Historias de Madre

La madre sonrió mientras acariciaba el cabello de su hijo y comenzaba a contar una historia.

«Había una vez, hijo mío, una goblin llamada Klaah que era conocida por sus ataques a ciudades enemigas, especialmente a los poblados de pescadores. Ella solía atacar con sus armas favoritas, una espada azul y el mismísimo florete del duelista.”

“¿Y qué más, mamá?”, preguntó el niño.

“Klaah era temida por todos y se decía que era tan ágil y astuta como un gato. Era una cazadora experta y siempre lograba encontrar a sus presas, incluso las más escurridizas.

El niño escuchaba con atención la historia de su madre, con los ojos brillantes de admiración. «¿Y qué pasó después, mamá?», preguntó con ansiedad. La madre sonrió y continuó contando la historia de Klaah y sus aventuras.

“Un día le robaron un objeto muy valioso – al menos para ella. Klaah cogió a sus armas, vistió sus ropas de caza y salió a por los responsables. Recorrió valles y montañas, buscó incluso en el desierto, pero no logró encontrar a su objeto ni a los ladrones.

Después de muchos días a pensar, la goblin se dio cuenta de una cosa: Hiso muchos enemigos en sus asedios a los poblados y esa gente la odiaba. ¡Todo estaba muy claro!”.

El niño se reincorporó delante su madre y siguió escuchando atentamente.

“¿Y qué más?, ¿y qué más, mamá?”, preguntó.

“La exploradora era muy experta en lo rastreo y los artilugios de emboscada, ¿pero como no se ha dado cuenta que los pescadores le habían robado? ¿y como se dejó robar así? Mientras las dudas pairaban por su mente, la cazadora siguió su viaje hacia el poblado.

Cuando finalmente llegó a su destino, vio que habían aldeanos de vigilia en el portón y claro, ya estaba preparada para eso”.

“¿Y los mató, mamá?”

“No, mi hijo. Pese a ser una asesina, Klaah solamente mataba a aquellos que lo merecían, o a aquellos que, declaradamente, eran sus enemigos.

Ella cogió una ballesta que solía llevar para ocasiones especiales, se la cargó con una saeta del sueño y la apuntó cuidadosamente al guardia de la izquierda. Un zumbido se hiso presente en el local cuando la saeta voló hacia el pecho del primer guardia. El segundo desenvainó su espada pero no hubo tiempo, otra saeta ya surcaba el aire, acertándole en un brazo. Trabajo hecho. Ambos guardianes al suelo, y sin muertes.

La exploradora entró a la pequeña ciudad, y bajo su capucha negra acechó cada rincón en busca de los ladrones cuando finalmente los encontró a las puertas de una humilde taberna.

– Hola, ¿me podrían ayudar? – Preguntó – soy nueva en el poblado y me gustaría saber adonde puedo hallar un buen lugar para descansar. ¿Lo sabéis?

Los dos hombres se viraron hacia ella, llevaban una taza y una botella en las manos cada uno. Antes que siquiera pudieran hablar, Klaah cogió su espada de la espalda con la mano derecha y le propinó un tajón en arco que le derribó al suelo, y con la izquierda le estocó a la altura del corazón con su ágil y ligero florete. Sin poder remediarlo, el segundo hombre se puso a correr, pero antes de que pudiera irse tan lejos, una saeta venenosa se clavó a su espalda. El ladrón dejó caer la botella y la taza, cayó de rodillas al suelo, dándole a Klaah suficiente tiempo para llegar cautelosamente y hundirle su espada azul en el pecho, haciéndole estamparse contra el suelo, vientre hacia arriba, muerto. La cazadora con un golpe de su espada le decapitó la cabeza y la alzó sobre la suya como una muestra de victoria. Recogió a su objeto y salió por el portón, donde los cuerpos dormidos de los guardianes aún yacían sobre las rocas.

Y así sucedió, mi hijo. Ya lo sabes, si un día te vuelves un ladrón, esto pasará a ti seguramente.”

“No, mamá, ¡jamás!”, dijo el niño, mientras su madre le acariciaba las mejillas.