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Capítulo 1 – Cuando la majestuosidad de un animal te hace difícil matarlo.
Después de mis rezos matutinos sentí que mi alma estaba alimentada. «Realmente he olvidado por completo alimentar mi cuerpo pero mis tripas me lo recuerdan con sus borborigmos. Myrddin, deberías comer alguna cosa» ,me dije a mi mismo. Saqué un trozo de pan de mi mochila y lo mordí. Más por compromiso de supervivencia que por lo que estaba disfrutando. Bebí un poco de leche de la Cabaña de los Rangers que llevaba en mi Odre y guardé el resto de pan en mi mochila.
«Voy a ver a Ruthrer. Lo he visto nervioso estos últimos días y no es normal en un sacerdote Eralie como él.»
Fui por el Claro de los Nyathor hasta situarme ante un enorme roble. Y allí estaba él. Ciertamente su cara mostraba preocupación por el estado actual del bosque, aunque era divertido ver como atraía a los animalillos a su alrededor. Supongo que de esa manera se sentía más acompañado.
Buenos días Ruthrer. Te veo preocupado. ¿Puedo ayudarte?» – le dije. Fue en ese momento en el que me contó la historia de una maldición sobre la Reina de las arañas y que la única solución era acabar con ella. Sentí un escalofrío solo de pensar en matar a ese pobre animal. ¿En serio había que matarlo? Pero Ruthrer ha venido de Takome justamente para acabar con la plaga de arañas enfermizas. Es imposible que sepa más que él del tema. Así que tendré que hacerlo. Me despedí del anciano sacerdote y me dirigí hacía la Senda del túmulo olvidado en donde con seguridad, vistas las arañas que de allí salían, encontraría a su Reina.
Una vez en la senda, me dí cuenta rápidamente que algo no es normal. Un silencio fuera de lo común. Ningún animal parcía estar aquí. Ciertamente, si este camino llegaba a la araña maldita, no es de extrañar. Pero ese silencio se rompió del todo cuando unas crías de araña enorme me atacaron colerizadas. Las pobres criaturas murieron antes de darme cuenta. El susto que me habían dado al salir tan de repente no me permitió otra cosa que un acto reflejo de hundir la punta de mi lanza en sus abdómenes. Tampoco creí que hubiera podido hacer mucho más por ellas. Igual su muerte fuera una bendición para su maltrecha existencia.
Me seguí adentrando hasta ver la entrada a una cueva. Ciertamente pondría los pelos de punta al más valiente. Arañas podridas malditas , un silencio desgarrador y la invitación a una cueva con inimaginables peligros. «Oscuridad para un problema oscuro», pensé. Y sin más dilación me adentré en la oscuridad de la cueva, rota en parte por mi Faja Solar. Toqué con mis manos las paredes que rezumaban el agua del frondoso bosque de Thorin. «Que ganas de forrajear me están entrando. Igual con un poco de suerte encuentro una planta desconocida. Pero no es el momento. Voy a centrarme en mi misión» me dije en voz baja. La vida fuera de esta cueva subterránea contrastaba en sobremanera con lo que veía.
Lastimosamente más arañas, estas enormes, salieron a mi paso con la inútil intención de atacarme. Mis movimientos fueron armónicos y precisos en la esquiva, y letales en el ataque. A cada muerte de estas criaturas notaba una gran tristeza. «Maldito Seldar… estas muertes son por tu culpa.» gritaba con asertividad. Aunque allí no había nadie más que cuerpos arácnidos inertes, hongos en las paredes y capullos de seda colgando del techo.
Al avanzar un poco más me dí cuenta de la existencia de un agujero en donde bajar a otra cavidad. Era demasiado pequeño como para bajar sin agacharse. Me apetecía bastante poco bajar por ese agujero en esta posición que me deja tan indefenso, pero parecía ser que no iba a quedar más remedio. Así que me agaché, bajé y … como si de un resorte se tratara, mi cuerpo se levantó de inmediato. ¡Y bien que hice! Dos arácnidos poco amigables me dieron la bienvenida a lo que a todas luces era la Guarida de las arañas. Los pobres seres murieron, diría yo, por el viento de la estocada de mi lanza de granito. Dudo si les llegué a tocar. El caso es que mi instinto me decía que la Araña Reina estaba cerca. Enormes capullos de seda colgaban desde el techo con lo que seguro eran inquilinos aventureros que no tuvieron dicha en su batalla con las arañas. Eralie los tenga en su gloria.
Fue entonces que me adentré en la Guarida de las arañas, sin más remedio que matar a aquellas criaturas que, malditas como estaban, querían acabar con mi vida. Fui adentrándome hasta que por fin divisé el final del túnel. Algunas sombras se movían de aquí para allá. Como nerviosas. Pero lo más estremecedor era la figura de una gran araña como nunca había visto. Si me acercaba un poco más me hubieran detectado y no estaba seguro de que la Reina araña, a lo sumo maldita, no me matara con su veneno en un santiamén.
Así que invoqué a Akhradrajruurkura, la Ent y le ordené que me protegiera. Luego me concentré y dije: «terra firma venit» lo cual provocó un terremoto en dirección a donde estaban la Araña Reina y sus crías malditas. Las crías murieron en el acto.
–Vamos querida amiga, por Eralie – le dije a Akhradrajruurkura. Entonces, con paso firme y decidido me acerqué a Crissipt, la Reina Araña. No quise darle chance e invoqué un ‘colte xeno haltem’ que paralizó a Crissipt. No podía moverse. Seguidamente le transmití una maldición con un ‘mali umanos’. La pobre y majestuosa araña estaba maldita por todos lados. Recé una plegaria a Eralie mediante ‘acerbace unos baletis’ entonando tu nombre y el de Akhradrajruurkura, Primera Raíz de Thorin para atraer hacia nosotros su favor. Fue en ese momento que caí en la belleza de tal semejante monstruo. Es tan exageradamente grande que ocupa todo el túnel. Afilados colmillos donde rezuma lo que a todas luces es un veneno letal. Se que debo matarla, pero verla es un espectáculo que su muerte privará de disfrutar a otros. Y debo matarla pese a que está ya en un estado deplorable: Llena de heridas y en un estado de podredumbre muy avanzado. Su piel parece deshacerse por el simple contacto del aire y la notas totalmente encolerizada. Ciertamente, Ruthrer no podía estar más acertado. Su muerte será el mejor favor que podría hacerle.
Me cuesta recordar sin pena como mi lanza de granito perforaba una y otra vez su cuerpo. La quemé con precisas columnas de fuego y le lancé rayos que achicharraban su cuerpo. No tardó mucho en morir y ví como sus enormes y afilados colmillos se pudrían y desprendían de su cadáver. Esos colmillos fueron la prueba que le enseñé a Ruthrer para demostrar que había terminado la amenaza.
Se que muchos sentirán jubilo y dicha por lo acontecido. Yo no me quito la grandeza de Crissipt de la cabeza. Ojalá hubiera encontrado otro método para liberar su maldición. Era un monstruo tan hermoso…
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Se ha descuadrado un poco por el uso de guiones en la parte que pone Vamos querida amiga. Pero ya no he podido arreglarlo. 😉
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