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La historia de Canh se origina en una noche gélida del crudo invierno.
El cielo, ennegrecido y oculto por la fuerte lluvia, impedía que las lunas Argan y Velian arrojaran su luz.
Dos figuras emergieron de dentro de una ventana, sus voces elevadas y cargadas de emoción. Las sombras de sus siluetas bailaban en el suelo empapado bajo la ventana, señalando que estaban de pie junto a una chimenea encendida.
— No vas a aprovecharte de mí de esta manera y dejarme sin una sola moneda. No confundas a esta dama con una prostituta de Keel —vociferó una voz femenina desde dentro de la diminuta casa.
— Nunca quise un hijo, y tú lo sabías —respondió el hombre, que parecía moverse de un lado a otro de manera agitada.
— ¡Hija! —intervino la voz femenina—. No olvides jamás que ha nacido mujer, y que heredará las habilidades de mi lado de la familia.
— Por mi esta maldita niña nunca debería haber visto la luz del día. Elegiste tenerla, sabiendo que no teníamos las condiciones adecuadas para criarla —el hombre prosiguió, con la voz un poco más baja y fría.
— No me vengas con que no tenemos dinero, tú eres uno de los ladrones más hábiles del reino de Anduar —la voz entrecortada de la mujer parecía debilitarse—. Si supiera que tenías un alma tan maldita, nunca habría quedado a…
— ¡Cállate ya, mujer! —El hombre pareció enfurecerse, mientras se oían dos objetos pesados cayendo al suelo con un estruendo.
El grito de la mujer quedó sofocado, y la escena se desvaneció, dejando solo el sonido del fuego crepitando junto a una pequeña ventana, por la que algunas gotas de lluvia se deslizaban.
Canh se despertó sobresaltada, con el corazón latiendo con fuerza y la cabeza girando. Hacía tiempo que no era atormentada por estos sueños. Conocía pocos detalles sobre el evento que había llevado a la muerte de su madre y el paradero de su padre, pero según lo que le habían contado bardos y taberneros, su madre había sido asesinada por su propio esposo meses después de dar a luz a su hija.
Ella, Canh, no comprendía cómo ni por qué había sucedido esto, y la verdad detrás del asesinato de su madre parecía intangible.
Sin embargo, los sueños que experimentaba eran tan vívidos y las similitudes con las historias que había oído eran tan notorias que Canh ya no tenía muchas reservas en dudar de que su propio padre fuera de facto un asesino, ya sea vivo o muerto.
La pequeña halfling se apresuró a vestir sus ropas y a coger su honda predilecta, hecha con cuero de
wyvern, lo que le confería un tono negro brillante. En el futuro, Canh sería conocida como «Honda Negra», debido
a que llevaba su arma a todas partes.
La arquera también demostraba un talento innegable con los arcos y las ballestas, lo que la hacía cada vez más conocida entre los ciudadanos como una tiradora excepcional.
Canh salió de su casa lista para enfrentar otro duro día de entrenamiento en el disparo con hondas, sin olvidar nunca los sueños que tenía con cada vez más frecuencia
y que le hacían tener más ganas a recorrer todos los caminos y senderos necesarios
con el afán de descubrir su verdadera historia y poner fin de vez a su tormento.
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