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La anciana intentó abrir los ojos, pero no podía, estaba demasiado agotada para abrirlos, no sabía dónde se encontraba, todo era oscuridad.
El murmullo de una conversación lejana la sacó de su letargo.
¡Sí, mírala, te dije que valdría la penar venir, no me explico ese vejestorio cómo aguanta tanto tiempo postrada en la cama’
‘Pero si debe tener más de un siglo, parece un cadáver’
La anciana notó como algo la cogía de la muñeca, la levantaba y la dejaba caer.
‘Está muerta, hazme caso, yo creo que ni respira’
El joven se aproximó a la anciana y colocó su oído sobre la boca de ésta para comprobar la respiración.
La anciana se incorporó súbitamente, soltando una horrible inhalación, golpeando con su frente la sien del joven que se encontraba sobre ella.
‘¡Joder, que está viva!’, gritó asustado el joven.
La anciana miró a su alrededor, la estancia se encontraba iluminada por antorchas que habían colocado simétricamente en las paredes todas a la misma distancia. La decoración era sencilla, austera, a parte de su cama no había más que jergones de paja en los que dormían algunos escuderos.
Hizo un esfuerzo por levantarse de la cama, pero se encontraba demasiado débil.
Uno de los jóvenes, que hacía un rato se mofaba de ella, la ayudó a incorporarse hasta que finalmente quedó sentada sobre la cama.
La anciana miró al joven y trató de esbozar una sonrisa, consiguiendo justo lo contrario, una desagradable mueca.
‘Gajias’, balbuceó la anciana, haciendo un esfuerzo titánico en su dicción.
Su vista se iba acostumbrado a la iluminación de la sala, aunque la luz de las antorchas le molestaba, sin duda había pasado mucho tiempo con los ojos cerrados.
Extendió las manos con las palmas hacia arriba y las observó.
Contempló la infinidad de surcos que recorrían sus manos, eran claramente las manos de una anciana.
No recordaba cuánto tiempo llevaba postrada en esa cama, pero podía jurar sobre Seldar que esas no eran sus manos.
Una lágrima recorrió la estriada mejilla de la anciana, consciente de cómo el paso del tiempo había hecho mella en ella.
No recordaba cómo había llegado hasta ahí y mucho menos cuándo, pero si una cosa tenía clara era que quería salir de esa habitación y averiguarlo todo.
Uno de los jóvenes, se aproximó con una silla a la que se le habían añadido cuatro pequeñas ruedas y, con ayuda del otro joven, consiguió sentar a la anciana en ella.
‘Vamos a ver al Gran Maestre, querrá saber que has despertado’, sugirió uno de los jóvenes.
El otro joven recogió una pequeña bolsa con las pertenencias de la anciana que se encontraba a los pies de la cama y la colocó sobre el regazo de la anciana.
La anciana notó la vibración de la silla al cruzar el suelo adoquinado hacia los pasillos de la fortaleza y sintió el viento fresco golpear suavemente su marchito rostro, sintiéndose viva después de mucho tiempo.
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