Un fortuito encuentro con un tomo de magia fue el desencadenante para mi estudio Necromantico.
No un tomo cualquiera, ni en un lugar cualquiera.
Aún recuerdo aquel olor, similar a la vainilla, que emitían los libros y compendios apilados en las estanterías de la gran biblioteca del castillo de Agnur. Dicho olor se entremezclaba con el latente hedor a muerte y putrefacción de la estancia.
Tiempo atrás, dicho castillo no albergaba tal cantidad de demonios y no-muertos como actualmente, cual es de agradecer el hecho de haber sustraído ese viejo tomo antes de que la «cosa» se agitara en aquellas soledades.
Después de una transcripción apropiada, aquí lo expongo.
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