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    • Dhurkrog
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      El camino se le hacía pesado, pero había pasado por cosas peores. Acababa de terminar el rito de su ciudad, y ya era oficialmente un adulto. Ahora se dirigía a la ciudad de Galador, donde pensaba hacerse un nombre. Había escuchado muchas historias sobre varias ciudades, sobre sus gentes y sus gobiernos. Sin embargo, quería verlo con sus propios ojos. Su padre había sido un soldado raso del ejército de las arenas, pero tenía ideas bastante políticas, y conversaba con su hijo de cosas en los que no tenían ni voz ni voto. Pero gracias a eso Haygrim conoció como funcionaba la política, los peligros de la guerra y la importancia de conocer varios puntos de vista sobre una situación, para luego hacerse su propio criterio basado en más de una opinión.
      Era consciente de la tensión creciente entre Orgos y Orcos, y conocía los rumores que decían que el caudillo anárquico tenía la intención de declararles la guerra. Eso era preocupante. Gracias a varios estudios estadísticos realizados por reconocidos economistas orgos, junto con una valoración de las fronteras y otros diversos esquemas, una guerra con la población anárquica podría traer varios problemas para su gente. Esto era inaudito, puesto que siempre las dos comunidades habían mantenido una relación de amistad, con ocasionales tensiones políticas en las que la diplomacia bajaba a una neutralidad con favor hacia la reconciliación. Sin embargo, esto parecía estar cambiando.
      La horda negra parecía estar aumentando su sed de sangre en los últimos tiempos, y se rumoreaba que su caudillo se volvía cada vez más paranoico. Después de una guerra fallida contra Anduar, se lanzaron con toda su furia hacia los Dendritas y Lagartos. Pero no pareció ser suficiente. Esquivó un cuerpo medio reseco en el suelo del sendero. Tenía harapos por ropaje, y su rostro y manos estaban más cuarteadas que un trozo de granito. Un emblema de seldar resplandecía en su hundido pecho. No parecía respirar.
      Aquello causaba admiración en Haygrim. Un Dios semejante, capaz de crear tanto fanatismo en sus fieles, se merecía que le eche un vistazo. Por eso sus pasos le llevaban primero hacia Galador, para presentar sus respetos al Dios Dendrita, y quizá entregarle su fe. Sin embargo, no era tan insensato como para peregrinar sin agua o unos ropajes dignos de él. Echó un último vistazo con desprecio al cuerpo en el suelo, y siguió su camino.
      Siguió pensando en los problemas que traía la violencia sinsentido de la horda. Después de cruentas batallas con los dendritas en las fronteras de galador y Golthur, e incursiones salvajes a los pantanos de zulk, no satisficieron su ansia de guerra, y giraron su mirada hacia los Orgos, que no habían tenido problemas con nadie en mucho, mucho tiempo.
      Preocupado, se acercó a la puerta oriental de la ciudad de Galador. Los soldados de la puerta lo miraron, lo catalogaron como «No Peligroso», y lo dejaron pasar sin echarle un segundo vistazo. Apretó los labios, ofendido. Se haría un nombre en toda la región Norte de Dalaensar, y le harían reverencias y cantarían su nombre al entrar en alguna ciudad. Intentando mantener la cabeza alta, caminó por la ciudad, pasando por el mercado con dirección a la ciudadela. En su camino pateó a algunos pobres sin darse demasiada cuenta. Alguien que no se esforzaba lo suficiente para salir adelante no se merecía su atención.
      Se detuvo frente la entrada a la ciudadela, observando a la docena de soldados que, resplandecientes en su armadura, defendían el acceso. Sonrió con malicia. Un orgo había llegado a la principal Ciudad Dendrita, por el momento. Y iba a dejar su huella. Que se preparen los humanos. Y los orcos… ya vería que hacía con ellos. Tenía que evitar aquella guerra a como dé lugar. Su gente no podía permitirse algo así. Tenía planes, muchos planes. Y los sureños también oirían hablar de él.

    • Dhurkrog
      Participant
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      Miró con renuencia los trozos de pan que se encontraban en el suelo empedrado. Normalmente saltaría a por ellos sin pensárselo dos veces, pero tenía un mal presentimiento. Miró a su alrededor, moviendo la cabeza con frenesí. Volvió a mirar el pan. Con su pequeño corazón latiendo a gran velocidad, saltó del tejado al suelo, abriendo un poco las alas para frenar el aterrizaje. Se quedó paralizado por un milisegundo. Su plumaje gris en el vientre, sumado a una gran mancha negra en el pecho y garganta, su cabeza rojiza con plumas pardas, pico negro y patas rosas formaban en conjunto una elegante figura, que quedó grabada en las retinas del joven orgo con todo detalle. La imagen del ave se encendió con un fugaz resplandor rojizo, que al desvanecerse solo dejó cenizas. Lo mismo ocurrió con el gato que estaba a punto de atacarlo.
      Haygrim salió de su escondite a 30 metros de distancia, y se acercó con una sonrisa de orgullo. Se agachó y enterró los dedos en los montoncitos de ceniza, primero uno, y luego el otro, dejando que corriesen por sus manos hasta caer de nuevo al suelo. La desintegración había sido completa. No fue capaz de encontrar ningún trozo de hueso, piel o material biológico en ellos. Alhmiliad estaría orgulloso. Se reincorporó, y se alejó del mercado hacia la ciudadela, donde residía el hechicero. Una fugaz sombra apareció por un callejón cercano, y se acercó a los montones de ceniza. Era una figura pequeña, completamente vestida de negro y encapuchada. Se agachó y repitió el mismo proceso que el orgo había hecho anteriormente, con la diferencia de que pareció llevarse la ceniza a la boca. Se levantó lentamente, y giró la cabeza hacia donde había desaparecido el aprendiz. Un gruñido casi imperceptible pareció salir de sus ropajes, y luego desapareció en la noche.
      Después de contarle a su Shalafi que había sido capaz de controlar el hechizo de desintegrar en un rayo finísimo capaz de alcanzar a una sola criatura sin tener efecto en cualquier cosa que esté cerca, y que incluso llegó a hacerlo con 2 al mismo tiempo (el ave y el gato) salió al exterior a dar vueltas por la ciudad.
      Se metió en varias tabernas, comprando jarras de cerveza que nunca hacían más que rozar sus labios. Pero sí pagaba rondas completas a los parroquianos, sonriendo con amabilidad mientras hacía preguntas aquí y allí, informándose sobre el gobierno actual, sus «Buenas obras» y «Malas obras», que solían cambiar milagrosamente de acuerdo al nivel económico de los interrogados. Ya se había hecho amigo de un joven noble, que quería ser aprendiz de hechicero. Haygrim le había prometido, con expresión conspiranóica, que su maestro no quería enseñar a los humanos, pero que él adquiriría los conocimientos para el noble, y luego se encontrarían para que pueda transmitirle los conocimientos de aquel día. Así, de una manera fácil, y sorprendiéndose por el bajo nivel intelectual de los humanos, Haygrim se fue llenando los bolsillos a cambio de pequeños trucos de feria.
      Luego de terminar la ronda de la noche se alejó del centro de la ciudad, y fue hasta la posada más importante. Después de saludar con la cabeza al tabernero, después de todo, era quien le servía la comida, subió a su habitación y se sentó en la cama. Lenta pero segura, su intención de ascender en el escalafón de la aristocracia Dendrita estaba dando frutos y aunque sabía que aún le quedaba mucho trecho por andar, el sueño de su padre estaba cada vez más cerca de cumplirse.

    • Dhurkrog
      Participant
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      Se tambaleó peligrosamente al subir las escaleras. Un brazo cerúleo impidió que se despeñase hasta el suelo. Intentó mantener su dignidad, irguiendo la espada y alzando la mirada, pero una repentina arcada lo hizo doblarse violentamente. No vomitó nada, pero las manchas en sus bien confeccionados ropajes delataban que esto estaba sucediendo hace un buen rato.
      Llegó al fin al rellano, donde apoyó una mano en el marco de la puerta de una habitación, mientras respiraba agitadamente. Un ojo enrojecido y lagrimoso se giró hacia el fornido orgo que lo acompañaba, sujetándolo de la cintura.
      – Eres el hombre más fuerte que he visto. ¿Cómo puedes soportar tanto alcohol sin caer redondo al suelo? Creo que voy a morir.
      Soltándose del orgo, se arrojó a la habitación, y se tambaleó hasta una lujosa cama con dosel, donde se perdió entre las cortinas. El orgo permaneció en silencio e inmóvil durante algunos minutos. Por fin, cuando escuchó unos fuertes ronquidos salir de entre toda aquella tela, se introdujo a la habitación con sigilo. se limpió las manos sucias de vómito por una toalla que encontró allí cerca, y luego se puso a revisar cajones y armarios.
      La habitación era amplia, y muebles llenos de adornos y joyas poblaban cada resquicio del lugar. Había un perfume extraño, una mezcla de fragancias que hacía lagrimear al abrumado orgo. Un gran ventanal con marcos de oro dejaba ver un pequeño jardín lleno de flores y plantas exóticas, apiñadas en un terreno de 2×2, mientras que telas de colores chillones envolvían las paredes como pétalos de una flor carnívora.
      Después de no encontrar nada de provecho, aparte de ver cosas que le hacían pensar que, a pesar de todas las razas, el humano podría ser un ser horriblemente asqueroso y despreciable, huyó de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Siguió caminando por el pasillo hasta llegar a una habitación de madera maciza, firmemente cerrada con llave.
      No le había costado mucho, después de un par de semanas de convivir con Rigdar, el noble del que se había hecho tutor entre comillas, invitarlo a una noche de fiesta y desenfreno. Invirtiendo gran parte del dinero que había conseguido estafando al pobre hombre, pudo acompañarlo a una fiesta financiada por otros nobles menos acaudalados, que intentaban sobresalir y crecer un poco en reputación. Obviamente, acompañado por un Ogro Mago, y mostrando pequeños trucos de magia inútiles, Rigdar se rodeó enseguida de aduladores y emocionadas nobles risueñas. Haygrim permaneció en silencio todo el tiempo, sonriendo ligeramente y mirando a todos con expresión misteriosa, mientras el joven humano se llevaba toda la gloria. Fue fácil luego insinuar que debían de brindar por el creciente poder del «Hechicero Rigdar», como se hizo llamar después de que la fama se le subió a la cabeza. Después de un par de horas, la mayoría se encontraban en un estado deplorable. Durante todas las rondas, Haygrim había utilizado el truco que le había enseñado su padre en su tierra. Llevarse la jarra a los labios, mover un poco la garganta, bajar de nuevo la jarra, y cuando nadie esté atento cambiarla por alguna otra vacía en la mesa. Esto hacía que los demás pensasen que se estaba emborrachando hasta las trancas, cuando en realidad permanecía con toda su capacidad intelectual.
      Así, al finalizar la noche, y ya cerca del amanecer, se había ofrecido para llevar al noble a su vivienda, ya que su padre se encontraba en una importante reunión aristocrática. También había estado observando a los demás participantes de la fiesta, catalogando a cada uno según lo despierto que le pareciesen, por si más adelante necesitaba utilizar a alguno.
      Frunció el ceño en una mueca de concentración, mientras movía las manos frente a la puerta cerrada. Se escuchaba un pequeño sonido magnético, pero aparte de eso, todo permanecía calmado. Después de unos minutos levantó la cabeza, y dio un paso atrás con una expresión de orgullo. Mientras la puerta se abría con lentitud, mostrando su interior, los blanquecinos ojos del orgo comenzaron a brillar con intensidad.

    • Dhurkrog
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      Se adentró despacio, solemnemente, con los ojos clavados en un marco al fondo de la habitación. Sus pasos resonaron sobre el pulidísimo piso de madera. La puerta se cerró detrás suyo con un casi imperceptible clac. Aquello debió preocuparlo, pero su cerebro se había convertido en papilla.
      El marco encuadraba un lienzo con una pintura dibujada con hábiles trazos, posiblemente obra de un pintor conocido del imperio. El hombre era alto, de rasgos aristocráticos y tez blanca. Sus ojos, grises azulados semejaban a una tormenta en mar abierto, y contrastaban con su expresión inexpresiva, carente de vida. Solo sus labios se curvaban en una pequeñísima sonrisa ladeada que no llegaba a sus ojos. Su cabello era de un gris ceniza, delatando su edad, que por otra parte no había ningún otro aspecto de su persona que lo delatase, exceptuando un cuidado bigote del mismo color que su pelo. Presentaba una complexión fornida, sin ser demasiado pesada. Bajó la mirada por el brazo derecho hasta llegar a una mano de finos dedos y bien limadas uñas. Dedos que se entrelazaban con otros dedos. Azules, como el cielo despejado en verano. Las manos de una Orga. Las manos de su madre.
      La Orga era pequeña para los cánones de su raza, superando por poco menos de una cabeza al humano que la acompañaba. El pintor había hecho que los ojos de su madre mirasen al noble con adoración y un ligero toque de posesividad. Sus labios, pintados con un suave tono verdoso, haciendo juego con el color de sus cabellos, se encontraban ligeramente entreabiertos, convirtiendo la escena en algo repugnante. Una mascota deseando a un noble que miraba hacia el frente con tranquilidad, sin importarle al parecer quien estaba a su lado. Su mirada se tiñó de rojo mientras pequeñas chispas de energía rodeaban sus apretados puños. Se abalanzó sobre el cuadro dispuesto a destrozarlo con sus propias manos. Eso fue lo que le salvó la vida.
      La daga chocó contra la pared, rebotando sobre el suelo de madera con un ruido seco. Haygrim, a pesar de ser un hechicero en ciernes, había sido entrenado por su padre desde pequeño en la lucha, así que no era un inepto. Cambió Rápidamente de dirección, utilizando el impulso que se había dado para arrojarse a un costado y girar sobre sí mismo, quedando de espaldas a la pared. Desde esa perspectiva observó a su atacante, y también el resto de la habitación, a la que no había prestado atención por el sobresalto del primer momento.
      A diferencia del dormitorio de su hijo, el aristócrata tenía una habitación majestuosa. Las paredes estaban decoradas con pequeños cuadros perfectamente pintados, presentando varios paisajes en sus momentos cumbres. Un atardecer rojo en un bosque, dando la impresión de que las hojas y los árboles estaban teñidos de sangre; un despejado día en la costa de alguna playa; una noche tormentosa al borde de un acantilado con unas cuevas al fondo; etc. Las paredes eran de madera, al igual que el suelo y el techo. Las primeras presentaban tallados intrincados en distintos y variados tonos de marrón, mientras que del último colgaba una araña de candelabros de cristal. La cama era sencilla, y los pocos muebles que poseía la habitación eran del mismo tono amarronado. Una pequeña ventana daba a un pequeño jardín privado, separado del exterior por una alta pared. El problema era que su enemigo defendía la ventana con su cuerpo. Todo esto lo observó de un rápido vistazo mientras recuperaba el equilibrio acuclillado sobre las puntas de sus pies. Lo más preocupante era que no había visto nada que le pudiese servir como arma. La magia era poderosa y destructiva, pero para utilizarla necesitaba tiempo que no tenía. Su atacante ya se arrojaba sobre él.
      Vestido completamente de negro, ocultaba el rostro tras una capucha del mismo color. Un puñal con un sospechoso brillo húmedo en la punta en su mano derecha le decía que sus problemas eran peor de lo que había pensado en un principio. Con el corazón latiéndole a toda velocidad en el pecho hizo una finta hacia un lado, arrojándose hacia el otro cuando su atacante cayó en la trampa. Tenía la ventaja de que era muy posible que lo subestimase, ya que generalmente a los magos les quitabas la magia y se quedaban sin recursos. Pero él tenía un padre soldado, que no había subido de rango por la única razón de que era padre, y estaba solo. Su madre los había dejado, y no podría cumplir con los roles de un militar de rango mayor si quería criar bien a su hijo. Y sí que lo crio bien.
      Cuando el asesino intentó recuperar la dirección de su impulso, Haygrim vio como la manga de su túnica subía un poco por la inercia, dejando entre el guante y la misma un trozo de piel oscura. Piel oscura. Su atacante era un drow, o un semi-drow. No se permitió pensar, y solo se dispuso a actuar. Con su movimiento había conseguido colocar la cama entre él y el asesino, por lo que había ganado algo de ventaja. Se arrojó sobre la cama, empujándola con violencia hacia su atacante. Éste no se lo esperaba, por lo que solo pudo arrojarse hacia atrás e intentar levantar el torso para no ser aplastado. El crujido de la madera al astillarse y los huesos de las piernas de su oponente fueron los únicos sonidos que se escucharon en la habitación. No soltó ni un grito, ni si quiera un gemido. Con un sonido de desgarro, apoyó los brazos sobre la cama y se estiró hacia arriba. Haygrim se arrojó hacia atrás, horrorizado. Las piernas del ser se separaron del torso, mientras éste se lanzaba hacia el frente utilizando las manos como las patas de una araña. La capucha de la túnica se levantó por efecto de la inercia, dejando al descubierto las inexpresivas facciones de un semi-drow en estado de putrefacción. Con un grito ahogado, el orgo alzó el brazo y lo movió hacia un costado usándolo como un látigo. Al entrar en contacto con la criatura, éste intentó aferrarse a él con una mano, mientras el otro brazo levantaba el puñal envenenado. Utilizando el impulso del salto, Haygrim se aferró a su túnica y giró sobre su propio eje, arrojando al ser contra la pared. Saltó hacia atrás con precipitación, cayendo sobre la cama, y mirando al borde del pánico como el ser se reincorporaba y se giraba con una agilidad sobrehumana.
      Cuando la criatura se preparaba para volver a saltar sobre él, algo en la cabeza del orgo hizo clic. De un momento a otro, sus latidos se calmaron, su respiración se tranquilizó, y su mirada se volvió firme. De un rápido vistazo analizó la situación. «Cuando tu vida está en peligro, incluso una pluma puede ser un arma defensiva». En su cabeza resonaron las palabras de su padre. No tenía una pluma, pero quizá sí tenía algo mejor. Concentrando una ínfima parte de su poder en la mano derecha, generó un finísimo rayo de energía desintegradora del grosor de un hilo. Era lo máximo que podía conseguir con milisegundos de tiempo. Apretando los dientes, dirigió el rayo no hacia la criatura, sino hacia el techo. Vio en cámara lenta cómo el no-muerto saltaba hacia él, y cómo la araña de cristal con los candelabros llenos de aceite cortaba su paso. El crujido del vidrio al romperse coincidió con el grito del orgo. – ¿Miute Pyros Sphyes! – 18 meteoros ígneos salieron despedidos hacia el aceite desparramado. Las llamas crecieron con un fogonazo cegador danzando con violencia, y creando sombras espectrales en la antes oscura habitación. El fuego se exparció rápidamente, alimentada por el aceite y la madera rugiendo con furia. Una llama
      bailarina lamió juguetona el aturdido rostro del orgo.

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