Vinolipe caminó durante días por las llanuras de Ostigurth, soportando el sol abrasador y el viento frío de la noche. A medida que avanzaba, el paisaje comenzó a cambiar. Las llanuras dieron paso a montañas cubiertas de nieve eterna y bosques tenebrosos. A veces, Vinolipe se topaba con aldeas o asentamientos de humanos, en los que se detenía a reponer fuerzas y preguntar por el camino a Golthur-Orod.
Un día, mientras caminaba por un valle verde y frondoso, Vinolipe se topó con un grupo de enanos. Estos eran una raza reacia a tratar con los humanos, pero Vinolipe pudo apelar a su condición de hechicero y logró que le permitieran pasar. Los enanos le hablaron de la fortaleza de Golthur-Orod, un lugar temido incluso por ellos. Les dijeron que era guardada por un poderoso hechicero llamado Vorgol, que podría ser la clave para desentrañar el misterio de la mente de Vinolipe.
“Están mintiendo…”, algo en su cabeza habló. No sabía por qué, pero algo le decía que no había hechicero, no había fortaleza, solo habían orcos sangrientos y sedientos por carne humana.
Tras despedirse de los enanos, Vinolipe continuó su camino hacia la fortaleza. El paisaje se volvía cada vez más salvaje y desafiador.