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    • leiriel
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      Decidida a recorrer los parajes que puedan devolverle algún recuerdo de su madre, Leiriel repasa sus provisiones y encamina sus pasos hacia el este, abandonando Anduar.

      Meseta Oriental

      Las mesetas se elevan y permiten una lejana visión al pasajero. Prácticamente se puede divisar la ciudad de Anduar al completo, así como los campos de cultivo del sur y del este de
      la ciudad, mas lejos aún, puedes divisar unas colinas, Ostigurth, mientras que hacia el este se expanden unos páramos faltos de vegetación. En esta zona solo algún que otro aislado
      árbol puedo servir de cobijo ante el implacable sol del verano.

      Leiriel abandonnó Anduar con los primeros rayos de luz, cuando todavía se confunndían con las brumas del amanecer. El invierno no perdonaba, y por los caminos que surcaban la meseta oriental, avanzaba resguardándose bajo su capa, con la capucha calada hasta casi cubrirle los ojos. No era fácil recorrer las largas distancias contra el viento gélido que la azotaba sin tregua, aunque todavía no había llegado lo peor de la climatología. La meseta desolada se le antojaba infinita, pero sus pasos eran regulares y rápidos.
      Más tarde, ante ella, pareciendo de igual modo no tener límites, se sucedían vastas extensiones de páramos. El día mediado, y un asomo de cansancio que rechazó, ignorando el incipiente dolor de sus músculos.
      Los páramos orientales son una vasta extensión de terreno que se expande de norte a sur. En esta zona ya no vive nadie, aunque puedes contemplar algunas ruinas de pequeñas
      edificaciones. Una parece ser una antigua torre de vigilancia, mientras que el resto son ruinas aisladas de algún edificio pequeño, quizás alguna pequeña taberna para los viajeros
      que llegaran a Anduar, mercaderes y comerciantes, que se dirigieran a la ciudad para vender sus productos.

      De nuevo la punzante sensación de soledad, magnificada por el silencio y el paraje totalmente desierto. Leiriel se detuvo un momento para contemplar unas ruinas que no quedaban demasiado lejos, valorando la posibilidad de cobijarse en la torre que se divisaba desde la senda. Pero todavía quedaban unas horas de luz y decidió continuar adelante.

      Horas de marcha, cruzándose de vez en cuando con liebres y cervatillos que no huían espantados al verla, por el contrario, parecía que la contemplaban durante unos instantes. De tanto en tanto, para recuperar el aliento se concedía un descanso, dispuesta a rebuscar algunas hierbas y bayas que luego guardaba en su bolsita. Era poco lo que recordaba de cuanto su madre le había enseñado, pero después de una larga conversación con un jardinero de Anduar que tuvo a bien compartir sus conocimientos, no sin un considerable dispendio monetario, se sentía más preparada para identificar frutos y plantas y conseguir así sacarles algún provecho.

      Ya muy avanzado el atardecer, alcanzó un puente. Asombrada por la magnificencia del paisaje, dedicó unos momentos a contemplarlo, apoyada en el pretil de piedra que se asomaba a una grieta.

      Puente sobre la Grieta de Lhoin

      Excavada por el río Lhoin antes de que las Ered Elen aparecieran cuando las lágrimas de Argan fueron derramadas, modificando el curso del río que pasó a ser conocido con el nombre
      de Iaurduin, esta grieta es una de las más profundas de todo Dalaensar. Bajo ella transcurre la antigua senda que los humanos usaban para comerciar con los elfos.

      No podía perder más tiempo. La noche estaba a punto de echársele encima y Leiriel era consciente de que no podía permanecer al descubierto en medio de ninguna parte. Aceleró sus pasos, sintiendo ya sin poder evitarlo en todo el cuerpo el cansancio de tantas horas de camino.

      Finalmente, la senda la condujo apenas sin percatarse hacia el linde de un bosque que crecía frondoso mucho más allá de lo que la vista alcanzaba.

      Linde Oeste del Bosque de Orgoth- Cruce de Ëarmen

      En este punto del límite oeste del bosque de Orgoth, el camino interior se cruza con el camino de Ëarmen que rodea el bosque en dirección sur.
      La zona es cada vez más abundante en chopos y alisos, seguramente debido a un aumento de la humedad.
      Hacia el oeste se encuentra el fin del bosque de Orgoth y los páramos de Anduar, mientras que al este el bosque se hace más espeso y puedes escuchar el rumor de las aguas del
      Cuivinien.

      Solo al oír el susurro de una corriente de agua, Leiriel constató que estaba sedienta. Aminoró el paso y tomando su odre, bebió despacio. Luego, de su bolsa, tomó unos frutos que había recogido días atrás en el bosque de Naduk y los fue mordisqueando mientras, atenta, buscaba algún lugar donde refugiarse durante las horas nocturnas. El bosque la llamaba con el poder de sus misterios, y Leiriel se aventuró con cautela, atraída sin remedio por la fronda y sus susurros.

      pero no pudo seguir mucho más allá. De pronto seis elfos le salieron al paso y uno de ellos se adelantó, poco amistoso.

      Edhil Faroth
      Un atlético elfo ataviado con ropas grises y una capa élfica señalada por largas travesías a lo largo del bosque. Su porte le descubre como un leal defensor del bosque élfico de
      Orgoth, no en vano pertenece al grupo de soldados de élite de los elfos ayari y silvanos conocidos como Edhil Faroth, entrenados en el arte del combate y especializados en las
      técnicas del bosque.

      Edhil Faroth dice en elfico: se areha avisareavlchu sran vlsraasraón vesravle aechusra laeya huluinnaeevliacichunes vlla chuslaesrae, ánvlaaree cchun chujchu.

      Leiriel fue incapaz de comprender aquellas palabras, pero comprendió que le vedaban el paso, que sonaban ligeramente amenazantes, y volvió sobre sus pasos, apresurada, sintiendo de nuevo aquel rechazo que la hacía empequeñecer por dentro.

      Retomó el camino hacia el sur, bordeando el bosque. La noche estaba a punto de descender, apagando la poca claridad que todavía iluminaba el entorno. Entonces Leiriel captó la presencia de algún animal que parecía seguirla oculto entre los árboles y no pudo por menos que sonreír. ¿Quizás el lobezno? ¿Quizás el oso? Se sintió reconfortada, un poco más segura, y se apresuró cuanto pudo siguiendo el camino.

      Empieza a nevar.

      Camino de Ëarmen

      El camino de Ëarmen rodea el bosque de Orgoth por su linde meridional.
      Un poco de nieve queda a la oabaga de las cunetas del camino.

      Una densa capa de nieve cae sobre los alrededores.

      Leiriel miró el suelo, miró sus botas y alzó los ojos, echando la cabeza hacia atrás. Los copos de nieve le rociaron la cara. Al principio los recibió como una caricia que mitigó el cansancio y el calor de la caminata. Sin embargo, a medida que la nevada se intensificaba, la imposibilidad de ver más allá de su nariz, el paraje desdibujado y la noche que de repente cayó sobre ella, volvieron a hacerla sentirse vulnerable. Se maldijo por la poca entereza de ánimo que la acechaba sin remedio cuando las lunas se hacían poseedoras de Eirea. Profirió algún que otro improperio destinado a sí misma y a su empeño por seguir y seguir adelante, en busca de ni se sabía qué.

      «Sí sé qué busco» -dijo para sí-. «Lo que ignoro es dónde buscar y mucho más aún, qué encontraré.»

      Un gran silencio envuelve ahora el bosque de Orgoth acostumbrado al canto de los pajaros en otras estaciones más cálidas.

      Leiriel se apartó del camino, sorteando lajas de piedra rotas que se habían desprendido del adoquinado, y se adentró cuanto pudo en la margen oriental del bosque. Se sentó envuelta en la capa, apoyada en el tronco de un aliso. Los árboles de las riberas de los ríos eran demasiado altos, no podía sentir la protección de sus ramas y, por lo general, las raíces se extendían bajo tierra, haciéndose visibles muy de tanto en tanto. Había tanto silencio que Leiriel desgranó en voz baja las estrofas de alguna canción que había escuchado en la ciudad, pronunció con dificultad las pòcas palabras de adurn que había aprendido de Alembert y repitió una salmodia de nombres de hierbas y plantas hasta que el sueño la fue venciendo.

      Poco antes de dormirse, vio entre unos arbustos un par de ojos dorados fijos en ella. Y se sintió acompañada.

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