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Como cada semana, Mefeero recorría el mercado de Anduar. Era el día en el que multitud de vendedores ambulantes, procedentes de todas las ciudades, traían sus mercancías y a la pequeña goblin le encantaba ir de compras y gastarse esos platinitos que tanto le habían costado «ganar».
Primero se paró en un puesto de vestidos, eligió unos cuantos modelos, de diversas tallas, y los compró.
Luego se paró en un puesto de maquillaje. Ahí se tiró casi una hora mirando potingues, tintes, pintauñas, pestañas postizas, pelucas y multitud de artículos de belleza. La pequeña goblin tenía una curiosa obsesión por la belleza, «ser goblin no es motivo para no ser guapa», solía pensar y, aunque era fea como un demonio, ella se veía como la más preciosa de todo el continente.
Por último se dirigió al puesto de perfumes, «el olor era importante, de nada servía ser bella si olías a rata de cloaca», solía pensar la goblin. Tenía que encontrar un perfume adecuado para alguien de su categoría, y se tenía en muy alta estima, así que no iba a ser fácil. Llego al puesto y sus ojos se abrieron como platos: allí delante de ella estaba, Eau de Ninf, la última creación de Halgalnae de Veleiron.
«Mataría por tener el perfume, y solo queda un frasco!!!!» pensó la goblin.Tambores de guerra resonaron en su desequilibrada mente.
«No puedo creerlo, Gurthang lo ha puesto allí para mi!!!» pensó ilusionada mientras una imaginaria luz iluminaba el frasco de perfume.
El tendero miró a la extraña goblin que estaba parada delante de su puesto mirando, con con cara de idiota, algo de la tienda mientras sonreía estúpidamente enseñando un montón de dientes afilados y enfundados en oro. Era la goblin más peculiar que el tendero había visto con todo ese maquillaje en la cara y ropa confortable pero cara.
«Puedo ayudarte en algo?» se dirigió el tendero a la extraña, de manera casi despectiva.
La goblin volvió en si misma.
«Quiero el perfume de Hagalnae de Veleiron.» dijo la goblin con la misma sonrisa estúpida.
«Son 500 platinos, podrás pagarlos?» dijo el tendero.
Mefeero había gastado mucho dinero ya ese día, comprobó su bolsa….500 platinos justos. Era su día de suerte. Justo cuando iba a pagar al tendero…
«Te doy 1000 platinos por el último frasco» dijo una melódica voz femenina.
«Señora Daisy, por supuesto, enseguida se lo doy» dijo, adulador, el tendero.
«Perdona? iba a comprarlo yo» dijo Mefeero agitando la bolsa de monedas mientras se giraba hacia la dama.
Mefeero abrió los ojos impresionada por la belleza de la mujer: alta, buen cuerpo, rubia, ojos azules, con ropa cara…. vamos casi tan perfecta como ella.
«Dudo que puedas pagarlo» dijo la humana, petulante, mientras pagaba al tendero y recogía la fragancia.
Mefeero estaba cabreadísima, aunque su rostro permanecía impasible y sonriente. Evaluó la situación y al ver los guardaespaldas de la señora Daisy, decidió no utilizar las dagas ocultas en sus antebrazos.
«Aparta rata» dijo Daisy, con evidente desprecio, a la goblin.
Mefeero la miró fijamente y sonrió de nuevo de forma estúpida, mientras imaginaba mil muertes dolorosas contra la humana, pero era tan bella…sería incapaz de destruir esa belleza, tendría que presentarle a la señora Marlow. Sí eso haría, seguro que se llevarían bien, pensó la goblin mientras la noble se perdía entre la multitud.
«No le pregunté donde vivía» se lamentó la goblin.
«No pasa nada, recurriré a Yizbok, ella siempre encuentra todo lo que pierdo» pensó alegre la goblin.
Mefeero se alejó de anduar, se disgustó un poco por no haber conseguido el perfume, pero estaba alegre porque había encontrado la compañera perfecta para tomar el té con ella y su querida amiga, la señora Marlow. Ahora solo quedaba preguntarle a Yizbok donde podría encontrar a la señora Daisy.
Mefeero ató su wargo a la entrada de su refugio y, con mucho esfuerzo, descargó el cadaver de la humana que portaba el animal.
Una vez abajo lo envolvió en una manta grande y, con cuidado de no dañarlo, lo arrastró por la cueva familiar hasta su habitación, donde lo desenvolvió para colocarlo en una enorme mesa de trabajo donde tenía sus herramientas de jornalero y taxidermista.
Preparó un barreño metálico grande, se recogió el pelo en un moño y se colocó el mandil de cuero; cogió un cuchillo y comprobó el filo sonriendo con aprobación. Observó con detenimiento el cadaver de la humana, estaba perfecto, sin duda el hechizo de conservar cuerpo de Yizbok había funcionado y no se había podrido en absoluto.
Un pequeño y preciso corte en el bajo vientre le sirvió a la pequeña goblin para vaciar las visceras del cadaver con gran rapidez, sin duda no era la primera vez que lo hacía. Despues introdujo una varilla por la nariz y batió el cerebro para extraerlo sin causar daños en el cuerpo. Por ultimo arrancó los ojos del rostro con una gran destreza y limpió las cuencas vacías. Colocó los desperdicios en el barreño y se comió los ojos, tampoco era plan de desperdiciarlos.
Tras dejar vacío el cadaver, lo rellenó con diversos materiales realizando un trabajo de taxidermia impecable. Cosió todos y cada uno de los precisos cortes, llenó un cubo con agua y jabón y limpió de sangre el cuerpo, dejandolo impoluto. Abrió un cajón de su mesa y eligió un par de ojos de cristal de color azul, muy parecidos a los que se había comido, y los colocó en el cadaver. Repasó el trabajo y, como siempre, había quedado impecable.
Mefeero se levantó y se dirigió hacia un enorme armario situado en una de las paredes, lo abrió y revisó la multitud de vestidos y ropajes femeninos que había allí colgados, hasta que encontró uno de su agrado: un vestido marfil de seda y encaje, largo, con un enorme cancán y multitud de piedrecitas. Sin duda era perfecto para la ocasión.
Cambió el cadaver de sitio, sentándolo en una silla, y comprobó que no hubiera manchas de sangre y acto seguido la vistió con el precioso traje. Sujetó el cadaver con una cuerda fuerte y arrastró la silla hasta un pequeño tocador, donde la goblin tenía multitud de pinturas y maquillajes diversos. Con gran maestría maquilló el cadaver y lo peinó cuidadosamente con un cepillo de plata. Abrió el frasco de perfume que su «amiga» le había regalado, Eau de Ninf de Hagalnae de Veleiron, y echó unas gotitas en las muñecas y en el cuello de su creación.
Mefeero se miró en el espejo y retocó su propio maquillaje, echándose también el exquisito perfume. Era horrorosa, pero ella se veía guapa, sin lugar a dudas la mas preciosa goblin de Eirea, y mataría a toda aquella que fuese mas guapa que ella, nadie podía ser mas guapa que Mefeero.
«Has visto que guapa estás Daisy, mírate, estas casi tan guapa como la pequeña Mefeero!!!, sin duda pareces otra.» exclamó la perturbada goblin comparandose con el maquillado cadaver.
Desató el cadaver y lo colocó en una carretilla limpia. Movió la carretilla hasta la sala contigua donde guardaba su «colección de muñecas»: diversos cadáveres perfectamente maquillados, recreando diversas poses de una vida perfecta, vida que la goblin ni tuvo, ni tendría jamas. Colocó el cadaver en una silla junto a la señora Marlow, que estaba en una mesa donde había colocado un juego de té de fina porcelana. Colocó su «nueva muñeca» en una pose amistosa, sujetando los brazos con un fino cordel a unos ganchos del techo. Pegó una de las tazas de té a su mano derecha y corrigió su posición hasta que quedó perfecta.
«Señora Marlow, esta es la señora Daisy, Señora Daisy, esta es la señora Marlow» presentó la goblin.
«Encantada» dijo Mefeero imitando la voz de la señora Daisy.
«Encantada» imitó a la señora Marlow.
«Bueno, una vez presentadas, las dejo a solas para que vayan conociéndose y hablen de sus cosas» dijo Mefeero.
Tras hacer una profunda reverencia, la goblin abandonó la sala, orgullosa de su trabajo. Sin duda la señora Daisy, la señora Marlow y ella serían grandes amigas.
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