Inicio › Foros › Historias y gestas › Elogios a la Costa de Plata en una medianoche de lunas llenas
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En estos momentos, el manto de la medianoche muestra su tranquilidad en la Costa de Plata. Cuan buen brillo, el proporcionado por las luces candentes de la ciudad de Takome y el pueblo pesquero de Aldara.
Cuan inmejorables son los destellos que iluminan la despejada negrura nocturna, con sus múltiples y abundantes estrellas. así, en su punto más alto, las idénticas Velian, desviada cinco grados al sur, y Argan, desviada otros cinco grados al norte, llenan el cielo de resplandor, al mostrarse redondas y completamente visibles, para quienes, estando al aire libre, puedan gozar del privilegio de observarlas, dejando en ellas perdida la mirada.
Oh, cuan magna belleza, pues la lumbre de los astros y satélites se reflejan sobre las ondeantes y tranquilas aguas que, por efecto del tirón de ambas lunas, se agitan levemente, en ondas de plata y azul, reflejando el tenue poder lumínico de lo que flota sobre ellas. En aquella bóveda cuya mirada y vuelo no encuentra fin, sino el de ascender eternamente, tornándose el azulado claro del cielo diurno, en tan oscuro como la noche. Claro está, por supuesto, que pocos, o nadie, ha tenido el lujo de elevarse, hasta el punto de observar la curvatura de nuestro mundo. Mas no continuaré mis elogios por esta senda, por ser tal vez demasiado avanzadas a nuestro tiempo.
Concentrémonos pues, en lo que la noche, el allí y ahora, nos ofrece en los mares costeros de Aldara. Desde la cómoda distancia de varias leguas hasta el puerto, las antorchas y faros titilan en la lejanía, perpetua guía de quienes vuelven a casa, o de quienes parten hacia los amplios océanos. La guerra no huele a muerte. Un hedor que penetra por la nariz, inundando la mente de terror, dolor, estupidez y absurdo valor. Es entre las olas, que la podredumbre se diluye, confundiéndose con los agradables olores, traídos por la brisa marina. En este punto, de sal permanente, y viento por siempre, encuentra su muerte la peste.
Comprendo el júbilo del marinero. Aún más el del pirata que, conocedor del entorno de las aguas cartografiadas, no teme, sino el escaso peligro de los navíos que, salvo toparse directamente con el independiente tripulante o capitán, no osarán atacar y perder balas, en un esfuerzo inútil por dañar al enemigo de una guerra sin fin. De modo similar, los temores a los krakens, serpientes y a diversas temibles criaturas marinas, nada debe atormentar a quienes saben lo que hacen, viajeros de rutas seguras, expertos en avistar el riesgo en el movimiento de las ondas, tripulantes de fuertes embarcaciones, provistas de poderosos cañones y coraza de acero.
¡Oh! ¡Cuán hermoso es el mar! ¡Qué maravillas se esconden en sus profundidades! ¡Qué preciosidad, qué mortalidad para el que no sepa mostrarse precavido!
Pero, ¡Oh! ¡Qué belleza! Hasta el más humilde pescador, que en su labor pueda y deba alejarse de tierra firme, logrará, si así lo desea, disfrutar del privilegio del nocturno sosiego, que aportan los benevolentes climas de la costa de Plata. Aprovecharán hoy tal vez, el día en el que ningún temporal habrá de avivar el oleaje, trayendo viento, caos, relámpagos y lluvias, que mojarían y electrificarían el agua de dulce y no salino fluido. Gocen del mar bonito. Acérquense a él.
Los que prefieran no arriesgarse en aguas saladas, buena decisión harán al tomar, la de viajar en bote por el río Cuivinien. Bajo estrellas titilantes, luciérnagas brillantes, y lunas deslumbrantes. Una de las maravillas de las que disponen los semi-elfos habitantes de Veleiron. ¿Quién desearía en su necedad, riqueza mayor que la de gozar de tales embriagadores paisajes?
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