Las ratas y alimañas corrían por el lugar.
La sangre, dulce y metálica recorría mi boca hasta llegar a mi garganta.
Otra vez me habían usado como pelotita para jugar y divertirse. Dije mientras escupía una hormiga que se intentaba meter en mi boca.
Mi cuerpo, se encontraba totalmente adolorido, y los pasos que se escuchaban aproximarse me hicieron retraer, y quedarme inmóvil.
Abrí mis ojos, totalmente amoratados, pensando que no había nada a mi alrededor, y otra vez me encontraba solo.
Pero no fue a si, una enorme hiena se encontraba ante mi.
Mis piernitas empezaron a temblar, y el sonido de mis huesos me delataban, el miedo se apoderaba de mi.
La bestia, con un simple movimiento de su pata izquierda delantera me levantó del suelo, y con su fuerte mandíbula me retuvo, mientras conjuraba distintos hechizos, que curaban mis heridas, y me hacían sentir mejor.
La sangre de mi rostro dejó de brotar, mis ojos, otra vez dejaron ese horrible morado, para volverse ambarinos.
Mi cuerpo ya no tenía esa cantidad de moretones, y golpes.
Me bajó de nuevo al suelo, y se sentó sobre sus patas traseras.
Mientras me dijo con una sonrisa, y dejaba a mi vista unos colmillos capaces de desgarrarme. Quedaste, quedaste como un arcoíris. Al decir eso no pudo evitar soltar una risa burlona.
Esa bestia que parecía mi llave a la vida eterna, se volvió la primera criatura que no se burlaba de mi, la que podía apreciar como un hermano mayor.
Pasaron unos días, donde Jawzahr me mostró lo que era vivir una vida normal.
El quería verme progresar en el arte de la magia, y me dio lo suficiente para que lo pudiese lograr.
Se que mi vida se la debo a el, el único que no me vio como una simple esfera para divertirse.
