Inicio Foros Historias y gestas El símbolo sagrado.

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    • meliam
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      La primavera comienza y el bosque de Wareth empieza a volver a la vida. Paseando por la foresta se puede ver a Rassall controlando que todo vaya como debe, las flores silvestres empiezan a inundar el bosque con su aroma, la hierba crece fuerte y verde y los animales empiezan a despertar de su letargo invernal.
      El día transcurre tranquilo y la noche empieza a oscurecerlo todo, es hora de buscar un sitio donde cobijarse. Rassall vuelve a su morada, una hondonada escabada por él mismo que cada día deja cubierta con una enredadera que el mismo hace crecer del suelo que cubre la entrada por completo. Al introducirse en la cavidad vuelve a hacer crecer la enredadera, resguardandolo de los peligros del bosque.
      A media noche algo sucede, Rassall despierta a causa de las voces del exterior. Con la vuelta a la vida del bosque, vuelven los cazadores, que poco respetan la naturaleza. Habrá que darles un pequeño susto.
      Cuando despierta el día se ponen en marcha, Rassall abandona su guarida y decide seguirlos no sin antes invocar a su quimera, avatar del mismísimo Ralder y su compañera de aventuras.
      Rassall los sigue desde los árboles pero su idea cambia al ver el numeroso grupo de cazadores, ni por sorpresa podríamos salir con vida en un enfrentamiento abierto. La rama donde se encuentra apoyado se rompe y cae al suelo, formando un gran estruendo y los cazadores se vuelven alarmados para ver qué está pasando. Comienza la persecución.
      Cuando consigue levantarse del suelo y ve venir a los cazadores a por él su única opción es huir, así que monta a lomos de su quimera, pero algo sucede en la huida, el cordel que sujetaba su símbolo sagrado se rompe, y al caer al suelo el tallo de la vid que nace de la zarpa se rompe y queda inservible. A consecuencia de esto su quimera desaparece súbitamente.
      Toca buscar a Shihon para que me de otro. Me pongo en marcha hacia el altar de Ralder en Wareth pero al llegar allí no hay ni rastro de él. Recuerdo que Thildarg me dijo en su día haberlo visto en el bosque cito de Ucho y Nazgar de haberlo encontrado en el bosque de las llanuras de Keel.
      Antes de eso iré a Golthur, a llevar el encargo de plantas medicinales que me pidió el Gran Chamán de la Horda. El camino es peligroso, debo llevar cuidado pues nunca había transitado estos caminos sin la compañía de mi quimera. Por suerte para mí orcos han bajado desde la fortaleza y están peleando con los guardias fronterizos de D’Hara y consigo cruzar el fronterizo sin más problema. Ahora mi camino discurre por un angosto sendero que desemboca en la entrada de la cueva de Ancarak, la cual dejo de largo y continuó mi camino hacia la fortaleza.
      Una vez allí los guardias se apartan y me dejan pasar, saben que soy amigo del caudillo y lo único que no quieren es ver al caudillo enfadado. Me dirijo a la tienda del Gran Chamán y le entrego el encargo, él me paga lo acordado. Le cuento lo sucedido y el llama a una de sus concubinas y le ordena traer uno de sus huargos.
      -Quédatelo, es un buen espécimen, la Horda sabe recompensar a sus aliados.
      +Gracias, el próximo encargo de plantas le saldrá gratis.
      Haciendo una reverencia, Rassall monta en su huargos y sale galopando a toda prisa.
      La siguiente parada de esta aventura está en el bosquecito de Ucho, donde Rassall ve que la enfermedad de los árboles ha vuelto a remitir.
      Tengo que hacer algo con los experimentos de Lender, esto está llegando demasiado lejos, pero mi prioridad ahora es encontrar a Shihon, sin mi símbolo no puedo canalizar el poder de Ralder.
      Al llegar al altar lo encuentra vacío de nuevo, tendré que viajar a Keel, piensa.
      El punto más cercano y con más afluencia de barcos provinientes de Keel es Alandaen. Me dirijo allí con la esperanza de encontrar algún marinero que quiera llevarme, espero que con el dinero que me pagó el chamán me llegue para el viaje.
      Una vez allí el olor a pescado inunda las calles de la pequeña población marítima, y me dirijo al puerto. Mis ojos se iluminan al ver atracado el barco de Kelnozz, un viejo amigo que me debe algún favor que otro. Gritó desde abajo y se asoma por la borda, con no muy buena cara, parece ser que la noche anterior se pasó con el ron y padece una fuerte resaca, nada que una mezcla de hierbas no pueda solucionar. Sube, me grita.
      Me embarco en su nave y le pido por favor que me lleve a la isla, no duda y manda a sus marineros poner rumbo a Keel.
      La travesía dura un par de días más de lo previsto, el deshielo de los glaciares está pagando la costa de la isla de icebergs de tamaños bastante asombrosos, pero llegamos a la isla sin problema, Kelnozz es un capitán experimentado.
      Una vez en Puerto me calzo mis botas de piel de yeti, indispensables para caminar por la nieve sin congelarse y abandonó la ciudad camino al bosque de las llanuras.
      Al fin logro encontrar a Shihon, que me saluda alegremente al verme.
      Shihon: Pero bueno, ¡cuanto tiempo! ¿Qué te trae por aquí?
      – Mi símbolo sagrado cayó al suelo y la vid se rompió, quedó inservible, me gustaría que me proporcionaras otro.
      Shihon: pues ahora mismo se me han agotado las zarpas con las que hago los símbolos, si quieres uno tendrás que buscarte la zarpa tu. Mientras yo plantaré una semilla de vida para que la vid vaya germinando.
      – Está bien, me pondré a ello.
      Dejo atrás el altar y comienzo la búsqueda de algún mamífero con zarpas que me puedan servir.
      Al rato de comenzar mi búsqueda veo un lince que me puede servir, agarró mi cuchillo afilado y pillando lo desprevenido lo apuñalo en un costado atravesandolo de lado a lado, muere al instante. Corto las cuatro zarpas del animal y el cadáver lo dejo para que se alimenten los carroñeros.
      Vuelvo de nuevo al altar y le entrego las cuatro zarpas a Shihon.
      – Las demás quédatelas.
      Shihon asiente, agarra una de las zarpas y comienza unos salmos, acto seguido se pone de rodillas en el suelo y con sumo cuidado coge el pequeño brote de vid y lo injerta en la zarpa.
      Shihon: deberás esperar un par de días hasta que el símbolo sea utilizable.
      – Si no te importa me quedare aquí, además tengo una preocupación en la mente, los experimentos de Lender están volviendo a enfermar el bosque de Ucho, debemos hacer algo.
    • meliam
      Participant
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      La enfermedad de Ucho.

      Al cuarto día la vid al fin crece y florece en la garra donde fue implantada, Shihon la toma entre sus manos y pronunciando unas oraciones a su dios imbuye la garra transfiriendo parte de su poder para crear un símbolo sagrado, una garra trenzada. Le coloca una cadena hecha con fuertes raíces y la coloca suavemente en el cuello de Rassall.

      – Debo partir Shihon, gracias por la ayuda, pero no puedo quedarme más, he de solucionar el problema de Ucho.
      Shihon: buena suerte amigo, cuídate. Recuerda que sólo las aguas puras del río Serenar tienen el poder de sanar lo corrupto.
      Rassall abandona el círculo de piedra y pone camino hacia el puerto de Keel, donde espera encontrar alguien que le lleve de nuevo a Dalaensar. Allí estaba Kelnozz, que estaba terminando de embarcar un encargo de sal de Keel que le habían encargado en Alandaen.
      – ¿Te echo una mano? A cambio de un viaje de vuelta, dice Rassall esbozando una amplia sonrisa.
      Kelnozz: si, arrima el hombro y haz algo, no pienso estar llevándote de un lado a otro gratis siempre.
      Tras un rato embarcando paquetes ambos terminan de subir la mercancía y parten rumbo a Alandaen.
      Una vez allí, Rassall se dirige a Ucho, donde toma unas muestras de las hojas y de la corteza enfermas y les deja caer un par de gotas de agua cristalina, y ambas parecen sanar.
      – Efectivamente, sólo el agua más pura puede sanar este bosque, pero lamentablemente me quedaba poco en este vial, tengo que conseguir más.
      – Pero antes he de acabar con la fuente del problema, o al menos sellarla.
      Se dirige a la entrada de la cueva que conduce a la morada de Lender y con un fuerte golpe de su cayado en el suelo un montón de rocas se desprenden del risco y tapan la entrada completamente, tardará un tiempo en poder salir a buscar cadáveres con los que experimentar.
      – Ahora he de buscar la manera de traer una cantidad bastante grande de agua como para poder curar esta preciosa arboleda. Creo que tengo la solución, pongámonos en marcha.
      Rassall posa su mano en el suelo y envía un impulso mágico a través de la tierra, un feroz rugido se escucha y en un abrir y cerrar de ojos una quimera aparece junto a él. Monta sobre su lomo y sale al galope hacia Golthur.
      Tras varios días de camino, con algún que otro imprevisto, consigue llegar a la fortaleza, la cual pasa de largo, contunuando su camino hacia el río Derebar.
      Al llegar a la cascada un cruzado blanco, lo detiene.
      Cruzado: no te permitiré tocar estas aguas puras, lágrimas del mismísimo París.
      – Las necesito, he de sanar la arboleda de Ucho, y me las llevaré, por las buenas o por las malas.
      Cruzado: por las malas será, daré mi vida antes que toques este sagrado manantial.
      El cruzado blande su martillo y carga contra Rassall. Su quimera se coloca entre él y el cruzado y recibe el golpe de lleno haciéndola retroceder varios metros. Los ojos de Rassall se tornan de un color azul eléctrico y mira al cielo musitando una letanía, nubes de tormenta oscurecen la zona y de repente un rayo impacta contra el Cruzado, dejándolo en shock, muere al instante.
      Sin nadie que moleste sólo queda encontrar la manera de llevar el agua a Ucho. Rassall tiene una idea.
      Silba una bella canción, pero no hay respuesta. Vuelve a hacerlo pero la cosa no cambia. No cesa en su intento y algo sucede, de las montañas de este una gran bandada de halcones gigantes se acercan. Aterrizan y picotean a Rassall cariñosamente mientras entonan la canción que estaba silbando Rassall.
      Utilizando las balsas del Derebar como cubos los halcones gigantes alzan el vuelo junto a Rassall y ponen rumbo a Ucho. Al llegar a su destino Rassall manda a los halcones romper las balsas, que con sus poderosas garras las hacen añicos, dejando caer el agua en forma de una fina lluvia que empapa todo lo que hay debajo, eliminando todo resto de la enfermedad que asolaba el lugar.
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