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El Sombrío se agachó, y abriendo un pequeño cofre de bronce, me tendió algo que parecía un arma envuelta en un desgastado trapo.
Pesaba bastante, pero el peso estaba perfectamente equilibrado, aún si desenvolver el arma. Por fin iba a tener el arma más mortífera que jamás hubiera contemplado Eirea, pero de repente un ligero temblor sacudió la habitación. Iba haciéndose más y más intenso, siendo casi imposible mantenerse en pie. Las estanterías cayeron sobre el suelo empedrado, formando un crisol donde ungüentos, pociones y tarros con ingredientes se precipitaba sobre éste.
El temblor era imposible de soportar, y venía acompañado de gritos, unos gritos que parecían jadeos…
Abrí los ojos súbitamente, ¿qué había pasado, dónde estaba? Todo seguía moviéndose, rítmicamente, hacia delante y hacia atrás…
¡Maldito Frick Parson! Ya me lo había vuelto a hacer, había alquilado mi habitación a otros huéspedes conmigo dentro… No era la primera vez que me había despertado con un extraño marinero aún borracho en mi jergón, no porque yo quisiera una noche de lujuria y desenfreno, sino por culpa de Frick.
La cama seguía meciéndose, fue cuando por fin pude abrir los ojos y contemplé mi mala suerte. No recordaba que anoche no quedaban habitaciones individuales, y que no había tenido otra opción que alquilar una con litera, eso sí, recordaba perfectamente haberle dicho que era únicamente para mí…
Parecía que los clavos de la litera fueran a saltar en cualquier momento, el cabecero golpeaba contra la pared, agrandando por momentos el desconchado que había sobre ésta.
Me incorporé y cogiendo por el pie al fogoso cliente, lo bajé de la litera. El marinero, avergonzado, cogió el orinal y se tapó sus vergüenzas. Tan rápido lo hizo, que no se dio cuenta de que el orinal iba con sorpresa. Tal fue la agradable sensación que tuvo, que comenzaron a darle arcadas hasta que terminó con una pequeña ración de Roalicos sobre el suelo.
Todo este espectáculo me había abierto el apetito, y lo que era más importante, tenía algo que aclarar con Frick. Cogí mis trastos, até fuertemente mi mochila y bajé por las escaleras.
Allí estaba Frick, ensimismado en elaborar nuevas tapas para su carta, cocina de fusión decía… Si no hacía más que juntar siempre los mismos ingredientes y darle una forma distinta al engrudo que formaba. Menos mal que las tapas tradicionales si que valían la pena.
- ¡Maldita rata de cloaca, hijo de kobold sarnoso, me has vuelto a meter a alguien en la habitación, y lo que es peor, estaban fornicando encima mía!
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Lo diendto no foldfeda a padá, he dido un endubido, do defedia hafed adcidado du afidadion!
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¡Joder, nunca te entiendo! Si no supiera tu historia te sacaba a patadas de la taberna y te tiraba a las cloacas para que fueras carne de alimaña.
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Bod babod diddia, abed que do fue bi indencion. De invito a dedaunad cobo confenjación.
Levanto el cuenco de cristal que protegían los Roalicos de Anacram de las moscas y manos indiscretas y me guardo unos cuantos en la mochila, que nunca se sabe.
Ya me había recuperado, derrotar al demonio Hiel me había dejado exhausta. Había valido la pena, aunque me entristecía tener que comunicarle a Yowyn la suerte que había corrido Shirmale.
Me armé de valor y emprendí el camino al poblado de Andlief. Me encantaba visitar el poblado, contemplar el enfurecido mar desde sus miradores. Observar la destreza de sus artesanos tallar bellas figuras en las espinas de Ysym, …
No tardé en llegar al Bosque Negro, siempre me ponía la piel de gallina atravesarlo, pues además de desorientarme constantemente, los seres que lo habitaban no es que fueran muy amigables. Además, recientemente los Guardias Negros se habían vuelto más poderosos, alguien se había encargado de entrenarlos a conciencia y ya no eran tan asequibles como antes.
Para evitar a los Guardias Negros, me puse mi Capa de los Tenientes de Agnur, tendría que pasar desapercibida y evitar cualquier ataque por su parte.
Tuve suerte y atravesé el bosque sin mucho retraso, y, lo que era más importante, evité cualquier ataque por parte de la Guardia Negra.
Atravesé el Campo de los Empalados, intentando no fijarme demasiado en el macabro espectáculo que daban los incontables seres empalados a ambos lados de la senda.
Por fin llegué a las puertas de Amün Shadinar, custodiada por dos guardias etéreos. No pusieron impedimento alguno a mi presencia, pues gracias a mi capa, me habían tomado como una ciudadana de Agnur. Bordeé la muralla y dispuse mi arpeo en el acantilado para bajar por él.
Una vez bajo, con un enérgico tirón, recuperé mi arpeo. Ya quedaba menos, en un rato estaría cruzando las puertas de Andlief.
Al poco rato llegué a los Acantilados del Trueno, el mar estaba más que agitado, enormes nubes de espuma salpicaban el acantilado, llegando incluso hasta mí pequeñas gotas saladas. Se veían algunas embarcaciones, diminutas desde aquí, luchando contra las enfurecidas aguas. Era admirable la destreza que tenían los habitantes de Andlief, hacían lo imposible por llenar sus redes de pescado.
Aparté los juncos con suavidad, tratando de colocarlos como estaban para evitar dejar la entrada al descubierto. Los guardias extrañados por la capa que llevaba, pues Agnur y Andlief eran enemigos acérrimos, me dejaron pasar al reconocerme.
Guardé la capa en la mochila, para no molestar a los ciudadanos de Andlief y me dirigí al nivel donde se encontraba Yowyn.
Los guardias me saludaron asintiendo levemente con la cabeza y se apartaron para que pudiera entrar en la choza de Yowyn.
- ¡Thyrcia, que alegría verte por aquí! Pensaba que no ibas a volver, te hemos echado de menos.
Yowyn, sé que ha pasado mucho tiempo, pero te debía un favor por lo bien que me habéis tratado siempre y porque siempre me habéis cuidado como si fuera una más de vuestro pueblo.
Yowyn sonrió ampliamente.
Thyrcia, por fin se aventuró a explicarle el motivo de su visita:
- Como te prometí en su día, os debía un favor y en especial a ti, por haberme tratado tan bien en vuestro poblado, por enseñarme vuestras costumbres y acogerme como una más.
Thyrcia hizo una pausa y tragó saliva.
Una sombra recorrió el rostro de Yowyn, sabía perfectamente de qué iba a hablarle Thyrcia.
Thyrcia continuó hablando: ‘Estos últimos días los he dedicado a investigar qué le había sucedido a tu hija, Shirmale. No ha sido tarea fácil, pues mis descubrimientos me llevaron al castillo de Agnur, donde nadie es bien recibido. Conseguí colarme en las mazmorras, donde por fin averigüé qué había sido de Shirmale.’
Yowyn estaba nervioso, había perdido la fortaleza que le caracterizaba. En un inevitable temblor de sus manos dejó caer su arma al suelo.
- Allí en una de las prisiones habita un Demonio, mejor dicho habitaba. Hiel creo recordar que se llamaba. Tras acabar con su vida, un espíritu se condensó en la celda. Se trataba de Shirmale, había sido brutalmente asesinada por el Demonio y su espíritu condenado a permanecer junto al Demonio. Conseguí conversar con ella y me contó todo lo sucedido. Al fin libre de su etéreo cautiverio dejó caer en el suelo una Lágrima y desapareció para descansar por fin.
El rostro de Yowyn, desencajado, se sumió en un torrente de lagrimas. Siempre había temido que algo terrible le hubiera ocurrido a su hija, pero jamás habría imaginado tal tormento.
Yowyn tomó la Lágrima que le ofrecía Thyrcia y la apretó contra su pecho. Tenía una extraña sensación, mezcla de pesar y de alivio también, pues por fin el espíritu de su hija descansaría. Se apartó las lágrimas de sus ojos y cogiendo la mano de Thyrcia dijo:
- Gracias Thyrcia, no sabes cuánto significa ésto para mí. Sé que no son buenas noticias, pero por fin mis temores y sufrimientos han desaparecido. Ahora mismo me invade la tristeza, pero tu dedicación tendrá que ser recompensada. Has hecho algo de un valor incalculable tanto para mí como para el pueblo de Andlief. Pero ahora necesito estar solo, tengo mucho que pensar y que asimilar. Vuelve en un par de días y retomaremos nuestra conversación.
Thyrcia estaba cansada, nunca era fácil dar esta clase de malas noticias y mucho menos a un gran amigo como Yowyn. Necesitaba despejarse, así que se dirigió el mirador del poblado.
Observó con tristeza el mar, echaba de menos surcarlo con su Lundar. Sacó de debajo de su capa una pequeña pipa de marfil y le puso un poco de tabaco. Dio un par de caladas y se llenó los pulmones de ese humo embriagador.
Desde el mirador veía a los pescadores afanándose en recoger las redes. Había algo raro en el ambiente, no soplaba viento alguno. Thyrcia golpeó la pipa en la palma de su mano y la guardó. Al mismo tiempo que levantó la cabeza hacia arriba e inspirando fuertemente intentó reconocer el olor que reinaba en el ambiente.
Era una mezcla de olor a humo y azufre. Pero el olor a humo era raro, recordaba haberlo olido alguna vez, algo parecido. Se concentró profundamente en recordar ese olor…
Por fin abrió los ojos, ya sabía dónde había olido eso. Al norte del Bosque Negro, en una zona yerma llena de restos de cadáveres calcinados. ¡Ese era el sitio!
Corrió a avisar a Yowyn, se temía lo peor. Fue entonces cuando de la nada surgieron dos Súcubos. ¡Habían entrado en el poblado!, Thyrcia desenvainó su puñal y le atravesó la garganta a uno, mientras el otro salió corriendo despavorido.
-¡ Demonios, demonios! ¡Han entrado en el poblado, avisad a Yowyn!
Thyrcia corría en dirección a la cabaña de Yowyn, dejándose la voz en cada zancada, avisando a cada uno de los ciudadanos que encontraba a su paso.
- ¡Bajad a las barcas! ¡Salvad a los niños!
Era sin duda una buena idea, podrían escapar las mujeres y los niños en los botes de pesca.
Por fin llegó a la casa de Yowyn, que se apresuraba a sujetarse con firmeza su reluciente armadura, mientras dos de sus guardias de confianza afilaban con rapidez su espada.
– Thyrcia, hoy te necesito más que nunca, la tristeza me invade por completo y no tengo fuerzas para nada.
- Yowyn, amigo, puedes contar conmigo, tenemos que salvar al poblado, junta a tus mejores hombres y vayamos al parapeto de piedras. Yo me moveré con sigilo y cuando esté allí haré nuestra señal.
Dicho esto, Thyrcia salió de la cabaña, se cubrió su pelo blanco con una capucha para evitar ser detectada con los reflejos de la luz de Argán. Se escabulló entre las callejuelas del poblado, evitando cualquier rayo de luz que pudiera delatarle. Sin duda, todas sus aventuras con Derek habían servido para algo.
No tardó en llegar a la entrada del poblado, evitando ser vista por una oleada de demonios que arrasaban con las casas que iban encontrando.
Los cuerpos de los guardias yacían en el suelo, decapitados y completamente carbonizados. Thyrcia observó los cuerpos humeantes y distinguió unos enormes surcos que cruzaban uno de los cuerpos por completo. Esa marca era inconfundible, la había visto en incontables cadáveres, se trataba de Macnak, el General.
Esto cambiaba la táctica, no contaba para nada con Macnak, pensaba que era una incursión de demonios sin organización alguna, pero esto era muy diferente.
Tendría que encargarse ella del general mientras Yowyn y su guardia contenían a los demonios.
Sacó una pequeña honda y colocó una pequeña piedra en la cinta de cuero, con un suave movimiento de muñeca empezó a hacer girar la honda, produciendo un suave murmullo, de un golpe seco soltó uno de los extremos y vio como la piedra salió despedida hacia la cabaña de Yowyn, esa era la señal.
Era fácil seguirle el rastro al general, sólo tendría que seguir el calor que iba dejando a su paso y los cadáveres calcinados.
La lucha era encarnizada, Yowyn y si guardia iban exterminando a los demonios a su paso, las mujeres y los niños habían descendido hasta el agua, pues era mucho más seguro permanecer abajo. Una columna de humo negro salía desde el centro del poblado, señal sin duda de la masacre que estaba sufriendo Andlief.
Thyrcia iba siguiendo los pasos de Macnak, el ambiente era desolador, hombres, mujeres y niños sucumbían bajo el fuego de Macnak sin distinción.
Por fin lo encontró, iba solo, no le hacía falta escolta ninguna. Se disponía a irrumpir en una de las chozas del poblado. Fue entonces cuando Thyrcia escuchó la voz de una niña pidiendo ayuda desde dentro de la cabaña.
Se armó de valor y desenvainando su Puñal de Cristal, avanzó sigilosamente hasta el demonio. Sería imposible clavarlo en alguna zona letal, pues su tamaño era descomunal.
Aprovechando que el general se agachaba sobre la entrada de la choza, Thyrcia cogió carrerilla y saltó sobre su pantorrilla derecha, de un rápido movimiento seccionó por completo uno de los tendones de su tobillo, dio una zancada por su espalda y hundió por completo su puñal justo debajo de su nuca.
Macnak dio un alarido al sentir el frío metal en su cuerpo, cojeando se dirigió hacia Thyrcia, apenas podía andar. Intentó sacarse sin éxito el puñal de su espalda, era imposible llegar a él. Comenzó a frotarse frenéticamente contra la pared de una de las cabañas, esperando aliviar su dolor. Pero solo consiguió incrustarse más aún el puñal, hundiendo incluso la empuñadura en sus carnes.
Thyrcia aprovechó la distracción de su oponente y lo apuñaló de nuevo, pero esta vez en la garganta. Un chorro de oscura sangre brotó de la misma. Macnak cayó al suelo de rodillas y mirando a Thyrcia con todo el odio que pudo exhaló un último grito mientras se desplomaba contra el suelo.
Thyrcia se inclinó sobre el cuerpo caliente de Macnak, lo examinó con interés, pues no era un demonio normal. Sacó un cuchillo serrado y decapitó al pobre desdichado. Cogió la cabeza del mismo y fue directa a la cabaña de Yowyn.
Yowyn estaba eufórico, habían repelido el ataca de las hordas demoníacas, dos guardias se afanaban a quitarle la armadura para poder llevarla a la herrería y reparar las muescas de la batalla.
Thyrcia le entregó la cabeza a Macnak a la vez que decía: ‘Hemos tenido suerte, aún no nos habíamos acostado, no quiero pensar qué habría pasado si nos atacan mientras dormíamos. Tendremos que hacer un balance de las pérdidas.’
- ‘Sí, voy a quitarme la armadura e iré con mis guardias personalmente a ver cómo ha quedado el…’
Un estruendo invadió por completo la cabaña de Yowyn a la vez que multitud de trozos de madera y astillas volaban por doquier cual metralla, un ensordecedor pitido siguió al estruendo.
¡Alguien había lanzado un obús! Thyrcia miró a su alrededor, lo que antes era una cabaña ahora era un amasijo de madera, se había desplomado por completo. Observó a Yowyn en el suelo con una enorme astilla atravesándole el vientre. De la herida manaba sangre a borbotones, si no actuaba con rapidez, podría morir desangrado.
Se inclinó sobre el cuerpo de Yowyn y haciendo presión con su mano izquierda alrededor de la estaca, la sacó limpiamente con su mano derecha. Un torrente de sangre comenzó a manar de la misma.
Thyrcia colocó sus dos manos sobre la herida, y comenzó a murmurar unas oraciones a Khaol al mismo tiempo que masajeaba la zona con movimientos circulares. Una neblina oscura surgió de las manos de Thyrcia y la herida cicatrizó.
Yowyn estaba pálido, sin fuerzas, había perdido mucha sangre. Thyrcia lo recostó sobre el suelo y ordenó a los dos guardias que protegieran con su vida a Yowyn, tenía que averiguar quién había disparado ese obús.
Salió corriendo de la cabaña y se deslizó por una de las cuerdas que bajaban a los botes. Las mujeres y los niños que antes huyeron a los botes se afanaban torpemente por regresar de nuevo al poblado. Algo los asustaba y no pintaba nada bien la cosa.
Thyrcia llegó a los botes y sus temores se hicieron realidad, vislumbró tres embarcaciones de velas negras a escasos metros del poblado. Los AguasNegras habían decidido atacar Andlief, demasiada casualidad los dos ataques, parecía que alguien hubiera organizado ambos ataques con el fin de acabar con Andlief para siempre.
Thyrcia echó un vistazo a las embarcaciones y consiguió ver su Lundar, por suerte contaba con algunas municiones y las catapultas preparadas.
Se lanzó al agua y se dispuso a nadar hacia su Lundar, el agua estaba helada, sabía que era cuestión de tiempo evitar la congelación. Se apresuró a nadar con todas sus fuerzas, cada brazada contaba y podría ser decisiva a la hora de morir congelada.
Consiguió llegar a su Lundar, con las manos entumecidas y sin apenas movilidad consiguió subir a la cubierta de su Lundar trepando por la cuerda del ancla.
Una vez arriba, comenzó a frotarse las manos con intensidad para quitarse el frío. Dejó en el suelo de la cubierta la túnica empapada y se dirigió al puesto de artillería.
Con un movimiento rápido sacó su Catalejo de Plata y oteó el horizonte para calcular la posición exacta de los barcos. Reguló la inclinación de la ballesta y se dispuso a disparar.
El disparo dio de lleno en el cuerpo de la embarcación, por suerte eran embarcaciones pequeñas, con apenas unos 20 metros de eslora. El impacto abrió una brecha por la que comenzó a entrar agua. Observó como el barco comenzaba a inclinarse sobre el agua, y como los soldados caían al agua uno detrás de otro, haciendo lo imposible por agarrarse a algo en cubierta.
Había conseguido hundir uno de los barcos, sólo quedaban dos. Oteó de nuevo el horizonte, uno de los barcos había cambiado el rumbo y se dirigía hacia su Lundar. El otro barco se aproximaba a las escalerillas que daban acceso al poblado.
Cargó de nuevo su catapulta y disparó contra el barco que se aproximaba al poblado, pues el otro lo tenía tan cerca que un disparo simplemente lo habría sobrevolado.
Una nube de astillas, estacas y fragmentos de madera voló al hacer impacto sobre el casco. Había destrozado la proa por completo y el barco comenzó a hundirse, inclinándose hacia delante.
Sólo quedaba un barco, pero estando tan próximo y sin poder disparar, tendría que eliminarlo de otra forma. Sacó un arpeo de abordaje y ya desde cubierta comenzó a girarlo a una velocidad frenética, de un golpe seco lo lanzó sobre el otro barco. El gancho impacto sobre un soldado AguasNegras y de un tirón consiguió anclarlo en la barandilla de cubierta. Ató con rapidez el otro extremo de la cuerda en su cubierta y se deslizó con rapidez por la cuerda. En un suspiro alcanzó la cubierta del barco enemigo, de un tirón seco desenganchó el triple garfio del arpeo del cuerpo inerte del soldado.
Se escabulló por la cubierta, vigilando y contando los soldados que encontraba a su paso. Había contado nueve. Uno en el timón, seis en los remos y dos en el puesto de artillería.
Se apresuró en dirección al timonel, justo estaba de espaldas, fue coser y cantar, unos pasos sigilosos y lo degolló con un rápido movimiento de su daga. Thyrcia cogió el timón y con todas sus fuerzas, lo movió hacia la derecha. El barco se zarandéo, los cañones se deslizaron de babor a estribor, pues no estaban firmemente sujetos. Algunas balas rodaron por cubierta estampándose contra la barandilla contraria. Thyrcia cogió una de las balas y corrió en dirección de uno de los soldados que se afanaba por recuperar el cañón. Con un secó movimiento golpeó la cabeza del desdichado soldado, un sonoro crujido lo dejó inmóvil en el suelo.
Thyrcia notó un puntiagudo dolor en su espalda, el soldado que faltaba le había asestado una estocada con su Filo AguasNegras, por suerte había sido en un lateral. Thyrcia se revolvió y trató de desenfundar su daga, pero no podía sacarla. Echó su cabeza hacia atrás y de un impulso hundió sus dientes en la traquea del soldado, los apretó con todas sus fuerzas y tiró, dejando un enorme agujero. El soldado cayó al suelo tapándose la herida sin mucho éxito.
Thyrcia miró a su alrededor, sólo quedaban seis soldados en el piso inferior, remando sin rumbo fijo. Encontró un barril de pólvora, intentaría darle un buen uso.
Ató el barril al mástil mayor de la embarcación y lo perforó con su puñal. Por el agujero empezó a caer un pequeño reguero de pólvora. Thyrcia lo fue extendiendo con su pie hasta la barandilla de estribor. Sabía que contaba con poco margen de tiempo, pero no podía enfrentarse ella contra seis soldados, no después del desgaste que le había supuesto todo en esta noche.
Cogió un farolillo del barco y encaramándose en la barandilla lo lanzó contra el reguero de pólvora mientras se lanzaba al agua. No había salido aún a la superficie del agua cuando escuchó una sonora explosión. Cuando sacó la cabeza del agua, vio con asombro como el barco había quedado reducido a astillas y algún que otro trozo mayor de madera.
Se apresuró a llegar al poblado nadando, pero estaba muy lejos, y el agua tan fría y el sueño la iba invadiendo… Se agarró a un trozo de madera y se hizo la oscuridad.
Un golpe seco en la cabeza la sacó de su oscuridad, abrió los ojos y vio una cuerda justo enfrente suya, miró hacia arriba y vio a los elfos que la estaban socorriendo. Casi sin fuerzas, se la pasó por su cintura, hizo un sólido nudo y se desmayó.
Thyrcia despertó, había mucha luz en la habitación y mucha gente. Entre los presentes estaba Yowyn, que se inclinó sobre Thyrcia sonriente.
– Thyrcia, pensábamos que no ibas a recuperar la consciencia. Has estado ocho días inconsciente, pero tus heridas han sanado. Y lo más importante, has salvado a nuestro pueblo. No sabemos cómo nos han podido coger tan desprevenidos.
Thyrcia lo miró y sonrió.
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