciones de la entrada a la antigua fortaleza de Agnur, cuna de sabios reyes y hoy hogar de inmundas criaturas. Deshaciéndose con bravura de cuanta calaña osó interponerse en su camino, accedió al patio central, la antigua explanada donde los jóvenes soldados solían instruirse en las nobles artes de la espada. Tras varios titubeos, intentando recordar el camino más corto hacia los pisos inferiores, tomó la senda a las antiguas mazmorras, que a día de hoy era lo que menos había cambiado de aspecto. Ya de por sí deterioradas, apenas albergaban otra cosa que no fuera polvo, sin embargo, en una de ellas pareció notar una emanación que le hizo ponerse alerta, se acercó raudo, presto a la batalla para comprobar que estaba bloqueada con algún tipo de sortilegio. Decidió explorar las almenas superiores, en busca de la fuente de ese poder y saciar así su curiosidad, a la par de tratar de obtener información sobre su principal objetivo allí.
Se plantó en la base de la oscura torre, tras comprobar que la desolada fortaleza no albergaba apenas secretos a una primera observación, entrando en ella con premura, para no dilatar más su estancia en aquel infesto lugar. Sin darse cuenta, se encontró en lo alto de la misma, en una especie de cuadrado de losas oscuras, con un destruido patrón geométrico en el suelo, que estaba tratando de recordar, cuando de la nada apareció un sombrío ser que dirigió su mirada hacia él, a la par que apuntó con su cetro su figura. Thairanur comprendió que solo había una salida posible y, resguardándose tras su escudo, devolvió a este maligno ser a la no vida que solía frecuentar, no sin antes rebuscar entre sus pertenencias, obteniendo con éxito algo que parecía útil para sus intereses.
Retornando a la mazmorra, utilizó lo que parecía una llave sobre lo que fue una celda, liberando un poder que le hizo retroceder. Recompuesto ya, accedió al cubículo, donde un malévolo demonio tenía apresado al fantasma de la pobre Shirmale. Thairanur dio cuenta de este, con mayor facilidad si cabe que de su anterior víctima y se acercó al apenado espectro, quien sin una sola palabra fue capaz de transmitirle cuanto había significado tal hecho.
Ya de vuelta al poblado, Thairanur trataba de encontrar las palabras con las que comunicarle lo acontecido a su amigo, cuando lo vio a lo lejos, sin posibilidad de prolongar más esa situación se acercó y dijo:
- Amigo, tu hija está ….en paz.
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