Inicio › Foros › Historias y gestas › En busca de nuevos conocimientos II
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Tras aprender mi primer truco de combate, el camino de regreso del Bosque de Urlom hacia la gran urbe de Anduar fue mucho más tranquilo y ligero, sobre todo por el peso de las monedas que había tenido que desembolsar a Iknomserilangeríminidis para que compartiera sus conocimientos conmigo. Aunque tomé algunos desvíos para adquirir algunas rarezas únicas de la zona. Existe una vieja cabaña abandonada en las que se dan las condicionas atmosféricas idóneas para el crecimiento de una extraña planta negra. Esta rareza botánica es muy apreciada por un alquimista que difícilmente se suele dejar ver por los caminos y el paso entre las montañas que conducen a Ak’Anon, pero cuando logras encontrarle y cumplir sus encargos, suele obsequiarte con un poderoso pendiente que parece salido de las mismísimas entrañas del volcán.
Mientras tomaba esta ruta alternativa, se cruzaron en mi camino numerosos bandidos y asaltantes de poca monta. No tuve problema alguno en deshacerme de ellos, pero cual fue mi sorpresa cuando registrando sus pertenencias en busca de algo de valor, encontré varias de esas diminutas cápsulas cristalinas que Iknomserilangeríminidis usaba para crear sus bombas de humo. Guardé las pequeñas canicas explosivas en mi bolsa asombrado de lo rápido que el descubrimiento de El Denostado había llegado a los caminos y a las manos de estos maleantes de medio pelo.
El viaje de varias jornadas transcurrió de forma tranquila y las pausas para comer eran también bastante tranquilas y menos distanciadas en el tiempo. Aún conservaba algunas hortalizas de mi paso anterior por los campos de cultivo de Lord Celedan, algunos huevos de perdiz que logré recoger por el bosque de Urlom y un conejo que pude atrapar con un pequeño cepo que siempre cargo en mi mochila. Así de esta forma y con la barriga llena atravesé el arco de poniente de la gran ciudad de Anduar. Una vez dentro de la ciudad y moviéndome con sigilo por sus suburbios, contacté con algunos informadores de la red de espías, a la que por la condición de miembro de cierto gremio que no voy a desvelar, tengo acceso. Estos me informaron de la presencia de un esmirriado goblin que se había asentado recientemente en el poblado pesquero de Alandaen, al sur de Anduar. Un ser flacucho y desaliñado que muestra siempre una mueca grotesca bajo su capucha negra y presume con altanería de sus marrulleras hazañas a todo aquel que quiera escucharle. Como último dato me dijeron que se hacía llamar El Tunante; Globsglobis El Tunante.
Una vez obtenida toda la información necesaria puse rumbo al poblado, aunque de poblado poco tiene, se podría decir que se trata de una pequeña ciudad, puesto que alberga uno de los muelles más importantes de Dalaensar, tanto para el transporte de mercancías y el comercio, como para el transito de pasajeros. La mayoría de estos pasajeros son habitantes de la inhóspita isla de Naggrung y otros, los que menos, son pobres insensatos que se atreven a visitarla sin saber de los peligros con los que podrían encontrarse. He de decir que, debido a mi faceta comercial, conozco muy bien la isla, y gracias a mis dones naturales y “honrado” oficio paso perfectamente desapercibido entre la mayoría de sus habitantes.
El camino hacía Alandaen se hacía bastante llevadero gracias a la ligera pendiente descendente, aunque la vía no se encuentre en muy buen estado debido al continuo tránsito de carretas de mercancías que la recorren a diario. Ya en el interior del poblado, el bullicio de los pescadores y comerciantes es notable. Recorrí sus calles sorteando cajas de mercancías y aparejos de pesca entre otras muchas cosas y me dirigí al establecimiento más cercano en busca del extraño personaje descrito por mis informadores. Al entrar no cabía duda de que había tenido suerte, un goblin de largas y fibrosas extremidades que oculta su diablesca mueca y su enorme y ganchuda nariz bajo una capucha negra, destaca inevitablemente en un lugar como ese.
Sin dudarlo dos veces me dirigí hacia él para entablar una conversación con la esperanza de obtener nuevos conocimientos que me ayuden en mis aventuras.
A pesar de su aspecto que inspira desconfianza y asco a partes iguales, Globsglobis es una criatura bastante simpática y su desparpajo natural a la hora de hablar y expresarse bien le ha valido su apodo de Tunante. Tras unos minutos de conversación comienza a contarme su breve historia, que salvando las diferencias puede resultar bastante parecida a la de Iknomserilangeríminidis. Él también fue perseguido y expulsado de su ciudad natal, La Torre Negra de Mor-groddûr, debido a innumerables fechorías, robos y altercados.
Tal era su fama, mala, claro está, que los líderes de la Horda decidieron enviar a un terrible gnoll asesino en su busca para que le diera muerte. Pero ni por esas, este característico personaje se amedrento. Se enfrentó a su poderos adversario sin el menor atisbo de miedo o temor, puesto que sabía que, con sus trucos y artimañas, la batalla se decantaría a su favor. O al menos así lo contaba él.
Esta última parte de su historia fue la que más llamó mi atención puesto que estos conocimientos y artimañas son el objetivo de mi búsqueda. Evidentemente, Globsglobis se dio cuenta de mi interés y con una mueca maquiavélica que hacía brillar uno de sus dientes, se ofreció a traspasarme sus conocimientos por un módico precio.
De este modo, y tras realizar el pertinente pago, me explicó que usando una redoma que contenga algún líquido viscoso se pueden inutilizar piezas de armadura o armas de tus contrincantes, arrojándolas contra las mismas a modo de sabotaje, y haciéndolas imposibles de manejar mientras estén impregnadas de la sustancia.
Agradecido por sus explicaciones, pagué una generosa ronda de bebida a mi interlocutor y marché de nuevo rumbo al norte en dirección a Eloras.
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