Inicio Foros Historias y gestas Historia de Khanon el Salvaje

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    • Anónimo
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      Khanon era hijo de un soldado borracho y una orca desentendida que trabajaba en la sastrería del tercer nivel de la fortaleza. Nótese que “era”, pues quedó huérfano a temprana edad. Su padre murió accidentalmente de un resbalón al descender las escaleras del segundo nivel de la fortaleza en un avanzado estado de embriaguez. Dicen que se golpeó la cabeza contra el pomo de la barandilla con tal violencia que no volvió a despertar. Su madre desapareció, sin más. En la fortaleza los más supersticiosos señalan que es mal augurio que tus progenitores mueran accidentalmente. Dicho esto… nadie consideró que Khanon fuera a obtener gloria de ningún modo. Total, fue vendido como esclavo en Golthur y llevado a Galador (en aquellos tiempos había paz entre ambos reinos), a trabajar en un molino de Alell, en substitución de una mula que había muerto de sobreesfuerzo, empujando la rueda del molino.

      Las primaveras y veranos pasaron y Khanon se acabó acostumbrando a aquel lugar. La faena era sencilla, empujar la rueda del molino. A cambio recibía ropajes, pienso de engorde para cerdos y restos de comida varia si el dueño estaba de humor.  Poco a poco, Khanon fue jubilando al resto de asnos, esclavos y desdichados que iban pasando por allí. Poco duraban… el que más, unas semanas. El que menos, lo usaban el mismo día para dar de comer a los huargos. Como decía, los años pasaron y finalmente Khanon se convirtió en un orco corpulento, fornido y tan estúpido como cualquiera de sus antiguos compatriotas.

      Cierto día, el dueño del molino observó a Khanon trabajando en el molino. Era un hombre algo rechoncho, pelirojo y de larga cabellera y barba. Se sentó sobre la rueda y con el látigo en mano (utensilio que usaba como símbolo de mando, más que como instrumento castigador) le dijo al orco:

      Dueño: Khanon, he tenido una idea que podía hacernos ganar más dinero que moler grano.

      La respuesta del orco fue sencilla: Molino bien. comida bien. Grano plaf.

      El dueño se situó en frente del orco. Luego, con voz lenta y gesticulando de manera exagerada volvió a decir:

      Dueño: Molino Bien. Khanon combatir, más dinero, más ganancias, tu libre  y ambos beneficio. ¿Entender?

      Khanon: Molino bien. Comida bien. Grano plaf.

      El dueño del molino se rascó la cabellera. Observó a su alrededor y agarró el cráneo de un antiguo trabajador. Luego se lo mostró a Khanon y le dijo a la vez que golpeaba el cráneo y lo rompia a pedazos:

      Dueño: Khanon aplastar, Khanon más comida.

      Khanon meditó unos instantes y finalmente respondió: Combatir bien. Comida bien. Enemigos Plaf.

      El dueño del molino sonrió. De un salto, se bajó de la gigantesca rueda de troncos y piedras y montó su caballo. Estuvo varios días ausente hasta que en la tercera luna apareció. Abrió con cuidado la celda de Khanon y le ordenó que montara en un carruaje desaliñado movido por dos caballos. Khanon no hizo maletas (seguramente no sabía ni que era una). Se subió en el carruaje y acompañado por su “amo”, ambos se dirigieron hacia el noreste, hacia la ciudad de Galador. Nunca antes había estado en la ciudad, solamente había conocido Golthur y Alell. Tras pocas horas de viaje llegaron a la fortaleza de Galador. El carruaje se detuvo en las puertas y sendos viajeros se bajaron. En la entrada de la fortaleza, el dueño del molino mostró unos papeles a los guardias y estos le permitieron la entrada. Khanon, iba sujeto por unas cadenas que le ataban muñecas y cuello. Observaba todo con detenimiento. Los muros, la gente…

      Sin embargo, nadie le prestaba atención a él. Como el que evita observar a un indigente para no darle propina, la gente evadía su mirada.

      Khanon fue dirigido a través de la fortaleza hasta la puerta norte y luego, paso a paso, hasta las minas de Oro. Allí, el dueño del molino habló con unos extraños sin dejar de señalar a Khanon. Estos, agarraron las cadenas de Khanon y lo condujeron hacia un lugar extraño: Un foso enorme, rodeado de gente y con un humano sentado al otro lado del foso. Allí, obligaron a Khanon a sentarse y a observar al humanoide al otro lado. Desorientado y perplejo, Khanon no entendía nada. Pero por una vez pudo contemplar como todo el mundo le observaba. Era como el centro de atención. Lo que ocurrió a continuación… es otra gesta.

    • Anónimo
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      Khanon se vio envuelto en gritos de apuestas y maldiciones que harían temblar al mismísimo Gurthang. Aún medio intimidado por todo aquel panorama, nuevo para él, fue arrojado al foso de una patada. Cayó torpemente y tras de él, una cimitarra mal afilada le golpeó la cabeza. Sintió como todo a su alrededor daba vueltas. De algún modo, todo aquello le recordó al molino: gira, gira, gira…

      De súbito su enemigo, un humano de complexión recia y poca habilidad con las armas, arremetió contra el con un grito desesperado. Khanon no era muy inteligente… pero era lo suficiente listo como para saber qué lado de la cimitarra era el que cortaba y cual no. Así pues, agarró con sendas manos su arma y calculando la velocidad de su enemigo y la distancia… falló estrepitosamente su intento de golpe, cortando el aire frente a él. Pensó para sí mismo: ¡Maldición, me falta maestría!

      Su enemigo se abalanzó empujando a Khanon contra la pared, el cual sintió el dolor en cada una de sus vértebras. Acto seguido, Khanon agarró el brazo de su rival y de forma violenta y poco pulida, se lo torció hasta ver a su enemigo escupir un grito de dolor a escasos centímetros de él. A continuación, observó su cimitarra, a su rival… de nuevo la cimitarra, el rival… y alzando su brazo como si Gurthang fuera a tenderle la mano para sacarlo de allí, hundió el pomo de la cimitarra en el cráneo del desdichado esclavo. Sus ojos se salieron de las órbitas y el público más cercano notó su rostro impregnado en sangre.  Se hizo un silencio durante un breve instante. El cuerpo del humano cayó al suelo como un títere al que le han cortado los hilos. La gente enloqueció, los gritos aumentaron y el dinero corrió de mano en mano como la cerveza corre hacia una cantina enana.

      El dueño del molino saltó a la arena, alzó el brazo de Khanon y gritó: ¡Aquí le tenemos! ¡Khanon, el trepanador!

      Un fuerte dolor de cabeza le vino a Khanon. Fue acompañado a las afueras de aquel lugar. Recibió un plato de jabalí asado y lo devoró en pocos segundos como si fuera la última vez que fuera a comer en su vida.  Khanon entendió el mensaje. El mundo era un lugar cruel, pero poco le importaba. Si podía reventar a desdichados y ganarse un buen plato de comida, ¿por qué no? Aquello era más de lo que le ofrecía dar vueltas todo el día empujando un molino a cambio de pienso.

      Las semanas pasaron y Khanon se fue haciendo un lugar entre los luchadores. Fue perfeccionando su estilo de lucha y llevado ante los mejores maestros para aprender el dominio de la cimitarra. Algunos entraban por su propio pie y salían de allí en dos mitades bien diferenciadas. Otros, con armaduras barrocas, salían hechos una muestra de carne y metal digno de un museo de arte abstracto.

      Cierta noche, el dueño del molino iba tan borracho que no sabría diferenciar en que lado de la cama se fuera a orinar. Se acercó a la jaula de Khanon y la abrió. Le dio un saco con monedas y le dijo: Vete… eres libre. Te lo has ganado.

      Khanon no entendía nada. ¿Libre?… pero si aquel lugar era ideal para él…

      El dueño del molino agarró el látigo encolerizado y lo azotó. ¡Corre te digo, maldita mula!

      Khanon huyó más de prisa que un murciélago escapando del infierno, sin saber bien hacia dónde. En verdad, se dirigía instintivamente hacia el oeste, hacia la fortaleza de Golthur Orod. Como una paloma mensajera en libertad que abandona su jaula y regresa al nido para portar el mensaje, el Orco corrió y corrió hacia la oscuridad de la noche. Lo que ocurrió después… es otra gesta.

    • Anónimo
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      Khanon huía a bajo el manto de la noche más rápido que un soltero limpiando su morada. De tanto en tanto volvía la vista a tras para comprobar que nadie le seguía. Y efectivamente así era. A los pocos minutos, un aullido de lobo acompañado de la figura de un lupino iluminada por la luna en lo alto de una colina alertó a Khanon del peligro de aquel lugar. Se desvió de la senda habitual y empezó a trepar colina arriba. Al poco un montículo de enormes rocas impedían su avance. Sus manos desnudas agarraban la roca polvorienta con firmeza y empezó a trepar por aquel lugar inhóspito mientras el aullido de los lobos parecía más cercano cada vez.

      A los pocos metros, su pie se apoyó sobre un terreno falsamente seguro y un enorme agujero le engulló por completo. Khanon rodó y su dura cabeza impactó contra la piedra en varias ocasiones hasta detenerse finalmente en lo que parecía una cueva. Cuando hubo vuelto en sí, vio que un rayo de luna que entraba por el agujero del cual cayó, iluminaba tenuemente la estancia. ¿Qué era aquel lugar…? ¿Un antiguo cementerio? ¿Un templo dedicado a algún dios olvidado?…

      Caminó lento y a tientas, se adentró en lo más profundo de la cueva. La oscuridad no era un problema para un orco acostumbrado a la vida nocturna. Poco a poco avanzó abriéndose paso entre rocas del tamaño de un humano… hasta descubrir algo fascinante. No era un trono con un antiguo rey y una tremenda espada… ni un tesoro enterrado. Era un templo dedicado a algún dios… y allí había un altar de piedra, mohoso y cubierto de polvo.

      Khanon exclamó con los ojos más abiertos que el bolsillo de un payaso… “¡Gurthang!”

      Un trueno dio la bienvenida a una tormenta inesperada. Khanon oía el goteo de la lluvia impactar con fuerza contra las rocas fuera de aquel lugar y pequeñas goteras empezaron a formarse. Pero había algo más… encima del altar encontró una cimitarra y un pavés funerario envuelto.

      Khanon agarró el pavés con ambas manos y lo observó detenidamente. Luego de un detallado estudio, no acabó de comprender el significado de aquel trozo de metal rectangular, así que lo arrojó contra la pared mientras exclamaba: Bazura. Y otro trueno, esta vez más fuerte, resonó en aquel lugar. Luego Khanon agarró la cimitarra por el lado que no corta. La sospesó…, la midió, comprobó el filo y asintió riendo. “Ezta zí…, jejeje”.

      Khanon trepó hasta llegar de nuevo a la salida de aquel extraño lugar. Allí abajo, una manada de lobos le esperaban para darse un festín con sus huesos. Empapado en lluvia, de un fuerte movimiento de su brazo, cortó las cadenas que aún tenía amarradas en el bolsillo. Luego sostuvo su cimitarra con 2 manos mientras miraba con fiereza a los famélicos y agresivos lobos. Ni decir que Khanon se hizo un abrigo con sus pieles…

      Al poco rato, la tormenta apaciguó. Khanon continuaba caminando hacia Golthur Orod, cuando descubrió una luz en el horizote. Caminó presto y llegó finalmente a una cabaña rústica. En la puerta, una bella mujer humana de cabellera negra y curvas sinuosas le dijo…

      “Pasa y caliéntate junto a mi fuego, salvaje…”

      Khanon se acercó a la mujer. Esta se apartó y con un brazo extendido invitó al Orco a pasar hacia dentro de su morada. Khanon, en la puerta, desenvainó su cimitarra y de un corte poderoso la decapitó al grito de: “¡A Kazkarla bruja!”. Tan fuerte fue el impacto que su cimitarra se clavó en una viga y le costó dos o tres intentos volver a recuperarla. La mujer cayó desplomada sobre sus rodillas y luego hacia un lado. Khanon pateó el cadáver para comprobar que estaba muerto. Nunca puede uno estar seguro. Luego devoró las entrañas de la mujer como preso famélico devorando un plato de Comellas luego de semanas sin comer. Con una estúpida sonrisa en la ensangrentada cara y el estomago lleno, Khanon envainó su cimitarra y continuó hacia Golthur Orod luego de soltar un tremendo eructo y una ventosidad digna de un rey enano. Pasada una hora de camino, el orco llegó por fin a las puertas de Golthur Orod… pero eso, ya es otra gesta.

    • Anónimo
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      Khanon se detuvo en frente de las puertas de la fortaleza de Golthur Orod. Esta vez no la parecieron tan grandes y solemnes como cuando las abandonó a temprana edad. Avanzó como un turista en un museo con su cimitarra apoyada en el hombro. Se detuvo ante los guardias de la entrada, pero estos no pusieron el menor reparo en él. Continuó caminando y se adentró en la fortaleza. Para su sorpresa, nadie le preguntó nada. Simplemente entraba y salía tanta gente a diario que no pusieron el menor reparo en él.

      Caminó por el pasillo principal hasta dejar a un lado la posada. Subió las escaleras al segundo nivel y continuó caminando en línea recta. De súbito se detuvo, dio un par de pasos atrás y reconoció un símbolo pintado en una vieja madera medio colgada: La horda Negra.

      Tras unos cuantos pasos se detuvo enfrente de un gran orco de piel negruzca, armadura pesada y martillo a dos manos. El sujeto en cuestión apartó la mirada de un libro en un pedestal (¡Sí, sabía leer!) y le dijo: ¿Vienez a aliztarte?

      Khanon asintió. No sabía ni porqué lo hizo. Quizá porque no tenía ninguna mejor opción en aquel preciso momento. Era formar parte de “algo” o continuar caminando hasta llegar a un muro sin salida o un lugar de prohibido Acceso y regresar por donde vino.

      Orco Guardián: ¿Ke zabez hazer?

      Khanon respondió encogiéndose de hombros.

      El orco guardián observo a Khanon y se rascó la barbilla. Luego señaló a un pobre orco flacucho encargado de sostener el atril para que no se cayera (sí, su inteligencia no daba para más). Y señaló a Khanon. El orco endeble agarró un garrote de madera con clavos y arremetió con un grito de locura contra Khanon. La diferencia de tamaño era notable, pero Khanon el Salvaje no se esperaba esa reacción.

      Khanon esquivó la acometida del debilucho, le agarró la cabeza por la base de la mandíbula, lo alzó a escasos centímetros del suelo, lo justo para ver al pobre infeliz patalear y agarrar los brazos de Khanon. Luego estampó su cráneo contra la pared, salpicando todo de sangre, cráneo y dientes. A los pocos segundos dejó de patalear y cayó al suelo como un saco de patatas.

      Orco guardián tomó nota en su libro de notas con una pluma bañada en tinta negra.

      Orco guardián: Bien, haz superado la práktica. Ahora la teórica. ¿Qué ez lo mejor de la horda negra?

      Khanon dudó. Lo mejor de la horda negra… ¿Un wargo rápido? ¿Las incursiones en la densa estepa? ¿Los amigos?

      De la forma más natural y ruda posible respondió lo primero que se le vino en mente: Aplaztar zeguidorez de Eralie. Verloz descuartizadoz… y oir el lamento de zuz zazerdotizaz ante tal espectáculo.

      El orco guardián asintió con una sonrisa: ¿Habeiz oído? Hehehe, ezo eztá bien… Bienvenido a la Horda Negra.

      Le dieron a Khanon un emblema, anotaron su nombre en el cuaderno y le ofrecieron el cargo de Soldado Gragbadûr al haber sabido diferenciar una cimitarra de una hoz. Y así fue como Khanon se hizo soldado de la fortaleza.

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