Inicio › Foros › Historias y gestas › Expedición a las minas de cristal. Parte III – Los Páramos del Viento Helado
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La partes anteriores de la historia se pueden ver en los siguientes enlaces:
Parte I – El viaje hasta Naggrung
Parte II – Abastecimiento de provisiones
El linde noreste del Bosque de las Llanuras limita con un terreno que, desprotegido por la ausencia de árboles y vegetación más densa, se rindió hace tiempo al frío viento septentrional de la isla que procede directamente del Mar de Hielo.
-Nunca un nombre describió mejor un lugar
Digo en voz alta, más para mi mismo que para Sheerinive, aún así ella me contesta con un leve gruñido. Hay muchas historias que hablan sobre la extensión de terreno que vamos a cubrir. Ninguna es alegre. Hablan sobre los diminutos engendros que lo habitan, sus engañosas sendas y los terribles demonios famélicos que se adentraron y se perdieron por sus caminos, vagando por ellos hambrientos y enfurecidos. Pero, sin duda alguna, el más terrible y letal enemigo en el páramo es el propio páramo. Yermo y helado, arrasado por la ventisca constante del norte, apenas hay lugar para la vida en él.
Me detengo en sus límites junto a la anciana reuniendo el coraje para enfrentarlo, dos pequeñas criaturas en tan gigantesco paisaje. El rostro de Sheerinive revela que sus pensamientos siguen los mismos derroteros que los míos. De repente aprieta con fuerza el bastón y hago lo propio con mi puñal. Reuniendo la confianza más que nunca necesaria nos miramos decididos a entrar pero tan sólo unos pocos pasos y ya empezamos a vacilar, el viento cambió llegando septentrional y la fétida bocanada de aire que inhalamos me eriza los pelos de los pies. Nos volvemos a mirar y la duda asoma en la mirada de Sheerinive, seguro que no es miedo, estoy convencido, debe ser pura aversión por el desagradable olor arrastrado entre jirones de la densa niebla del páramo. Me adentro un poco más en la niebla, a escasos centímetros de Sheerinive que, desconfiando del terreno, empieza a lanzar conjuros de protección rápidamente, contra veneno, enfermedad y frío sobre los dos.
Nos adentramos unos pocos pasos y empiezo a inquietarme, la anciana lanza conjuros de luz sobre báculo de cristal multicolor lo que provoca un efecto hipnótico al cambiar paulatinamente de tono en la luz emitida y añadiendo, si cabe, una mayor sensación de irrealidad al ahogarse los distintos haces de luz en la niebla que los rodea como una lanza se clava en la arena. El frío que penetra en los pulmones al respirar esa maldita niebla viene intoxicado con veneno y enfermedad haciéndonos toser al instante. De repente la anciana se gira hacia atrás y empuña el báculo con ambas manos, desafiante, presta a descargar su magia contra lo que sea. Me separo silenciosamente de ella y rodeo el área de enfrentamiento con cuidado.
¿Lo has oído?
Se comunica conmigo por telepatía y sus pensamientos son tan chillones como su voz.
* ¿Lo has oído? Una voces detrás de nosotros *
* No * le respondo, me sorprende mucho que la anciana haya oído algo que ha pasado desapercibido para mí, los gnomos, que viven en una ciudad estruendosa donde prácticamente todos ellos alguna que otra vez han sufrido una explosión cercana, por lo que es muy común que estén parcialmente sordos. Mi oído, en cambio, es mucho más fino que el de la mayoría de mis congéneres y mejor que el de cualquier gnomo. Aún así agudizo los sentidos intentando detectar cualquier ruido pero nada se oye, solo los pasos nerviosos de Sheerinive que, acostumbrada a actuar desde la protección de su invisibilidad se pone nerviosa al sentirse expuesta y vigilada por alguna criatura invisible.
* Yo no oigo nada, Shee * le digo afectuosamente para calmarla, ella confía en mi criterio y depone su actitud beligerante vuelve a mirar hacia el resto del camino. Por la razón que sea, prudencia o temor hacia el horrible páramo, su voz chillona se ha vuelto un susurro.
-Sigamos – me dice – es este maldito aire, me enferma.
Seguimos avanzando codo con codo, de vez en cuando algún pequeño roce de patas nos alerta pero el avance es tranquilo. Con las horas nos adentramos más profundamente en el páramo y, de no ser por el otro, cada uno de los dos habría sucumbido ya a los trucos mentales a los que te somete el laberíntico páramo pues, durante todo el camino, oíamos a veces uno, a veces el otro, voces hablar a nuestro alrededor en susurros tan bajos que no se entendía siquiera la lengua que hablaban, pero sin duda eran voces.
Poco a poco la respiración de la anciana es más agitada, a veces olvido que, a pesar de su energía habitual, sigue tratándose de una anciana por mucho coraje que le ponga los huesos y los músculos que tiene han visto muchos inviernos. Para evitar males mayores y evitar que se sobreesfuerce me hago la víctima y resopló fuertemente.
-Es agotador – digo – andar por esta espesa niebla – resoplo – ¿le importa si descansamos un poco?
La anciana me mira sospechosa, su ego está inflado por la edad y no soportaría que señalara su débil constitución para justificar la parada pero mucho menos que intente manipularla. Finalmente el agotamiento y mi convincente cara despejan las dudas y sonríe afable.
-La verdad es que yo también necesitaría un descanso – concede la anciana.
Inmediatamente, en una ensayada pose cae sobre sus huesos e realiza unos complejos gestos indudablemente arcanos que invocan una esfera de energía que adquiere forma humanoide antes de desaparecer.
Miro el lugar donde estaba la figura y puedo ver como la niebla lo envuelve a pesar de ser invisible. Había visto funcionar anteriormente este hechizo, el sirviente es un ente invisible que cumple las órdenes de su conjurador pero verlo esta vez me deja maravillado, gracias a la densa niebla que nos rodea puedo ver claramente el hueco que produce el sirviente y cómo se mueve lentamente hacia la anciana quien rápidamente le ordena preparar un fuego. Apenas puedo intuir un gesto de asentimiento y el espacio en la niebla, que normalmente alcanzaría la cintura de un humano o el pecho de un enano pero que, a nosotros dos nos cubre casi completamente los hombros, se mueve en busca de leña para iniciar la tarea encomendada. El tiempo se vuelve eterno en la ceguera que produce nadar en esa putrefacta ola de frío que empapa la ropa y llena los pulmones con su fétida esencia. Al rato, no se decir cuanto, el ruido inconfundible de unos pocos palos golpeando el suelo nos saca del silencioso ensimismamiento en el que nos hemos visto ahogados. Sheerinive, recuperando el sentido se abofetea el rostro como si quisiera despertarse y me doy cuenta que yo también estoy sumido en una especie de trance somnoliento que me hace moverme lento y pesado, imito su gesto e instantáneamente mis sentidos se despejan desentramando la telaraña que los inmovilizaba. La gnoma, impaciente por recuperar el calor enciende los leños juntando sus manos en arco que canaliza una llamarada contra los troncos que arden instantáneamente. Por el rabillo del ojo veo sombras acechantes que retroceden rápidas, asustadas por las llamas. No sé si saber que el fuego les ahuyenta me tranquiliza o si ver lo cerca que estaban sin haberlas detectado debería ponerme más alerta. Me acerco al fuego con la anciana que, casi con avidez, extrae de su petate una pequeña petaca de base nacarada y busca metálica. Vuelca un largo chorro en una sencilla lata de hojalata que había colocado junto al fuego para entibiarla y cogiéndola con ambas manos da un largo trago. El fuerte olor mentolado es relajante y una bebida caliente para calentar los huesos ateridos por el frío resulta apetecible así que sin dudar acepto la taza vacía que me ofrece y la coloque de igual manera junto al fuego. Al poco la llena del licor y, en un inaudito silencio entre un gnomo y un halfling compartimos la bebida. Cuando acerco la taza a mi cara la nariz se me empapa de la frescura de la menta y casi empiezo a sentir desvanecerse el cansancio, incluso respiro mejor. Sheerinive ordena a su sirviente que vigile la zona y sin cambiar de postura, sentada todavía sobre el frío suelo, parece relajarse mirando el fuego y bebiendo de su taza. Su contagiosa tranquilidad me afecta y me quedo absorto yo también, mirando el fuego y dejando vagar mis pensamientos sobre la campaña que nos espera. Casi sin darme cuenta voy entornando los ojos y parpadeo un par de veces. Debería decirle a la anciana que se vuelva invisible. Debería reducir el fuego aunque con tanta niebla es difícil que nos detecten. Deberíamos turnarnos con el sirviente.. invisible … para. .. descansar.
Parpadeo rápidamente, la luz que atraviesa la niebla con el fulgor del alba parece disipar levemente, me recupero de la confusión del sueño rápidamente. Estoy en Naggrung, en los páramos del Viento Helado, aguzo el oído pero no hay ningún sonido próximo, aunque a una distancia moderada un gran animal se desplaza lentamente, con torpeza. Apostaría por un herbívoro rumiante. Me levanto ligero y miro a mi alrededor, el alba reduce la intensidad de la niebla pero estoy tranquilo. ¡Joder! me digo ¡Mira que dormirme! Estoy enfadado conmigo mismo pero parece que no ha habido mayores consecuencias, nuestros bultos siguen en su sitio y la gnoma…. Bueno, debe estar invisible. La llamo en voz baja para no sobresaltarla pero no recibo respuesta. – ¡Anciana! – repito, intento enviarle un mensaje telepático pero tampoco lo contesta aunque lo recibe por lo menos y eso me tranquiliza levemente. Empiezo a reavivar los rescoldos de la pequeña hoguera que nos dió calor toda la noche y, quizá por su origen mágico, resurge con facilidad. Mientras pienso en el desayuno un golpe telepático de la anciana me llega y la urgencia en su voz es apremiante * Ciudad *
Me dice. ¿Ciudad? Me pregunto. El mensaje enigmático sólo puede deberse a dos razones, se pasó con el licor mentolado anoche y ha perdido el norte o… se encuentra en problemas, tan graves que apenas reúne tiempo para concentrarse en enviar un mensaje más largo.
¡ Ciudad maldita ! resuena en mi mente de nuevo, esta vez más claro, más contundente, con mayor urgencia. ¡Joder! repito para mí mismo, la maldita anciana tiene una facilidad pasmosa para necesitar rescate, cojo mis pertenencias básicas y miro todo el equipaje con preocupación, ¡no puedo dejarlo todo ahí! ¡Hay tantas cosas!
De repente los paquetes empiezan a levitar y desaparecer ¡Vaya! ¡El sirviente invisible sigue por aquí! Cuando termina de recogerlos se coloca detrás de mí, como si esperara para avanzar. Apenas puedo suponerlo por el vacío que dibuja su cuerpo en la densa niebla. Avanzo tres pasos y tres pasos se acerca a mí. Doy cuatro más y cuatro pasos se vuelve a acercar hacia mí. Tranquilizado en ese aspecto empiezo a pensar cómo localizar a Sheerinive. Ella no es especialmente sigilosa, pero la niebla realmente hace difícil distinguir cualquier rastro en el suelo cuando apenas puedo verme los pies. Con decisión vacío un buen montón de almizcle del odre que llevo al cuello y los restriego entre mis manos y mi cara embadurnándome de su esencia animal. Inmediatamente mi vista se agudiza volviéndose tan penetrante que la niebla no me afecta y puedo ver la inquietante cantidad de insectos que corretean bajo la brumosa capa. El oído se me agudiza hasta tal punto que puedo oír como la hierba se corta entre los bocados del rumiante que apenas distinguía anteriormente. Mi olfato me castiga inundándome del hedor del pantano pero también muchos otros olores, de criaturas de muchos tipos, de sangre también, de cadáver… Todas mis percepciones se combinan para permitirme ver claramente cómo Sheerinive se marchó hacia el norte, salgo disparado en esa dirección y puedo oír todavía, mientras se desvanece el efecto, los cachivaches que golpean entre sí mientras el sirviente invisible de la maga corre tras de mí. Avanzo rápidamente durante más de una hora pero no vislumbro ninguna ciudad, sin embargo sé que ando por el camino correcto, los cadáveres electrocutados, chamuscados, los engendros cegados o los montones de ceniza que la gnoma ha ido dejando en su avance son prueba de su capacidad destructiva y de su paso reciente. El gigantesco cadáver de una criatura ovalada con el estómago volatilizado desde dentro me hace pensar que el desafortunado monstruo tuvo el atrevimiento de engullir a la anciana. Impasible la silueta del sirviente se ha detenido a mi espalda, le pido que recoja ceniza pero me ignora, la gnoma debió darle unas órdenes precisas en su momento y por ello me sigue, pero olvidó ordenarle que me obedeciera. Respiro hondo con el resuello recuperado y continúo siguiendo el rastro de cadáveres por los páramos. El incontable número de restos me hace pensar que la gnoma atrajo hacia sí con sus fuegos y relámpagos un gran número de bestias, eso debe haber agotado sus energías.
En ese momento salto hacia atrás sorprendido, una puerta gigantesca aparece en el cielo, con muros que se extienden de norte a sur y, como si yo fuera un espectador prodigioso y volador, veo una veintena de Sheerinives atravesando las puertas, hago ademán de llamarla pero comprendo a tiempo que se trata de una ilusión de la gnoma. Presto atención para no perder detalle e intentar comprender qué sucede cuando las gnomas me miran directamente y grita: ¡Gurlen! ¡No tardes!. Las réplicas miran entonces hacia las afueras de la ciudad y lanzan una bola de fuego gigantesca que envuelve una docena de criaturas monstruosas, una de ella estira sus tentáculos y atrapa varias de las réplicas que desaparecen al ser golpeada. Las imágenes restantes se giran y corren, junto a la original, hacia el interior de los muros y mi punto de vista se transforma: De ser un espectador volador empiezo a verlo todo desde los ojos de una de las imágenes de Sheerinive. Somos una docena y estamos corriendo por una avenida principal de la ciudad, que parece abandonado. Nos giramos y la cantidad de criaturas que nos están persiguiendo es incontable, miramos adelante hacia lo que parece ser un cruce entre dos avenidas principales y giramos a la izquierda, inmediatamente entramos en la primera puerta que veo y nos encerramos dentro. Miramos nuestro orbe, el que usamos para restaurar la energía que acumulamos para los momentos agitados y está completamente vacío. Nos calmamos y con unas pocas palabras nuestros cuerpos se desvanecen volviéndonos invisibles. Dejo de ver al resto de imágenes, incluso a mí misma. Intento ir hacia la puerta pero el número de criaturas buscándome fuera es incontable, una de ellas entra con salvaje ansia en la casa que me sirve de cobijo, me mira directamente, en realidad a través de mí. Es parecido a un gigantesco mosquito con miles de tentáculos en su base que agita nerviosamente intentando localizarme, por suerte son lo bastante cortos para poder evitarlos. Parece detectar mi presencia de alguna manera e insiste mientras voy esquivándole hasta que se rinde y sale cerrando la puerta tras de sí. Miro el pomo con duda a través de una abertura en la pared veo el número de criaturas acechantes en el exterior y me siento en el suelo, miro mis propios reflejos y los veo extenuados, igual debo estar yo.
En ese momento se interrumpe la ilusión y parpadeo, casi había perdido la noción de mi propia persona. La hechicera es realmente una experta en crear esas ilusiones y me había absorbido de tal forma que estaba olvidando mi propia identidad. Repaso mentalmente lo que he aprendido, entró directamente hasta una gran intersección y allí giró a la izquierda escondiéndose en la primera casa, y allí debo encontrarla, agotada e invisible.
Sigo pensando y hasta donde yo sé, la gnoma no puede formular sin volverse visible de nuevo, así que debe estar visible ahora mismo. Escondida allí. Saco mis puñales favoritos y los hago rotar en el aire hasta coger las empuñaduras con las hojas apuntando al suelo. La maldita gnoma va a necesitar de toda mi destreza así que me concentro y me lanzo a la carrera tras la estela de cadáveres en busca de la ciudad abandonada.
Por fin, en la lejanía, por encima de la niebla, veo los altos muros de mi visión. Dejo de correr y empiezo a avanzar sigilosamente, lamentablemente el sirviente invisible no parece comprender la situación y me sigue. No puedo verlo pero sí oír todo el ruido que hace al avanzar, de hecho no soy el único que le oye y tres pequeños diablillos, empuñando dagas de hielo, se acercan por la zona, con ese ruido infernal va a ser imposible avanzar en silencio y bufando exasperado me lanzo contra el primero de ellos clavándole la daga junto al corazón, el daño es letal y puedo ver como se apaga la vida en sus ojos zafiro todavía ignorantes de qué ha sucedido con su mísera vida. Los otros dos se giran alarmados e intentan atacarme cada uno por un flanco, el de la izquierda parece el cabecilla e incita al otro para ser el primero y distraerme, puedo ver su miedo pero aún así obedece. Craso error. Su golpe es lento e inofensivo a pesar de dirigirse a mi garganta, lo esquivo fácilmente y le concedo la ilusión de pensar que ha errado por poco permitiendo que su daga helada pase a escasos milímetros de mi nuez. Eso acrecienta su confianza y la segunda estocada es más sanguinaria pero deja completamente desprotegidos los costados de la criatura. Me agacho velozmente y la daga pasa por encima de mi cabeza mientras lanzo ambos puños hacia atrás para, implacablemente, apuñalar los pulmones de la criatura con dureza. El daño causado, lo sé antes de escuchar su alarido de dolor, es definitivo, y estalla en una nube de esquirlas heladas que caen sobre mí cegándome momentáneamente. El último diablillo aprovecha ese instante para abalanzarse sobre mí, pero que me haya quedado ciego no significa que esté incapacitado, oigo sus pasos acelerados y el gruñido del salto cuando se lanza sobre mí. Aprovecho que ya estoy agachado para rodar sobre mi hombro izquierdo y, al incorporarme de nuevo, aprovecho la inercia de mi torso para descargar mi brazo derecho al lugar que ocupaba hace medio segundo. Acierto de pleno en el pecho del ser pero aún así quiero más y continúo rotando para lanzar un golpe con la izquierda y, con una vuelta completa sobre mi propio eje, vuelvo a lanzar mi derecha contra el objetivo. Todo ha transcurrido en apenas un segundo y medio pero la criatura sabe que está muerta cuando me mira rabiosa a los ojos antes de exhalar su último aliento helado.
El terrible viento que se levanta arrastra la niebla en jirones que juguetean contra mi figura desafiante, bajo la arcada principal del acceso a la ciudad y gruño poseído por el salvaje afán de combate. Empiezo a correr permitiendo que los ruidos del sirviente, a modo de campana, atraigan a nuevas criaturas al combate. Me dejo inundar por el instinto salvaje del depredador, pierdo la razoń y todo sentimiento, solo una implacable furia me guía ahora mientras, uno a uno, voy aniquilando todo tipo de criaturas que salen a mi encuentro, parece que la horda de engendros que perseguía a Sheerinive se ha repartido la ciudad para encontrar a la gnoma lo que me facilita la tarea regulando el flujo con el que van apareciendo. Además existen otras criaturas no-muertas, quizá las torturadas almas de los habitantes de la ciudad, que vagan por la misma presas del odio por la vida pero no son freno para mi. Cuando llego a la intersección mi cuerpo esta marcado por docenas de pequeñas heridas de las que apenas tengo constancia, todavía hay un gran número de criaturas aquí y en mi rostro, bañado en sangre, una escalofriante sonrisa se dibuja ante el placer de la matanza de tanta abominación a los ojos de Eralie. No me he parado a contar, quizá sean demasiadas, no importa, es mi cometido.
En realidad no tengo consciencia de cuánto tiempo he estado combatiendo, miro alrededor y no queda una sola criatura viva, solo Sheerinive con cinco réplicas. Retales de mi memoria me permiten recordar que hace un rato se unió al combate y me gritó algo que no fui capaz de comprender. La masacre es evidente, y al mirar mis manos chorros de sangre, amarilla, verdosa y mi propia sangre roja se entremezclan. Me doy cuenta también que mis manos tiemblan con fuerza, y que, en realidad, estoy agotado. Sheerinive me mira con cierto temor a una distancia considerable, de repente el mundo parece inclinarse y la gnoma empieza a correr hacia mí antes de que todo se apague, por fin.
Me despierto parpadeando y las desnudas ramas de un sauce sin vida cruzan rápidamente por encima de mi cabeza, intento ubicarme y me doy cuenta de que estoy en movimiento pero no al trote brusco de una montura ni el traqueteo regular un carromato, me deslizo con suavidad, como si fuera en un río, pero no me estoy meciendo ni tampoco oigo agua, sólo un suave zumbido. Noto mi puñal en el cinto y eso me tranquiliza. Me incorporo agotado y miro mis manos, enguantadas en un vendaje improvisado que se ha empapado en sangre. Cierro los puños con fuerza intentando determinar si hay alguna lesión pero gracias a Eralie no hay mayor trascendencia que las magulladuras superficiales. Mirando a mi alrededor descubro a la gnoma andando delante de mí con tranquilidad, apoyándose en su bastón multicolor, que casi le dobla en tamaño, con una sonrisa sádica en el rostro que resulta inquietante. Sus pasos son cortos y rápidos, pero sin apresuramiento, yo le sigo flotando entre los enseres de nuestro viaje y, al mirar bajo mí, descubro que estoy siendo transportando en un disco flotante de energía. Desentumezco rápidamente mis extremidades para saltar a su lado, se gira sorprendida y su expresión se vuelve más amable.
-Indescriptible – me dice – una exhibición que Aldamare cantaría por tantos inviernos como años tiene.
Comprendo que se refiere a la violenta carnicería que tuvo lugar en la ciudad abandonada de Rekins’thar y la vergüenza y el orgullo se entremezclan. No es habitual que pierda el control pero sé lo devastador que puede resultar. A pesar de ello respondo con humildad:
-Lo siento, no sé qué pasó, perdí los papeles.
Ella me mira como si leyera dentro de mí pero no dice nada al respecto cambiando de tema:
-Debemos estar terminando, el terreno es cada vez más firme y nos acercamos a los cerros orientales. ¡Mira una bifurcación! Quédate quieto y observa, te vas a sorprender.
Extrañado sigo sus instrucciones y la gnoma se acerca al cruce y se planta a igual distancia de ambas salidas. El tiempo pasa despacio y la anciana, que parece decepcionada carraspea con fuerza. Nada sucede y carraspea de nuevo mucho más fuerte. En ese momento un diablillo del frío aparece entre los arbustos empujado por otros que rápidamente vuelven a esconderse. El diablillo mira a la anciana temeroso pero empieza a levantar un dedo cuando me ve y muda su expresión al mayor espanto, cómica a más no poder mientras lanza un gritito agudo de rata. Se da la vuelta y empieza a correr hacia la protección de los arbustos pero varias manos aparecen desde la jara para detenerlo y darle la vuelta de nuevo. Con evidente temor el diablillo se gira y su dedo vuelve a levantarse lentamente, temblando, hacia una de las direcciones en la bifurcación.
-Gracias monstruito – le dice Sheerinive.
En ese momento la criatura de un salto se zambulle en la jara como si fuera una charca profunda en la que nadar y desaparece.
-Llevan guiándonos hacia la salida de este laberinto desde la batalla – dice Sheerinive riéndose -. Creo que quieren librarse de nosotros – y vuelve a reír a carcajadas.
Me doy cuenta que ahora se ríe de mí porque he abierto tanto la boca que me duele la mandíbula, nunca había visto ese comportamiento en este tipo de criaturas. Gracias a la guía avanzamos sin error a través del complejo laberinto del páramo, cada vez estamos más cerca de los cerros aunque no siempre avanzamos hacia ellos. Ninguna otra criatura nos molesta, y al final me acostumbro a ver al tímido diablillo aparecer para indicarnos la salida. A pesar de su temor sus ojos siguen hirviendo de odio, ya veremos por cuánto tiempo gozamos de este salvoconducto.
Tras un par de horas más el suelo empieza a ser más firme y la niebla más dispersa. Deduzco que realmente nos acercamos a la salida pero un pinchazo agudo tras la oreja me pone tenso y me saca de mi estado de relajación. La gnoma parece no percibirlo y avanza escasos pasos delante de mí. Dejo que se aleje con su incansable parloteo sobre las propiedades de las hierbas que va encontrando por el camino y me deslizo sigilosamente fuera del camino. Le sigo unos metros camuflado por la breña y ante el que pudiera ser perfectamente el último codo del camino se detiene y adopta una posición defensiva. Se gira para buscarme con la mirada y al no verme sonríe casi con crueldad y comienza a formular un hechizo. Reconozco la letanía pues su voz chasquea como rocas entrechocando al recitarla y es uno de los más sorprendentes hechizos que he visto jamás. Una brecha en el aire empieza a formarse frente a ella del que emergerá, si completa el hechizo, un elemental hecho de tierra. Sheerinive solo recurre en contadas ocasiones a este hechizo porque le deja extenuada e indefensa por unos instantes por lo que el enemigo debe ser formidable. Aún así se expone y, deduzco, espera que yo cubra su estado de agotamiento mental al finalizar. Avanzo entre la maleza con velocidad descuidando mi silencia ligeramente para poder visualizar el escenario adecuadamente. Los diablillos, eso es cierto, nos han guiado hacia la salida, pero quizá nos hayan enredado el tiempo suficiente para reunir fuerzas y preparar la emboscada en la salida. El número de hostiles no es alarmante pero sí preocupa el tamaño de uno de ellos. Un diablillo del frío, de igual aspecto pero diez veces más grande, bloquea la salida acompañado de una docena de sus esbirros. En vez de una daga de hielo, como suelen llevar el resto, empuña una estalactita a modo de porra.
Sheerinive finaliza su conjuración y a su mandato una mole pétrea surge de la brecha interdimensional. El esfuerzo le aturde y se inclina agotada apoyándose con ambas manos en el bastón. Ese momento de debilidad es el que aprovechan dos de los diablillos para saltar sobre ella. Parca estrategia pienso, de haberse lanzado todos le habrían puesto en peligro pero sólo van dos, eso me da tiempo para rodearlos mientras la gnoma sobrevive en la maraña de réplicas que le rodean. Los diablillos las golpean y las van haciendo desaparecer una a una pero hay casi una veintena y no dan con la original. Finalmente llego a su retaguardia y sin dilación me dirijo a por la espalda de la bestia gigantesca. Debe medir 8 o 9 metros pero salto sobre su cintura y trepo rápidamente un par de metros más para buscar una posición más próxima al corazón. El gigante tiene la piel helada, como nieve endurecida por el paso de un ejército sin embargo mi hoja la atraviesa con facilidad antes de que se percate casi de mi asalto. Su grito de dolor y rabia atrae la atención de los que están más abajo que retroceden al verme, asustados sin duda, pero entre su número y el grandullón que con aspavientos intenta arrancarme de su espalda se envalentonan de nuevo y cierran filas a mi alrededor.
Esquivo el primer y segundo zarpazo del gigante y al tercero salto al suelo, una mano y una rodilla al suelo, la otra pierna flexionada como un resorte para saltar de nuevo y el puñal en la espalda. Entre las piernas del monstruo puedo ver que Sheerinive se está recuperando y ha ordenado al elemental que le proteja mientras se ceba con uno de sus dos atacantes y se regeneran las imágenes que le protegen. Me rodean diez de ellos y utilizo las piernas del gigantón para cubrir diferentes flancos mientras el gigantón, incapaz de verme, intenta andar hacia atrás para sacarme de allí y poder atacarme mientras lanza pisotones ciegos. Uno de los diablillos se deja llevar por el ansía y se lanza contra mí intentando apuñalarme, le esquivo ágilmente y veo mi oportunidad para asestarle una buena puñalada entre la segunda y la tercera costilla sin embargo, al fallar contra mí ha pinchado al gigantón que moviendo la descomunal porra de hielo que empuña con una velocidad inesperada le golpea arrojándolo más de cinco varas de distancia. Aprendo rápidamente la lección y me desplazo hacia la mano izquierda, lo más lejos posible de la maza mientras ruedo para evitar que me aplaste con su enorme pezuña. Por el rabillo del ojo veo a la gnoma que acaba de desintegrar al segundo diablillo que le enfrentaba. Delante de ella, corriendo hacia mi posición con su cabeza dirigida al gigante para embestirlo está la mole de roca y tierra que ha conjurado. Su altura es considerable pero apenas debe llegar al diablo de frío a la altura del pecho y decido que es mi momento de actuar. Enarbolando mis preciados puñales, uno en cada mano, salto con fuerza intentando colocarme entre las rodillas del monstruo, y lanzo dos tajos en las corvas para hacer flaquear su resistencia a la embestida del elemental, me he arriesgado al exponerme porque ahora soy presa fácil para los pequeños diablillos que ven la oportunidad y se lanzan contra mí. El cálculo ha sido perfecto y cuando la locura por la sangre bañaba sus ojos se ha producido el encontronazo del elemental y el gigante que caen sobre ellos aplastándolos. El mismo choque me arrastra a mí también pero un vigor mágico me inunda proveniente del puñal de cristal y me permite apartarme de la caída con rapidez para salir ileso acelerando mi metabolismo. Ignoro los objetivos más pequeños y lanzo, esta vez sí, una puñalada letal al gigante caído. La bestia abre los ojos sorprendido comprendiendo que la vida se le escapa a borbotones por la garganta y tumbado cara arriba como está, con el elemental de rocas sobre él intentando golpearle, aún reúne fuerzas y lo coge por el torso con ambas manos desgarrándolo por la mitad hasta hacerlo estallar.
Los esbirros que le acompañan están magullados pero todavía están los nueve, se miran asustados al ver al gigante caído pero un rugido de la gigantesca criatura indica que todavía no está vencido y se empieza a incorporar. Retrocedo y me pongo codo con codo con Sheerinive. El monstruo parece recuperarse con una rapidez inesperada y únicamente pierde sangre por la por la pierna donde clavé el puñal de cristal. Registro mentalmente la aparente debilidad y lo empuño con mi diestra, mi mano hábil, para lanzar la próxima puñalada con él. Entonces la gnoma da un paso adelante:
-Prepárate – dice, y su cabeza apunta al gigante. – Es mi turno, llamaré su atención.
Entonces empieza a gesticular y recitar algo que no comprendo hasta que le veo como su aspecto muta, y en vez de ser 18 réplicas exactas nuevos gnomos empiezan a rodearle brotando de la nada, diez o doce a cada instante hasta ser un grupo de varios cientos de furiosos gnomos. Inmediatamente después conjura una bola de fuego sobre los adversarios que gritan de dolor, incluido el gigante que se convierte en su escudo, atemorizados como están por el número de atacantes. Sólo el mayor de todos reúne el valor suficiente para seguir luchando y con poderosos barridos de su porra helada va golpeando a Sheerinive rompiendo varios de sus espejos en cada golpe. Aprovecho el momento para alejarme del foco de su visión y poder apuñalarle. En ese momento Sheerinive junta sus manos y dos grandes abanico llameantes golpean a las criaturas y las más dolidas por el choque caen muertas, el resto tampoco están mejor pero aterradas por el conjuro Forma horrible de Sheerinive y los cientos de furiosos gnomos que la rodean son incapaces de atacarle. Solo un nuevo golpe del gigante vuelve a acabar con varias de las imágenes de Sheerinive. Me acerco sigilosamente por detrás a la gigantesca criatura fuera del alcance de su vista y preparo el puñal de cristal para lanzarme contra él de nuevo. Un tercer conjuro de Sheerinive, una llamarada de fuego que les golpea como un estallido acaba con el resto de los diablillos en pie que caen, con sus cuerpo carbonizados, al suelo entre estertores. Únicamente queda el gigante en pie, malherido pero presa de una rabia ligada al dolor y vuelve a golpear a Sheerinive que apenas tiene espejos, esta vez la anciana acusa el golpe y sale despedida a varios cuerpos de distancia. Sin dilación salto sobre su cuello y con ambas manos clavo el puñal hasta la empuñadura en la base de su cráneo. El alarido brutal que profiere su garganta burbujeante todavía por la sangre atraviesa mis tímpanos pero soporto el dolor apretando con fuerza los dientes mientras el monstruo cae al suelo, muerto por fin. Miré hacia Sheerinive que se alzaba dolorida y nos adentramos en las montañas orientales por fin.
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