Inicio Foros Historias y gestas Fuego en las cavernas

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      Ghyrduana pasea tranquilamente por el mercado de Takome, ensimismada con los tenderetes y las ofertes más variopintas. Al llegar a la parte central, observa que Lord Wack, un humano de altura común y ojos castaños, anuncia cual pregonero fanático un mensaje claro:

      Lord Wack: ¡El icor de los dioses! ¡Héroes que no teméis al ardor del fuego, pues lleváis el calor del sol en vuestro corazón, traed el icor de las salamandras del volcán y seréis recompensados!

      La oferta llama la atención de la clériga. Observa la cima del volcán, a lo lejos. Decidida, se dirige hacia allí a probar suerte.

      Cruza la avenida de Moisés y sale por puerta sur. Allí, al oeste, se dirige al bosque de Thorin. No puede evitar cortar algunas hojas y extraer su savia, mientras sus pasos se pierden por el sendero que lleva hacia el pie del volcán, situado en el Monte del Destino.

      Poco a poco llega a un sendero polvoroso. Sigue caminando hacia el norte y a pocos metros, ve que el camino finaliza. Pero Ghyrduana es perra vieja. Aparta una enorme roca que bloquea el camino y descubre un sendero que lleva directo hacia el volcán. Es posible que esa roca no haya caído ahí de forma fortuita… quizá fue puesta adrede para evitar el paso de algún aventurero poco preparado.

      Abriéndose paso a base de mazazo, entre carroñeros, llega a un muro sin aparente salida. Pero Ghyrduana conoce el camino. Se quita su corona del bien, se pone su yelmo de Roc, frota la pluma y… mágicamente su cuerpo asciende hacia la parte norte del volcán. Allí, empuña fuerte su Cetro del bien y se dirige a las cavernas oscuras más próximas a su situación.

      El olor a azufre y a carbón quemado se siente. El calor es algo sofocante, así que decide formular un hechizo de protección de fuego:

      Pronuncia el cántico: ‘major fogos rissas’ y Es cubierta por un aura roja brillante.

      Sostiene firme su cetro del bien y se adentra en las cavernas. Arañas, pequeñas alimañas, rodeores…  la luz llega poco, y puedes distinguir las sombras de algunos pequeños roedores que se han atrevido a habitar estas inhóspitas estancias. También se puede oler sus defecaciones.

      Una salamandra de fuego aparece merodeando, observando a Ghyrduana… con no buenas intenciones. La criatura ígnea se abalanza sobre la enana y esta, detiene su ataque situando el mango de su cetro en la boca de ésta. Forcejean, la salamandra se retira… y aprovechando su figura humanoide, empuña un tridente ígneo. El combate es feroz, la salamandra hiere sin cesar a Ghyrduana, pero su armadura de mithril y sus hechizos de sanación, hacen que finalmente, al desgaste, la criatura caiga malherida a los pies de la clériga, la cual la ha dejado moribunda a base de martillazos y algún hechizo de castigar la mal. Una mancha rojiza adorna el suelo ahora, es el Icor que tanto andaba buscando. La enana lo recoge con sumo cuidado en un frasco y sigue avanzando entre las sinuosas cavernas del volcán.

      De tanto en tanto, se entretiene evitando algún elemental de fuego… no interesa combatir con ellos, son criaturas duras… y su muerte no aporta nada interesante. Distintos son los pequeños demonios… esos sí los castiga a base de golpes y hechizos, los devuelve a su plano. Ya por rencor y odio, no por otra cosa.

      Pasadas las horas parece haber recuperado el icor suficiente, su frasco está lleno. Los combates han sido arduos, las salamandras son criaturas duras, golpean fuerte y hieren con fiereza.

      Agotada, finalmente decide regresar a la ciudad. Desciende el volcán por el mismo sendero que usó para su ascenso, hasta llegar al saliente. Allí, de un salto, cae sobre el sendero sin final aparente. Regresa por el mismo camino, hacia el bosque de Thorin. Baja la senda de Alba hasta Takome y allí presenta el icor a Lord Wack. 50 monedas de platino, un buen pago por el servicio. A parte, los tridentes recogidos serán sacrificados al dios Eralie para obtener su fe y confianza. ¡Nada podía haber salido mejor!

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