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El Resurgir. (I)
Una extraña figura de rostro ceñudo, coronado por gruesas cejas y remarcado en cicatrices debido a la edad, se paseaba con paso lento, pero firme, escondido bajo una capucha húmeda y raída por la Catedral de Seldar. Su barba canosa y enredada caía sobre una intimidante armadura color magenta mientras recorría su camino hacia la parte noroeste de la estructura, destinada en su totalidad a la Inquisición de Seldar. Se trataba de Velminard, el enlace inquisitorial con el Templo de Ankhalas de la lejana isla helada de Naggrung. Después de su largo viaje, desde aquel lejano templo hasta la Ciudadela de Galador, no se esforzaba nada en ocultar su mueva de desaprobación, fruto de su temperamento, mientras observaba algunos novicios de la inquisición que conversaban jocosamente. Aunque, debido a su cansancio y la premura en llegar a su destino, apartó la mirada de estos sin más acción que la de emitir un ligero gruñido y mostrar un desdén absoluto por estos.
Una vez hubo alcanzado la parte de la catedral que actúa como sede de la Inquisición de Seldar, la poderosa organización encargada de cuidar la fe de su dios y luchar contra la herejía, se adentró por una pequeña antesala, la cual tenía los muros repletos de imágenes del Dios del Mal. La puerta que se situaba al norte de dicha antesala conducía hacia las dependencias principales de la Inquisición, la cual atravesó rápidamente sin ni siquiera llamar a su entrada.
Se encontró entonces en una enorme sala común, destinada a la reunión y contraste de información entre los inquisidores los cuales suelen discutir sobre la mejor forma de extender la fe de su Dios, pasando generalmente por la tortura de infieles, y divisó a la persona a la que había venido a buscar al fondo de dicha sala.
–Siempre aquí, en la misma sala. ¿No te aburres? – Dijo Velminard sin elevar apenas el tono de voz, pero, debido a su timbre, se hizo nítidamente audible en toda la sala.
–Extraño saludo, teniendo en cuenta que viene de alguien que desempeña cierta… clausura. – Contestó la figura del fondo de la sala.
–Y, para tu información, no la he roto por gusto. He venido acompañando a cierto inquisidor. – Replicó de nuevo Velminard mientras se acercaba a su interlocutor. –Saludos, viejo amigo. Han pasado muchos años, Rakmet.– Añadió.
–Saludos, camarada. Cierto es que ha pasado mucho tiempo. Dime, ¿quién ha sido tan importante como para sacarte de aquel páramo helado? – Dijo Rakmet.
–Un viejo conocido tuyo…- sentenció Velminard, con la mirada clavada en Rakmet y esbozando una mueca de complicidad.
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El Regurgir (II)
Rakmet era un hombre de piel cobriza y completamente calvo que, durante largo tiempo, fue el sumo representante de la Inquisición en la Ciudad de Galador ya que el mismísimo Archiprelado Vali lo eligió para tal cometido dada su reputación, propicia para el cargo. Esto se mantuvo hasta mediados de la 3º Era. Debido a una profunda revuelta civil, propiciada por la insurgencia de la nobiliaria familia Sengrot, la llegada de Torquemada puso a Rakmet en un segundo plano en paisaje político de la Inquisición, aunque aún conservaba la reputación y sabiduría para que el resto de Inquisidores acuda a él eventualmente en búsqueda de consejo.
El hecho de que Velminard se dirigiera a él había sido propiciado por el individuo que había acompañado en su viaje de retorno hacia las tierras del Imperio Dendrita.
–Así que has hecho de escolta particular, no te había visto desempeñar dicha tarea jamás– Dijo Rakmet con cierto tono burlesco- ¿De quién se trata?
–Guarda tus burlas para quien las aprecie, Rakmet– Esputó Velminard, esbozando una mueca de desaprobación– Es alguien conocido para ti y, que yo sepa, goza de tu simpatía. – añadió el Emisario de Ankhalas.
–Mi curiosidad no hace más que crecer, repito, ¿De quién se trata? – Dijo Rakmet, dejando a un lado cualquier jocoso comentario más.
–Un antiguo Anciano de la Inquisición. Lleva en mi Templo numerosos años, según tengo entendido, meditando y llevando acabo cierta… penitencia. – Dijo Velminard.
Rakmet adoptó cierta mueca de sorpresa y expectación.
–Se trata de Drakar Baelzhemon. Erais amigos, ¿No? – sentició Velminard.
La cara de Rakmet se pasmó justo antes de sonreír amigablemente.
- ¿Lord Drakar Baelzhemon ha regresado?!– Exclamó Rakmet. – ¡Sin duda es una gran noticia! ¿Dónde se encuentra? – añadió efusivamente.
–Lo he acompañado a su residencia familiar antes de venir aquí. Decía que tenía ciertas cosas que hacer antes de anunciar su llegada de nuevo a la Ciudad de Galador. No creo que tarde en aparecer por aquí. – Dijo Velminard, calmadamente.
La complacencia de Rakmet sobre la noticia de la llegada de Lord Drakar no era casualidad. Gracias a la colaboración de la nobiliaria familia Baelzhemon, la revuelta provocada por la familia Sengrot y su patriarca Aregarn fue sofocada en un breve espacio de tiempo y, como era de esperar, Rakmet le guardaba gran aprecio y gratitud.
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El Resurgir (III)
Al tiempo que Velminard entregaba su particular noticia a Rakmet, una figura encapuchada, ataviada con una oscura túnica, de andares pausados y ligeramente torpes llegaba al umbral de la Residencia Baelzhemon.
Una vez estuvo cerca del umbral, los guardias que allí habían apostados se irguieron de manera militarmente amenazante y clavaron la mirada sobre el individuo que se acercaba sinuosamente a las puertas que custodiaban.
–No te acerques más. – dijo uno de los guardias con tono de conminación- No se permite la mendicidad aquí. – añadió su compañero.
La figura se detuvo súbitamente emitiendo un sonido claro de desaprobación y, lentamente, se descubrió el rostro apartando la capucha con solemnidad. Los guardias quedaron petrificados por un instante, debido al terror que sintieron ante la presencia de quien se erguía ante ellos, antes de arrodillarse en un signo de sumisión total.
-¡¿Lord Drakar?!- Exclamó uno de ellos, teniendo que hacer una fuerza sobrehumana para que sus palabras salieran de su boca lo menos entrecortadas posibles –Per…Perdonadnos, nos sabíamos que se trataba de usted. ¡Abrid las puertas!, Rápido!
Drakar asintió con una mueca de desprecio mientras levantaba su castigadora mirada de los guardias que custodiaban las puertas, las cuales se empezaron a abrir pesadamente. El antipaladin había envejecido considerablemente desde la última vez que pisó su propiedad familiar pero sus rasgos eran fácilmente reconocibles, incluso para los novicios custodios.
Sin mediar palabra, el Patriarca Baelzhemon continuó su camino atravesando el umbral, dejando atrás a aquellos atemorizados guardias, para continuar su camino y cometido.
Largo tiempo había estado encerrado en el Templo de Ankhalas, en la lejana Isla helada de Naggrung, en búsqueda de una iluminación y fe que años atrás había languidecido, debido al trasiego y experiencias en su vida, y las cuales había encontrado, reafirmado y condensado ahora de manera formidable. Después de tantos años había encontrado la manera de volver a satisfacer los designios de su querido Dios del Mal.
Una vez se encontraba en el hall de aquel castillo, Drakar alzó la vista para observar, con cierta nostalgia, las exuberantes lámparas que alumbraban con una bella y tenue luz aquella magnífica obra arquitectónica. Volvió a disfrutar, brevemente, los preciosos muebles y decorados que adornaban aquella sala y las excelentes obras de arte que enarbolaban antiguas conquistas familiares y a sus miembros participes en estas. Sin regocijarse demasiado en ello, continuó su particular camino por el pasillo norte de la fortaleza Baelzhemon, el cual le llevaría hasta sus aposentos personales.
Justo antes de adentrarse en sus dependencias, volteó mirando a un sirviente, el cual se encontraba atónito ante la renovada presencia de su amo.
–Convoca al Archimago, hay trabajo que hacer. –Dijo Drakar solemnemente para después cerrar la puerta tras de sí.
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El resurgir (IV)
Los aposentos de Drakar se habían mantenido intactos e inmóviles desde su partida, encontrándose todo tal y como lo dejó. Un enorme dormitorio repleto de candelabros y lámparas de aceite a poca altura que recreaban un ambiente cómodo y ligeramente oscuro. La cama, cubierta con sábanas azabaches, se le antojaba igual de cómoda que antaño, pero, en estos momentos, no había tiempo para detenerse en esas absurdas posesiones terrenales. Drakar debía cumplir sus planes.
Mientras esperaba la llegada del Archimago de la Familia Baelzhemon, Drakar se acercó a su viejo vestidor, el cual atesoraba sus viejos pertrechos de batalla y, sin pensarlo dos veces, lo abrió con cuidadoso mimo. Con dicho gesto, el Patriarca de la Familia dejó a la vista su vieja armadura. Una impresionante armadura de placas de un acabado completamente agresivo, e incluso se podría decir que afilado. Esta barroca armadura incorporaba un gorjal remachado con pequeñas rodelas que hacía que se ajustara perfectamente a las axilas y codos. Unas hombreras anguladas coronaban la oscura pieza de armadura. Realmente no poseía demasiados adornos, pero el metal había sido tratado mágicamente y esta gozaba de unos epígrafes que enarbolaban sortilegios de protección para el portador.
Sin dudar, Drakar se colocó y ajustó su vieja armadura mientras esta, a su vez, parecía darle de nuevo la bienvenida emitiendo un extraño olor a carbón, incienso y, por qué no decirlo, maldad.
El ajado cuerpo del anciano patriarca casi sucumbe ante el peso de la armadura que acababa de vestir, pero, haciendo un esfuerzo sobrehumano, mantuvo la postura con entereza y acto seguido enfundó sus manos en sus antiguos guanteletes de guerra. Estos guanteletes estaban conformados por un refinado mithril revestido con una capa de aguamarina. Eran los conocidos guanteletes de la Muerte Helada, vestidos y usados generación tras generación en la familia. Drakar emitió una ligera sonrisa a la vez que el rechinar de los guanteletes inundaba la estancia como un agradecido quejido.
Una vez lo hizo, casi a la vez que terminaba de ajustar por completo las piezas de armadura a su maltrecho cuerpo, la puerta de sus dependencias fue aporreadas ligeramente.
–Mi Señor. –Dijo con tono temeroso el sirviente tras la puerta- El Archimago ha llegado, le espera en la biblioteca. – añadió.
-Perfecto. No le haré esperar. – Dijo Drakar mientras había la puerta súbitamente. – Ha llegado la hora.
Drakar salió de sus dependencias con un paso torpe y cansado, presumiblemente provocado no solo por su edad sino más bien por el peso de su antigua armadura.
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