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Tras mi paso por el poblado pesquero de Alandaen, aprendí como sabotear las armas de los más fieros soldados, incluso si las están blandiendo en pleno combate. Para ello necesitaba usar algún líquido viscoso con que impregnar las piezas.
Mientras subía por la colina camino hacía Anduar, recordé a un viejo mendigo que ronda las cercanías de Orgoth y del rio Cuivinien a su paso por el Camino de Ëarmen. Resulta que este vagabundo, de las pocas veces que hemos cruzado palabras, presumía de su tiempo trabajando en maquinarías gnómicas y que siempre estaba embadurnado en aceite de sus mecanismos.
Justo al sur de la gran urbe, al pasar por sus campos de cultivo, me di cuenta de que mis recursos alimenticios volvían a escasear, así que antes de ir a buscar al mendigo que me pueda enseñar como manipular líquidos viscosos y usarlos en mi favor como me había enseñado Globsglobis recientemente, debía de hacerme con algunas provisiones. Para ello me bastó con entrar sigilosamente hasta la cocina de Lord Omelan y coger algo de comida de los innumerables cajones donde la guardan. Al final conseguí muchos más alimentos de los que necesitaba y decidí continuar el camino y almacenar unas pocas de estas provisiones en la despensa de la casa familiar en el poblado de Eloras.
El poblado de Eloras se encuentra en la cuna de un frondoso valle en medio de las colinas de Ostigurth, desde Anduar se puede llegar perfectamente en media jornada de viaje, puesto que la senda comercial del Norte se encuentra en muy buenas condiciones y da paso al camino en las llanuras de Ostigurth, una enorme planicie que discurre entre suaves colinas.
Cuando ya caminaba cerca de las colinas y antes de iniciar el descenso hacia el valle, unas piedras cayeron desde la cima de la más escarpada, podría haber sido algún pájaro haciendo su nido o alguna cabra buscando algo de alimento en lo más alto de la loma, pero se lograba escuchar también un murmullo ahogado, como de conversaciones. Decidí no prestar mucha atención y seguir mi camino hacia casa. Además, cerca de ese lugar, se mantenía oculta a los no iniciados en las artes mágicas, una famosa biblioteca y laboratorio arcano, y quizá de ahí provinieran los ruidos, por lo que no le presté mucha más atención y seguí con mi camino al hogar.
Al entrar al poblado se formó un gran tumulto, hacía algún tiempo que no visitaba mi ciudad natal y la noticia de mi presencia se extendió rápidamente. Después de unos cuantos saludos, abrazos en la Calle de las Rosas, justo a la entrada del poblado, no tuve más remedio que dejarme llevar casi en volandas hasta La Plaza del Roble Eterno. Allí continuaron la algarabía y las risas, y casi sin darme cuenta, movido por la muchedumbre, me encontré dentro de la taberna, La Jarra de Bronce, con precisamente eso entre mis manos, una enorme jarra de bronce llena de espumeante cerveza.
Las jarras de cerveza se vaciaban a la misma velocidad que Flint Piesligeros las servía y los platos de asado de venado llenaban la gran mesa donde se habían arremolinado todos a mi alrededor. Las historias y anécdotas se contaban unas tras otras entremezcladas en el ambiente con el humo de las pipas. Una de las historias más demandadas por los feligreses de la taberna era la de como conseguí robar la poderosa Cimitarra Demoniaca de las mismas manos de un terrible orco, y otra era la historia de mi misterioso guante de seda negra. Al final de la velada, y más borracho que la santa madre de Darin, recuerdo haber escuchado a alguien mencionar a un grupo de forajidos nómadas cerca de la gran sabana, después de eso, todo estaba borroso en mi mente. Caí redondo al suelo embriagado de cerveza, comida y humo de pipa.
A la mañana siguiente, desperté sin saber muy bien cómo, agarrado a la fuente que preside el maravilloso jardín de la residencia Cambuyón, en el Paseo de Los Lirios. Tenía la boca pastosa y los miembros doloridos y embotados de haber dormido en semejante postura. En mi cabeza el trino de los pájaros, que cantaban mientras bebían de la fuente, sonaba como las forjas de Kheleb a pleno rendimiento. A pesar de todo eso, un nombre rondaba mi cabeza sin saber muy bien por qué: Mahura.
Lavé mi cara con el agua helada de la fuente para que me ayudase a despejarme y efectivamente que lo hizo. Recordé la historia del grupo de forajidos nómadas y el nombre de Mahura que escuché en la taberna antes de perder el conocimiento. Guardé a toda prisa las provisiones sobrantes que tenía en la mochila y llené un par de odres de agua de la fuente, pues recordé claramente que para eso había sido mi visita y salí corriendo del poblado sin despedirme de nadie, rumbo a la sabana.
Para llegar a la sabana, continué hacia el norte por el paso rocoso de las colinas de Ostigurth, hasta llegar de nuevo la carretera de Anduar que atraviesa Ryniver. Este tramo del camino está plagado de soldados de las diversas órdenes que componen en ejército de Dendra y debía ser bastante sigiloso, puesto que, si llegaba a ser descubierto, las alarmas sonarían en todo el reino. A pesar de mi monumental resaca, conseguí pasar inadvertido, primero por el camino y luego por la pequeña ciudad fronteriza. Ya solo me quedaba cruzar el puente que conecta las orillas del rio Urzabalgai y estaría a escasos kilómetros de la sabana.
Antes de adentrarme en la sabana y en previsión a las altas temperaturas y los terribles vientos que ocasionalmente la azotan y traen tormentas de arena provenientes del cercano desierto de Merok-Gaddor, vacié la mitad del contenido de uno de mis odres sobre mi cabeza, y también en parte para ayudar a mitigar la terrible resaca que aun tenía y se aferraba a mi cuerpo como las garrapatas a los kobolds. Tras esta pequeña preparación comencé mi camino por la gran planicie sin tener muy claro lo que debía de buscar o con qué iba a encontrarme.
Pasaban las horas y el sol ya empezaba a ocultarse desde que lo vi salir al poco de partir de Eloras. Caminaba sin rumbo fijo, cauteloso de cruzarme con las bestias que habitan este lugar, cuando a lo lejos escuché lo que parecían unos gritos de auxilio mezclados entre terribles rugidos. Aceleré el paso en esa dirección, aferrando mis manos a las empuñaduras de mis armas y tras unos minutos, tras una pequeña formación rocosa vi con un grupo de leones tenía rodeado a un solitario mercader que parecía haberse perdido con su carreta. Sin dudarlo más tiempo, salte sobre el león más grande y de un certero movimiento de mi puñal le corté el cuello. Aunque el resto de leonas del grupo del grupo no parecieron ni inmutarse y continuaron atacando al comerciante que intentaba mantenerse con vida esquivando zarpazos y mordiscos encaramado sobre su destartalada carreta. La refriega duró unos instantes que me parecieron eternos. Una de las leonas logró alcanzar con sus poderosas garras una pierna de su víctima y tirarlo al suelo. Ya tenía otra de su patas hundida sobre el pecho del mercader y se disponía a arrancarle la garganta de un bocado cuando en un alarde de temeridad y valentía arrojé una de las bombas de humo a su cara haciendo que perdiera el sentido momentáneamente. Mientras el resto de la manada se dispersaba entre la niebla que se había formado, logré arrastrar al malherido mercader de sus fauces y dar muerte antes que volviera a recobrar el sentido y pudiera terminar su cacería.
Tras unos minutos de incertidumbre y nerviosismo, mientras ayudaba al mercader a mantenerse con vida, este seguía mirándome tan estupefacto y asustado como si mi presencia fuera igual de temible que la de los leones. Entre respiraciones agónicas y casi más muerto que vivo debido a la sangrante herida de su peño intentaba huir de mí. Intenté calmarlo y ayudarle incorporarse, pero solo recibí manotazos desesperados mientras decía palabras inconexas: bandido, mercancía, proteger, asaltador, “allil”… No entendí mucho más, la sangre brotaba a borbotones de su boca hasta que murió sin que mi ayuda hubiera servido de nada.
La manada había huido, pero los cuerpos pronto atraerían a otros depredadores y carroñeros. Con pocos escrúpulos y antes de que esto sucediera, registré la caravana en busca de algo de valor, aunque no pude encontrar nada. Entendí entonces las últimas palabras del mercader, seguramente estaría perdido y desorientado tras recibir el ataque de bandidos, pero no podía imaginar como en estas tierras tan inhóspitas podía haber asaltadores de caminos hasta que comprendí que una de sus incongruentes palabras, distorsionadas por la sangre que manaba de su boca no era allí, sino Alell, un pequeño poblado casi abandonado, entre la sabana y la vieja mina de mithril ya agotada al sur del bosque de Maragedom.
Ya había caído la noche sobre la sabana y los carroñeros empezaban a rondar la zona. Arranqué algunos tablones de la carreta y abandoné en lugar. Me dirigí de nuevo hacia la formación rocosa, su posición elevada me daría cierta ventaja y con las tablas que arranqué de la carreta podría hacer una pequeña fogata para mantenerlas alejadas y de paso preparar algo de comer para pasar la noche.
Apenas pude dormir por miedo a las bestias que pudieran atacarme, pero cuando los primeros rayos de sol golpearon mi cara, la fogata ya se había extinto y yo parecía tener fuerzas renovadas. Abandoné mi improvisado campamento tal y como estaba y continué mi marcha hacia Alell.
Tomé dirección noroeste hasta que di con un polvoriento camino y ajusté mis ropajes para intentar pasar desapercibido en caso de cruzarme con alguien, aunque la posibilidad era bastante remota. Al cabo de pocas horas de seguir el camino, ya había dejado atrás la sabana y estaba cada vez más cerca del pequeño poblado. Cuando ya estaba a unos centenares de metros de la calle principal, en uno de los laterales de la calzada, una extraña figura capto mi atención. No supe distinguir si era hombre o mujer, puesto que sus ropajes ocultaban y disimulaban su cuerpo por completo. Tan solo unos enormes y brillantes ojos negros asomaban bajo el turbante y que cubría su cabeza y las sutiles gasas que tapaban el resto de su rostro. Su atuendo era característico de tribus nómadas habitantes del desierto y la curvatura de las punteras de su calzado terminó de confirmar mis sospechas.
Con suma cautela me dirigí a su encuentro. Las tribus nómadas o bien pueden ser mercaderes o pastores trashumantes, o bien pueda tratarse de la tribu de asaltadores que escuche en la taberna de Eloras y por la cual emprendí esta búsqueda.
- He oído hablar de ti, Gurlen Cambuyón – Dijo una aterciopelada voz de mujer bajo el velo negro. – Tu habilidad solo es comparable a la de tu padre, Oboldín y por eso veo que llevas puesto su guante.
No podía salir de mi asombro, quién era esa mujer, cómo me podía conocer y, sobre todo, cómo podía conocer la historia de mi padre y su guante de seda negra.
- No te asustes, mi nombre es Mahura y pertenezco a la tribu de los Shaem-Ahain.
Era ella, la mujer que andaba buscando en este viaje, pero las palabras seguían sin salir de mi boca y ella al darse cuenta, comenzó a contarme su historia para despejar mis dudas.
Ella había oído hablar, en uno de sus innumerables viajes, de un ladrón de tal perecía que los mercaderes habían cambiado sus rutas, y hasta los más temibles guerreros, desconfiaban de ir cargando con todas sus armas, ya que “ningún camino es seguro” con su presencia. Eso tenía que comprobarlo por ella misma y fue en su busca. Aunque tardó tiempo en dar con él, cuando por fin le encontró, se sorprendió de cómo un personaje regordete y con cara de bonachón fuera uno de los ladrones más temidos de Eirea. Rápidamente hicieron buenas migas, tanto que este guante que ahora yo atesoro como la mayor de mis riquezas, está fabricado con las mismas sedas y gasas de las que está compuesto su velo. Ella se las regalo en muestra de respeto y reconocimiento.
Tras un rato de conversación y de rememorar viejas historias empezó a hablarme de ciertas técnicas que su tribu había usado desde siempre para ayudar a aligerar la carga de los sufridos mercaderes. De como lanzar abrojos de manera más eficiente, o como usar la base del puñal para de un golpe seco en la parte posterior de la cabeza, dejar a la víctima incapacitada el tiempo necesario para poder quitarle sus mas preciadas pertenencias, e incluso de como con un buen puñado de arena fina, al lanzarla a los ojos de los desprevenidos comerciantes, quedaban cegados y perdían de vista para siempre sus mercancías. Pero toda esta información tenía un precio, y por muy hijo de Oboldín Cambuyón que yo fuera debía de pagarlo. Cuando fue a echar mano de mi bolsa de monedas, el tono anaranjado que daban las pecas a mi cara, paso a rojo escarlata. Mi bolsa estaba vacía. No podía creerlo. Bueno sí, la fiesta de bienvenida en Eloras se había desmadrado mucho y posiblemente el contenido de mi bolsa ahora estuviera en manos de Flint, tras haberle pagado la mayoría de las rondas.
Sumamente avergonzado, le ofrecí el guante de mi padre, mi guante, como prenda y garantía de que volvería con el dinero para pagarle por sus enseñanzas. Ella aceptó a regañadientes, no porque dudase que volvería, sino porque no estaba dispuesta a aceptar un objeto tan preciado para mí como garantía, aunque seamos ladrones, existía un vínculo mucho mayor que nos unía y debíamos mostrar confianza y respeto. Aun así, le dejé mi guante con la promesa de volver lo antes posible a recuperarlo.
Por suerte no tuve que ir demasiado lejos, saliendo del pueblo a toda prisa, caí al suelo de bruces, y sorprendido por el incidente me puse a mirar a mi alrededor para entender como había sido eso posible. No entendía nada, el camino estaba libre de obstáculos y hacía ya un día que se me había pasado la resaca. De pronto escuche una risotada y con un sonoro “¡PLOP!”, mi buena amiga Sheerinive se apareció ante mis ojos. No podía salir de mi asombro, pero era una buenísima casualidad que ella estuviera cerca. Le conté mi encuentro con Mahura, de como había conocido a mi padre y me había reconocido a mí y que ahora mismo estaba en deuda con ella. Sheerinive sin pensarlo dos veces, hizo unos gestos con las manos y del mismo aire de nuestro alrededor sacó una pequeña bolsita llena de joyas, la puso en mi mano y de la misma forma que había aparecido, desapareció; con una risotada y un sonoro “¡PLOP!”
Igual de rápido que me despedía de Mahura volví a su lado y con un imperceptible movimiento de manos introduje bajo su amplia túnica la bolsa de joyas que me había dado Sheerinive y recuperé mi guante. Antes de que Mahura pudiera darse cuenta y con mi mano ya enfundada en el guante, hice un exagerado gesto para que lo viera, señalando su túnica. Al darse cuenta de lo sucedido su cara se volvió osca y desafiante, pero no era para nada un gesto de amenaza, era un gesto de asombro y aceptación y reconocimiento.
- Eres el digno heredero de tu padre Gurlen Cambuyón – Dijo antes de desaparecer entre una nube de polvo y arena.
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