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–Drissinil–
En una oscura noche del mes de Osucaru una pequeña sombra se mueve rápidamente por los campos al sur de Anduar. En ese momento las luces de la majestuosa ciudad brillaban creando una aureola violácea por encima de las imponentes murallas de roca pulida. El ruido de la multitud y la música de los bardos se apoderaban de la atmósfera llegándose a escuchar desde las casas en los campos, ya que se celebraba la feria en la ciudad y los mercaderes llenaban las calles de puestos con alimentos, aperos de labranza, ganado y todo tipo de enseres. Los actores representaban sus funciones, y los carteristas aprovechaban cualquier momento de distracción para vaciar bolsillos ajenos.
En una de estas casas, tras comprobar con cautela que sus propietarios estaban ausentes, la sombra de una pequeña elfa oscura se introduce sigilosamente por una de las ventanas. De repente, como un trueno, los ladridos de un mastín se estrellaron contra las casas vecinas, de las cuales en pocos segundos comenzaron a salir algunas figuras que empuñaban antorchas, horcas y espadas cortas. Drissinil salió de un salto por la ventana por la que había entrado tropezando directamente con aquel enorme perro, el cual sin dudarlo aferró las mandíbulas a su tobillo izquierdo. En ese preciso instante unos ojos rojos y brillantes surgieron de la nada y una figura verdosa se abalanzó sobre el cánido incrustando un puñal de cristal hasta la empuñadura en su cabeza. Acto seguido la figura tapó la boca de Drissinil, que pudo ver al fin la cara ensangrentada de un monstruoso goblin. Éste le apoyó la punta del puñal en la garganta mientras susurraba algunas frases en lengua negra, la cual era totalmente desconocida para la semi-drow, pero ella era lo suficientemente inteligente como para intuir que no debía hacer el menor ruido.
El goblin la cogió debajo del brazo y huyó raudo hacia el noreste, sin descansar hasta llegar al ruinoso poblado de Erken. Una vez allí tiró a Drissinil en el suelo de una cabaña abandonada y comenzó a rasgarle las vestiduras mientras esbozaba la más macabra de las sonrisas. A la mañana siguiente Drissinil despertó en aquel cobertizo maniatada, exhausta, malherida y con la única esperanza de no llegar viva a la vuelta de su captor. Intentando borrar de su memoria lo ocurrido aquella noche sus ojos habían perdido cualquier atisbo de vivacidad y permanecían inmóviles y fríos como dos piedras de ópalo recién pulidas.
La puerta se abrió repentinamente y el goblin entró exaltado cerrándola de golpe tras de sí. Sin perder ni un segundo se encaramó a un desvencijado armario sin puertas que había al lado de la entrada cuando la puerta volvió a abrirse por segunda vez golpeando violentamente la pared. Una figura enfundada en una armadura metálica azulada emergió por el umbral con una gran lanza en las manos y lanzó una atenta mirada alrededor. En ese preciso instante el goblin se lanzó de un salto sobre él encaramándose a su espalda con la intención de clavar su puñal en el cuello del cruzado, buscando la separación entre el yelmo y la coraza que le protegía. El cruzado se echó rápidamente hacia atrás aplastando al goblin contra una de las paredes, de la cual cayeron trozos de argamasa al suelo, el goblin consiguió zafarse gateando ágilmente hacia la puerta, mientras el cruzado vociferaba un agresivo grito de guerra invocando a Eralie. La lanza dejó en el aire un destello de chispas mágicas cuando horadó la pierna derecha del goblin consiguiendo atravesar su muslo y clavándolo así al suelo de madera. El goblin profirió un desgarrador grito que retumbó en toda la zona justo antes de que el cruzado, de un puñetazo, dejara su cabeza destrozada y hundida entre las tablas quebradas del piso. En ese momento el cruzado observó a Drissinil, la cual sacó fuerzas para decir en dendrita: — “sácame de aquí porfavor”.
Progresivamente y en cuestión de segundos comenzaron a escucharse gritos fuera de la cabaña cada vez más próximos, el cruzado asomó su cabeza al umbral de la caseta mientras sacaba su lanza del cuerpo inerte del goblin. Rápidamente volteó el cadaver que yacía en el suelo boca abajo y, de un tirón, consiguió arrancar los colgantes que llevaba al cuello y también una bolsa que llevaba atada en el cinturón, recogió el puñal del suelo y tras una última mirada a Drissinil salió corriendo de la habitación. Drissinil bajó su cabeza mientras las lágrimas se escurrían por sus negras mejillas. Por delante de la casa, como una estampida de ghantús un numeroso grupo de goblins salieron tras el cruzado sin reparar en lo que permanecía dentro del edificio.
Horas más tarde un viejo montaraz volvía tras una intensa jornada de caza en el bosque de coníferas y encontró la puerta de la cabaña destrozada. Con cautela asomó la cabeza por la puerta de la cabaña y tras un rápido vistazo observó el cuerpo inconsciente de la semi-drow así como el cadáver del goblin. Rápidamente cortó las cuerdas que ataban a Drissinil y se sacó la capa para seguidamente envolverla en ella. Con la niña en brazos se encaminó hacia Naduk, de donde procedía, cuando se topó de frente con la banda de goblins, que ahora portaban orgullosos la cabeza del cruzado ensartada en su propia lanza. Los monstruos comenzaron a reír y a desenvainar sus armas mientras el montaraz, dejando a la pequeña en el suelo empuñó férreamente su espada. De repente un magistral e inesperado golpe rompió desde atrás la formación de los goblins cortando por la mitad a uno de ellos directamente. Hacía así su aparición un enorme hombre lagarto portando una coraza reluciente y una espada envuelta en llamas. Demostrando una destreza y habilidad digna de los más legendarios héroes de Eirea despachó uno a uno a todo el grupo sin recibir ni un solo rasguño.
El montaraz exclamó: —¡Sertor! ¡Gracias a Eralie que estabas cerca! ¡Esta vez casi no lo cuento! Si no llega a ser por ti…
Sertor dijo mirando a su alrededor: —He sido informado de que una banda de la horda se había intentado afincar en Erken, y he venido tan rápido como he podido… Veo que, al menos, se han llevado por delante a un takomita… voy a adentrarme en el poblado para comprobar si aún hay más…—El hombre lagarto se volvió hacia el humano dejando de inspeccionar la zona por un momento y reparó en el bulto que el montaraz recogía con sumo cuidado. —Un momento… ¿Eso que llevas ahí… es una drow?
El montaraz bajó la cabeza observando la cara de Drissinil y apartando cariñosamente el pelo de su cara afirmó:—No es más que una niña… estaba desnuda en una de las cabañas derruidas… A saber lo que le habrán hecho…
—Pobre criatura, llévatela a la escuela de Naduk, pasaré por allí a la vuelta e intentaremos averiguar de dónde ha salido. Mientras tanto Sirtek podrá atenderla.
—Eso haré. Y gracias por salvarme de nuevo… ya he perdido la cuenta de las que te debo!
De este modo Drissinil conoció a Sertor en el piso superior de la escuela de Naduk. Ella le contó que procedía de la ciudad de Keel en la Isla de Naggrung. Sus padres, llamados Drisst e Innilien eran unos modestos fabricantes y vendedores de artilugios de caza y pesca que regentaban una pequeña tienda, y viajaban a menudo a Andlief para comerciar con los pescadores del pueblo élfico. Una calurosa tarde, durante uno de esos viajes, mientras Drissinil jugaba correteando en los acantilados del trueno cayó al mar, la suerte hizo que un barco pesquero la viese flotando mar adentro y la rescatase. Debido a que ella no entendía la lengua adurn no pudo comunicarse con la tripulación que, tras atracar en el puerto de Alanden, la abandonó a su suerte. Ninguno quería encargarse de una niña semi-drow que, además, era incapaz de comunicarse en su mismo idioma. Drissinil se dirigía hacia Anduar en busca de alguien que pudiese ayudarla y que hablase su mismo lenguaje cuando fue atrapada por el goblin mientras intentaba conseguir algo de comida.
Sertor conocía desde hacía tiempo a Naylhena, una bella semi-drow keelense, sacerdotisa de Khaol, que estaba en Anduar de paso en ese momento haciendo negocios. Naylhena era una marinera famosa por sus exploraciones e incursiones en las fortalezas de la horda, y Sertor le confió a Drissinil para que la llevase a Keel con ella en su próximo viaje con la intención de devolverla a sus padres. Naylhena aceptó de buen grado ya que se trataba de alguien de su misma sangre. Las dos se embarcaron en el puerto de Alanden en La Argucia, un imponente navío con el que Naylhena había explorado gran parte de las aguas de Eirea.
De camino a través del mar de hielo Naylhena fue hablándole a Drissinil sobre sus viajes, sobre la historia de Khaol y sobre muchos otros temas, con el fin de distraerla y consiguió que se sintiese realmente cómoda por primera vez desde que se había separado de su familia.
Cuando el barco se aproximó a las costas de Naggrung enseguida pudieron observar una gran columna de humo que procedía del centro mismo de la ciudad de Keel, y Naylhena rápidamente advirtió que algo no iba bien. La escena en el muelle era totalmente caótica. Las gentes del pueblo se agolpaban en los embarcaderos peleando por subirse a cualquier barco que abandonase la isla, muchos intentaban saltar a botes ya completos cayendo directamente al mar. Naylhena atracó La Argucia a unos metros del muelle y saltó de la embarcación zambulléndose en el agua, en ese momento Drissinil desde la borda la contemplaba nadar apresuradamente hacia los muelles. En cuanto Naylhena alcanzó tierra firme preguntó qué estaba pasando al primer corsario que encontró.
—¡Un escuadrón de dendritas ha intentado abrir la cueva del noroeste buscando algún tipo de artefacto! ¡Nosotros intentamos retenerlos, pero no nos hicieron ningún caso e incluso mataron a algunos de nuestros guardias! ¡Ahora Macnak ha salido de allí y ha infestado Keel de demonios! ¡Tenemos que evacuar a todo el mundo antes de que sea tarde!
Los demonios habían conseguido traspasar las puertas y los cadáveres se apilaban en las calles cuando Naylhena corrió directa a la plaza de los altares. Drissinil le había dicho que allí sus padres tenían una pequeña tienda, encima de la cual vivían. Al llegar a las inmediaciones de la plaza, después de derrotar a un par de demonios Grakknar por el camino, pudo observar cómo una lluvia de bolas de fuego se cernía sobre el lugar enrojeciendo el cielo. Esquivó como pudo la enorme explosión poniéndose a cubierto, cuando se volvió para mirar atrás toda la plaza yacía en llamas y la casa de Drissinil no era más que un montón de escombros ardientes.
Naylhena enfurecida como nunca se apresuró a unirse a la batalla junto a muchos otros keelenses que intentaban resistir las huestes demoníacas. Finalmente, tras dos largas horas, la ciudad de Keel consiguió resistir el sitio expulsando a Macnak y a sus esbirros aunque lamentablemente había sido demasiado tarde para los padres de Drissinil, que tras el recuento de bajas fueron dados por muertos.
A partir de ahí Naylhena decidió asumir el cuidado de Drissinil y la educó tanto en la fe de la religión Khaol como en el arte del sigilo con el fin de que supiese escapar de cualquier situación peligrosa en caso de que ella no estuviese allí para defenderla. Al fin y al cabo Drissinil aún era una niña y no tendría la menor opción enfrentándose cuerpo a cuerpo con alguien armado, de ahí la especial atención de Naylhena a las técnicas de subterfugio.
Pasaron los años y Drissinil creció desconfiando de todo el mundo excepto de su tutora. En su etapa adolescente empezó a preguntarse cosas, y debido a sus experiencias no interactuaba lo más mínimo con cualquier persona que no fuera de Keel . Odiaba a la los dendritas y los culpabilizaba por la muerte de sus padres, odiaba a los goblins y a todas las razas con las que tenían relación, salvo aquellos pocos afincados en Keel a los que conocía desde pequeña pero aún así los rehuía e ignoraba. Odiaba a los pueblos construídos bajo la fe de Eralie porque en su mente a fuego había quedado grabada la imagen de aquel cruzado que la dejó a merced de los goblins cuando era niña. Pero Naylhena sí que comerciaba y colaboraba en ciertas misiones con las gentes de Takome, Thorin y Kheleb-Dum, con lo cual Drissinil empezó a discutir asiduamente con ella sobre su relación con esos pueblos. Su terquedad la llevaba a no escuchar ni siquiera las explicaciones de Naylhena y a acrecentar cada vez más el odio en su interior hacia todos los pueblos de Dalaensar excepto hacia Anduar, ya que guardaba buen recuerdo de Sertor y de aquel viejo montaraz que salvó su vida en Naduk.
Un día tras una enorme discusión sobre ese tema Drissinil comenzó a gritar agresivamente a Naylhena, la cual, llegado un punto, alzó la voz y con un tono que expresaba a partes iguales enfado y decepcion sentenció que no era más que una criaja estúpida que no sabía nada sobre los pueblos de Dalaensar y aún así se atrevía a juzgarlos sin conocimiento alguno. A la joven e inmadura Drissinil le dolieron tanto las palabras y el enfado de su única amiga y tutora que, dominada por la frustración y sin saber bien lo que hacía, decidió escapar durante la noche y colarse en el primer barco hacia Dalaensar abandonando la casa de Naylhena. Volvería a Anduar a buscarse la vida por su cuenta.
Entró por las puertas de la ciudad en una fría mañana. Viéndose totalmente sola se dirigió directamente a los cuarteles en busca de Sertor, el cual se alegró mucho de volverla a ver. Sertor se había convertido en el General de la Guardia Nivrim de Anduar y le ofreció a Drissinil dormir en un camastro en el interior de un pequeño almacén de armaduras que había cerca de allí y que apenas se utilizaba.
Sertor la acompañó a visitar a Kalb, dueño de un próspero taller de herramientas y le pidió que le diera trabajo a Drissinil. Kalb estaba precisamente buscando personal y así la joven drow empezó a trabajar como repartidora, llevando pedidos a diferentes sitios de las cercanías de Anduar. A menudo pasaba por el pueblo de Alanden en su ruta de reparto y paraba a observar los muelles con la esperanza de ver La Argucia atracada en ellos, ya que en su corazón echaba de menos a su tutora más que a ninguna otra persona, sin embargo tenía miedo de que Naylhena siguiese enfadada con ella y no quisiera verla delante, sentía que la había decepcionado y se sentía muy culpable por haber huído de la forma en que lo hizo.
En esos días Sertor También le presentó a Alsimon, un apuesto recluta humano que trabajaba con él en la guardia de Anduar, el cual le cayó muy bien a Drissinil y no tardaron en forjar amistad. Alsimon también solía colaborar en misiones con muchas personas del Reino de Takome, y Drissinil comenzó a tener que compartir forzosamente alguna que otra jarra de cerveza en la taberna del Dragón Verde con Takomitas o Thorinyas. Ya se sentía muy sola en Anduar como para evitar a Alsimon o a Sertor por las compañías que éstos frecuentaban.
Fue así como conoció a Rowahzarrya, un joven elfo experto en el manejo de armas a distancia que, tras muchos intentos fallidos de relacionarse con Drissinil, gracias a su perseverancia y simpatía, terminó por caerle en gracia. Drissinil desde pequeña había destacado por su puntería con el arco y admiraba la maestría con la que Rowahzarrya disparaba proyectiles durante sus prácticas de tiro, las cuales espiaba desde la prudente distancia agazapada en el intento de aprender algo. Al fin se decidió y pidió al joven elfo, no sin cierto recelo (nunca antes había hecho ningún trato con ningún hijo de Eralie) que le ayudase a entrenar y la instruyese en el combate con todo tipo de arcos y ballestas. Rowahzarrya aceptó de buen grado, ya que ansiaba la amistad de Drissinil y sentía mucha curiosidad por la cultura de los Drow.
Rowahzarrya le contaba todos los días a Drissinil durante sus entrenamientos cosas sobre su tierra, sobre sus habitantes y sus costumbres, y Drissinil poco a poco empezó a sentir curiosidad por conocer más sobre la vida en esas ciudades. Ahora se preguntaba si toda su vida habría estado equivocada respecto a los Takomitas. Recordaba las últimas palabras de Naylhena que resonaban en su cabeza como si realmente las estuviese escuchando aún y dudaba seriamente si habría hecho bien juzgando a todo un pueblo por el comportamiento de una sola persona.
Un día Drissinil acudió al cuartel acompañada de Rowahzarrya con la intención de invitar a Alsimon a ir a tomar algo al Dragón Verde después de su guardia. Allí se encontró frente a frente con Sertor y Naylhena, que, de golpe, enmudecieron y se quedaron mirando hacia ellos. Tras un largo e intenso silencio Naylhena dio el primer paso y preguntó a Drissinil cómo le había ido todo este tiempo, a lo que Drissinil contestó pidiéndole que la acompañase para poder hablar en otro lugar a solas. Las dos elfas pasearon lentamente por las murallas interiores de Anduar y Drissinil le confesó que sus sentimientos habían cambiado, que había madurado en cierto modo, y le dio las gracias por todo lo que había hecho por ella. De este modo se reconciliaron y establecieron un vínculo mucho más fuerte aún que el que una vez las había unido. Desde ese día Drissinil dejó de trabajar para Kalb en el taller y se puso al servicio de Naylhena para acompañarla en sus viajes y conocer, a bordo de La Argucia, los más recónditos lugares de toda Eirea a su lado.
También mantuvo la amistad incondicional de Rowahzarrya e incluso comenzó a visitarlo de cuando en cuando al bosque de Thorin. Allí se les puede ver a día de hoy algunas veces entrenando con sus arcos cazando jabalíes y lobos por las zonas más frondosas del bosque. En muchas ocasiones esto ocurre bajo la siempre atenta mirada de Naylhena, quien observando los progresos de Drissinil se siente orgullosa de haberla criado como si de su hija se tratase.
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