Inicio › Foros › Historias y gestas › El perro apaleado (Registro II Kruf)
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¿Qué era ese olor?
Los ojos adormilados de Kruf se abrieron con súbita rapidez. ¿Qué era lo que habían detectado sus papilas olfativas?En la caverna de Ancarak no solían descubrirse olores tan suculentos, que despertaran de tal manera su interés y voracidad. Se puso en pie como buenamente pudo y comenzó a olisquear los alrededores, ávido de descubrir un rastro firme que lo llevara hasta lo que parecía un delicioso manjar. Hace días que se había acurrucado en aquella grieta llena de huesos roídos y heces de murciélago, para escapar de los latigazos de aquel congénere sádico que lo tenía como “mascota”. Un Kobold que regentaba una parte del mercado de esclavos era el dueño de este pequeño cánido, al igual que lo fue de toda su familia. De sus familiares directos no quedaban más que el recuerdo, ya que habían sido vendidos y llevados a tierras lejanas o simplemente habían ido pereciendo por la inanición.
Kruf estaba solo y sin haber probado bocado desde hace semanas, abandonándose a sí mismo a una muerte atroz, pero al menos, tranquila.Volviendo a la escena sobre aquel rastro de olor delicioso, sus pasos le llevaron hasta los profundos corredores, destinados a la explotación minera, de la caverna de Ancarak. Cuanto más se acercaba al rastro detectado más se entremezclaba este con un intenso olor a azufre procedente de las minas.
Una vez vez se adentró en aquellas profundidades, entre anélidos y demás alimañas, comenzó a desfallecer fruto de su hambre ansiosa. Cayó al suelo semi-inconsciente, golpeándose la cabeza contra el suelo y dejando un enorme charco de babas fruto de su ansiada comilona.
Hasta que algo le despertó.
-¿Qué hacez aquí?, cánido malnacido.
Una voz retumbó en su cabeza despertándole de su involuntario “letargo”.
Ante él se erguía un imponente Orco, de fuerte complexión, con una enorme cimitarra que apoyaba en el suelo, muy cerca de su cabeza.
-Repito, ¿¡qué hacez en mi zona de excavación!?!
-Lo… lo siento señor… ha sido completamente un error que…
-Zilencio! – interrumpió el Orco- Deja de farfullar y ayúdame a cargar con ezto, eztúpido perro- Dijo mientras señalaba una pila de trozos de hierro. – Debo llevar ezto a la Forja y purificar el material.
-Señor, ¡grrr woof! Apenas puedo sostenerme en pie ni articular palabr..
Plas! El Orco propinó un doloroso golpe en el hocico a Kruf cuyo sonido resonó en toda la mina, dejando al kobold tendido en el suelo de nuevo. Acto seguido comenzó a patear y azuzar al cánido hasta dejarlo completamente malherido en el suelo. Agarró una pala y se dispuso a decapitar a su víctima.Ante los sucesivos ataques, Kruf entró en una especie de trance.
Toda su miserable vida había sido sumiso y asustadizo, pero aquella vez, malherido y a punto de morir a manos de alguien que no conocía y que no mostraba piedad o interés alguno en él, decidió defenderse.
Ignorando su ajado y enclenque cuerpo, se abalanzó sobre aquel enorme orco cerrando sus famélicas fauces sobre su cuello. El orco, que no se esperaba tal ataque, cayó al suelo con estrépito. Este no pudo salvo llevarse las manos a su ahora desgarrada garganta con una mueca asustada de asombro. Mientras, Kruf lanzó otras dentelladas que alcanzaron directamente en el rostro, destrozando ojos y nariz. Aquel gigantesco orco pereció entre gritos ahogados de su propia sangre.Kruf no sintió nada, si acaso un ligero alivio al saber que aquella criatura no le causaría dolor alguno y un regusto amargo en la garganta.
Una vez fue consciente, segundos más tarde, de su propia situación en aquel lugar y ligeramente revigorizado por la sangre de aquel orco, volvió a captar el olor que hasta allí lo había llevado. Una cazuela en la cual se cocía lo que parecía carne de Halfling. Era el alimento que la criatura que acababa de asesinar tenía como almuerzo. Devoró cada resquicio de comida de aquella cazuela, relamiéndose sonriente y jurando para sus adentros que jamás volvería a ser esclavizado ni apaleado por nadie….
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