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Las huestes takomitas asolaban Galador, un día glorioso en la memoria de muchos takomitas. Era el primero de Rutsel del décimo noveno año de la cuarta Era. La tregua no escrita tras la unión de los dioses para el derrocamiento del Cubo Negro había expirado y de nuevo, el sempiterno odio entre Eralie y Seldar, arrastraba a sus seguidores a cruentos enfrentamientos. El regreso fue por todo lo alto, recibidos cómo héroes los takomitas victoriosos eran agasajados en su recorrido por la avenida de Moisés, rumbo a la Santa Cruzada, dónde la reina Priis les esperaba con una gran sonrisa en su rostro, para muchos, la mejor recompensa. Sin embargo, y a deshora para no manchar la gran victoria, los cadáveres de los héroes caídos venían tras ellos, a mucha distancia, como una devastadora visión de que incluso la gloria tiene precio.
Entre estos cadáveres se encontraban el padre de Rakhja, un conocido mago que había participado con su poder restablecido tras el ocaso del Cubo Negro y las perturbaciones en los efluvios mágicos que provocó, arrogante como todo takomita de buena cuna pero valiente y voluntarioso cerró la salida de las tropas por sí mismo frente al asalto de docenas de clérigos que defendían el acceso meridional de la ciudad. Su heroica acción repelió los tormentosos hechizos de los seldaritas el tiempo suficente para que los soldados que atacaban la puerta fueran reemplazados por clérigos de Eralie que intercambiaron el asalto de la puerta este por el de la puerta sur. Con el auxilio de los clérigos, que avanzaron entre salmos y poderosos cánticos contra los sorprendidos sacerdotes de la muerte, cayó exhausto en tierra, mientras sus hechizos de protección se evaporaban uno a uno por su extenuación, incapaz ya de sustentar su poderosa magia. En ese crítico momento cayó víctima de la peste de Seldar que asolaba el terreno arrancándole la vida en su debilidad.
Algunos dicen que fue exactamente a la misma hora en que Rakhja nacía en Takome, por eso su llanto fue inconsolable durante muchos días tras recién nacido pero, digno heredero del férreo carácter de su progenitor, venció el dolor para vengar su heroico espíritu. Cuando la victoriosa comitiva regresó a Takome muchos agradecidos soldados visitaron a la madre y la criatura para desearle los mejores augurios para el infante, contando la bravura mostrada en el último aliento de su padre y ofreciéndole partes de su propio botín para la educación del recién nacido. Su orgullosa madre, agotada tras el nacimiento, aguantó estoicamente todas las visitas. Oyendo cómo cada soldado, de una forma u otra, habían visto a su marido fallecer, como todos recordaban unas y otras últimas palabras, distintas todas ellas, pero todas en un esfuerzo de consolar a la mujer recién estrenada como madre y viuda. En el quincuagésimo relato su alma quebró, su orgullo de takomita se fragmentó como una presa de castores desbordada por la riada y un mar de lágrimas brotó de sus ojos inundando las horas y secando su espíritu que, incapaz de hacer frente a la soledad sin su amado, quedó únicamente atado a la realidad por el delgado hilo de la esperanza de la nueva vida que acunaba en sus brazos en sus dolorosas tardes.
Los soldados, dándose cuenta de su error, se castigaron entre ellos dando lugar a terribles reyertas en la taberna donde uno se acusaban a otros. El que hacía la vez de cincuenta, el narrador del relato que supuso la gota que desbordó el vaso, preso de la ira y el arrepentimiento agredió espada en mano a varios de ellos oscureciendo lo que debía ser una hermosa celebración de victoria. Este hecho sorprendente llegó a oidos de la reina que acudió a visitar a la viuda y madre y, sintiéndose responsable, como se sentía, de todas y cada una de las vidas de los takomitas, acogió a ambos en su palacio.
Rakhja creció, por este fortuito desenlace, en la más grande casa de Takome, su exquisita educación era la de un rey, y jamás nadie puso reparos en el esfuerzo que requería. Además, su brillante inteligencia pronto animó a distintos maestros a solicitar poder formar a tan genial criatura. Con sólo dos años dominaba perfectamente el adurn, con conversaciones profundas y agudas reflexiones que muchos llegaron a pensar que encarnaba a su padre, pues su mente era casi la de un adulto. La aflicción que motivaba su aprendizaje tenía mucho que ver con el dolor que su apagada madre siempre sentía, tras descartar la formación clerical y diversos campos de lo arcano, se decantó por el ilusionismo. Muchos de los más preclaros conocedores del mundo criticaban esta decisión pero resultaba cómico intentar convencer al muchacho, de apenas ocho años, debatir sobre cuál sería el futuro del conocimiento arcano y refutar hábilmente cualquier intento de convertirlo en un maestro evocador, como muchos deseaban sin obtener fruto alguno.
Inapelablemente decidido Rakhja, finalmente, se especializó en la escuela de ilusionismo, en su interior las razones eran algo más arbitrarias que las sesudas charlas con el resto de sabios en Takome, y sencillamente dominando la ilusión quería crear una ficción que volviera a llenar de esperanza el corazón de su atormentada madre, puesto que sólo por quimeras había conseguido hacerla reir alguna vez en los últimos ocho años. De esta forma guiado por su maestro desarrolló todo su intelecto en la magia y la ilusión, esforzándose siempre en mejorar sus técnicas hasta llegar a dominarlo a la perfección, hasta tal punto que la familia Yriel, un cónclave de magos dedicados al conocimiento de lo arcano, se ofreció a adoptarlo a la edad de 16 años, cuando era lo bastante adulto para desvincularse del protector abrazo de su madre y la reina Priis.
Rakhja aceptó movido por el deseo de mejorar sus artes hasta el extremo y siguió estudiando de los antiguos tratados de magia en la librería de ésta familia, alcanzando un punto de comprensión de lo arcano envidiado en todos los círculos de magia. Gracias a su íntima motivación y su extraordinaria capacidad alcanzó, con sus 20 años, crear una quimera eterna en la que bañó a su madre de la ficción que más calmaba el corazón de la señora con una doble ventaja, Rakhja se convirtió en uno de los más acérrimos amantes del conocimiento, navegando entre libros sentía su vida llena y el consuelo de alma fue ver fallecer a su madre con una sonrisa en la boca. Este hecho supuso una liberación del vínculo que le ataba a Takome e inició su andadura por el mundo en busca de nuevos conocimientos.
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La frase que en el 97 leí en la pantalla de Galmeijan y me abocó a este oscuro mundo:
Orco te golpea con su cimitarra.
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