Este hombre-lagarto, a pesar de su altura superior a los dos metros, posee una fibrosa musculatura lo suficientemente tonificada como para no ralentizar sus movimientos. Todo él
está recubierto de pequeñas escamas azabache superpuestas que no parecen reflejar la luz, sino absorberla como si quisiese atraer la medianoche a su alrededor. Sus entrecerrados
ojos asemejan dos ventanas abiertas que muestran un desolado mar de tetrametilo en los que parecen flotar pequeñas motas ambarinas. El resplandor violáceo de su mirada no consigue
disimular las dos finas filas de escamas blancas en zigzag que cortan el mar de negras placas córneas, recorriendo ambas mejillas como un par de rayos en una noche sin estrellas.
De su cola, mucho más delgada y larga de lo habitual, sobresalen unas púas transparentes que la recorren en toda su longitud simulando una filosa cresta.