Inicio › Foros › Historias y gestas › El norte inhóspito I
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15 de Osucaru de 162
A pesar del cielo despejado y el continuo brillo del sol desde media mañana hasta bien entrado el mediodía, hoy ha sido un día especialmente frío debido a la intensa helada nocturna. El amanecer trajo consigo un paisaje de un blanco uniforme hasta donde alcanzaba la vista, tan característico del crudo invierno en las tierras del norte. Ni siquiera mi gruesa capa de piel de ciervo conseguía mantener a raya el cruel mordisco del gélido viento polar durante mi penosa travesía hacia el puesto de guardia de la frontera. Siempre previsor, había traido conmigo una copiosa reserva de carne en salazón, queso curado y frutos secos que me proporcionarían el sustento necesario para los cinco días de marcha hasta mi destino. No obstante, lo que mi cuerpo ansiaba con más ardor era un buen trago de hidromiel bien caliente con especias.
Tras varias horas de penosa marcha sobre el helado sendero suspiré con alivio al divisar tras un recodo del camino un cartel en el que apenas se podía leer: ‘Taberna del Norte Vespertino’. A medio camino entre la encrucijada que lleva al puerto de Wigh y la frontera con Shaunt, éste era el único refugio disponible en toda la travesía, y señal inequívoca de que no había errado el sendero durante mi marcha nocturna.
Acelerando el paso, llegué a mi destino y empujé la puerta con un rápido ademán y, sin siquiera haberse adaptado mis ojos al contraste de luz, alcé la voz con júbilo.
– ¡Darnei!, una buena jarra de hidromiel para tu viejo amigo.
– Acércate a la barra, Choi, ya está servida. Esa enorme lanza que acarreas se ve a la legua desde la ventana del comedor – respondió la familiar voz.
Sacudiendo la nieve de mi capa con un rápido ademán, alcancé una silla libre y me senté a saborear el ansiado licor de un solo trago. No se puede decir que el hidromiel de Darnei tenga un gusto exquisito, pero su eficacia no tiene rival cuando de derrotar al frío polar se trata.
– ¿Te quedas a comer?, hoy tengo unas criadillas de ciervo en salsa de cebolla y tomillo envueltas en crujientes tiras de panceta de jabalí – dijo Darnei con su característica fanfarronería culinaria.
– Otro día será. He de volver al camino cuanto antes.
– Que lacónico… cosas del ejército?.
– Ya sabes que no puedo discutir asuntos de Estado contigo. No puedes mantener un secreto ni aunque amenace con usar tus criadillas en mi propia receta.
– Bah. Nunca traes tiempo ni para bromear un rato – respondió Darnei dándose la vuelta para continuar con sus quehaceres.Tras recuperar una confortable temperatura corporal me dispuse a reemprender la marcha cuando una mano se posó en mi hombro y me empujó a sentarme de nuevo.
– Si tienes aprecio a esa mano tuya, la próxima vez te convendría no volver a ponérmela encima – dije al tiempo que me volteaba a observar el rostro de un hombre de mediana edad, poblada barba negra y unos entrecerrados ojos con una expresión de malicia. Demasiado tarde, pensé al instante.
– Esta mano te dará muerte a tí y a tu patético ejército – susurró el desconocido al tiempo que hundía un pequeño puñal entre los numerosos pliegues de mis ropajes hasta conseguir rozar el esternón.
Por puro instinto de supervivencia, mi puño derecho aterrizó con fuerza en la nariz del desconocido lanzándolo hacia atrás para posteriormente golpear el suelo con la espalda primero y la nuca después. Aprovechando el desconcierto del enemigo, alcé mi lanza con las dos manos y dándole la vuelta con una rápida maniobra hundí la pica en su estómago con violencia. Entre agónicos estertores de dolor, el desconocido expiró instantes después. Aún incrédulo y sobresaltado ante el repentino ataque, recordé una vez más el contenido de la misiva que portaba. Shaunt prepara su ataque y ha esparcido espías por doquier, sostienen los arqueros del destacamento norte.
– ¡Darnei, cierra las puertas y manda a un mensajero a la capital sin dilación. El Guía debe ser informado de este nuevo ataque!.Sin esperar respuesta, apreté con fuerza el mango de mi lanza y me eché al camino para continuar mi travesía hacia el norte para entrevistarme con el capitán de los arqueros cuanto antes.
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17 de Osucaru de 162
Una rudimentaria empalizada de troncos de abedul coronada por una atalaya construida con toscas piedras irregulares era nuestro única construcción defensiva en la frontera norte. En el interior de la precaria muralla, un patio de tierra pisada daba paso a un establo con un pequeño abrevadero a la entrada, un almacén de provisiones a su izquierda, y por último al mayor de los edificios que hacía las veces de cocina, aposentos y despachos de los oficiales.
Alzando la mano a modo de saludo a los vigilantes de la atalaya, me dirigí hacia el patio central y esperé a ser recibido. Inmersos en diversas tareas, varios mozos de cuadra así como otros miembros del destacamento iban de aquí para allá con paso lento y mirada cansada.
– ¡Choi!, no sabes el alivio que me das – dijo la familiar voz del capitán de la guardia mientras emergía del edificio mayor -, llegué a pensar que nuestros mensajeros habían sido capturados por el enemigo y con ellos nuestros secretos. Has recibido la misiva, confío.
– En efecto. He recibido la misiva, y también la caricia del peligro que anuncia – respondí mostrando el agujero que el puñal había hecho en mis ropajes -. Dos días atrás, en el Vespertino. Cómo es posible que el enemigo tenga espías en este lado de la frontera, me pregunto. Shaunt está a varios días de camino y un océano de nieve nos separa de ellos.
– Tú eres alto y fuerte como un toro, tu lanza mide dos metros y medio y tu capa es de un color negro que brilla a la luz de la luna. Los espías Aldezhim acostumbran llevar piezas de tela con las que se cubren por completo para camuflarse bajo ellas. Son capaces de permanecer en la misma posición durante días bajo la nieve para continuar la marcha cuando la ventisca o la oscuridad dificultan nuestra visión. Un océano de nieve nos separa… un océano que se derrite con la llegada de la primavera, cuando las rutas comerciales del reino se abren y cuando las levas llegan para reemplazar a los soldados que llegan al fin de servicio. No es ningún secreto que el enemigo tiene agentes a la espera a todo lo largo de nuestro reino, algunos esperan años antes de acometer su misión y…
– Está bien, está bien – alcé la mano para dar término a la conversación -. Nadie duda de tu capacidad ni del desempeño de tus tropas. Llévame a la atalaya, observemos el paisaje desde lo alto y con…
Enmudecido por la inesperada visión, señalé con el dedo índice al curioso personaje que acababa de emerger de la puerta principal del almacén. Masticando un pedazo de pescado salado del que aún conservaba un trozo en la mano izquierda, un halfling ataviado con ropajes de diversos colores nos observaba con una mirada ligeramente perdida al tiempo que movía las pequeñas piernas en rítmico balanceo para darse calor.
– Por Hiros, ¿quien es ese?.
– Oh… cierto. Flautinilla, ven aquí! – llamo el Capitán dándose golpecitos con la mano abierta en el muslo como quien llama a un cachorro.
Dando pequeños brincos en zigzag, en pequeño halfling se detuvo ante mí y sonrió mostrando una impecable hilera de dientes blancos.
– Flautinilla salta y el frío espanta.
– Y bien, ¿quién es este y qué hace en un puesto de frontera tan lejos de su casa? – demandé con cierta impaciencia.
– Lo cierto es que el malandrín no dice mucho. Llegó aquí junto con el último destacamento de arqueros justo antes del invierno. Nuestros hombres lo encontraron gimoteando en un rincón del Vespertino y no pudieron evitar traérselo consigo. Creemos que fue una especie de bufón de alguna corte en algún momento de su corta vida, a juzgar por el razonable estado de su ropa y su dentadura. El pobre parece un poco lento de mollera y, por desgracia, no podemos librarnos de él hasta que las nieves se derritan.
– A juzgar por el tamaño de su barriga, diría que el pequeñajo está dando buena cuenta de tus provisiones. Pero cada uno es rey en su castillo. Haz como te plazca, pero mantenlo vigilado – sentencié con una mirada de desconfianza hacia el extraño visitante.
– Flauta… ffff – balbució el pequeño tratando de reprimir el llanto antes de darse la vuelta y volver corriendo al almacén de provisiones.
– Estarás contento. Debes ser el único hombre capaz de quitarle la sonrisa a un bufón.Sin dar mucha importancia a las palabras del capitán me dirigí al almacén con el objetivo de interrogar al extraño visitante. Encontrado en el Vespertino… justo donde había sido atacado dos días atrás.
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Escondido tras un par de sacos de harina de trigo, el pequeño alzó la cabeza ligeramente al verme entrar para observar con cautela mis movimientos.
– Sal de ahí, no voy a hacerte daño. Soy un Lancero de Eldor, no un desalmado torturador – dije con apremio al tiempo que apoyaba mi lanza en la pared con la intención de hacer mi presencia un poco menos amenazante.
El pequeño halfling alzó la cabeza y permaneció quieto detrás de su barrera de sacos mirándome a los ojos con una expresión apenada y compungida.
– Tienes suerte de que el viejo Ithamar ha hecho un gran trabajo enseñándos la lengua común de las tierras sureñas. Entiendo por tu aspecto que nuestros arqueros te han dispensado un trato digno y acorde al estatus de amistad entre Eloras y Eldor. No obstante, tu presencia en estas tierras en tiempos de guerra es cuando menos sorprendente y mi deber de soldado es evitar las sorpresas. Habla ahora pues, dime tu nombre y explícame cómo has acabado aquí.Moviendo la cabeza hacia ambos lados y posteriormente hacia arriba y abajo, el halfling puso los brazos en jarras y se encogió de hombros. Así se mantuvo largo rato balanceando las caderas con un claro gesto de no entender absolutamente nada. De pronto, sus ojos se iluminaron con esperanza.
– ¡Canción!.
– ¿Eh?.
– ¡¡Canción!!, flauta y canción.
– Escúchame bien mequetrefe, estás en la frontera siendo entrevistado por un oficial del ejército, como no colabores con…
Sin darme tiempo a finalizar mi amenaza, el petulante mediano se puso a cantar alzando su… flauta.
<< Pero qué… eso no es una flauta, eso es un cetro de la luz!. Qué hace un bufón con el cetro de los Clérigos de Eralie? >>.
Llevándose el cetro a la altura de los labios, el halfling comenzó su interpretación ante mi rostro incrédulo.‘Saltarín trueno gran amarillo rumor…’
‘La fuerza, el cielo rugido… ¡temblor!’
‘Ceguera, horror y temor…’
‘¡Salta el trueno, fuego y calor!’
Chispeando con un fulgor electrizante y cegador, el cetro se activó y un relámpago surgió de la nada golpeando el suelo delante de mis pies con un estruendo ensordecedor. Dando un salto y un grito de puro espanto, el halfling corrió a esconderse de nuevo tras los sacos de harina a ver mi expresión encolerizada. Justo cuando me disponía a avanzar hacia él, un sonido familiar llenó el vacío.
‘¡BBBRRRRRROOOAARRR!!’
<<Cuerno de guerra… maldita sea. ¡Nos atacan!. He de acudir de inmediato a socorrer a los arqueros. Con suerte sus flechas harán casi imposible el avance enemigo entre la nieve. Mi lanza hará el resto>>.
– Más te vale no mover un dedo hasta que regrese, espero verte aquí escondido por tu bien, aún no hemos terminado.
El halfling asomó la cabeza para asentir y rápidamente volvió a esconderse tras los sacos. -
El rugido del viento se hizo menos intenso por momentos para ir dando paso a una copiosa nevarada. En lo alto de la atalaya tras los picos afilados de los troncos que conformaban el habitáculo, nuestros arqueros blandían sus arcos y ya disparaban a los enemigos que se ponían en rango. Totalmente sorprendidos por la inesperada nevada, los atacantes habían visto su avance comprometido. En un intento desesperado de salvar la distancia que los separaba de nuestras flechas y los muros de la ciudadela, los Aldezhim se lanzaron en loca carrera hacia adelante pasando de un avance ordenado a un caos de unidades separadas. Nuestras certeras flechas habían encontrado un blanco fácil y fueron dejando cuerpos sobre la nieve a medida que el enemigo continuaba su avance. A pesar de ello, la primera línea había alcanzado ya la empalizada.
– ¡Capitán, nos vemos abajo! – aullé entre el clamor de la batalla para hacerme oír al tiempo que descendía por las verticales escaleras de la atalaya dispuesto a defender la puerta del perímetro.
– ¡Con Hiros y victoria! – respondió el Capitán sin dejar de lanzar sus flechas con mortífera precisión.Dispuesto en posición defensiva y balanceando mi lanza en el aire comencé los rituales movimientos de la técnica de remolino para entrar en calor al tiempo que me colocaba tras la puerta. Los enemigos no encontrarían demasiada dificultad para hacer sucumbir la rudimentaria empalizada. Empujando con sus hombros y dedicándonos gritos obscenos y juramentos, los Aldezhim comenzaron a forzar las puertas. Tras los muros, los mozos de cuadra, cocineros, herreros y demas séquito de la ciudadela se colocaron detras mía empuñando toda herramienta que podían encontrar a su paso. Un pequeño erizo defensivo de hoces, azadas, rastrillos, picos y palas se formó dispuesto a contener al enemigo.
Con un crujir de astillas saltando por doquier, la puerta finalmente cedió para dar paso a un grupo de unos veinte Aldezhim avanzando presas del paroxismo de la batalla. A mi señal, los defensores se desplegaron en semi círculo a ambos lados del interior de la puerta con una estudiada maniobra y ofreciendo a los atacantes un muro infranqueable. Dentro del improvisado círculo, mi arma comenzó su danza mortal. Bien alimentado, curtido en decenas de refriegas y experimentado en maniobras tanto de defensa como ataque, enseñé a nuestros enemigos las técnicas ancestrales de combate Eldorian. Mi fiero remolino ejecutado en arco alcanzó a tres defensores para volver de inmediato a mi posición defensiva y mantener su avance a raya con la punta de mi lanza. Cuando dos de ellos, hermanos a juzgar por el parecido, consiguieron reunir la valentía suficiente para hacerme frente, planté el pie derecho en el suelo para ganar impulso y clavé mi lanza en el débil estómago del primero y el cuello del segundo.
De pronto, con un rugido atronador como si el mismísimo Hiros galopase en fulgurante carrera por los cielos, un relámpago cayó sobre las cabezas de los atacantes fulminando a tres de ellos al instante. Presa del pánico, el inesperado conjuro era más de lo que los atacantes podían soportar y éstos comenzaron a huir en desbandada. Viendo la oportunidad, nuestros arqueros redoblaron sus esfuerzos y distribuyeron muerte a discreción entre los pocos que habían salvado la vida en el infructuoso ataque a la empalizada. Al darme la vuelta, observé a nuestro grupo de defensores alzando en brazos al pequeño visitante entre vítores. Más rojo que un tomate ante la inesperada atención, el pequeño halfling sonrió y alzó al cielo su cetro.
– Flautita – dijo mirándome a los ojos con expresión divertida.<<¿Un bufón, capitán?, me temo que el extranjero es mucho más que eso>>.
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