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    • Anónimo
      Inactivo
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      Aquel lugar de peregrinaje y culto se abría a un patio rodeado de pórticos en medio del cual una o más cuencas recogían agua para las abluciones rituales.  La habitación estaba cubierta con un techo plano que descansaba sobre arcos con columnas que formaban bahías.

      En frente, un altar donde el supremo sacerdote realizaba los rituales. Una rejilla de madera delimitaba el espacio reservado para el soberano. Cerca de este, unos bancos reservados para ciertas cofradías o familias de poder.

      Equivalente al campanario de las iglesias, ya que responde a la misma función (el llamado a la oración), una torre circular llena de todo lujo de detalles arquitectónicos representativos de la historia de los Orgos pasa por alto la mezquita. Por lo general, se encuentra en el lado del patio frente a la sala de oración.

      Para la oración, el piso estaba cubierto con alfombras orientadas hacia la salida de Velian. Las lámparas iluminaban el edificio y las grandes velas generalmente rodeaban al altar. La mayor parte de la luz lunar provenía del patio sobre el que se abrían las habitaciones.

      Allí fue donde el sumo sacerdote me tomó entre sus brazos y bajo la mirada atenta de mi familia, se me otorgó la primera de mis herencias: Mi nombre.

      Naouar, que significa flor del desierto. Abriéndose paso entre las adversidades, nace y florece una de las flores más bellas de entre los terrenos más hostiles. Germina en tierra áspera y ácida. Se abre paso entre polvo y ventisca. Abre sus pétalos ante los primeros rayos de Velian y vuelve a la vida, de otra que le fue anteriormente concedida. Pues Tierra somos y a la tierra hemos de volver.

      El sumo sacerdote tomó algo de aceite con el pulgar de su mano y me hizo una inscripción rúnica en la frente.

      Y yo, como mero transmisor de Velian, te otorgo la vida. Florece, Naouar. Y deja una estela de sabiduría y recuerdo honorable en tu camino, antes de volver a lo que todos somos.

      Volví a los brazos de mi madre. El olor a incienso inundaba ya la cámara de celebración. Los primeros rayos de Luna se filtraban como hilos de plata en aquel lugar. Empezaron los cantos rituales y un sacerdote lanzaba tierra sagrada ante las pisadas que mi familia iba siguiendo camino del patio exterior.

      Entonces sucedió lo que podía ser esperado, pero no deseado. Cerca del arcón principal, de colores cálidos y adornos religiosos se posó un cuervo. No habitual en aquella época del año, como un mensajero de algún dios del infortunio, con movimientos rápidos posó su mirar en mí.

      Uno de los fieles lo ahuyentó tras unos instantes. El Sumo sacerdote bajó de su altar, se dirigió a mi padre y mano en espalda le dijo…. “no te preocupes, no es inevitable. Todos elegimos nuestro destino, hay cosas que solo lo condicionan”.

      El cuervo es un ave de mal agüero. Quizá es porque ellos y las hurracas son los primeros en llegar al cadáver de un animal y lo primero que comen son los ojos.

      Fuera como fuera, aquella expresión en su mirar, el movimiento de las alas, su negrura… traían un mensaje. Lo que nadie supo entender fue cual y porqué.

    • Anónimo
      Inactivo
      Número de entradas: 77

      El viento cálido del desierto se filtraba entre las cortinas. Naouar creía que las cortinas las había inventado alguna costurera para ver el exterior sin ser vista. Nada más lejos, su origen se remonta en los doseles ceremoniales, usados para proteger el paso de los nobles. Aunque en este caso, para proteger también de los fuertes rayos solares y del polvo del desierto.

      Leía un libro de historias de más allá del desierto. Aunque fuera pequeña, su imaginación desbordaba deseo por conocer aquello. Las paredes de su alcoba se ensanchaban y el horizonte se abría paso como un portal que te da a entender que no hay razón para tener miedo allí.

      Las horas pasaban y la luz de las velas temblaba ante el más mínimo susurro del viento. Era plena noche, pero a Naouar le gustaba leer.  Debía leer tradiciones y costumbres sacerdotales para su rito de iniciación como futura Sacerdotisa de Velian, pero claro… ¿Qué mente inquiera podría centrarse en tan aburridos párrafos a esa edad?

      Un golpe de viento fuerte apagó las velas. Las cortinas fueron sacudidas como la sábana de un fantasma y allí en la ventana se puso de nuevo, un cuervo negro como la misma noche. Tan negro, que, desde su cama, solo se apreciaban sus dos ojos rojos y el revolotear de sus alas.

      Naouar no se sorprendió, no era la primera vez que venía a visitarla. Habían establecido una especie de vínculo. Era el visitante, el amigo secreto, el confesor. Ella le contaba todo y él, paseándose cautamente por la habitación, hacía ver que la escuchaba mientras rebuscaba alguna migaja de pan. Confesor de sus sueños y sus deseos, paseaba tranquilamente por la alcoba tapizada con tejidos de bordado de oro y cuadros de antepasados bien reconocidos.

      Fue esta vez cuando Naouar intentó encender la lámpara de aceite. Entre chispazo y chispazo de su pedernal, la sombra del cuervo cambiaba. Primero la de un enorme pájaro proyectado sobre la pared. Luego, algo más indescriptible.

      Bajo un suspiro de temor, Naouar corrió la cortina para que la luz de luna iluminara su estancia. Allí vio como no era cuervo. Era una figura alquitranosa que parecía sumergir del mismo suelo. Como una cría naciendo de las caderas de su madre.

      Paralizada por el miedo y sosteniendo fuertemente el libro entre sus manos, observaba aquella escena. Una figura de la altura de medio hombre, completamente negra, sin rostro, se materializó en aquella misma estancia.

      Miraba aun lado y a otro, como si buscara algo. Se acercaba a las paredes lentamente, con movimientos suaves y todo lo tocaba. Pasaba las yemas de sus dedos por cualquier superficie, pared, libro, jarrón, tapiz… como cual arqueólogo rebuscando entre unas ruinas muy antiguas. Acercaba su rostro y suspiraba fuertemente.

      Se giró hacia Naouar y le dijo con una voz grave y resonante:

      La magia está en ti ahora y es fuerte. El señor me manda cuidar de ti. No es magia de los Dioses, no es Velian. Es en ti…

      Naouar no se movía. Temblaba, pero aquella figura aún estaba demasiado lejos para suponer una amenaza, a parte de que sus sábanas, le conferían una falsa sensación de seguridad.

       No me temas… volveré cuando seas mayor y tu magia sea más fuerte… fuerte…

       La voz de la sombra empezó a resonar en la cabeza de Naouar, distorsionando toda la estancia y creándole un terrible dolor de cabeza. Toda la habitación empezó a vibrar y ella cerró los ojos. Cuando de repente se hizo el silencio, se incorporó y nada de aquello pareció real. El libro posaba inmóvil sobre la alfombra en el suelo. Las cortinas permanecían inmóviles y ella fingió que todo aquello había sido un sueño. Fue la única manera convincente de reconciliar otra vez el sueño.

       

    • Anónimo
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      **** Oración ****

      Durante el solsticio de verano es habitual ver caravanas de comerciantes cruzar el desierto de Sharframma hacia el este, sentido Anduar, por motivo de la feria. Seda, vasijas, dátiles y todo tipo de productos exóticos típicos de Al-Qualanda son vendidos allí como reliquias a manos de quien sabe bien qué comprar.

      Luego de que padre afianzara las sillas de los dromedarios y comprobara la sujeción del cargamento, me subió al último de los 3 que eran de nuestra propiedad. Los dromedarios son algo más grande que los camellos. Este tenía un pequeño tenderete improvisado, pero estable, hecho de maderas y telas de colores vivos, para el sol. Los niños y algunas mujeres de clase alta viajan así. Los adultos, los acompañan a pie, junto a la larga fila de animales unidos entre sí por cuerdas para evitar el desvío o la pérdida de alguno de ellos.

      Cada uno lleva en su vestimenta (tapiz) el símbolo de su casa y es responsabilidad del dueño recordar su lugar entre la fila de vendedores. Así lo decía mi padre:

      Todos ocupamos un lugar, ellos también, has de recordar cual es el tuyo y no querer ir donde no correspondes, es peligroso. También para los dromedarios.

      Durante la fría noche acampábamos en tiendas unifamiliares. Grandes tiendas de tela marrón gruesa con alfombras en su entrada, sujetas por cuerdas y cañas de bambú, ligeras pero flexibles.

      Al anochecer, luego de la cena, salíamos cada uno de nosotros a la entrada y nos situábamos de rodillas, cara al Oeste, para rezar a la diosa Velian.  El sacerdote iniciaba la plegaria y todos repetíamos al unísono sus versos, empezando por el primer ciclo de oración:

      ¡Aquellos que creéis!

      En nombre de Velian, Señora de la mágia y de los sueños,

      Alabada sea Velian, Señora de la precognición

      Clemente y misericordiosa, Soberana el día del Juicio,

      Guíanos por senda recta, hasta un nuevo destino,

      No ha engendrado, ni ha nacido

      Semejante a ella ninguna ha existido.

      El resto de la oración solamente la podían pronunciar los varones que han superado las pruebas de la mayoría de edad. El resto debíamos seguir agachados y asentir. Son las normas de Velian. Cuando seamos merecedores de su respeto y atención, podremos pronunciar.

       


       

      Un estridente cuerno marcaba el inicio de la siguiente marcha. Estábamos preparados de hace rato. Tomamos nuestro té, nuestro pan. Lavamos las manos y el rostro con agua en señal de un nuevo día y proseguimos la marcha, hasta llegar a la Senda de Ryniver.

      Recuerdo sonreír a mi madre y ella devolverme la sonrisa en el vaivén de la silla de montar de mi dromedario. Luego…. Antorchas, fuego, gritos y la cara de pánico de nuestros acompañantes.

      El animal brincó desesperadamente y me catapultó contra el suelo. Luego del tremendo golpe solo pude ver un cuerpo de vigilante empalado por una lanza. Cerré los ojos y los volví a entreabrir, pero mi vista estaba completamente nublada. Un charco de sangre de algún cuerpo cercano em envolvió. Cualquiera que no se hubiera fijado detenidamente, me hubiera podido dar por un cadáver más. Eran asaltantes. Me consta que fue una emboscada, pero no es verdad. Aquello fue una carnicería.

      Las últimas luces que pude percibir antes de perder completamente el conocimiento fue una figura completamente negra, difusa, con forma de humano o… quizá animal, acercándose con movimientos pausados, ágiles y rápidos.  Y la sensación de algo suave, esponjoso, cálido… como la mano de una madre acariciando mi mano. Como una pluma.

    • Anónimo
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      Oda de Plata es una mujer joven de piel pálida. Completamente calva e imberbe, viste solamente una túnica negra con bordado de oro.  Sus movimientos son lentos y calculados como una persona de edad avanzada.

      En una amplia habitación de pared de obsidiana sin decoración alguna, frente a un altar iluminado por un fuego fatuo, sostiene una probeta de cristal. Vierte unas gotas en un frasco y lo sospesa en una balanza. Una música de harpa ambienta la estancia. Sus frágiles manos de ceniza sospesan y trabajan sin prisa, pero sin pausa.

       

      Señor de los cuervos se presenta en la estancia y espera. Es un hombre curvo con un gran abrigo negro lleno de plumas. Porta una máscara en forma de cabeza de ave, como la de los médicos medievales.

      Oda de Plata lo observa con su mirar gris y le hace una señal. Él se retira.


      Naouar despertó con un tremendo dolor de cabeza. El tacto de sus manos sobre el colchón aterciopelado pasó completamente desapercibido ante aquella estancia de lo más insólita. No tenía ni idea de donde estaba ni qué hacía allí. El último recuerdo que pasó por su mente fueron los campos de trigo de Anduar meciéndose durante el atardecer. Observó su alrededor con cautela. Una cama cómoda, sin falta de lujos, con un techo bordado y cortinas que cubrían los lados de ésta. El cabezal, el escudo de un león. El suelo estaba cubierto por una moqueta roja. Las paredes, negras como la obsidiana. Un ropero acomodado en un rincón, una mesita y un par de velas sobre candelabros de bronce. Un vestido, una túnica negra con capucha y borde dorado sobre una silla. Y una ventana…

      Se asomó y observó el exterior. Estaba en una torre de gran altura, negra, impoluta, cuyo fin culminaba en las rocas donde el oleaje del mar rompe con fuerza. Era de noche y Velian iluminaba el cielo con fulgor.

      Al poco rato de sospesar y abandonar la estúpida idea de saltar, intentó abrir la puerta, pero efectivamente… estaba cerrada por fuera.

      Se sentó sobre su cama y se encogió de rodillas y brazos. Sollozando.

      Al poco rato la puerta se abrió y Señor de los cuervos apareció con su pose curva y su caminar desbalanceado en la estancia con una bandeja de plata y cubiertos.

      Naouar: ¿Quién eres…? ¿Por qué estoy aquí?

      Señor de los cuervos tenía un hablar entrecortado y repetitivo, y una voz estridente. Siempre finalizaba las frases repitiéndose a sí mismo, como convenciéndose.

      Señor: Estás aquí porque yo te traje, sí, te traje, sí…. Te traje.

      Naouar: ¿Y mis padres y el resto? ¿Qué ha pasado con ellos?

       

      Señor de los cuervos depositó con cuidado la bandeja y los cubiertos sobre la mesa, se giró bruscamente y respondió:

      Señor: ¿Resto? Depende quien digas, resto son… muchos, sí, muchos…. Padres no saber. Asalto, yo salvarte la vida, sí, la vida, la vida…. Comer, tener que comer.

      Naouar estaba hambrienta, pero eso no fue suficiente para frenar la última de sus preguntas.

      Naouar: Quiero irme a casa, ¿cuándo podré irme? ¿Por qué me encerráis?

      Señor: Gran Señora quiere verte. Verte. Tendrás respuestas, sí… las tendrás, las tendrás…. Volvere a recoger, ponerte túnica, más cómoda. Sentirte cómoda, sí, cómoda…

      Fueron las últimas palabras antes de el terrible golpeo de la puerta y el sonar de la llave cerrándola por fuera.

      Sola y encerrada, le vinieron a la mente palabras de su padre contándole historias bajo la luz de la luna de primavera:

      La magia es el deseo. No hay magia más poderosa. Si deseas algo con la suficiente fuerza, podrás hacerlo, sea lo que sea. ¿No es eso acaso magia?

      Ella cerró los ojos. Solo deseaba con todas sus fuerzas volver a casa. O en su defecto, salir de allí como fuera.

      Se plantó delante de la cerradura. La focalizó y cerró los ojos. Se concentró y puso todo su deseo en hacer que esta se abriera. Alzó su mano…. Pero nada ocurrió. Intentó golpear la cerradura con el candelabro, todo. Hasta que finalmente tuvo una idea brillante… más de lo que cualquier niña de su edad pudiera llegado a imaginar.

      Cogió un par de almohadas y las embozó dentro de la túnica. Cogió el cuchillo y entre lágrimas, cortó su precioso pelo largo. Luego rajó un cojín y metió el mechón de pelo en este, saliendo el resto fuera. Lo ató bruscamente con una de las cuerdas del cabezal de la cama y lo arrojó por la ventana, dejando un par de hilos de cabello sobre ésta.

      Se asomó. Desde esa altura y con los reflejos de la luna, el invento parecía efectivamente un cuerpo caído y aplastado entre las rocas. Ella, dejó sus ropajes en el suelo de la cama. Abrió el armario y se encerró dentro, dejando una abertura de apenas 1 centímetro para ver el exterior. Así estuvo escondida un buen rato, esperando ya imagináis qué.

    • Anónimo
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      Lo que los rosales callan.

      El mensaje se extendió como una plaga de langostas en un cultivo. No se sabe bien que es lo que buscaban. Riquezas…. El secreto del acero…. O simplemente la necesidad de violencia innata a todo ser de este mundo. Unos ven un ave moribunda y creen que solo existe el dolor, la muerte, el sufrimiento… otros ven la misma ave y sienten la gloria.

      El carruaje de dromedarios avanzaba en hilera por entre las calles de Ryniver. Sendos lados de la carretera estaban custodiados por algún que otro guardia. Y fue nada más que una anciana que se acercó a uno de ellos cuando descubrió que aquello no era más que un cuerpo empalado, hábilmente situado. Sin poder mediar palabra, una flecha atravesó la garganta de la anciana ahogando su grito y pintando un cuadro de desesperación en sus ojos.

      Gritos salvajes y el silbido de flechas incendiarias sobrevolaban los tejados de las viviendas cercanas. Bombas de humo confundieron a los animales y no dieron tregua a preparar ningún tipo de defensa para aquella pobre gente que, en el mejor de los casos… hubieran deseado tener la oportunidad de rendirse.

      La confusión, el miedo y el desconcierto pueden ser un buen aliado. Jinetes enmascarados tanto a pie como a caballo decapitaron a los hombres que aún tenían el coraje o la fuerza para mantenerse en pie. También a las mujeres.

      El consejo de sabios de Ar’Kaindia se reunió a los pocos días en el templo del alto teócrata. Las cortinas de colores verdes y blancos, el frío mármol impoluto y el resonar de las voces en aquellas cavidades en forma de media luna te obligaban a susurrar cualquier idea en lugar de hablarlo.

      El sumo sacerdote mayor de celebraciones explicó el caso y todos los allí presentes atendieron, pero ninguno hizo una sola muestra de sorpresa. Tanto tiempo bajo esas frías columnas habían cambiado el rostro a mármol de lo que un día pudo haber sido algo más humano.

       

      • Fueron asaltados por bandidos, merodeadores. Sin escudo ni insignia. Algo fortuito y no íbamos preparados, nunca antes había ocurrido algo semejante, apenas hubo supervivientes.

      Rascándose su larga barba blanca y apoyando sendos brazos sobre la mesa, Ihljam el tercer sabio por orden de antigüedad dijo:

      • No creo que hubiera sido fortuito. Existen muchos tipos de casualidades, pero… no como esa. Estaban preparados y sabían que iban a pasar por allí, como es costumbre en estas fechas. El fallo nuestro fue no preverlo.
      • ¿Pero la pregunta no es el qué, sino el qué ahora? ¿Qué hacemos?
      • Eso dependerá de qué podemos o debemos hacer. ¿A quien podemos reclamar las pérdidas? ¿A los gobernadores de Ryniver? ¿Al imperio de Dendra?

       

      Las voces fueron en alza y empezó una discusión sobre patrimonio, derechos y reclamos. Al poco rato, Ihljam se levanó sin mediar palabra y se dirigió a la salida. El Alto teócrata le preguntó por su actitud y este simplemente respondió:

      • Ya estoy mayor, necesito tomar algo de aire, sigan ustedes, ya regreso.

      Al cabo de un buen rato, ya en el patio exterior, sentado sobre un banco de piedra acariciando unas rosas del jardín, apareció el Alto Teócrata. Se sentó a su lado, pero no dijo nada.

      Ihljam: ¿Suficiente de reunión?

      Teócrata: Sí. No creas que fuiste más avispado que yo, simplemente no podía irme tan temprano. Los dejé discutiendo.

      ¿Qué tanto te preocupa Ihljam?

      La mirada del tercero se hizo piedra. Alzo la vista y con el cejo ligeramente levantado y expresión de tristeza le dijo:

      Lo mismo que a ti. La caravana partió una semana antes de lo habitual.

    • Anónimo
      Inactivo
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      Pactando con una misma.

      Podía notar los latidos de su corazón en manos y cuello. Un sudor cálido y empalagoso goteaba por su frente debido a la falta de aire de aquella diminuta estancia. Cada segundo era una eternidad de espera y sus extremidades empezaban a mostrar calambres y signos de debilidad. Un hilo de luz iluminaba su pupila turquesa en la puerta entreabierta.

      La puerta chirrió y Lord Cuervo entró. Se quedó mirando fijamente los ropajes en el suelo. Avanzó raudo hacia la ventana, apartó con sus manos… o quizá garras los restos de cabello en la marquesina inferior de piedra y observó hacia el vacío. Dubitativo… retrocedió un par de pasos y soltó un graznido. Se encorvó, su espalda adquirió una pose no natural en un ser humano y se arrodilló sobre si mismo. Sus extremidades empezaron a desencajar y entre ruidos de huesos rotos y tendones desgarrados, al poco solo quedó en el suelo su túnica. De ella apareció un cuervo negro como la pérdida de un ser querido, el cual salió volando de inmediato por la ventana.

      Esa era su oportunidad. Abrió la puerta y se dirigió fuera de su celda. No tenía demasiado tiempo para pensar, pero bien por instinto o por inteligencia, tomó la senda que ascendía a la torre. ¿Quién iba a buscar una niña que huye en dirección contraria a su salida?… cualquiera lo suficiente listo, pero claro… “él” no aparentaba serlo.

      Jadeando, más por los nervios que por cansancio, empezó a trepar aquellas escaleras de obsidiana. No sin antes, descalzarse sus botas y arrojarlas escalera abajo. Obvió la primera puerta que encontró y continuó ascendiendo. La segunda parecía más segura, una puerta de madera sin barniz, poco elaborada. Justo como cualquier otra, sin decoración, con cerradura de hierro negro fundido.

      Atravesó la puerta y la cerró detrás de si con su espalda. Tragó saliva y observó el pasillo. Unilateral, finalizaba en una puerta menor al fondo. Empezó a caminar, temblorosa, observando los rostros de las paredes. Parecían querer decir algo, gritar… pero la fría roca que los cubría los convertía en un llanto ahogado. Como alguien muriendo bajo el agua. Como si hubieran sido calcinados y convertidos en roca en el mismo instante. ¿Qué clase de escultor podría haber diseñado algo tan malvado y con qué objetivo?

      Llegó frente al nuevo pórtico. Antes de girar el pomo, unas voces susurraron en su interior en un idioma indescriptible y retiró la mano. Aunque el miedo de ser encontrada era mayor, así que en un acto más de valentía, giró el pomo y abrió tímidamente la puerta.

      Era un desván. Lleno de cajas, sábanas polvorientas, candelabros, utensilios sin valor…

      Buscó un buen rincón donde esconderse hasta perpetuar un nuevo plan, esta vez con más calma. La luz de luna entraba por unas cristaleras a gran altura, formando un juego de luces y sombras de lo más tétrico.

      Apartó algunas cajas con sumo cuidado, como si realmente le importasen. Tiró de una sábana y tras esta apareció un enorme espejo, ovalado, como de bronce. Se vio reflejado en ella, en ropa interior, y como si realmente no se reconociera, instintivamente se tapó con sus brazos y se encogió. Pero su imagen no lo hizo. Su reflejo bajó la mirada y la siguió observando.

      Sobresaltada, se arrastró hacia atrás y exclamó…: No me hagas daño… ¿Qué eres…?

      El espejo respondió: No podría hacerte daño… soy un reflejo de ti misma.

      Naouar: ¿Me vas a ayudar?

      Espejo dijo con una voz suave, de mujer de cierta edad: Claro….

      Naouar: ¿Cómo puedo salir de aquí…?

      Espejo: Por la misma puerta por donde entraste…

      Naouar: No, me refiero… de todo este lugar. Quiero volver a casa…. Alguien malvado me persigue… ¿porqué…?

      Espejo: Porqué… porque te necesitan. Ella quiere algo que nunca obtuvo de forma natural y que tu posees. La magia.

      Naouar: ¿Ella, quien es ella?

      Espejo: Él o Ella, en su forma natural. Se dice que su nombre es tan antiguo como su presencia en este plano. La llaman El señor. Se debilita, y necesita tu magia para mantener su presencia en este plano.

      Naouar: Ayúdame… quiero volver con mi familia…

      Espejo: Mi ayuda tiene un precio Naouar. Deberás estar dispuesta a pagarlo y a ayudarme también.

    • Anónimo
      Inactivo
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      Sumamente concentrado, tumbado sobre su litera tapizada con cuero marrón. Parecería un cadáver si no fuera por el sudor cayendo por los lados de su frente. Con los ojos cerrados, medita cada movimiento. Cada gesto pasa en cámara lenta por su mente: El salto, el agarre, la caída, el saludo…

      Un sonido de trompeta estridente le abre los ojos. Se incorpora firmemente, como un autómata programado. Se mira en el espejo. Vestido solamente con unos pantalones a rayas rojas y naranjas, dos muñequeras azules y unos calcetines negros, se recoge el cabello, se da dos bofetadas, se empolva las manos y cruza la puerta de su habitación.

      Una voz ensordecedora, ampliada por algún tipo de magia se hare resonar por toda la carpa.

      • Ya está aquí…, Le esperabais y nosotros también. (Un redoble de tambores crescendo suena de fondo). Llegado de las montañas nevadas de Keel, recogido cuando tan solo era un cachorro. ¡Único! … ¡solemne! … ¡No necesita presentación! … ¡KiiiiiIIIIiiiirq….. Gloudash!

      Todas las luces se apagan y un haz de luz mágico ilumina la parte más alta de la carpa, donde la figura de un hombre se dibuja allí. Las voces de asombro frenan en seco y el redoble de tambores es ahora mayor.

      La figura abre sus brazos en cruz y salta al vacío. El público grita…. Pero a media altura otro trapecista salta y lo agarra de sendos brazos, arrojándolo como un ángel saltando sobre un río de plata, gira en el aire, se agarra a un trapecio aparecido de la nada, hace su salto mortal…  y cae de pie sobre la lona. Sus rodillas se han resentido del salto y un doble paso acompaña su aterrizaje… pero se alza victorioso y vuele a abrir los brazos en cruz.

      El público estalla de alboroto.

      A la primera seña, le dan un paquete de cuchillos. Ahora, es una mujer humana situada sobre una diana con las extremidades atadas.

      Como un auténtico profesional se dispone y el redoble de tambores ha vuelto. Las luces amenizan la velada volviendo y atenuándose como fuegos fatuos en un baile de sombras.

      De espaldas, arroja el primer cuchillo y este impacta a escasos centímetros de la cabeza del señuelo. A cada lanzamiento, los gritos de alboroto se acallan y acaban en uno mayor. Así sucesivamente.

      La gente exclama: Kirq!, Kirq!, Kirq, KIRQ! …. el clamo se hace cada vez más fuerte. El redoble de tambores anima y acelera a la muchedumbre.

      El último cuchillo lo arroja al aire, lo recoge. Se venda los ojos y de espaldas, lo arroja con furia. Se clava a escasos centímetros de la cabeza de su compañera.

      La Gente estala en una explosión de voces, color, aplausos y alguna que otra jarra de cerveza voladora.

      Las luces se apagan completamente y vuelven.

      Por último, la prueba de fuerza. Dos payasos pobremente decorados y de poca agilidad aparente recogen todo. Se ilumina una esquina y ahí aparece… el tigre. Feroz, hambriento y rugiendo. Clava sus ojos en Kirq y sinuosamente intenta voltearle encontrando su espalda.

      Kirq, aún con los ojos vendados, se arrodilla inmóvil.

       

      El Tigre acecha, valora, sospesa… se acerca lentamente… y a escasos metros, salta sobre su víctima. Le muerde la cabeza y se la arranca de un bocado, dejando un rastro de vísceras sanguinoliento por toda la arena. Algo no esperado….

      La gente se queda completamente inmóvil… estupefacta…

      La luz se apaga de nuevo completamente, y antes de que el primer grito de horror se hubiera manifestado, vuelve y en el centro de la arena esta Kirq de pie, saludando al público. El Tigre y el cadáver han desaparecido.

      La gente lo entiende como un espectáculo mágico y el aplauso efusivo y los gritos vuelven al espectáculo. Kirq saluda, se gira, y desaparece con ágiles saltos por una salida de la arena.

      [Horas más tardes]

      Kirq, el presentados y 4 trabajadores están de pie frente a una mesa metálica, con un cadáver decapitado.

      Kirq: ¿Qué pasó?

      Presentados: No lo vio venir creo…o ve a saber.

      Kirq: Os dije que no necesitaba dobles para el último acto, luego pasan estas cosas.

      Trapecista: Sí bueno… gajes…

      Kirq: ¿Y el tigre?

      Trapecista 2: Bien, enjaulado. Ya ha cenado….

      Presentados: Oye, últimamente… vamos mal de público. ¿No habéis notado la falta de los comerciantes Orgos y sus hijos?

      Kirq: Sí, es raro. Sin ellos no es lo mismo. Alguien debería ir a echar un vistazo a ver si ha habido algún problema, o a menos informarse.

      Todos se miran entre sí y miran a Kirq.

      Presentados: Bueno, tu ya no tienes doble. Tampoco mucho que hacer.

    • Anónimo
      Inactivo
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      Justo o no.

      El consejo de sabios se volvía a reunir finalmente para tomar una decisión e informar del infortunio a manos de “bandoleros y asaltantes”. Sin embargo, una silla parecía vacía… y sí, era la de Ihljam. Prendió cuidadosamente una vela, bajó lentamente y con sumo cuidado hacia la parte más oscura y olvidada de la ciudad: la prisión. Nada detallada, solamente bloques de piedra caliza amontonados donde se filtraba la humedad y el goteo de la condensación del agua era el único acompañante. Algunas velas necesitaban prenderse si querías continuar el tramo hacia lo más profundo del olvido particular de los allí residentes. Podríamos decir que el cementerio y la prisión eran los dos lugares de los que no se quería saber mucho, sin embargo… el cementerio guardaba ciertos aires de respeto.

       

      Ihljam caminó a lo largo de un pasillo de celdas. La luz tenue de su vela atraía la mirada de todo ser viviente (o no viviente) allí encerrado. Ojos rojos, verdes… salían de las sombras y agarraban los barrotes de acero ante esa luz de esperanza fatua. Sin decir una palabra.

      Se plantó frente a una celda no numerada, golpeó los barrotes con un tazón metálico viejo y allí esperó. Al poco rato, una voz apagada contestaba a tal reclamo:

      Prisionero: No esperaba visitas. Ponte cómodo, por los dos….

      Ihljam: Cómo estás.

      Prisionero respondía sin prisas, disfrutando de esa conversación a sabiendas de que posiblemente fuera la última.

      Prisionero: Encerrado, ya ves. No hay muchas respuestas posibles que dar desde aquí.

      Ihljam asintió. Luego….

      Ihljam: Verás, ha ocurrido qué…

      Prisionero: Si, lo sé. Me ha llegado. Ya ves que las noticias son como un cojín de plumas esparcidas por el viento. Se cuelan en cualquier lado.

      Ihljam arrojó una pequeña placa metálica del tamaño de una gran moneda al suelo. Esta rebotó y empezó a girar hasta que finalmente se detuvo. Tenía el dibujo de un cuervo con sendas alas negras extendidas sobre un báculo negro.

      Ihjlam: ¿Te dice algo esto?

      Prisionero: ¿Debería? O a caso…, ¿debería importarme lo que me diga, en mi situación?

      Ihjlam: Mira… no tienes porque hacerlo por ti. Han muerto hombres, mujeres y niños. Algunos han desaparecido… esto no tiene sentido. Mucha gente inocente…

      Prisionero: Inocente… ¿Qué es la inocencia? Inocencia es un estado de aquel que cumple las leyes. ¿Y qué son las leyes? Palabras que inventan algunos para favorecer su situación sin contrariedad.

      Ihljam: Fuera como fuera, no creo que fuera justo para ellos….

      Prisionero: ¡Justo!, exclamó alzando la voz. Justo es aquello que va bien a quien dicta las normas. Existen normas, el cazador y el de la presa. ¿Es justo para ella morir? A ojos del cazador sí, parece.

      Volviendo a bajar su tono de voz….

      Lo siento por ellos, pero ahora… son el menor de mis problemas, como entenderás… y tú no tienes gran cosa que ofrecerme… o quizá sí, un café estaría bien…

      Ihjlam se agachó como el anciano que era y dejó su taza metálica al borde de la celda diciendo… “No lo hagas por ellos pues, hazlo por los que aquí te encerraron. Creo que alguno está implicado”.

      Se hizo un largo silencio. Una mano humana apareció ante la luz, agarró la taza y la retiró hacia la oscuridad de la celda.

      Prisionero: El hacha dorada y el reinado de Adder el inmortal. Algo encontrarás.

      Ihljam no esperó a recoger su taza. Dándola por perdida, se giró. Antes de retornar, ésta le golpeó el tobillo. Cuando se agachó a cogerla, un brazo humano surgió de la sombra con rápida velocidad agarrándolo fuertemente del antebrazo.

      Un rostro humano, canoso, de ojos rojos y mirada viva como el fuego. Con barba de semanas, pálido y rasgos faciales muy marcados, apareció de entre la oscuridad de aquella estancia y le dijo con voz susurrante….

      “En cuanto lo hagas lo sabrán. Haz que el cazador sea presa o… teme por tu vida, la mía… ya no importará demasiado”.

      El rostro de Ihljam se congeló. La mano del prisionero le soltó y desapareció. Una carcajada de poca salubridad mental fue lo último que se oyó en aquel lugar. La carcajada fue acompañada de la risa de otras pequeñas criaturas allí encerradas, golpes en los barrotes, ruidos varios…. Ihljam recogió su taza y rápidamente empezó a trepar por las escaleras, dirección a la biblioteca.

    • Anónimo
      Inactivo
      Número de entradas: 77

      Naouar oyó el chirriar de la puerta y unas pisadas provenir del pasillo anterior. Se escondió tras unos cajones polvorientos tapados con una triste sábana gris y allí esperó, respirando cada vez más aceleradamente.

      La puerta de la buhardilla se abrió y desde la parte inferior de su sábana podía ver un par de botas de color negro muerte avanzar lentamente.

      Aquella figura se plantó en frente del espejo, ahora un espejo ordinario. Se observó a si misma y luego se giró hacia un lado para continuar con su búsqueda.

      Fue en ese instante cuando lo mejor que pudo haber hecho Naouar fuera no mirar. En cuanto la figura se giró, del espejo salieron unos brazos de color negruzco, calcinados, bañados en sangre de orco y muerte, llenos de heridas y con las uñas rotas. Avanzaban lentamente hasta que alcanzaron a su presa. Luego estiraron fuertemente y a pesar de los gritos y el forcejeo, aquella figura cayó irremediablemente dentro del vacío que ahora era el espejo.

      Lo único que pudo ver Naouar fueron un par de manos arrastrarse por el suelo, un charco de sanger y dos pies arrastrarse hacia el interior del artilugio mágico. El sonido de huesos rotos, tendones y articulaciones desmembrándose fue aterrador.

      Al poco rato, nuestra pequeña orga alzó las sábanas. Se levantó, avanzó tímidamente y allí vio su propia imagen, agachada, de espaldas, devorando las entrañas del cadáver a través del espejo. Esta figura se giró, observó a Naouar y con la boca ensangrentada se la quedó viendo.

      Naouar: No me harás daño, … ¿verdad?

      Espejo: No puedo, solo soy un reflejo de ti…. Ve dos niveles más abajo, la puerta marcada con un báculo y un cuervo encima. Toma la llave

      La figura reflejada le lanzó una llave, esta golpeó el suelo y Naouar la tomó.

      “Espera, acércate”.

      Naouar se acercó tímidamente hacia el espejo. La niña del otro lado posó su mano en el cristal y le dijo a Naouar que hiciera lo mismo. Temerosa, pero entiendo que era su única amiga allí y que de algún modo… le había salvado de su persecutor, puso su mano. Ambas se tocaron. Una tenue luz apareció en la palma de ambas.

      Espejo: Ahora somos una sola mente. Ve. ¡Corre!

      Naouar se giró y salió corriendo hacia el exterior, por el pasillo por el cual había llegado allí.


      Cerró cautelosamente la puerta tras ella. Bajó hasta encontrar una puerta de medio arco con un símbolo encima: Un báculo y un cuervo de alas extensas. Encajó la llave en la cerradura y con cuidado de no hacer ruido, dio dos vueltas típicas de aquellos mecanismos tan rudimentarios. La cerradura le dio la bienvenida con un “click”. Abrió la puerta y entró en el interior de la estancia.

      Era una estancia completamente negra, sin paredes definidas. Como otra dimensión pero,… ¿en un lugar tan pequeño?

      Solamente se veía en el centro un altar puro blanco, iluminado por luces blancas. Lleno de probetas, tubos de ensaños y trastos. Frente a él, una figura humana sentada en un trono de marfíl, inmóvil, con los ojos en blanco.

       

      Un dolor de cabeza terrible le vino a Naouar y un pensamiento se le materializó en su mente…

      “Un martillo pequeño, dorado. En el Altar. No tomes nada…”

      Cuando la jaqueca cedió, se acercó lentamente hacia la luz. Primero comprobó que efectivamente la figura no se movía, aunque sí parecía respirar. Observó detenidamente todos los instrumentos de allí… espátulas, colgantes, gemas valiosas…. Y el martillo, de pie, en un pequeño trozo de madera de roble barnizado.

      Lo tomó con sumo cuidado. Pesaba bastante para ser tan pequeño. Lo alzó y se lo metió en el bolsillo. Antes de regresar por donde vino, observó las gemas. Eran hipnóticas… Rubíes, zafiros, Esmeraldas… perfectamente talladas, de tanto valor… acercó su mano a ellas para tomar tan solo unas pocas, a fin de cuentas… con algo así nunca más hubiera tenido que volver a ir al mercado a vender ropa con sus padres.

      Pero eso la frenó, la imagen de sus padres. ¿Qué debió ser de ellos?… Una escena dolorosa encogió su corazón y olvidó por completo las gemas. Puso su mano sobre el bolsito donde guardaba su martillito con la intención de regresar donde el espejo. No sabe por qué, pero tuvo esa necesidad.

       

      Ascendió cautelosamente. Oía ruidos arriba y debajo de la torre, en un idioma desconocido. Se apresuró a volver por el pasillo de imágenes petrificadas. Cerró la última puerta tras de sí, se acercó al espejo y su mismo reflejo angelical apareció al momento:

      Espejo: ¿Lo tienes?

      Naouar: Sí…

      Espejo: Rómpeme con él, de prisa. Golpea el cristal.

      Naouar: Prometiste ayudarme si lo hacía, ¿Cómo sé que puedo confiar en ti y no me harás lo que le hiciste al hombre de antes?

      Espejo: Te ayudaré. Ahora no puedo mentirte… soy un reflejo de ti, ¿recuerdas?

      Naouar acercó el martillo al espejo. Y con decisión, golpeó el cristal de este.

      El espejo estalló en miles de trozos de cristales alrededor de ella. Aunque la misma imagen se podía ver, era como si se hubiera roto el cristal que separaba los dos mundos. La niña (el reflejo) dio un paso a través de este y salió. Sus ojos ya no eran los de una niña angelical, sino más bien los de un anciano moribundo, grises, fríos y vacíos. Y su rostro había cambiado. Moviéndose como un maniquí, salió completamente del espejo. Alzó su rostro y una voz demoníaca de ultra tumba más digna de un Demonio del Averno que de una niña de temprana edad dijo….

      “Libre….. otra vez….”

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