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Historia
La mayor parte de mi vida, ha sido en blanco y negro. Es lo que uno ve en las sombras de las oscuras minas enanas.
Yo no estaba destinado a esto, a vivir como un esclavo, sometido por aquellos que años atrás eran el menú principal de nuestras posadas. Yo soy Vuldeck, descendiente
del gran Rogrog, unos de los 8 miembros del clan D’ourden, capitaneados por el mismísimo Grimfang. Mi legado era otro, mi destino era la gloria.
Pero las cosas nunca salen como uno cree que van a salir, y tras los años oscuros llego el declive de la ancestral raza de guerreros orcos. Los antaño afamados
Barbaros de Golthur, poco a poco fueron cayendo en el olvido, sustituidos por otro tipo de guerreros que confiaban más en el encantamiento de sus armas y en sus
técnicas de combate que en su propia fortaleza. No se dan cuenta de que es algo ritual, casi podríamos decir místico el enterrar la Cimitarra Demoniaca en el cuerpo
de tu oponente, atravesar con ella su esternón, con el filo apuntado a su cabeza y girando tu cuerpo 180 grados y con un brusco empujón ascendente dividir su cuerpo a
la mitad. No es cuestión de matarlo, eso podría hacerlo una sucia rata goblin con veneno. Es que Gurthang se enorgullezca del sacrificio que muestras ante él.
Y así llego finalmente nuestro declive, con la caída del último caudillo Gragbadûr, como nos llaman ahora, llego el declive de la más ancestral de las tácticas
marciales de los orcos. Y con este declive llego también el declive de todas las razas anárquicas.
Es cierto que existían nuevos tipos de guerrero, entrenados en academias marciales, donde eran capaces de manejar una grandísima cantidad de armas, de maneras muy
diversas, pero eran capaz de manejarlas exactamente igual que todos los demás. Perdida nuestra identidad, nuestros pueblos se replegaron, los nacimientos escasearon,
y nuestra raza mermo.
Yo, casi el último vestigio de lo que en un tiempo fue el más poderoso ejército que hoyo Eirea, caí en un combate contra unos invasores de la raza enana. El destino,
ciertamente, está dotado de cierta ironía, dado que acababa de degustar un sabroso cráneo enano en el Dragón Rojo Llameante, cuando cayeron sobre mí un nutrido grupo
de enanos mientras me disponía a entrenarme en solitario, en el bosque, como siempre había sido la costumbre de mi pueblo. Al final, pero no sin antes matar a varios
de ellos, consiguieron reducirme y empezaron a arrastrarme de camino al sur. Empecé a entonar una plegaria a Gurthan, rezando con que le hubiera satisfecho mi combate
y pensando que igual era capaz de matar a alguno más justo antes de que me ejecutasen.
Pero no lo hicieron, continuamos más y más hacia al sur, y después al oeste, directos al reino de Kheleb Dum. Me metieron en un montacargas, me encadenaron me
pusieron un pico en las manos y me dijeron específicamente que querían ampliar las galerías. Y ahí me dejaron.
Mi estupefacción era cada vez mayor. ¿Qué se habían pensado? ¿Qué era un elfo? ¿Hasta tal punto se pensaban que había decaído mi raza que pensaba que iba a obedecer
dócilmente, como un corderito? ¿Qué los míos no me rescatarían en su próxima incursión a Kheleb Dum?
Poco a poco fue pasando el tiempo, y me di cuenta de que esa incursión no llegaba. Mi músculos empezaron a perder tono, y a eso sí que me negué. Necesitaba estar en
forma para cuando se presentara mi oportunidad. Gurthang no vería con buenos ojos que tuviera la posibilidad de escaparme y no lo hiciera por encontrarme hecho una
ruina. Así que pique, carbón y hierro, hierro y carbón. Hasta que un día encontré algo que brillaba como la luna reflejando los brillos de las débiles antorchas de
las galerías. Era un diamante del tamaño de mi pulgar. Tan pronto conseguí extraerlo, un enano se acercó a mí y me susurro que me lo escondiera en la boca que después
me explicaría.
Como había visto que los enanos despojaban a los esclavos de las gemas tan pronto como las veían, le hice caso. Me guarde la gema en la boca y seguí a lo mío.
En una de las breves pausas que nos daban para beber agua, el enano de antes se me acerco y me propuso un extraño trato. Mi libertad a cambio de que fuera capaz de
llenar una bolsa de joyero, escamoteando poco a poco joyas a mis captores.
Dado mi ritmo de trabajo no tardé en llenar la bolsa que me concedería la libertad. Lo que mi supuesto libertador no sabía es que además de las gemas llevaba encima
una roca afilada con la que lo degollé, en cuanto me mostro el camino de salida.
Tras haber pasado años en aquellas minas, mis pasos se dirigieron a Golthur. Me alegro ver que el ejército negro cuenta con nuevos reclutas, y que mi llegada causo
cierta satisfacción, por ver a uno de los antiguos empaladores Gragbadûr. Desde entonces me entreno día a día con el objetivo de que el ejército negro vuelva a ser la
fuerza dominante en todo el continente.Rol
Vuldeck es un orgulloso miembro de los empaladores Gragbadur. Es increíblemente devoto a Gurthang y considera que su forma de comunión con él consiste en ejecutar a
sus víctimas de la manera más espectacular posible. Su honor recibió un duro golpe al ser capturado por los enanos, por ello, jamás muestra piedad cuando se enfrenta
a ellos. Además contempla con malos ojos a los luchadores orcos que en vez de abrazar las antiguas costumbres de los Gragbadûr se decantan más por las técnicas de
combate de los soldados.Objetivos
Su objetivo principal es devolver a los Gragbadúr a la cúspide de la sociedad orca. Nada le importa más. Además, su secreta ambición es convertirse en un herrero de
renombre entre los orcos, con los conocimientos que obtuvo espiando a los legendarios maestros herreros enanos, durante su cautiverio.
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