Inicio Foros Historias y gestas El Guante de Seda

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    • Gurlen
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      Recientemente he descubierto de manera inesperada algunos aspectos de mi herencia que eran desconocidos para mí. En mi búsqueda de nuevos conocimientos y trucos que me ayudaran en las escaramuzas en las que me puedo ver envuelto debido a mi oficio, conocí a Mahura, una temida asaltadora de caminos. Ella me contó que hace muchos años conoció a mi padre, Oboldín. Y que el guante de seda que con tanto orgullo visto y que es el único recuerdo material que guardo de él, fue fabricado a partir de unas telas que ella le regaló. Este regalo fue un gesto de honor entre ladrones, un reconocimiento a un igual. Siempre quise conocer más cosas de mi padre y de mi madre, pero las historias que me contó Mahura ya las conocía. Mi padre era legendario.

      Lo que cuento a continuación es la historia de cómo ese guante llegó a mis manos. Y esa historia va directamente ligada a una parte de vida, mi infancia y primeros años en Eloras y el descubrimiento de los dones innatos que poseo. Por ello para contar la historia del guante, debo contar también la mía.

      Algunos fragmentos podrán parecer pura ficción, otros no dejarán de ser meras tonterías. Algunos los cuento como me los contaron a mí, ya que no recuerdo algunas cosas de mi infancia o mis primeros años, otros son el fiel relato de mis vivencias.

      Gurlen, nacido el día 7 de Mesamin del 57 Era 4ª. Eso ponía la nota manuscrita que iba en la cesta donde me encontraron. Esa era la única información. Eso y un guante de seda negra.

      Me abandonaron en la puerta de una casa de Eloras, pero no de cualquier casa: La casa Cambuyón. Cuando sus miembros me encontraron y vieron el guante, rápidamente lo entendieron todo. Sin dudarlo ni un solo instante guardaron el guante negro, cogieron la cesta conmigo dentro y empezaron a criarme como uno más de la familia.

      Crecí feliz rodeado de mi familia, mis vecinos y mis amigos. Eloras es el mejor lugar donde un niño pudiera crecer. Crecer sin preocupaciones. Jugando, saltando y corriendo todo el día. Eran tiempos de bonanza.

      Como a todos los niños, me gustaba andar persiguiendo bichos, cazando ranas y saltamontes. Yo iba un paso más lejos. Además de darles caza, intentaba estudiarlos y comprenderlos. Cómo se movían y cómo eran sus cuerpos. Algunos de ellos, los llegaba a cortar en pedacitos. Como es normal, a algunos vecinos les parecía un extraño comportamiento este, en cambio otros me ayudaban y me explicaban más cosas. Aprendí como sacar la piel de un conejo para que fuera perfecta para fabricar un odre de agua. Aprendí a cortar huesos y tendones con los que poder fabricar exquisitas armas o refinados instrumentos musicales. Mi extraña afición se había convertido en un provechoso oficio.

      Cada día me alejaba un poco más de la seguridad del poblado y su bosque para encontrar nuevas herramientas y descubrir nuevas técnicas de trabajo, nuevos materiales. Un día tomé el camino al oeste de Eloras y llegué un yermo páramo cubierto de cenizas donde crecían unas extrañas plantas. Se mecían suavemente con el viento, pero no parecían para nada indefensas. Al acercarme a una de ellas para cortarla casi me arranca la mano de un bocado. ¡Eran plantas carnívoras! Debía de ir con más cuidado. Me escondí y busqué la manera de aproximarme a alguna cuando casi sin saber cómo apareció a mi lado un enorme hombre-lagarto.

      Aunque el pánico empezaba a apoderarse de mí y solo pensaba en correr, permanecí quieto y escondido mientras ese terrorífico ser masacraba las plantas casi sin inmutarse. Mientras estaba escondido tras unas rocas volcánicas pude ver que de la mochila de la fiera criatura sobresalía una especie de hacha y una idea apareció en mi mente: Conseguir esa hacha. Quizá me ayudase a cortar una de esas plantas para estudiarlas o quizá no, pero tenía que conseguir esa arma.

      Seguí a la criatura por el páramo observando sus movimientos desde las sombras y la ventaja que daba mi pequeño tamaño. Solo miraba hacia delante sin prestar atención a su espalda ni las pertenencias de su mochila. Al llegar a una zona aún más poblada de las extrañas plantas que crecían entre las cenizas me decidí. Me situé a su espalda cuidándome mucho que no me golpease con su cola. Subí a una piedra que había a un lado y de un salto saqué el hacha de su mochila. Era enorme. Su peso casi me hace perder el equilibrio al tocar el suelo y delatar mi presencia, pero no sé cómo fui capaz de esconderme nuevamente entre las nubes de ceniza que se levantaban a cada paso de mi enemigo. Satisfecho de mi hazaña corrí con sumo sigilo nuevamente hacia mi hogar.

      Al llegar a casa y contar lo que había sucedido a mi familia, su reacción fue un tanto extraña para mí. Me esperaba algún tipo de castigo o reprimenda por la locura que acababa de cometer, pero se limitaron a mirarme y mirarse entre ellos con gestos de afirmación. El mayor de todos sacó en ese momento un guante de seda negra y me lo tendió.

      Era increíble, parecía como si la luz de la habitación se hubiera atenuado y las formas del guante comenzaran a difuminarse. Su tacto era aterciopelado, sedoso, e incluso se diría que hasta poco resistente, pero nada más lejos de la realidad. La fina seda negra de la que estaba compuesto parecía tener vida propia y levitar, puesto que, al sostenerlo sobre la mano se podía sentir un cosquilleo como si el guante estuviera vibrando. No tenía costura alguna, o al menos no se percibía a simple vista, ni broche ni cierre. Cuando introduje mi mano en su interior, el cosquilleo que sentía al sostenerlo, incrementó levemente y el guante pareció deslizarse y ajustarse a mi mano como por arte de magia.

      Todos se acercaron y me miraron mientras yo mostraba asombrado mi mano enfundada en seda negra y él empezaba a contarme una historia. La historia de mi padre: Oboldín Cambuyón.

      Cuando terminó de hablar, el silencio se apoderó de la estancia y todos teníamos un nudo en la garganta. Siempre me había sentido arropado y querido por todos. Sabía que me habían acogido en su familia y me habían aceptado como uno más. En ese momento supe porque: realmente era uno más. Ellos eran mi verdadera familia, los hermanos de mi padre.

      Desde ese día visto con orgullo el Guante de Seda que perteneció a mi padre y con el que llegó a ser el ladrón más temido de todos los caminos de Eirea, con el anhelo de seguir sus pasos y honrar su nombre convirtiéndome también en un temido ladrón.

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