Inicio Foros Historias y gestas Historia de como giflink llego a ser ciudadano de thorin primera parte

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    • starlet
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      Giflink se internó de un salto en la espesura; sus pies descalzos resbalaban y patinaban sobre la tierra húmeda, la nieve fundida, las hojas de los arboles mojadas; el pecho le ardía al respirar, la sangre le retumbaba en la cabeza. Tropezó, cayó de costado y a punto estuvo de abrirse el pecho con su propia cimitarra inmóvil, jadeando, escrutó el sombrío bosque.
      Hacía sólo un instante ryth el lobo seguía a su lado, de eso estaba seguro, pero ya no había ni rastro de él. En cuanto a los demás, no había forma de saberlo.penso valiente hombre estaba hecho, cómo había dejado qu e le separaran de sus camaradas. Debería haber intentado regresar, pero los orcos andaban por todas partes. Los sentía moverse entre los árboles y su olfato estaba impregnado de su olor. Desde algún lugar situado a su izquierda, le pareció oír gritos, de lucha, tal vez. Procurando no hacer ruido, se puso lentamente de pie. Crujió una rama y se volvió como una centella.
      Una lanza venía hacia él. Una lanza de aspecto feroz venía hacia él a toda velocidad con un enorme orco al otro extremo.
      —Mierda —dijo Giflink Se echó a un lado, resbaló y cayó de bruces; luego se abrió paso entre la maleza rodando por el suelo, convencido de que de un momento a otro sentiría cómo la lanza se le hundía en la espalda. Respirando pesadamente, se apresuró a ponerse de pie. Vio el brillo de la punta, que se lanzaba de nuevo contra él; la esquivó y se escabulló tras el grueso tronco de un árbol. Se asomó por un lado, y el enorme orco soltó un bufido y le tiró una lanzada. Luego volvió a asomarse un instante por el otro lado, se apartó, rodeó el tronco de un salto, salió a descubierto y descargó un rápido golpe con su cimitarra rugiendo con todas sus fuerzas. Con un chasquido, el filo de la cimitarra se hundió en el cráneo del orco pensó había tenido suerte, pero, al fin y al cabo, pensó giflink ya iba siendo hora de tener un poco de suerte.
      El orco seguía en pie, mirándole sin dejar de pestañear. Luego, su cabeza se fue cubriendo de hilos de sangre y empezó a tambalearse. Después se desplomó, arrancando a giflin la cimitarra de las manos, y quedó a sus pies, retorciéndose en el suelo. Giflink trató de agarrar el mango de la cimitarra pero, de alguna manera, el orco seguía teniendo algún tipo de control sobre la lanza y su punta continuaba dando sacudidas en el aire.
      —¡Argh! —chilló giflink al sentir cómo la lanza le arrancaba un trozo de carne del brazo. De pronto, fue como si una nube atravesara su semblante. Otro orco Y de los grandes. Se encontraba ya en el aire con las manos extendidas. Demasiado tarde para coger la cimitarra Demasiado tarde también para esquivarlo. La boca de giflink se abrió, pero tampoco había tiempo de decir nada.
      Cayeron juntos sobre la tierra húmeda, y juntos rodaron por el suelo entre espinas y ramas sueltas, arañándose, aporreándose, gruñendo. La cabeza de giflink se golpeó contra la raíz de un árbol, un golpe tan Inerte que le retumbaron los oídos. Sabía que en alguna parte llevaba unos filos cortos, pero no recordaba dónde. Rodaban y rodaban pendiente abajo mientras el mundo entero giraba a su alrededor y giflink intentaba despejarse la cabeza y aorcar al orco a la vez. No había forma de parar.
      A todos les había parecido una buena idea montar el campamento cerca del cañón. Así no habría ninguna posibilidad de que les sorprendieran por la espalda. Pero ahora que giflink resbalaba sobre su vientre hacia el borde del abismo, la idea había perdido gran parte de su atractivo. Desesperado, trató de aferrarse a la tierra húmeda. Sus manos sólo encontraron polvo y hojas secas. Volvió a cerrar los dedos, pero lo único que atraparon fue aire. Iba a caer. giflink dejó escapar un gemido.
      De pronto, sus manos agarraron algo. La raíz de un árbol sobresalía de la tierra, justo al borde del precipicio. Soltó un grito ahogado y se balanceó sobre el vacío, pero su pulso se mantuvo firme.
      —¡Ja! —gritó—. ¡Ja! —Seguía con vida. Hacía falta algo más que unos cuantos orcos para acabar con giflink Trató de encaramarse hasta el borde, pero le fue imposible. Un gran peso le colgaba de las piernas. Logen miró hacia abajo.
      El cañón era profundo. Muy profundo, y con unas paredes de roca cortadas a pico. Aquí y allá un árbol encajado en una grieta desplegaba su fronda sobre el abismo. Al fondo, muy lejos, el río, turbulento y veloz, discurría bufando y escupiendo espuma blanca encajonado entre abruptos peñascos negros. Mal asunto, desde luego, aunque el verdadero problema lo tenía bastante más a mano. Allí seguía el gran orco columpiándose en el aire, con sus sucias manos amarradas a su tobillo izquierdo.
      —Mierda grito giflink pensó estoy metido en un buen aprieto. Ya había pasado por otros bastante malos y había vivido para contarlo, pero resultaba difícil imaginar una situación peor que aquélla Las manos empezaban a cansársele, los antebrazos le ardían. Nada parecía indicar que el orco estuviera a punto de soltarse. Es más, había trepado un poco por su pierna. En ese momento, el enorme orco se detuvo y lo miró con ferocidad.
      De haber sido giflink el que colgara aferrado al pie del Shanka, probablemente habría pensado: «Mi vida depende de la pierna de la que estoy colgado, mejor será no correr ningún riesgo». Un hombre prefiere salvar la vida antes que matar a su enemigo. Por desgracia, los orcos veían las cosas de otra manera, y giflink lo sabía. Por eso no se sorprendió cuando el orco abrió su enorme boca y le clavó los dientes en la pantorrilla.
      —¡Aaargh! giflink soltó un gruñido y se puso a gritar y a lanzar patadas con todas sus fuerzas con su talón descalzo. Una de sus patadas hizo sangre al orco en la cabeza, pero no por eso dejó de morderle, y, cuanto más fuertes eran sus patadas, más se le escurrían las manos de la grasienta raíz de la que estaba sujeto. Apenas quedaba raíz a la que aferrarse, y lo poco que quedaba parecía estar a punto de romperse. Intentó pensar, abstrayéndose del dolor de las manos, del dolor de los brazos, de los dientes del enorme orco que aún seguían clavados en su pierna. Iba a caer al vacío. Se trataba de elegir entre caer en las rocas o caer al agua, aunque, bien pensado, aquélla era una cuestión que se iba a resolver por sí sola.
      Cuando hay que hacer algo, lo mejor es no demorarlo para no tener que vivir temiéndolo. Eso es lo que habría dicho su padre. giflink afirmó en la roca el pie que tenía libre, respiró hondo y se impulsó hacia el vacío con las pocas fuerzas que le quedaban. Primero sintió cómo se soltaban los dientes que le mordían, luego las manos que le tenían agarrado, y, por un instante, quedó libre.
      Entonces, empezó a caer. Rápidamente. Las paredes del cañón pasaban como una exhalación: un torbellino de roca gris, musgo verde y manchas blancas de nieve giraba vertiginoso a su alrededor.
      giflink daba lentas volteretas en el aire, agitando inútilmente los miembros y tan asustado que ni siquiera era capaz de gritar. El viento le azotaba los ojos, le revolvía las ropas, le arrancaba el aliento. Justo debajo de él, vio al gran orco estrellarse contra la pared de roca. Lo vio quebrarse, rebotar y caer desmadejado; muerto, sin duda. Una visión muy grata, pero su satisfacción duró poco.
      El agua se alzaba ya para acogerle. Le embistió el costado con la fuerza de un toro, le dio un puñetazo que le vació los pulmones, le quitó el sentido, lo sumió en una fría oscuridad. Continuara… 

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