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Un sonido parecido a un trueno resonó en la caverna. Se oyó una voz entonando una plegaria. Se escuchó otro ruido similar al anterior, pero más tenue, y entonces una serie de cris-cras seguidos, después suspiros de alivio y de alegría.
Un druida convertido en jabalí dijo «oink oink», con la mejor de sus sonrisas porcinas. La humana que estaba acuclillada en medio dijo con gran cansancio: «Dicxtaedulh, ¿hemos acabado ya? Por favor, dime que hemos acabado ya.», y seguidamente resopló una vez más. Hacía frío en la isla de Naggrung, como siempre, y ella estaba completamente desnuda y tiritando.
Había hecho un gran esfuerzo, había ofrecido su semilla, y finalmente parece que había dado resultado. Izgraul había sacado de la tierra a otra más de sus aberraciones, su hija.
El maestro druídico se acercó despacio hasta el lugar, asintiendo con la cabeza. Él también tenía gesto de haber hecho un gran esfuerzo. Se agachó cerca del sexo descubierto de la humana, echándole una ojeada para ver si había habido algún desgarro. Dio cuatro refriegas a la entrepierna de ella con una hoja envadurnada de un mejunje verdoso brillante y retiró la mano con pudor.
– «Puedes ponerte las prendas, Rephiela. Parece que todo ha ido bien, gracias a Izgraul. Vuestra semilla ha funcionado y el padre ha respondido a vuestras oraciones como esperabais». Pronunció con voz serena.
La humana se incorporó, con dificultad. El ent que mantenía invocado y Varias manos más del corrillo circundante le ayudaron a no caer, y dio varios pasos hacia afuera. Mientras la mujer se apartaba, se escuchó un llanto agudo, afilado, hermoso, como el sonido de un violín bien tocado.
El druida miró hacia abajo, agachado como estaba. Entre las hojas del suelo había una aberración con forma de bebé humano, recién extraída de la tierra por su dios. Quedaba comprobar el género para anunciarlo a los parroquianos y las parroquianas y el rito no tardaría en terminar. Estaba fatigado del trabajo de todo el día.
Apartó alguna hoja, abrió suavemente con sus manos las piernas del neonato y vio una vulva pequeña y rosada. Cerró de nuevo las piernas al bebé, mientras todo el corrillo de seguidores y seguidoras de Izgraul esperaba expectante el veredicto. Agarró con cuidado a la niña por debajo de las axilas. El calor corporal del roce hizo que el llanto cesara repentinamente. El maestro la levantó sobre su cabeza para mostrarla y gritó con euforia: «Es una hembra».
El corrillo irrumpió en aplausos, y tras un breve lapso de tiempo, todos y todas juntaron una mano con la otra y dieron gracias al padre de aberraciones por el nuevo ser.
Cuando los agradecimientos terminaron, el druida dejó a la niña en el suelo y se giró entonces para mirar al padre de la recién nacida. suponía que la madre estaría muy cansada por el esfuerzo como para pedirle que hablara más de lo necesario.
– «Luishirulh, ¿habéis decidido ya un nombre para ella?».
La niña reptó un poco a ciegas palpando los hongos y las hojas. Se detuvo. Abrió por primera vez los ojos verdes, preciosos, y miró en frente de ella. El druida convertido en jabalí que había en el corrillo fue lo primero que vio. Lo miró fascinada y le sonrió por instinto. Él le devolvió la sonrisa dentro de sus posibilidades.
En ese momento, el cielo del exterior se nubló algo más de lo que estaba, y el barro de las paredes de la caverna del alumbramiento solo permitió translucir un rayo de sol, brillante, divino. El haz de luz tan solo alumbraba a la niña, al maestro druídico y al cambiaformas, el resto de los y las presentes quedaron en penumbra. Una druida polimorfada en pantera meneó la cola con nerviosismo.
Luishirulh iba a abrir la boca cuando Dicxtaedulh alzó la mano hacia él, solicitando silencio. Tenía en la cara un gesto de extrañeza. Se llevó la mano al pecho junto con la otra y entonó una letanía para un instante de introspección, aunque sin cerrar los ojos en ningún momento.
– «Parece que el padre de aberraciones ha tomado la determinación de que sea él quien elija el nombre de la niña». Pronunció con perplejidad, señalando al jabalí, quien puso cara de susto.
Todo el aforo de la caverna quedó de repente completamente mudo por la sorpresa. Solo Rephiela rompió el silencio, sacando fuerzas de donde no las tenía:
– «Maestro, la tradición dicta que sean los aportadores de la semilla los que elijan el nombre de la nueva aberración, y hemos meditado mucho tiempo con Luishirulh los posibles nombres». Pronunció con cansancio, con orgullo, con respeto, y con un poco de rabia por el giro de los acontecimientos.
– «Lo sé». Replicó Dicxtaedul con voz serena. «Pero si no cumplimos los designios de Izgraul, que ya sabes que son caprichosos, la aberración se hará mal».
Luishirulh asintió con la cabeza, asumiendo que había que acatarlo.
Una druida interrumpió la conversación.
– «Pero maestro… La tradición…».
– «La tradición no está por encima de la voluntad del padre de aberraciones, Krixtaelah. A mí también me sorprende esto, pero no podemos hacer nada más que aceptarlo». Cortó él.
Rephiela intentó dar un paso hacia el druida, pero las piernas no le daban la seguridad de ejecutar zancadas ágiles.
– «¡Es mi hija!». Chilló soliviantada, con la voz rasgada a punto de llorar de impotencia. «Se llamará como yo diga».
La niña volvió la cara hacia su madre al oír el grito e hizo una mueca. La mujer observó el gesto y calló al momento por no disgustar a su descendiente. La niña volvió a girar la cara hacia el jabalí y volvió a sonreír ampliamente. El jabalí asintió con la cabeza, comprendiendo que efectivamente esa era la voluntad de Izgraul, y orgulloso por que se le hubiera otorgado tal oportunidad.
– «¿Y bien? ¿Qué nombre quiere nuestro predicador de la fe que lleve esta hermosura?». Dijo el maestro girándose hacia el jabalí y extendiendo la palma de la mano en la dirección de la recién nacida.
Se escuchó un chasquido que retumbó, como el golpe de un látigo en una superficie lisa y hueca, y tras él, la forma de jabalí había desaparecido para dejar ver la forma original de semi-drow del druida. La niña contempló la transformación estupefacta, con los ojos abiertos de par en par, y el predicador pronunció las palabras que todo el mundo estaba esperando:
– «Perdona Rephiela. Entiendo cómo te sientes pero si Izgraul dicta, yo solo puedo obedecer, agradecido de que el padre de aberraciones me haya concedido este privilegio. He comprendido la señal divina. Esta niña será la favorita de Izgraul, será libre. Su nombre va a ser Tarassmall».rol
Es una mujer libre y decidida, sin ataduras, a pesar de la fe extrema que le profesa a su Dios. Siempre dispuesta a aprender de sus mayores, pero también de sus menores, pues piensa que no hay momento en la vida en el que no estés aprendiendo algo, ni criatura de la que no se pueda sacar alguna lección valiosa. Ayudará sin interés a los seguidores y las seguidoras de su doctrina, siempre y cuando no suponga un riesgo demasiado grande para su vida, y enseñará lo que sabe a cualquiera que esté dispuesto a aprender, en especial si es mujer, ya que piensa que hay que luchar por la igualdad y la no discriminación predicando con el ejemplo. No obstante, intenta no crear vínculos demasiado fuertes con nadie, así que según las circunstancias, puede considerar enemigo o enemiga, así como amigo o amiga, a cualquiera.Objetivos:
Quiere descubrir el mundo entero y expandir el dogma de su religión por donde pase. Para ello aprendió a manejar barcos, y más tarde a nadar polimorfada. Lucha día a día por la igualdad entre los sexos, ya que desde que le contaron el momento de su nacimiento, se sintió ofendida por la sociedad patriarcal, y lo ha ido experimentando cada día más conforme ha ido madurando. Sus padres le han educado con la idea de que existen unos seres terribles en el mundo, que no siguen la doctrina de Izgraul, aunque sí que provocan el caos allá por donde pasan, y que además se dedican a robar tesoros y riquezas a cualquiera que esté distraído o distraída, así que uno de sus objetivos es averiguar la ubicación de todos los dragones y matarlos uno a uno, las veces que haga falta, para recuperar todos los tesoros que puedan tener escondidos. Tiene además un sueño que es poder alcanzar algún día las nubes a través del vuelo, por medio de la polimorfosis y poder ver Eirea a su libre antojo surcando los cielos. -
Cuando el rito terminó, la caverna del alumbramiento se fue vaciando. Toda la gente que se había reunido para presenciar la nueva creación volvió poco a poco a sus quehaceres, no sin antes pasar a felicitar a los padres de la aberración por el nuevo alumbramiento.
Rephiela seguía con lágrimas corriendo por sus ojos, aunque algo más tranquila tras reflexionar sobre lo que había ocurrido, y sobre todo, sobre por qué Izgraul no les había dejado ponerle nombre que ellos habían elegido.
No paraba ded darle vueltas a la cabeza. «Será la favorita de Izgraul»- no dejaba de pensar para sí misma, sin hacer mucho caso a todo el que, como un autómaata, le daba la enhorabuena.
En eso andaba cuando Dicxtaedulh se acercó a ella con cara de haba y con la niña en brazos, dormida y ya recubierta con unos cálidos paños.
– «Lo siento Rephiela, me limito a interpretar y cumplir la voluntad de nuestro dios». Dijo mientras miraba a la mujer con un gesto de empatía.
– «Será la favorita de Izgraul»- volvía a resonar en la cabeza de la mujer. Finalmente respondió. «No era así como lo habíamos pensado. La niña tenía un nombre elegido por nosotros».
El druida puso cara de circunstancia. Justo entonces el padre de la criatura llegó hasta ellos y beso en los labios a la humana. «Cariño, ¿la has visto? Es hermosa. Tiene cuatro pelillos rojizos en la cabeza».
Rephiela extendió los brazos esperando que el maestro le diera a su hija. Dicxtaedulh no se demoró, se sentía en parte culpable por si la interpretación de las señales de Izgraul no hubieran sido las correctas, había causado daño a los padres y esperaba no haberlo hecho en valde.
Nada más recogerla la colocó entre sus pechos y la abrigó con ambas manos, sin dejar de sujetarla firmemente.
El predicador de la fe, encargado de ponerle el nombre, se acercó por detrás del maestro druídico, dio un abrazo al padre y dos besos a la madre para felicitarlos. «Os oí hablar una vez de los nombres que deseabais para ellos cuando estabais en el bosque, y he intentado elegir el nombre más cercano a lo que oí, para que no se os haga tan duro».
-Rephiela hizo un levísimo gesto de asentimiento con la cabeza. «Has dicho…» empezó a decir con la voz temblorosa. «Has dicho que…», «has dicho que…».
El predicador la miraba expectante y circunspecto.
Al fin se secó las lágrimas con la manga y pronunció la pregunta que tenía su cabeza tan ocupada.
– «Has dicho que será la favorita de Izgraul. ¿Eso quiere decir que no podrá pasarle nada malo?».
El predicador abrió la boca para responder, pero fue el maestro druídico el que se adelantó.
– «Eso quiere decir que Izgraul espera más de ella que de nadie, pero no significa que lo vaya a tener fácil. Tendrá que ganarse el favor del padre como todos los demás. Si bien es verdad que estará más atento a sus movimientos. También es verdad que la gente, al saber del favoritismo, van a comportarse con ella de diferentes maneras; Algunos querrán acercarse por mera curiosidad, otros por interés, otros querrán hacerle daño por envidia…».
– «Basta»- cortó Luishirulh al oír las últimas palabras. «Hemos oído suficiente, ya veo que no le espera una vida nada fácil. Tendremos que educarla bien y protegerla dentro de nuestras posibilidades». -
Los padres abandonaron la caverna cuando ya no quedaba nadie dentro, excepto el maestro druídico. Lo hicieron de la mano, contentos por lo que Izgraul les había concedido, y a la vez tristes porque no todo había salido según lo esperado.
Pensaban darle una vida cómoda y llena de felicidad a esa niña, y sin embargo, la cosa había empezado con el tropiezo de la elección del nombre. Resultaba que tenían una niña que llevaba un nombre que no habían elegido ellos.
La niña iba en brazos de su madre, plácidamente dormida entre las telas que le habían puesto para abrigarla. El padre no le quitaba ojo de encima, la veía cada vez más preciosa, y muy parecida a su madre.
La madre lucía una gran melena rojiza y lisa, que le llegaba casi hasta la cintura y remarcaba las virtudes de su rostro, aunque con el semblante serio y apagado que tenía en ese momento, no le favorecía nada. Sus ojos estaban todavía algo llorosos por la rabia y la impotencia del momento. La boca estaba cerrada en un gesto de determinación a asumir lo que acababa de pasar, y de afrontarlo con todo el aplomo del que fuera capaz.
Rephiela andaba sumida en sus pensamientos cuando Luishirulh le preguntó con una voz suave y melosa:
– «¿Cómo ha dicho que se llama? Me he quedado tan impactado por la voluntad del señor que casi no recuerdo el nombre que ha mencionado el predicador. Recuerdo que sólo lleva aes, pero no recuerdo el orden de las consonantes… Tralasmar, Tarlamsal, tranlarán…».
– «Tachastral, algo así he entendido yo, pero no estoy segura, me he quedado tan impactada como tú. No esperaba semejante insulto, que tu hija no se llame como tú elijas. ¿Dónde se ha visto esto?».
Su marido la vio tan desesperada y enfadada que decidió quitarle hierro al asunto.
– «Bueno cariño, seguro que Izgraul lo ha hecho por algo bueno, al fin y al cabo, teníamos pensado un nombre muy parecido».
– «¿Por algo bueno? ¿Por algo bueno? ¿Por qué razón puede desear un dios que los padres no elijan el nombre del fruto de su semilla. ¿Me lo puedes explicar?».
Luishirulh estaba tan perplejo como ella, pero no quiso echar leña al fuego.
«Amor, yo tampoco lo entiendo, ni lo defiendo, símplemente acato lo que el padre de aberraciones dicta, confío plenamente en él».
Rephiela resopló y miró a su chico con condescendencia. Contó hasta diez antes de contestar, pues no quería causarle daño. No era culpa suya que ambos siguieran la fe de un dios tan caprichoso, y al fin y al cabo, tampoco iban a poder cambiarlo, el nombre ya estaba elegido.
– «Mañana nos acercaremos a casa del predicador, que nos diga exactamente cómo se escribe el nombre de nuestra niña. Perdona por haberme puesto así, cielo, es que me exacerba que no tengamos la libertad ni siquiera de elegir el nombre de nuestra hija. Tú no tienes la culpa». Dijo tras meditar la respuesta, y se acercó a él para darle un firme beso en los labios.
Echaron a andar, todavía de la mano, por el camino que les llevaría a su humilde morada. A medio camino, la niña se despertó y abrió los ojos, verdes como dos esmeraldas. Vio la cara de su madre que le sonreía, y le devolvió la sonrisa con amplitud. Una sonrisa grande, esplendorosa, sincera, una sonrisa que indicaba lo a gusto que se encontraba en ese momento. La primera sonrisa que los progenitores veían, dirigida a ellos, en la cara de su hija. -
Al día siguiente Rephiela despertó más tranquila. Había estado reflexionando antes de dormir, y rezando a Izgraul para que le concediese buena dicha a su hija recién nacida. Se levantó con decisión y le sonrió a la vida. Ese iba a ser un buen día, tenía que serlo, pues había sido madre el día anterior. Se subió al árbol del bosque para calentar los músculos y para recoger algunos frutos, su marido todavía dormía al lado de su niña, así que intentó hacer el mínimo ruido posible.
Desde lo alto del árbol contempló una vez más el bosque que tantas veces había visto, aquel en el que había jugado desde niña. Miró alrededor y apreció ensimismada toda la fauna que en él habitaba; pajarillos, linces, zorros, aberraciones variopintas de su dios… Los recuerdos invadieron su mente.
Se puso a seleccionar las ramas que tenían mejores frutos. Subía, bajaba, intentando buscar las bayas que mejor estuvieran para sus infusiones. Pero ese día algo era distinto, el amor de madre le enternecía el corazón y le otorgaba una paz interior como no la había sentido nunca. Dejaba los frutos más pequeños con todo el cuidado del mundo para que siguieran creciendo hasta el punto exacto de maduración.
Después de un rato, con el fardo suficientemente cargado, bajó del árbol, cuidadosa, prudente, no quería hacerse daño ahora que una pequeña aberración con forma humana dependía de ellos.
Hacía un buen día. El sol acababa de salir en todo su esplendor y la temperatura era agradable, teniendo en cuenta que era la isla de Naggrung, y los días cálidos allí no existían tan a penas.
Al posar el pie en tierra de nuevo, vio que su marido ya se había despertado, aunque la pequeña todavía dormía profundamente, así que cuando habló, lo hizo en voz baja.
– «buenos días Luishi. ¿Qué tal has dormido?».
ÉL giró la cabeza hacia ella y le sonrió de oreja a oreja.
– «Hola amor, ¿hace mucho que te has despertado? He dormido bastante bien, la verdad».
Continuaron charlando un rato. Ella le dio los frutos que había recogido, y él se puso a hacer unas infusiones calientes para los tres.
Una vez que la niña despertó, y ya desayunados los tres, emprendieron el camino hacia la casa del predicador. Tenían pendiente saber cómo era exactamente el nombre de su hija, ya que ninguno de los dos pudo asimilarlo el día del alumbramiento.
La niña pasó todo el camino observando con admiración cada uno de los animales que se divisaban. No perdía detalle de ninguno de ellos, estaba encantada de ver tanto ser distinto a su alrededor.
Una vez que llegaron a donde el predicador habitaba, pidieron permiso para pasar y entraron a la pequeña estancia.
– «buenos días nos dé Izgraul». Pronunció Rephiela encantada.
– «¿Que os trae por aquí a estas horas de la mañana?». Replicó el predicador sorprendido.
– «¿Podemos sentarnos?». Contestó ella con toda la calma del mundo.
Él hizo un gesto de asentimiento y los invitados se sentaron rodeando una pequeña mesita.
– «¿Queréis algo de beber? Tengo infusiones que he conseguido que me traigan de los mismísimos bosques de Dendra».
– «Nada, tranquilo, acabamos de desayunar. Venimos simplemente para charlar ya que tenemos una duda importante» que resolver.
El predicador limpió un vaso que tenía en las manos y lo llenó hasta arriba con una infusión de un color entre el verde y el naranja. Después se sentó entre los padres, mientras Luishirulh no dejaba de hacerle carantoñas a la niña.
– «Vosotros diréis a qué viene esta agradable visita».
Rephiela se aclaró un poco la garganta y miró al semidrow a los ojos.
– «Resulta que nos… nos quedamos… nos quedamos tan perplejos ayer que… que…». Las palabras no le salían de la boca, sentía un poco de vergüenza por tener que decir lo que estaba a punto de decir.
El humanoide bebió un trago del vaso sin dejar de prestarle atención.
– «Resulta que… que no…».
– «Arranca Rephiela por dios, que me tienes en ascuas».
– «Que no nos acordamos cómo es el nombre que le pusiste». Dijo señalando a la niña, que no dejaba de sonreírle a su padre mientras éste le decía tonterías.
El predicador esbozó una ligera sonrisa, que se convirtió en una risa más amplia después.
– «Así que era eso». Dijo riéndose ahora con ganas. «Mujer, no te avergüences, es normal que te quedaras perpleja de lo que sucedió ayer. Yo tampoco me lo esperaba».
La madre de la criatura suspiró de alivio e incluso dibujó una leve sonrisa en su rostro.
– «Entonces querido, ¿te importa escribirnos el nombre de la chiquilla, para que nunca se nos olvide?».
El anfitrión acabó el vaso de infusión y asintió enérgicamente mientras se levantaba.
– «Disculpadme un momento, por favor». Subió unas escaleras y desapareció en la oscuridad de la casa.
Rephiela miró a su marido, que no parecía estar prestando mucha atención a nada que no fuera su hija. Empezaron a escucharse unos ruidos de golpes en el piso de arriba.
– «¿Estás bien?». Preguntó Rephiela desde abajo. Se le estaba haciendo largo el tiempo de espera, y empezaba a preocuparse.
– «Sí, sí, todo controlado». Contestó el otro desde arriba.
Cuando bajó, llevaba en las manos una gran losa de casi un metro de ancho como si fuera una bandeja gigante. Cuando el semidrow la giró para descubrir la parte frontal, Rephiela se quedó alucinada.
La losa tenía todos los trazos tallados en piedra, había un pequeño dibujo de un jabalí, y justo al lado del dibujo, con una letra grande y hermosa, podía leerse: «Tarassmall». -
Rephiela y Luishirulh salieron de la casa del máximo predicador de la fe de Izgraul contentos. El nombre escogido, después de repetirlo varias veces despacio, y de verlo escrito, tenía en efecto muchas similitudes con el que ellos barajaban. No con exactitud, pero sí muy aproximado. Se notaba que el predicador era de oído fino, y además buena gente, a pesar de estar obligado moralmente a acatar la voluntad del de arriba.
La niña iba esta vez en brazos de su padre, sonriente y risueña, atenta a cualquier sombra que se moviera y a cualquier pequeño sonido.
La madre, por su parte, lucía orgullosa la gran losa con el nombre de su hija. La llevaba de frente, para que pudiera verla todo el mundo. Su expresión sombría había dejado paso a un rostro sonriente, espléndido. Por fin Izgraul había respondido a sus súplicas y tenía a su niña con ella. Y no solo eso, si no que además el predicador había dicho que sería la favorita de su dios. El inconveniente del nombre se había solucionado bastante bien dentro de lo que cabía, y ahora solo quedaba llevar con orgullo a su heredera.
Habían tenido una conversación muy afable con el cambiaformas. Él les había pedido perdón en repetidas ocasiones, y había tratado de justificarse por lo que le tocó hacer. También les había estado comentando que era un orgullo para él que el padre de aberraciones le hubiera encomendado tal privilegio.
Los padres habían aceptado las disculpas sin problema, más después del detalle que el elector del nombre había tenido con ellos al intentar recordar cómo era el que ellos ya habían elegido con anterioridad, con la finalidad de no disgustar a su dios, y a la par, causar el mínimo daño posible a la pareja. No cualquiera hubiera tenido tanta delicadeza y tanta agudeza mental en un momento tan tenso como el que habían vivido.
Después de las disculpas y los perdones, habían sacado unos dados y se habían puesto a jugar los tres. Los padres, incluso, habían llegado a probar el brebaje que se les había ofrecido. Fue una grata sorpresa descubrir que era de los mejores caldos que habían gustado hasta el momento.
No habían avanzado ni veinte metros por el sendero de vuelta a casa cuando Rephiela, sorpresivamente, paró en seco.
– «¿Pasa algo cariño?»- le preguntó Luishirulh con sorpresa.
– «Estaba pensando una cosa»- respondió ella con naturalidad.
– «Cuéntame»- replicó él con un tono alegre.
– «Ahora vengo, espérame aquí». Apoyó la losa en el suelo con mucho cuidado para que no se cayera y deshizo el camino de nuevo hacia la vivienda del predicador.
Nada más llegar llamó a la puerta con tres golpes fuertes, secos.
Al momento la puerta se abrió y apareció de nuevo el semidrow.
– «¿Qué os habéis dejado?»- preguntó invitándola a pasar para recoger lo que fuera que hubieran olvidado.
Rephiela negó con la cabeza un par de veces, después dijo con voz muy alta para que su marido pudiera oírla sin problema:
– «He pensado que tú, por lo que te ha tocado hacer, y por la empatía que has demostrado, podrías ser el padrino de nuestra niña, si quieres».
Luishirulh desde la distancia puso gesto de sorpresa, pero sonrió ampliamente y asintió en repetidas ocasiones, mostrando su acuerdo para que el predciador pudiera verlo.
El cambiaformas observó a Rephiela emocionado y sin saber que responder. Pasado un tenso momento de silencio, al final contestó:
– «tengo que consultarlo con mi dios y meditarlo con calma, Rephiela. No me lo esperaba y no quiero hacer más daño del que ya me ha tocado hacer. Deja que me lo piense y en unos días te comunico mi decisió».
A Rephiela le bastó esa respuesta por ahora, se despidió sonriente y volvió junto a su marido. Recogió de nuevo la losa del suelo y juntos emprendieron el camino de vuelta a casa.
Durante el trayecto la niña no perdía detalle de toda la fauna que la rodeaba, a pesar de no saber expresar todavía lo que sentía, ni por supuesto de saber hablar. Se le notaba una gran afinidad con los animales. Sus padres, que no tenían ni un pelo de tontos, lo notaron a la primera de cambio.
Cuando llegaron a casa, Rephiela dejó la losa en el suelo y se fue a la habitación. Cuando volvió llevaba en la mano el hacha que utilizaba para trabajar.
Luishirulh no hizo preguntas, confiaba siempre en su mujer, que tantas veces le había iluminado el camino en la vida. Dejó a la niña en un lecho de paja, con dos cajas de cartón en los lados y una tercera haciendo de cabecero, y se dispuso a desplumar el pato que iban a cenar.
Cuando Rephiela volvió, no llevaba la losa en las manos, pero sí el hacha, y la ropa llena de pequeñas astillas. Luishirulh ya imaginó qué era lo que su mujer había ido a hacer.
Dejó el hacha en su sitio, se acercó a su marido, lo besó y le robó una de las plumas que él le había quitado ya al pato.
Cogió un pequeño frasco y se dirigió de nuevo al exterior.
Quitó el tapón, empapó bien la pluma y en la losa, que ahora lucía atada a un tronco en la puerta de la casa, debajo del nombre de su hija escribió:
«la favorita de Izgraul». -
La joven Tarassmall había cumplido cuatro meses de vida. Había crecido bien, con respecto a su edad. Estaba descansando placidamente en el lecho que sus padres le habían preparado cuando nació. Tenía los ojos abiertos y no dejaba de mirar el atrapasueños del techo, que tenía forma de aves variadas. Se lo había regalado su prima, lo había confeccionado ella misma a sus ocho añitos. Pasaba largos ratos contemplándolo.
Sus progenitores se estaban arreglando con sumo cuidado para uno de los días más significativos de la corta vida de su hija, el rito de iniciación a la fe de Izgraull.
La estancia donde la niña se encontraba estaba tranquila, en calma. La iluminación era tenue y la temperatura cálida, agradable. Su pequeño corazón latía despacio, relajado. Sin embargo, estaba despierta, muy despierta, estaba mirando con atención cada uno de los detalles de las aves de las figuras que su prima había dibujado. Miraba el pico, miraba las alas, las patas, el plumaje, los ojos, la cola. Le fascinaban los animales, y en especial las aves le llamaban mucho la atención. Las había visto pasar por encima en el bosque, a cualquier hora, y siempre se quedaba boquiabierta cuando algún ave grande sobrevolaba a poca distancia de ella.
Todavía no sabía hablar, pero sentía. En ese momento sentía una gran atracción hacia los muñequitos con forma de pájaros que tenía sobre su cabeza. Estiró un brazo hacia arriba, tratando de explorar también con el tacto. Desafortunadamente el techo estaba demasiado alto para alcanzarlo desde su posición. Resignada volvió a bajar el brazo y emitió un sonido vocálico corto.
En ese momento, una sombra tapó su cara. Se giró para ver qué era lo que había producido esa sombra de manera tan sigilosa y vio a su madre. Había entrado con tanto cuidado que no se había oído ni una mosca hasta el mismo momento que llegó al lecho.
La pequeña sonrió y le echó los brazos a su madre para que la cogiera aúpa.
– «Pero si está despierta mi niña. ¿Quién es esta preciosidad?»- le dijo a su hija con una voz más aguda de lo normal. Acto seguido empezó a hacerle cosquillas.
La niña no paraba de reír, y ya se había olvidado de que quería estar en brazos de su madre.
Después de mucho besuquearla y hacerle mil monerías, Rephiela empezó a desvestirla para ponerle un conjunto de prendas que fueran elegantes, que le abrigaran y que no fueran muy difíciles de quitar. Le había costado encontrar ropas con esas características, pero al final lo había conseguido. Había tenido que contactar con Fiona, la modista de Veleiron para que se las hiciera a medida, se había gastado un dineral, pero era necesario. Al fin y al cabo, en la parte culmen del rito la niña tenía que estar desnuda, y si las prendas no eran fáciles de quitar iba a alargarse por encima de lo que ella pretendía.
Una vez arreglada su hija la cogió en brazos, momento que aprovechó la pequeña para poner una mano en la cara de su madre, a modo de caricia, y la otra en uno de los botones de la capa, que intentaba desabrochar sin éxito.
Abajo les esperaba Luishirulh, tan elegante como ellas. Después de los pertinentes arrumacos, tanto con su hija como con su mujer, salieron de casa hacia el punto de encuentro con el resto.
Cuando llegaron, ya estaba allí casi toda la gente invitada, dispuesta a ver el rito de iniciación. Vieron al predicador de la fe, como casi siempre polimorfado en jabalí, a la pequeña autora del atrapasueños, que estaba dando sus primeros pasos con la polimorfosis, a Leilah, la hermana de Luishirulh, que se había colocado debajo de un gran Ent invocado que le daba sombra, etc.
En el centro del círculo, frente al altar, no estaba el maestro druídico, si no un druida más veterano, que vivía en el extranjero. Aparecía por la isla en ocasiones muy puntuales, y por razones especiales, si no ni se lo planteaba. Estaba preparándolo todo para dar comienzo en cuanto le dieran luz verde.
– «Archimaestro Karluxurulh. Buenos días. ¿Cómo usted por aquí? ¿A qué se debe el honor?»- preguntó Luishirulh con desparpajo.
El archimaestro lo miró respetuoso, aunque atónito.
– «¿Cómo que a qué se debe el honor? Hijo, tu niña es la favorita de Izgraull, o eso comentan por aquí. ¿Qué mejor oportunidad para conducir mi primer rito de iniciación que con una de las elegidas?».
Ahora era Luishirulh quien se había quedado atónito tras comprender lo que había querido decir. Le asintió con un gesto de la cabeza.
– «Si prefieres que sea él quien conduzca el rito»- dijo señalando a Dicstaedulh, que se encontraba hablando con otros druidas del círculo – «solamente dilo y yo me hago a un lado, sin ningún problema».
– «no, no, por favor, ni se me pasaría por la cabeza pedirle algo así, encima de que ha venido desde tan lejos para el acto. Usted representa mejor que nadie la fe de Izgraull, y para mí es un verdadero honor que dirija el rito alguien tan especial».
– Que yo ostente el cargo que ostento no me hace superior ni más especial que a nadie»- replicó el archimaestro con humildad. -«Me hace ilusión ser yo quien oficie el rito de vuestra hija, pero la decisión como no podría ser de otra manera es vuestra»- dijo con templanza y serenidad.
Luishirulh continuó hablando con unos y con otros, cuando volvió a encontrarse con su mujer le comentó lo que había estado hablando con el archimaestro.
– «¿Pero tiene idea de niños?»- preguntó ella por curiosidad -«si es el primer rito que oficia igual no ha tratado mucho con niños antes».
Él se encogió de hombros.
– «Tampoco creo que importe mucho, ¿no? Con lo buena que es Tarass qué puede pasar».
Acabó de llegar la gente. El archimaestro miró a los padres, a penas a dos metros de él. Rephiela dio con un gesto el consentimiento para que se iniciara.
– «Bienvenidos todos»- dijo con voz alta y clara. En ese momento todos los murmullos del círculo druídico cesaron.
– «Como ya sabéis, volvemos a juntarnos una vez más para un rito de iniciación. En esta ocasión se trata de Tarassmall, la aberración con forma de ser humano que Izgraull extrajo de la tierra gracias a la semilla de Rephiela»- señaló a la madre -«de Luishirulh»- señaló al padre -«y nombrada por el máximo predicador de la fe en estos momentos, que va a ejercer de padrino»- se volvió esta vez hacia el jabalí -«Por favor, acércate».
El druida se acercó y se colocó al lado de Rephiela, que sujetaba a la niña.
– «Quiero agradecer al maestro druídico que me haya concedido el honor de orquestar el rito de iniciación de esta criatura. Ni más ni menos que la favorita de Izgraull, una de las elegidas según la profecía que todos conocéis».
– «Coge esta espina, por favor».- Pronunció mirando al cambiaformas -«y vosotros también, coged una espina cada uno». Ambos cogieron el símbolo que se les ofrecía.
– «Rephiela y Luishirulh. Estáis aquí para el rito de iniciación de vuestra hija, Tarassmall. ¿Confirmáis que estáis aquí voluntariamente, y que habéis decidido iniciar a vuestra niña en la fe de Izgraull, ya que ella todavía no es capaz de decidir por sí misma?».
Los padres asintieron sin dudarlo.
El rito se extendió durante un buen rato, con rezos y salmos coreados por los druidas presentes.
– «Y ahora, vamos a preparar a esta hermosa aberración para su aguante futuro. Ponla aquí sobre el altar y Ayudadme a desnudarla, por favor».
Rephiela se acercó y desabrochó varios botones de las prendas de su hija hasta que al final quedó tal cual la trajo Izgraull al mundo. En su fuero interno deseaba que esta parte no durara mucho tiempo, hacía frío en la isla, como siempre.
– «Ya sabéis en qué consiste el rito porque me consta que el maestro druídico lo ha practicado muchas veces, aún con todo, voy a recordarlo. Vamos a meter a la niña desnuda en este barreño de agua helada»- señaló el barreño -«metida hasta el cuello durante medio minuto. Al rato la sacaremos y volveremos a meterla durante otro medio minuto, y así hasta seis veces. La siguiente que es también la última, la meteremos entera incluída la cabeza».
Rephiela se imaginaba el sufrimiento de su hija, aunque no recordaba el suyo propio cuando era bebé.
La niña emitió algún sonido de diversión y esbozó una ligera sonrisa. Entonces todo sucedió muy rápido: La niña estaba tumbada boca arriba sobre el altar. El archimaestro druídico destapó el barreño con el agua helada. Después se acercó a la pequeña con intención de cogerla y pronunció mientras se agachaba:
– «En el nombre de I…».
Pero justo cuando el anciano empezaba a pronunciar el nombre de su dios, un chorro de orina brotó del sexo de la pequeña e impactó de lleno en la nariz del druida, salpicándole toda la cara. Éste cerró rapidamente los ojos para que no le entrara líquido en ellos. No fue tan rápido con la boca, en la que entró de pleno el chorro mientras se disponía a articular la letra a, aprovechando que había bajado un poco la intensidad de la meada.
Las risas del círculo druídico se podían escuchar en todo el bosque. Había quien se reía disimuladamente, había quien lo hacía descaradamente y había algunos que no podían reprimir el intento de reírse y aun con todo intentaban aparentar seriedad. Incluso Rephiela empezó a reírse levemente al ver el panorama.
El predicador de la fe dijo «oink oink».
El archimaestro escupió con asco la orina de la boca y se limpió los labios con una de las mangas, tratando de reprimir una arcada. Buscó alrededor a ver si había algo de agua por algún lado, pero no encontró nada en ningún sitio. Al final, lleno ded resignación y vergüenza, se amorró al barreño y sorbió para juagarse la boca. Su gesto cambió totalmente, nada más que el líquido tocó sus encías, que empezaban a dolerle a causa de la baja temperatura del agua. Se juagó una vez la boca y volvió a escupirla. Repitió el gesto, tragándose la dignidad, e hizo gárgaras para después volver a escupir el agua helada, y finalmente, bebió un trago del barreño.
– «Hay que joderse»- dijo el archimaestro una vez había limpiado su boca del infecto orín, perdiendo un poco la compostura en el habla -«¿Qué tiene esta cría conmigo para mearse en mi cara. Vaya recibimiento?.
Rephiela esta vez no pudo reprimir una carcajada y rió con ganas. Cuando pudo dejar de reír, respondió ella misma al anciano.
– «Tiene cuatro meses. ¿Nadie le avisó de que les gusta mucho mearse nada más desnudarlos?». Y continuó riéndose a carcajada limpia.
El veterano druida estaba rojo, no por ira, si no por vergüenza, e iba a más cada momento que pasaba. Finalmente tomó la determinación.
– «Voy a meter a la cría en el barreño una vez, para no romper tradiciones con la favorita, con eso bastará. Eso sí, a partir de hoy, esto del barreño se acabó, joder qué fría estaba el agua».
Introdujo a la niña en el barreño, incluída la cabeza durante algo menos de medio minuto, y después la sacó. La pequeña en ningún momento perdió la sonrisa y aguantó el frío con valor. Nada más sacarla del cubo, el druida la levantó para finalizar el ritual, y en ese momento, la niña volvió a orinar, esta vez sobre la cabeza del druida, a lo que todo el círculo arrancó a carcajadas mientras aplaudían la iniciación. -
Una pequeña humana gateaba sobre un suelo de tierra, cogiendo de vez en cuando alguna pequeña piedra o algún trozo de tierra suelta para mirarla con atención y llevársela a la boca. Su espíritu joven y su ansia de descubrir el mundo la llevaba a explorar su entorno cercano en busca de sensaciones nuevas.
No estaba sola, sus padres no andaban lejos y no dejaban de echarle un ojo de vez en cuando. La madre estaba talando con el hacha, sacando leña para ellos y para la comunidad. Trabajaba de leñadora. Había invocado una quimera para que le echara una mano con algunas tareas. Su padre estaba recostado entre el suelo y un tronco, leyendo un libro sobre la lengua kobold, ese día tenía fiesta y tanto a él como a su mujer les gustaba hacerse compañía en el trabajo cuando era posible, para que no se les hiciera tan duro.
Un pequeño gato bajó de un árbol rapidamente, y se acercó sigiloso hacia la niña, que no dejaba de juguetear. Su padre que lo escuchó apartó la cabeza del libro un segundo para ver qué era. Sonrió cuando vio al felino, miró a su hija para cerciorarse de que todo estaba en orden y volvió a concentrarse en sus estudios.
Cuando el animal y la pequeña estaban a medio metro, ésta giró la cabeza para mirarlo. Él frenó su moviviento al sentirse descubierto pero no retrocedió, Se mantenían mutuamente la mirada. La niña trataba de proyectar sus pensamientos hacia la mente del gato, aunque él, si acaso recibía algo, no se inmutaba ni lo más mínimo.
En un momento dado, la niña extendió la mano hacia adelante con la intención de tocar al gato, pero todavía no calculaba bien el espacio y su brazo resultaba demasiado corto para alcanzarlo. Aún así, lo mantuvo en alto para ver si él se acercaba, y él, curioso como era, se fue acercando poco a poco con cautela.
Ya casi podía tocarlo, ya no faltaba mucho más, el gato continuaba con su lento acercamiento. Al fin en gato posó el hocico sobre los dedos extendidos de la niña. En ese momento la humana sintió una especie de calambre de energía hacia sí, pero no era molesto, al contrario, le sentaba bien, era la primera vez que tocaba un animal y le llenó de euforia y gozo la sensación.
El felino continuó olisqueándole la mano largo rato, ella de vez en cuando emitía algún todavía inentendible sonido en su expresión de alegría y movía los dedos para acariciarle la cara.
Se oían de fondo los golpes del hacha contra los árboles. Un continuo e incesante «chas», «chas», «chas», «chas» y el agitar de las ramas y las hojas en cada embestida. Los pájaros que habitaban el árbol salían volando al primer hachazo. Hasta que el árbol caía y entonces se derrumbaba y se oía el golpe seco contra el suelo.
El gato se acercó más para olisquear la muñeca y el antebrazo de la pequeña. Entonces ella aprovechó para tocarle una oreja y agarrársela. Sentía un fervor increíble cada vez que su mano acariciaba la piel del pequeño animal.
Seguían en contacto jugueteando cuando el felino se echó largo en el suelo cerca de ella, ronroneando y extendiendo las patas un poco hacia arriba con la intención de que le acariciaran la tripa. Ella que vio el hueco no perdió ocasión y lanzó su mano hacia allí, empezó a pasarla por encima del pecho y el vientre del animal y se sentía muy bien por ello.
De repente el gato levantó la cabeza hacia ella, la miró y salió disparado alejándose de la niña como alma que lleva el diablo.
La madre acababa de derribar un árbol y de trocearlo para sacar toda la leña. Estaba de pie, sudorosa, jadeando y viendo toda la escena de su hija desde detrás de ella. Al ver la repentina galopada del gato se preguntó qué habría pasado para que saliera como un cohete a propulsión.
Dejó el hacha en el suelo, al lado del árbol y se encaminó hacia su hija, que a falta de gato, volvía a explorar las piedras, la tierra y los bichillos del suelo.
– «Tarassmall». La llamó suavemente, con mucha delicadeza.
Cuando la pequeña reconoció la voz de su madre se giró para mirarla. Ésta puso gesto de sorpresa, y acto seguido, una deslumbrante sonrisa de ilusión invadió su rostro.
– «¡Luishirulh, Luishirulh, ven, mira!». Exclamó emocionada. Luego se agachó, extendió su mano hacia adelante y bisbiseó al gato para que volviera.
Luishirulh cogió una hoja del suelo, la sopló un poco, la puso sobre la página del compendio que estaba estudiando y lo cerró. Se levantó, dejó el libro sobre el tocón y fue al encuentro de las dos mujeres de su vida.
Nada más llegar observó lo que su mujer quería mostrarle y asintió con la cabeza y con una gran sonrisa de orgullo. Su hija tenía dos incipientes colmillos de jabalí rodeándole la boca. Eso significaba sin duda que estaba empezando a captar la esencia de la polimorfosis. De momento no dominaba la técnica, pero con su corta edad haber conseguido reproducir en su propio cuerpo una característica tan concreta como los colmillos de un jabalí por pequeños que lucieran todavía, era todo una proeza.
– «muy bien cariño, muy bien mi amor». Le dijo a su hija con una voz firme pero alegre mientras se agachaba al lado de su mujer.
– «El gato ha visto en directo la aparición repentina de los colmillos y se ha asustado». Relató emocionadísima a su marido.
El pequeño felino poco a poco acudía a la llamada de Rephiela, que acuclillada en el suelo desprendía amor y felicidad por los poros.
Cuando el gato volvió a tumbarse, ya tranquilo de nuevo, la niña volvió a pasar la mano sobre su lomo. Levantó la cabeza y dijo balbuceando: «abaí».
Rephiela y Luishirulh se quedaron mirando entre ellos, alucinando. Todavía no había dicho nunca «mamá», ni «papá» y sin embargo, había pretendido decir, sin duda alguna, «jabalí». -
Las olas del mar golpeaban los acantilados. El día estaba en calma y el sol en su máximo esplendor. Tarassmall estaba de pie, levantando una mano y sonriente, despidiendo a sus padres. A su lado estaba su padrino, que iba a quedarse a cargo de la pequeña durante el viaje. La hermana de su padre también estaba allí, y algunos amigos que también querían decirles adiós antes de que partieran, y pedirles que les trajeran algo de su destino.
Rephielah y Luishirulh iban a embarcarse desde Andlief en un ferri que les llevaría al continente. Ambos habían cogido fiesta unos días e iban a aprovechar para disfrutar solos de sus aficiones; ella de la espeleología, él del buceo. Aprovechando que iban a Dalaensar, cosa que no era muy frecuente en ellos, Rephiela había echado en el equipaje su hacha, para llevar diversas maderas exóticas a la isla. Luishirulh pensaba viajar en busca de un erudito famoso que vivía en Takome, para ver si podía conseguir algún otro compendio de lengua kobold que le permitiera seguir avanzando en su estudio del idioma, y así aprovecharía para explorar el entorno subacuático de Aldara.
El ferri tardaría unos minutos en partir. Sonó la sirena que anunciaba que iban a soltar la embarcación del muelle para que toda la gente tuviera cuidado de no caer al agua y se alejara de las barandillas. Los últimos pasajeros subían al barco. Un encargado goblinoide gritó en voz alta:
– «Recuerden. Este Ferri hará paradas en Aldara, Grimoszk, Alandaen, la bahía de Urlom, irá hasta la isla de Bucanero y por último volverá aquí, a Andlief».
– «¿Este no entra a Veleiron?»- preguntó una semielfa anciana emperifollada con collares de perlas y adornos ostentosos que se encontraba subiendo por la pasarela.
– «No señora»- respondió el encargado que indicaba la ruta señalando otro ferri -«aquel es el que va a Veleiron». Acto seguido resopló y volvió a mirar la lista de pasajeros.
La semielfa bajó de la pasarela, sin ningún cuidado, y se encaminó corriendo hacia el ferri que le habían señalado.
Tarassmall contemplaba el trasiego de gente de todas las razas que iban y venían con nerviosismo. Sus padres estaban ya dentro del barco y no podía verlos ya. Miró a su padrino.
Entonces la sirena del ferri volvió a sonar y la nave zarpó hacia el noroeste, a los pocos minutos se había perdido de vista y la gente había abandonado las pasarelas de Andlief. Ya no quedaba allí casi nadie.
El cambiaformas y la niña seguían en pie. El primero miró a la segunda sonriendo y le preguntó:
– «¿Vamos a convertirnos en animales?».
– «Sí»- contestó ella llena de ilusión.
Iba a proseguir con las prácticas de polimorfarse que había iniciado con él hacía un par de semanas. Ambos empezaron a andar hacia la caverna del alumbramiento, en donde estarían tranquilos y nadie les molestaría. El predicador había solicitado permiso a los druidas del círculo para utilizar ese espacio como sala de prácticas. Él conocía perfectamente qué era esa sala y cuáles eran sus condiciones. Ella todavía no dominaba el lenguaje, pero sabía decir unas pocas palabras básicas y frases cortas, a su manera.
Llegaron al interior del espino, saludaron a los presentes y se internaron en la caverna. El semidrow dejó su capa colgada en una rama y se acercó a la niña que aguardaba de pie impaciente.
– «Recuérdame peque, tengo muy mala memoria, ¿qué aprendiste a hacer la última clase?». El semidrow se hacía el despistado para motivar a la niña a recordárselo.
– «Yo pantera»- respondió la niña orgullosa.
– «es verdad, transformaste tu cabeza en la de una bonita pantera. Ya no me acordaba. ¿Puedes volver a hacerlo?».
– «Sí, yo pantera, mira».
Sonaron una serie de crujidos, Las orejas empezaron a volvérsele puntiagudas, el hocico se retrajo, desaparecieron las cejas humanas, los colmillos se extendieron y afilaron, aparecieron bibrisas sobre la boca, cambió la forma de la cabeza, desapareció el rojo pelo y una pelambre negra brotó sobre su piel. En cuestión de cinco minutos la niña tenía la cabeza de una pequeña pantera. Había que mejorar la velocidad de polimorfosis, la discrección, practicar la transformación de los hombros y brazos, del tronco y de las piernas en patas, pero el predicador tenía otros planes para ella. Por supuesto Rephiela le había contado la aparición de los colmillos de jabalí, que como era de esperar, se le fueron en poco tiempo.
– «Muy bien Tarass. Vuelve tu cabeza a su forma humana».
La niña enfocó las orejas hacia él y se concentró en deshacer la polimorfosis. Al cabo de un par de minutos tenía de nuevo la melena pelirroja y esos ojazos verdes como soles, y miraba al predicador con fijeza.
El druida se agachó y pronunció despacio.
– «Hoy vamos a aprender a crear la cola, ya verás qué divertido. Como siempre, lo primero es fijarse cómo es, y aprenderse la forma exterior».
El semidrow se dio la vuelta y tras un leve chasquido le apareció una cola de pantera de algo más ed un metro justo por encima del culo, como si fuera una extensión de la columna vertebral. Situó la cola felina a escasos veinte centímetros de la cara de la niña.
– «Mírala bien y avísame cuando te la hayas aprendido».
Un momento después la niña agarró la peluda cola con sus manos, por toda su extensión, palpando la forma externa e interna. En un breve lapso de tiempo dijo:
– «Ya sé».
El predicador empezó a hablar para explicarle cómo hacerlo, pero unos crujidos interrumpieron su conversación y puso mala cara. La niña sonreía.
– «Yo pantera»- dijo de nuevo, y una cola similar en aspecto a la del predicador, aunque más corta, brotó de lo alto de su pequeño culo.
La niña se dio la vuelta como había hecho antes su maestro y lució orgullosa su nuevo apéndice.
El semidrow se quedó atónito mirándola y se acercó para inspeccionarla de cerca. Al momento se dio cuenta de que el aspecto era absolutamente clavado, sin embargo, la estructura interna era totalmente diferente.
Se levantó de golpe, un poco enfadado, y comenzó a echarle la bronca a la niña por cagaprisas, intentando no ser demasiado duro:
– «No, Tarassmall. Te has quedado con lo visual, pero no has prestado atención a la estructura interna». Pateó el suelo con el pie, chafando un hongo que se esparció y haciendo sonar todas las hojas de alrededor. La bota se le quedó pringada. Le prestó un momento de atención y al volver a levantar la mirada percibió un pequeño brillo rojizo en el suelo que aumentaba muy poquito a poquito. Entendió perfectamente lo que eso significaba. Miró a la niña pero no se había dado cuenta.
– «Tiempo de descanso»- dijo. Y señaló hacia afuera. -«Ve y juega un rato al escondite con el resto de niños».
La niña salió como un rayo de la sala, y buscó por fuera algún niño para jugar. Mientras tanto, en la caverna, una cabeza brotaba ya del suelo con una melena pelirroja. El druida se tapó la boca abierta con una mano en gesto de sorpresa. Al rato, cuando la humana acabó de brotar el predicador bajó la mano y habló:
– «Rephiela, ¿qué ha pasado?»- dijo con preocupación.
Ella lo miró fatigada, sin muchas ganas de hablar. Simplemente pronunció:
– «Un dragón».
Él la abrazó. -«¿Cómo te encuentras?».
– «Cansada, noto que no me quedan energías»- respondió ella».
Deshizo el abrazo y se apartó un paso, recogió su capa de la rama para ponérsela de nuevo. Al momento entró la niña, aunque algo deslumbrada por la poca luz de la caverna en contraste con el exterior.
– «No niños»- dijo, dando a entender que había buscado pero no había encontrado a nadie con quién jugar. Se le acostumbraron los ojos y vio allí a su madre
– «¡Mamá!». La niña corrió a abrazar a su madre, que le sonrió con tristeza.
¿Cómo iba a explicarle a su hija que acababa de morir y gracias a Soele había vuelto a resucitar en ese lugar? Tendría que explicárselo, pero con otras palabras para no causarle un trauma.
– «¿Tú no lejos? ¿Papá? ¿Barco?»- la niña no entendía nada y el interrogatorio no había hecho nada más que empezar. -
- «Cuéntanos cómo fue»- solicitó eufórica una druida joven, sentada en el suelo, justo antes de transformarse en una rana.
Coros qe decían «eso, eso» se escucharon desde el círculo que rodeaba a Rephiela, que sentada sobre un tocón, acababa de dar la noticia de su muerte a manos de un dragón y se disponía a relatar los hechos.
Hacía un rato, poco después de resucitar, había enviado un mensaje telepático a su marido para explicarle lo sucedido. Le había deseado suerte en el viaje y le había dicho que no hacía falta que regresara antes de tiempo. Se encontraba bien, cansada pero bien.
Tarassmall estaba calmada, aunque expectante, sobre las piernas de su madre. Había otros niños y otras niñas en el círculo. Sin duda sus padres les habían llevado para que escucharan el relato, como si de un cuento se tratara.
Rephiela tosió levemente para aclararse la garganta. Las voces callaron al momento y el bosque se sumió en un silencio casi absoluto, solo roto por los trinos de algunos pajarillos y el rezongar discreto de alguna aberración transformada en oso.
Había mucha expectación en esa historia, pues casi nadie de los y las presentes había salido nunca de la isla. De quienes habían salido, eran escasos los y las que alguna vez habían llegado a vislumbrar un dragón, de lejos, y desde luego, ninguno de ellos y ellas excepto la madre de Tarassmall hasta hoy, había muerto a manos de uno. - «Como sabéis, esta mañana hemos ido a Andlief, para coger el ferri»- comenzó la humana. Hubo un asentimiento general.
- «Una vez que ha partido nos hemos ido a nuestros camarotes. La verdad es que el barco era lujoso, para lo que nos ha costado el billete».
- «Desde luego embarcarse merece la pena. En nuestra cámara había un lecho muy mullido en el que cabíamos los dos. Una vista directa al mar y a las costas a través de una ventana redonda que llenaba la estancia de luz. Había un armario enorme en el que podíamos dejar las vestimentas ordenadas. Incluso tenía unos cajones hechos de madera de fresno…»- Rephiela se estaba recreando en los detalles. Quería que los y las oyentes disfrutaran del relato tanto como ella.
- «Ve al grano, niña»- espetó una anciana gnoma desde el círculo. Estaba de pie, con una vara apoyada en el suelo agarrada con la mano, silenciosa, y no dejaba de mirar fijamente a Rephiela. Una chica más joven que estaba a su lado le propinó un suave codazo recriminatorio, que casi pasó desapercibido. La anciana no se inmutó.
Rephiela miró a la gnoma. No la conocía, no la había visto nunca por la isla. Hizo caso omiso de la petición y continuó desgranando cada detalle del barco, sobre todo lo que tenía que ver con cosas fabricadas en madera, y relatando cómo transcurría el viaje. - «… nos estábamos acercando a Aldara. Poco a poco. ¡Vaya espectáculo la vista de las almenas de la fortificación por encima del muelle! ¡Tendríais que verlo desde el mar alguna vez!. ¡Es impresionante!»- relataba emocionada.
- «Allí en el muelle de Aldara ha desembarcado Luishirulh con mucha gente más. Ya sabéis que le gustan mucho las profundidades marítimas. A ver si disfruta mucho del buceo estos días. ¿No sería genial que descubriera algo nuevo? ¿O que trajera algún recuerdo de allí?».
La anciana que antes le había replicado chasqueó la lengua al ver que seguía extendiéndose. La gente seguía la historia con atención, algunos niños empezaban a enredar un poco entre ellos por el aburrimiento.
Rephiela siguió dando los detalles del muelle, de la ciudad vista desde el mar. Le había parecido alucinante. - «Cuando han acabado de subir las nuevas pasajeras y los nuevos pasajeros, el ferri ha vuelto a partir hacia Grimoszk. Me parecía estupendo, tampoco había visto nunca esa ciudad. Quería averiguar si la visión es tan impactante como es la de Aldara».
Tarassmall se aburría como una ostra, a pesar de ser su madre quien estaba contando la historia. Jugaba a enredarse la roja melena de su madre en un dedo. Empezó a intentar sacar la cola de pantera que había estado practicando por la mañana. El predicador de la fe, al darse cuenta, esbozó una leve sonrisa desde la segunda fila del círculo. - «¿Y qué te ha parecido?»- preguntó un hombre con interés.
- «Eso, ¿es tan bonito como Aldara?»- secundó otro hombre al lado del primero.
Rephiela hizo un parón dramático y negó amargamente con la cabeza despacio. - «No he llegado a verlo. ¡A medio camino me ha atacado el dragón!»- contestó la humana con tristeza.
- «Dragón»- resonó en la cabeza de la joven Tarassmall.
Todo el mundo allí presente volvió a guardar silencio por un momento. La anciana de la vara frunció ligera e imperceptiblemente el ceño. - «La capitana del ferri ha gritado que la mar estaba revuelta. Que íbamos a desviar un poco la ruta para evitar las corrientes adversas del agua. Nos ha dicho también que nos retiráramos a los camarotes, pero yo estaba contemplando todo el paisaje. Ella ya lo tendría muy visto pero para mí era la primera vez. Como yo, varias personas se han quedado en cubierta para disfrutar de las vistas».
- «El barco ha empezado a acelerar, y al poco rato la mar ha empezado a sacudirlo. Era difícil mantenerse en pie».
- «La capitana ha vuelto a gritar firmemente que todo el mundo a sus camarotes, pero ya no hemos podido hacerle caso. No por rebeldía, si no por que no podíamos levantarnos sin volver a caer. Algunas marineras han venido a intentar ayudarnos, pero después de muchas sacudidas ha llegado una ola más grande y nos ha tirado al agua a mí y a otros compañeros».
- «He óido un grito en lengua negra de la capitana, lo que he supuesto que sería un juramento, y al momento estaba totalmente rodeada de agua fría».
El círculo lanzó en ese momento exclamaciones. La gente siguió preguntando qué había pasado después. La anciana asintió para sí misma, pero permanecía quieta, inmutable, sin pronunciar palabra. - «Y en ese momento… ¡zas! ¡el puñetero dragón! ¡Me ha mordido una pierna! ¡No veais cómo dolía! Me tenía bien sujeta, he intentado revolverme pero solo conseguía hacerme más daño. En un momento que he podido sacar la cabeza y respirar he intentado formular una columna de fuego, pero se me ha llenado la boca de agua salada, he tenido que escupirla y volver a coger aire, todo para volver a hundirme después de un tirón del bicho. Maldito dragón, se notaba que tenía ganas. Me retenía con los colmillos y me estaba desgarrando la pierna».
Se oyeron quejas y lamentos varios proferidos desde todos los oyentes, la gente se echaba las manos a la cabeza.
En la cabeza de Tarassmall solo retumbaba la palabra «dragón». Abrazó un segundo a su madre como muestra de comprensión y aprovechó el impás siguiente para salir corriendo a jugar con el resto de niños y niñas , tapándose los oídos para no seguir escuchando esa horripilante historia. - «¿Y dónde estaba Izgraull en ese momento?»- profirió uno de los druidas más excépticos.
- «La tripulación del ferri intentaba ayudarnos»- prosiguió Rephiela -«Intentaban lanzarle arpones al dragón, y aceite ardiendo, pero se movía muy rápido, no lograban alcanzarlo. Al final… Bueno, pues aquí estoy, después de hacerle una visita al señor Soele, que por cierto, me ha dado recuerdos para todos vosotros».
La gente aplaudió en ese momento y poco a poco se fue disolviendo el círculo. Algunos se acercaban para que les contara más detalles. La anciana de la vara se acercó poco a poco, sin prisa, pero con la mirada clavada en Rephiela. Los niños seguían correteando por alrededor.
Cuando la gente dejó de prestar atención a Rephiela, la gnoma se puso tras ella, le puso su mano derecha sobre el hombro izquierdo y le dijo. «Lo siento niña».
Rephiela dio un sobresalto por el susto, pero se relajó al ver que era la anciana y respondió con cortesía: «gracias».
La anciana dejó unos segundos de silencio y empezó a preguntar: - «¿Viste a la bestia?».
- «Le vi la cara, era terrorífica»- respondió la druida.
- «¿De qué color?».
- «Verde».
- «¿Viste si tenía alas?».
- «No me dio tiempo, me mató antes de poder ver su cuerpo entero, pero claro que las tendría. ¿Qué dragón no las tiene?».
La anciana no respondió, y dejó un nuevo momento de silencio para no agobiar a la humana. Apretó un poco más la mano sobre el hombro y lanzó su última pregunta: - «Cuando te mordió, ¿qué sentiste?».
- «Miedo, dolor y una sensación de impotencia al no poder liberarme»- respondió Rephiela. -«el agua estaba helada y yo no podía tan a penas moverme».
La gnoma asintió con convicción y apartó la mano del hombro de la druida. - «Me lo imaginaba. No vamos a quitarle la ilusión a la gente, no vamos a romper la magia del momento. Pero es necesario que tú lo sepas».
- «¿El qué tengo que saber?»- preguntó Rephiela levantando las dos cejas.
La gnoma cogió aire relajadamente y contestó con calma: - «Lo que te ha matado no ha sido un dragón. Ha sido una serpiente marina. Los dragones no frecuentan mucho las coordenadas entre Aldara y Grimoszk, y además, el aliento de los dragones arde, incluso en el agua fría. Habrías sentido calor tras la mordedura si hubiera sido un dragón lo que te ha atrapado».
Rephiela se quedó mirando fijamente a la gnoma y abrió mucho la boca. - «Mi consejo es que no se lo cuentes a nadie, la gente disfruta de las historias épicas, y esta perdería mucho si la gente supiera la verdad. Déjalos que crean la historia tal cual la has contado tú, y que cuenten sus propias versiones»- dijo la gnoma suavemente con una sonrisa.
- «¿Quién eres tú»- preguntó la druida.
- «Eso no importa, joven. Soy una señora mayor que conoce bien los mares, con eso que sepas basta».
- «No te había visto mucho por aquí»- dijo Rephiela.
- «Oh, no, claro, no vivo aquí. Estaba de paso en la isla y he oído que un dragón había matado a una humana. Me he acercado para ver si tal vez Chris habría hecho otra de las suyas».
- «¿Chris? ¿Quién es Chris?»- Rephiela estaba atónita.
La gnoma hizo un gesto con la mano para quitarle importancia al asunto. - «Se me hace tarde, está empezando a oscurecer y no me gusta navegar de noche. Si te quedan dudas sobre el mar, llámame y te las respondo en otro momento».
La anciana se quitó la mochila, sacó un catalejo, un sombrero rojo, un plano y unos cuantos aparatos más que Rephiela no conocía. Al final, le entregó a la druida un pequeño objeto esférico de cristal azul que cabía en la palma de la mano. La humana lo notó caliente. - «Guarda esto. Cuando quieras que volvamos a vernos, escribe una carta a Ak’anon en la que solo ponga dragón, y a la semana siguiente de mandarla, lanza esa bolita con fuerza contra el suelo. Yo me ocuparé de encontrarte».
Sin más palabras, la gnoma hizo una reverencia y se apresuró de nuevo a su barco.
- «Cuéntanos cómo fue»- solicitó eufórica una druida joven, sentada en el suelo, justo antes de transformarse en una rana.
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