Inicio Foros Historias y gestas Dendra ERA anárquica…

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    • Saotome
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      El sonido del casco de madera rompiendo las aguas, y las voces de los marineros, ahogadas por las paredes, era todo cuando Korkar, el viejo inquisidor de Seldar, podía escuchar en su lóbrego camarote. Navegaba de vuelta a casa tras un épico viaje por Eirea, en una búsqueda que le había llevado largos años de su vida. Los resultados de la misma eran inciertos, pero Korkar había «sentido» que volvía a ser necesario en Dendra y su Inquisición. No era un hombre que dejara pasar las señales sin motivo, y ésta vez creía ver la mano de Seldar en sus sospechas de que Dendra necesitaba de sus servicios. Dejándose guiar por la sabiduría de su Señor, comenzó la larga travesía de vuelta a casa. Poco después del anochecer llegaría a Mnenoic, y podría llegar a Galador antes de la medianoche, si no aparecían contratiempos.

       

      El descenso hasta el embarcadero se realizó con rapidez, y antes de que los marineros empezasen a descargar el barco, Korkar ya había comenzado a caminar por la senda a Galador. Tenía prisa por llegar, ver su viejo hogar y cenar algo en la taberna de Los Dos Clavos. Posiblemente estaría cerrada a esas horas, pero ningún estúpido osaría negarle una comida a un inquisidor… No tardó mucho en divisar la puerta norte de Galador, la cual alcanzó, como quería, poco antes de la medianoche. Los guardias, jóvenes y apuestos, apenas sí reconocieron al inquisidor a primera vista, pero tras ver el Sello de la Inquisición en su pecho, y preguntar a un viejo oficial que por allí descansaba, no tardaron en ofrecerle reverencias y saludos al recién llegado. No por nada ostentaba el título de Barón Sibarita del Imperio. Con un leve gesto de su cabeza devolvió los honores de la guardia, y observó, por el rabillo del ojo, una sombra que salía corriendo por un callejón del mercado. No le cabía duda de que algún espía del Culto al Lujo había encontrado su regreso un tema del que informar a sus superiores. «Aún siguen pululando esas ratas, por lo que veo…» masculló para sí. Se disponía a enfilar camino a la taberna cuando divisó una pequeña comitiva de inquisidores de bajo rango dirigiéndose hacia él. Portaban antorchas y bastones, los cuales hacían resonar en el suelo a cada paso con un sonido sordo, casi ritual, para llamar la atención de todos los viandantes de su presencia. Korkar suspiró con resignación. Su cena debía esperar, pues algún alto cargo de la Inquisición lo había mandado a llamar. Los inquisidores, tras hacerle entrega de un papel que le convocaba a la Sede de la Inquisición, formaron dos filas a su lado, y le escoltaron. Sabía que era un honor ser recibido de un modo tan ritual y llamativo, en una tierra donde la apariencia y la ostentación hacen al noble, pero no dejaba de preguntarse si también era un modo de asegurarse de que llegara al destino sin rodeos. ¿Acaso no querían que viera el estado actual de la ciudad? Más atribulaciones para un anciano…

       

      Poco después de adentrarse en la Ciudadela, la vista de la fachada de la Catedral bastó para hacer olvidar de todas sus preocupaciones y sospechas al anciano. Con Seldar allí, nada había de temer él, su servidor más fiel, sino cualquiera de los que pudieran osar interponerse en los planes de su Señor y su mano ejecutora.

       

      -«Que intenten jugar a las máscaras conmigo, si quieren… «, pensó. -«Ya verán de qué poco les servirá resistirse».

       

      Los guardianes de la Catedral le abrieron paso entre reverencias, y la comitiva se quedó en la puerta, silenciando sus bastones, con la luz de las antorchas iluminando la calle en una visión temible y poderosa. Por fin podía el anciano adentrarse en la Catedral de Seldar, de rodillas, dirigiéndose hasta el altar con gran esfuerzo por su edad,  besarlo, rezar de nuevo entre sus paredes. Su corazón se llenó de paz, sabiendo que había vuelto a la casa de su Señor, con una nueva misión en la que servirle.

      -«Y esta vez», se dijo, -«será para quedarme largo tiempo».

       

      Con fuerzas renovadas, como si hubiera rejuvenecido sólo con rezar, se levantó y entró en la Sede la Inquisición. Después de todo, tenía una audiencia…

    • Saotome
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      Para aclarar, en éste hilo iré roleando temas de Korkar, actual Regente de la Inquisición de Seldar, de cómo ha llegado al puesto, qué hace en su  cargo actualmente, y metas que tiene en mente el personaje. Ire posteando por aquí nuevas historias cada cierto tiempo. Cualquiera que quiera interactuar con mi rol, puede hablarlo conmigo y creamos hilo específico, aquí me gustaría dejarlo sólo para las historias desde el punto de vista de Korkar.

    • Saotome
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      Grandes braseros y lámparas de aceite iluminaban el pasillo que llevaba hasta la entrada a la Sede de la Inquisición. Las sombras jugaban con las luces del fuego en una danza macabra e hipnótica a un tiempo, mientras el anciano inquisidor avanzaba por el pasillo con paso decidido y gesto orgulloso. Puede que fuera un viejo, pero su cuerpo aún le servía con lealtad, más allá de algunos achaques. Korkar sabía que la conversación que iba a mantener en escasos instantes iba a marcar su futuro, y el de Dendra, por largo tiempo. Tras tantos años de búsqueda por medio mundo, había saboreado una existencia libre de ataduras sociales y sin intrigas ni conspiraciones, lo que había disfrutado con el regocijo del niño que saborea un dulce por primera vez. Eso, ahora, iba a terminar para él. Seldar le había traído hasta su Inquisición de nuevo, y eso significaba atarse, de nuevo, a toda una organización de susurros, rumores, aliados con puñales a su espalda preparados para traicionarle y conspiraciones para desayunar, comer y cenar.

       

      Se sentía como volver a la vida, a su juventud, en la que jugó al juego de las máscaras y se alzó hasta lo más alto de la pirámide. Sonrió un poco para sí mismo al recordar cómo había creado uno de los lemas más famosos de la Inquisición, en su etapa de regencia anterior, el cual ahora gritaban los jóvenes inquisidores, ignorantes seguramente de quién lo había parido. Ya tendría tiempo de contarles las viejas historias de su tiempo y forjar su reputación con los novatos. Ahora tocaba lidiar con los líderes.

       

      Tres hombres guardaban la entrada. Dos guardianes inquisitoriales, con sus brillantes uniformes, y un hermano reclutador sentado a una pequeña mesa junto a la puerta. Fue éste último quien, al advertir a los guardianes ponerse firmes, alzó la mirada con cierto nerviosismo. Sin duda, había reconocido al anciano. ¿Habría oido hablar de él, o sencillamente esperaba la visita de un viejo desconocido del que debía tener cuidado, advertido por algún superior de cómo debía recibirlo? Lo más probable es que fuera lo último.

       

      -«S… Se… Señor Barón Korkar, cuánto honor…», empezó tartamuedeando. -«Su nombre jamás se borró de la lista, es usted más que bienvenido».

      -«Como para no serlo después de tanto numerito con la comitiva», espetó Korkar. -«Los de El Culto al Lujo y cualquier enemigo del Imperio ya deben tener buen conocimiento de mi regreso. Una idea brillante».

       

      Lo cierto es que tampoco estaba demasiado molesto por ello, pero había aprendido en su juventud que no hay nada más efectivo para ganarse el favor de un inferior, que hacerle creer que se está en terrible deuda con alguien más poderoso que él. Observó cómo el reclutador palidecía ante la posibilidad de haber indignado a un noble, y empezaba a buscar algún modo de congraciarse con él. Seguramente la comitiva ni siquiera había sido idea u orden suya, pero ante un inquisidor de alto rango, poco importaba si eras responsable o no de su cólera. Los beneficios de una tiránica organización eran más que evidentes para quien sabía jugar al juego.

       

      -«M… Mi… Mi Señor, mis más humildes y sinceras disculpas», acertó a graznar el reclutador con un tono lastimero y una reverencia tan pronunciada que resultaba casi humillante. -«Ordenaré una batida de búsqueda contra espías e informantes para limitar su difusión, y mandaré azotar al responsable de la comitiva por no hacer uso de la discreción necesaria»

       

      Al menos sabe improvisar cómo salvar su culo. Parece que aún queda algo de talento por aquí, se dijo Korkar con cierta sorna.

       

      -«Está bien, hermano, levanta», dijo con cierta ternura. Siempre era buena idea acariciar al perro después del azote. Le hacía entender su posición con el castigo, y la recompensa compraba la lealtad. -«Son nuestros enemigos quienes deben temerme, y no al revés. Quizás la noticia de mi regreso les quite el sueño un par de noches. Nunca es mala idea inspirar el miedo en los herejes.»

      -«Sin duda, mi Señor», respondió con entusiasmo el reclutador. Había visto el infierno hacía dos segundos, y ahora se veía rescatado del mismo. Los hombres débiles, al fin y al cabo, sólo buscan la  aprobación de quien está por encima de ellos. -«Nos alegra mucho volver a tenerle por aquí, Alto Inquisidor».

       

      La palabra «Alto Inquisidor» resonó por el pasillo un par de veces, ante el silencio de todos los presentes.

       

      Una sorpresa al fin, pensó Korkar. ¿Quieren comprar mi lealtad ofreciéndome sin resistencias un cargo del que soy más que merecedor sin su aprobación? ¿O es que el Regente es un tipo que otorga a cada uno lo que es suyo, sin importar sus lealtades? Pronto lo descubriré…

       

      «Dime, hermano, ¿quién es el actual Regente, y dónde podría encontrarle ahora?, preguntó el anciano. Había llegado la hora de conocer si tenía un aliado o un enemigo en su superior.

       

      «El Regente Necrodomus está en la Sede ahora mismo, mi Señor», respondió el reclutador. «Pruebe en la Sala del Consejo».

       

      Con un leve gesto de cabeza, Korkar asintió al Reclutador y se encaró hacia la puerta. Los Guardianes, que habían permanecido firmes todo el tiempo, hicieron un saludo ritual a su Alto Inquisidor mientras le franqueaban el paso. La audiencia que iba a cambiar el destino de Dendra estaba próxima a comenzar…

      • Esta respuesta fue modificada hace 5 years, 6 months por Saotome.
    • Saotome
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      Tras franquear la entrada, Korkar tardó unos intantes en acostumbrar sus viejos ojos a la nueva luminosidad de la sala. La sala común de la Inquisición era amplia, con numerosas mesas de buen tamaño y sillas en las que acomodarse, y aunque las lámparas de aceite y braseros eran numerosos, era inevitable que algunas zonas quedaran más oscurecidas (y quizás era intencional, dada la naturaleza de la organización). Ya había pasado sobradamente la medianoche y la sala aún conservaba numerosos moradores, inquisidores de distintos rangos y ramas, sentados a las mesas, departiendo de sus problemas, colaborando en la consecución de los planes de Seldar, o directamente descansando de sus deberes con la compañía de otros inquisidores con una buena bebida y comida. Algunos sirvientes y esclavos se afanaban en servir y cumplir las ordenes recibidas con diligencia, y si uno afinaba lo suficiente sus oidos, podía escuchar el lamento de algún esclavo o infeliz sospechoso siendo torturado o interrogado por algún rincón. Algunas risotadas provenientes de inquisidores cercanos a los lamentos confirmaban a Korkar sus sospechas de que estaban comparando técnicas de torturas, o jugando a algún juego para ver quién rompía antes la voluntad del pobre infeliz de turno. Recordaba bien su época, en la que conseguían que hasta un inocente e ingenuo granjero adolescente se confesara como asesino despiadado o hereje consumado a cambio de que detuvieran las brutales torturas a las que le sometían.

       

      Sonrió a sus adentros al ver que algunas cosas no habían cambiado. Aún había talento y habilidad en la Inquisición. ¿Tendrían también la firme voluntad de un lider a la altura? Su sonrisa desapareció con un gesto de preocupación. En ese instante reparó en dos figuras conocidas, tan viejas como él, que le observaban con una mirada, en cierto modo, afectuosa. Rakmet y Verlminard llevaban tantos años en sus puestos en la Inquisición que casi eran más antiguos que las estatuas de la Catedral. Le saludaron con la cabeza en una breve reverencia respetuosa, la cual Korkar correspondió del mismo modo. Ya tendría tiempo de ponerse al día con sus viejos colegas. No quería hacer esperar más al Regente, si es que le estaba esperando.

       

      Tras atravesar la sala común y la zona interna, llegó hasta la entrada a la sala del Consejo. Dos guardianes de la Inquisición guardaban sus puertas, y tras comprobar de un rápido vistazo que era uno de los Altos Inquisidores, le abrieron las puertas y le hicieron el saludo ritual que le correspondía a su cargo. Había vuelto, de nuevo, a la sala donde se impartía y ejercía el poder supremo de la Inquisición. Un lugar en que se tomaban decisiones políticas más importantes que en casi ningún lugar del Imperio. Donde un susurro podía desencadenar la caída de una gran estirpe nobiliaria y el ascenso de otra. Si la Inquisición era un baile de máscaras, en el que todos se escondían en su disfraz mientras intentaban quitarle el disfraz a sus enemigos, ésta sala era la orquesta, en la que se decidía qué se bailaba, a qué ritmo y con qué instrumentos. Y el Director de la Orquesta le esperaba, con gesto serio, grave, y quizás algo preocupado, mientras golpeaba el estrado con su dedo índice en un tic nervioso de quién espera con impaciencia a que ocurra algo que le quita el sueño. Al fin conocía en persona al Regente Necrodomus.

       

      Era un humano de gran altura y recios hombros, ancho de espaldas, con barba larga y cejas negras, con unos ojos extrañamente rojos. Sin duda su aspecto, de cierta fiereza, unido a su cargo y los ropajes del mismo, le habrían labrado una reputación para inspirar temor en los campesinos y los pobres diablos que no tenían modo de librarse de la Inquisición si ésta se decidía a llamar a sus puertas. Pero a juicio de Korkar, su primera impresión no era la de alguien que pudiera intimidar a un poderoso y déspota noble, tras su cohorte de guardaespaldas y su bolsa de dinero.  No era ésa el aura que de Necrodomus percibía. Más bien parecía un hombre de diplomacia y acuerdos, lo cuál podía ser útil en un Alto Inquisidor, pero el Regente… El Regente debía inspirar miedo, sembrar de inseguridades y dudas el corazón de sus aliados, y el más absoluto terror en los enemigos. Eso no implicaba ser alguien asocial, o con quien no se pudiera razonar o negociar, pero debía hacerlo siempre desde una posición de superioridad absoluta, provocada por una imagen y una reputación de absoluto terror. Y gran parte del éxito en conseguir esa reputación era una puesta en escena excelente.

       

      De haber recibido a Korkar junto a los otros tres Altos Inquisidores, con un gran fuego en la chimenea tras de sí, acrecentando su figura y dándole un aspecto demoníaco, y con un ejemplar del Catecismo de Seldar en sus manos, dispuesto a poner a prueba al recién llegado, sin duda se habría ganado su respeto. Al menos más respeto que el que su cargo obligaba. Pero recibirlo a solas, subido al estrado, con evidentes signos de nerviosismo, y en una sala casi en penumbras, no era lo que Korkar podría llamar «causar una gran impresión». Casi parecía querer pasar el mal trago a escondidas y sin testigos. Un mal comienzo…

       

      -«Hermano Korkar, bienvenido. Tome asiento», le dijo como saludo, mientras señalaba una de las cinco sillas de la sala.

       

      Korkar asintió con una breve reverencia como respuesta mientras acomodaba su viejo y cansado cuerpo en el asiento más cercano. Tras sentarse, levantó su vista hacia el Regente, a la espera de que descubriera sus cartas. Siempre era buena idea dejar que fuera tu oponente el que empezara a hablar. Así podías saber sus prioridades, su urgencia si la había, podías obtener información que desconocías, y no mostrabas ninguna de tus debilidades hasta que te tocase hablar. ¿Picaría el anzuelo su Regente, o intentaría forzar al anciano a decirle el motivo de su llegada y los pormenores de su prolongada ausencia? No pasó mucho tiempo antes de que el Regente empezara a disertar sus preocupaciones.

       

      -«Es una gran noticia volver a verle en Galador, Hermano Korkar», comenzó a decir. -«Puede que algunos jovenes no recuerden las hazañas de la gente de su época, pero los miembros del Consejo sabemos de su valía y talentos. No cabe duda de que es más merecedor de su puesto en el Consejo que su antecesor, y me gustaría contar con sus habilidades y sabiduría para regir la Inquisición de la manera más eficiente posible. Si lo desea puedo designarle un par de inquisidores como asistentes para sus quehaceres más mundanos, y así poder dejarle a usted las manos libres para sus estudios, investigaciones e informes. Además me aseguraré de solicitar que le faciliten una armadura inquisitorial moderna, ya que la vuestra está ya obsoleta. Si necesitáis financiación para algún proyecto, podéis hablar conmigo. Y, por supuesto, me ocuparé de que os dispongan unas estancias adecuadas a vuestro rango.»

       

      «Primero me halaga, luego compra mi lealtad con cargos de poder, y después me soborna con comodidades y lujos… Es joven e inexperto, pero podrá ser un gran Regente con el tiempo», pensó el anciano. «Sólo le falta conocer las bondades del palo de madera. Con una mano, zanahorias. Con la otra, el palo. Primero muestras tu fuerza, dejas clara tu posición predominante, y después enseñas que hay un camino más cómodo y fácil que hundirle, que es dejarse sobornar por tus servicios.» Saltarse la parte del palo sólo demostraba debilidad, aunque alguien inexperto podía confundirlo con amabilidad. Pero no un viejo zorro como Korkar. Con un leve deje de su mano, «agradeció» las ofertas de su Regente, remarcando su opinión de que no esperaba menos honores a su persona.

       

      -«Bien, ¿y en qué puedo servir a mi Regente», dijo Korkar con cierta sorna. Si conseguía hacerle ver que no estaba impresionado ni agasajado por su recibimiento, quizás conseguiría ponerle nervioso. Y no hay nadie que hable más que alguien nervioso. Con un poco de suerte, podría sacar más información de éste modo que buscando de hacer las preguntas correctas. Era cuestión de probar suerte.

       

      -«Bueno, yo…», comenzó con cierta inseguridad a responder el Regente, aunque en muy poco tiempo recobró su posición. -«Lo cierto es que nuestros problemas más importantes siguen siendo esa maldita secta del Culto al Lujo y la insubordinación y herejía constantes en Ryniver. El resto del Imperio está bajo control, y la Inquisición goza del poder y las herramientas necesarias para hacer su trabajo.»

       

      -«Llevo mucho tiempo fuera, y debo de ponerme al día de las leyes y normas nuevas de la Inquisición y el Imperio», dijo Korkar, más por compromiso que otra cosa. Su intención era ganar tiempo para estudiar la situación. -«Seguro que me tomará algún tiempo leer y comprender todas las herramientas burocráticas y legales que habéis ingeniado en mi ausencia para estrechar el cerco a nuestros enemigos…»

       

      Para gran sorpresa de Korkar, el Regente pareció mucho más incómodo de lo que podría imaginar posible con una afirmación tan banal y sin intención. ¿Qué demonios había incomodado de ése modo a su interlocutor? De nuevo, optó por el silencio y dejar que fuera él quien llevara la inciativa.

       

      «Lo cierto…», acertó a decir Necrodomus con visible apuro. -«Lo cierto es que no hay apenas legislación nueva desde vuestra marcha. Los anteriores Regentes y yo hemos centrado nuestros esfuerzos en atacar directamente, oprimir cualquier disidencia y conseguir información de relevancia sobre ellos. Hemos estado ocupados pasando a la acción»

       

      «¿Pasando a la acción?», pensó para sí mismo el anciano. «Te podría dar unas cuantas lecciones de lo que es la acción…»

       

      -«Ya veo…», respondió cortesmente mientras se levantaba. -«En ese caso, me pondré manos a la obra contra nuestros enemigos. Si no hay nada más…»

       

      -«No os entretengo más, Hermano. Que Seldar guie vuestra mano contra sus enemigos»

       

      El anciano le hizo una breve reverencia a modo de respuesta, y enfiló en dirección a la puerta. Estaba anonadado. Estupefacto. Era tan inconcebible que ni siquiera lo hubiera creído posible. La Inquisición había dejado en el olvido su faceta reguladora, su poder legislativo con el que asegurar la opresión y la efectividad de un sistema legal implacable, y había apostado sus esfuerzos en la inteligencia y la fuerza bruta. Dendra y el Emperador ya tenían al Ejército para éso, y seguramente con mil veces mejores resultados. La Inquisición que él conoció creaba normativas con las que infundir el miedo entre la población,  leyes con las que un padre entregaba hasta a su familia a la Inquisición para evitar los castigos por desobedecer la ley. Un imperativo legal con el que hasta el Duque del Imperio más poderoso del Imperio debía lidiar con sumo cuidado para no transgredirlo.

       

      No todo eran malas noticias. La tremenda debilidad de la Inquisición era, en esencia, el punto débil por el que atacar a su Regente. Sólo debía dar un par de golpes en ése punto y el Consejo de los Cinco estaría forzado a votar su destitución. «Una vez lleguemos a ése punto», pensó, «ya tendré a punto dos aliados en la votación a la Regencia». Parecía que su plan de alcanzar el puesto de Regente iba a dar resultados mucho antes de lo que esperaba. La Inquisición necesitaba, una vez más, de sus servicios.

       

       

       

       

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