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AnónimoInactivo11 septiembre, 2020 a las 16:26Número de entradas: 175
Rodamares el Taciturno era un experto espadachín y mercenario de Keel. Aesiria entrenaba con él, pues la había acogido como alumna en su escuela de espada y daga. Cierto día, Cuando nuestra guerrera había creído dominar el arte de la espada, hizo una maniobra perfecta ante el tutor, el cual la observaba detenidamente. Sus movimientos eran ágiles, perfectos. Simulaban un combate imaginario contra varios adversarios, sirviéndose solo de sus dagas y sus movimientos calculados. Parecía una danza guerrera.
Al finalizar, su ego era solamente comparable a su talento. Observó al tutor esperando su aprobación. Sin embargo, este se giró y dijo… “Te falta mucho aún por mejorar”. Aesiria, no conformada con la respuesta, arrojó una queja como un cuchillo volador al tutor:
Aesiria: ¡Pero si lo hice perfecto! ¿Cómo voy a mejorar? ¡¿Es que hay algo a mejorar acaso?!
El tutor se giró y le pidió que se sentara. Luego, éste se sentó ante ella y le contó la siguiente historia:
Cuando era pequeño, me pasaba horas observando a mi padre trabajar en su estudio privado. Solía sentarme en su mesa a contemplar cómo trazaba ideogramas en papiros. Poco a poco, yo también adquirí el hábito de escribir. A los pocos meses progresé tanto que los amigos y vecinos empezaron a alabarme sin cesar. Me se sentía engreído creyéndome ya un buen calígrafo.
Cierto día escribí una docena de caracteres y se los mostré a mi padre, esperando de él un elogio. Después de examinarlo un momento, el famoso escritor que se había dado cuenta de la vanidad en mi, no hizo ningún comentario. Cogió el pincel y agregó un pequeño trazo en un ideograma, convirtiéndolo en otro carácter distinto, y me dijo:- Enséñaselo a tu madre, a ver qué dice.
Fui a buscar a mi madre en espera de un juicio alentador.
Aunque la señora no era calígrafa, entendía la técnica de ese arte y solía emitir unas opiniones muy acertadas al respecto. Después de mirar durante un instante la obra dijo:- Has progresado, pero te falta mucho para conseguir la perfección de su caligrafía. En este carácter que has escrito, sólo este trazo se parece mucho a su estilo, y lo demás no tiene nada que ver señaló, poniendo el dedo justo en el trazo que acababa de agregar el calígrafo.
Avergonzado, me dirigí a mi padre y le pregunté: -
Después de tantos días de práctica, ¿por qué no he podido dominar aún el secreto de tu arte?
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Es muy sencillo, hijo, ¿ves las tinajas que hay en el patio? Cuando empecé a aprender la caligrafía, me dijeron que había que llenar de tinta las dieciocho tinajas. Y el día que se acabara la tinta de todas ellas, sería un buen calígrafo. Lo hice, por eso escribo mejor.
Sin decir una palabra más, Aesiria entendió perfectamente el mensaje. Corrió hacia el patio de la escuela y allí estaban las viejas tinajas citadas en la historia. Durante toda la mañana estuvo trabajando para llenar de agua aquellas enormes tinajas. Se puso a practicar día y noche sin rechistas, hasta que la última gota de agua en ellas se hubiera evaporado.
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