Inicio Foros Historias y gestas Historias del Mar de Hielo. Parte 2. Estoy vivo.

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    • Ninhus Bravus
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      — ¡Sólo un Halfling es capaz de esto! —susurró la mujer, atónita al ver que Essel había podido sobrevivir a su odisea.

      Essel alzó la cabeza hacia ella.

      —Te conozco, pero no puedo encontrar tu nombre entre mis pensamientos.

      —No tiene importancia —contestó la mujer—. Has pasado una amarga experiencia, Essel Brandagar. —El halfling levantó aún más la cabeza y se echó hacia atrás al oír mencionar su nombre, pero la mujer lo tranquilizó—. Te curé las heridas lo mejor que pude, pero llegué demasiado tarde para eliminar los efectos de la desorientación y la fatiga provocadas por el veneno de araña.

      Essel observó su antebrazo vendado y volvió a revivir aquellos horrorosos momentos de su encuentro con los piratas de la Triada, y recordó el extraño veneno que disponía su Maestre en la ballesta.

      — ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

      —No sé el tiempo que estuviste tumbado sobre la nave, pero aquí has descansado durante más de tres días… ¡demasiado tiempo, para tu estómago, por lo que se ve! Te prepararé algo de comer. —Empezó a levantarse, pero Essel la cogió del brazo.

      — ¿Dónde estoy?

      La sonrisa de la mujer le hizo aflojar la presión sobre su brazo.

      —En la cabaña de una isla, cerca del mar de hielo. No me atreví a moverte demasiado.

      Essel no acababa de comprenderlo.

      — ¿Tu casa?

      — ¡Oh, no! —La mujer se echó a reír—. Es una ilusión, y sólo temporal. Nos iremos con la primera luz del alba, si te sientes con fuerzas para viajar.

      Aquella referencia a la magia hizo que súbitamente se alterara.

      — ¡Eres una, bruja! —gritó Essel de improviso.

      —Claro, puedes llamarlo así. Aunque yo prefiero llamarlo magia no brujería. —Respondió la mujer con una educada reverencia—.

      .

      Pero Essel no prestó atención a sus palabras. Sus pensamientos estaban en su barco y en su tripulación.

      —Mi barco… —suplicó a la mujer—. ¿Sabes algo de mi tripulación?

      —Tranquilízate —respondió—. Lograron escapar con vida todos ellos.

       

      —Pero tu Essel, no estabas destinado a morir defendiendo tu nave.

      La familiaridad con que la misteriosa mujer hablaba evocó otro recuerdo en el halfling.

       

      —Te encontraste conmigo antes, ¿verdad? De camino a Alandaen. Tú nos indicaste el camino; así se explica que conozcas mi nombre.

      —Sí, y por eso sabía dónde buscarte —añadió—. Tus amigos creen que has muerto y están profundamente apenados; pero, como maga tengo ciertos dones y puedo hablar con mundos que, a menudo, nos comunican revelaciones sorprendentes. El espectro de Khaol, un antiguo socio mío que pasó por este mundo hace muchos años, me describió la imagen de un halfling caído y moribundo.

      Entonces, comprendí la verdad sobre el destino de Essel Brandagar. Lo único que anhelaba era no llegar demasiado tarde.

      — ¡Bah! ¡Estoy mejor que nunca! —alardeó Essel, mientras se golpeaba la máscara con sus peludas manos. Luego, al incorporarse, sintió un punzante dolor en las posaderas, que le hizo perder la compostura.

      —Una flecha venenosa —le explicó la mujer.

      Essel reflexionó unos instantes. No recordaba haber sido herido, a pesar de que las imágenes de su huida hacia el sur con viento a favor, en velocidad 2 crucero, eran perfectamente claras. Se encogió de hombros y atribuyó el olvido a la propia ansia de la batalla.

      —Así que uno de esos bribones me alcanzó… —empezó a decir, pero luego se ruborizó y apartó la vista, al pensar en que aquella mujer le había extraído la flecha de las posaderas.

      La mujer tuvo la cortesía suficiente para cambiar de tema.

      —Come y luego descansa un rato —le ordenó—. Tu nave y tu tripulación están a salvo…, por el momento.

      — ¿Dónde…?

      La mujer lo interrumpió con un gesto.

      —Mis conocimientos en este asunto no son suficientes aún —le explicó—. Pronto hallarás las respuestas a tus preguntas. Mañana por la mañana, te llevaré a Keel, allí te citare con alguien que podrá decirte más que yo.

      Pocos minutos después de acabar de comer, todos los temores que tenía de que la ansiedad no le dejara dormir se desvanecieron, y cayó exhausto en la serenidad de un profundo sueño. La mujer permaneció junto a él hasta que los suaves ronquidos resonaron en el mágico refugio.

      Satisfecha al comprobar que sólo una persona sana podía soltar una respiración tan ruidosa, la misteriosa mujer se apoyó en la pared y cerró los ojos.

      Habían sido tres largos días.

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